Ley seca
Est¨¢n verdaderamente empe?ados en salvar nuestros cuerpos. Tan dif¨ªcil como encontrar un hueco de fumadores en avi¨®n o en autob¨²s de lejan¨ªas es comprar algo interesante en una farmacia. Ya te exigen receta hasta para los optalidones descafeinados, y he de reconocer que la lista de f¨¢rmacos que en fecha pr¨®xima retirar¨¢n de la circulaci¨®n es ciertamente completa: figuran casi todos los recursos qu¨ªmicos que est¨¢n en el origen de las mejores prosas espa?olas del momento y tambi¨¦n en la base de las hist¨®ricas decisiones pol¨ªticas, industriales, financieras, electorales. Menuda cat¨¢strofe si rigieran para los oficios de responsabilidad p¨²blica esos controles que soportan los ciclistas. Me consta que hasta la Constituci¨®n hubiera quedado invalidada de haberse exigido a la salida de las sesiones de redacci¨®n severos ex¨¢menes antidoping en busca de calmantes o estimulantes.Lo de menos es que con estas r¨ªgidas medidas de protecci¨®n sanitaria disminuya en cantidad y calidad la producci¨®n espa?ola de versos, ensayos, prosas, art¨ªculos, ficciones, lirismos y dem¨¢s vanidades culturales. Ya nos las arreglaremos con otras qu¨ªmicas para encontrar el estilo, las ideas, la inspiraci¨®n o simplemente las ganas, incluso el desasosiego que provoca el s¨ªndrome de la abstinencia puede ser un buen remedio casero para conmover la inercia del hemisferio cerebral correspondiente. De la ley seca americana. surgi¨® aquella gran generaci¨®n del alcohol.
Lo que verdaderamente sulfura es toda esa blanda moralina que acompa?a a esta nueva ley seca que poco a poco empieza a cercenar todos los placeres. Esos sermones que t¨¦ lanza la boticaria si apareces por el mostrador sin la receta, asegurando que lo hace por tu bien. Esas continuas y ubicuas broncas de director espiritual que hay que aguantar diariamente en bandos, vallas, esl¨®ganes y pantallas contra los riesgos infernales del tabaco, el alcohol, la obesidad, la poluci¨®n asf¨¢ltica, el excesivo n¨²mero de calor¨ªas por plato, la velocidad en carretera, la contaminaci¨®n de las playas, la adulteraci¨®n permanente. Es el eterno duelo entre lo natural y lo artificial. Desgraciadamente, todo aquello por lo que merece la pena vivir procede del artificio y, seg¨²n parece, atenta contra la salud. Pero todav¨ªa es peor la alternativa: morir viejo sin haber vivido.
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