Mi homenaje a Luis Bu?uel
Son momentos tristes los posteriores a la muerte de un hombre tan genial como Bu?uel. Y, sin embargo, estos momentos nos ayudan a comprender que el legado de todo ser excepcional es ?imperecedero. Hace ahora un a?o justamente tuve ocasi¨®n de leer sus memorias, y al impacto de ellas escrib¨ª las l¨ªneas que siguen, las cuales reposaban en un caj¨®n como mudo testimonio de lo que yo personalmente deb¨ªa a Luis Bu?uel. Hoy, ante su desaparici¨®n de este modo, quiero que estas l¨ªneas sean p¨²blicas, aunque s¨®lo sea como modesto homenaje a un hombre que, entre otras cosas, a m¨ª me ha ayudado a no caer en la locura.Creo que la locura no es otra cosa que la rutina, la ausencia total de imaginaci¨®n. Toda persona que tiene ciertos niveles de locura, es decir, aficiones desmedidas, amores plat¨®nicos, peque?as drogas o rarezas cotidianas: tabaco, alcohol, f¨²tbol, cine, alg¨²n. deporte, que llegan a resultar tan importantes o m¨¢s que su trabajo, se salva de la locura. Se inmuniza en peque?as dosis ante la alienaci¨®n total. Bu?uel ha contribuido a mi inmunizaci¨®n, a lo largo de un proceso que se inici¨® hace unos 15 a?os.
Vi Viridiana en el a?o 1966 o 1967 en Par¨ªs, a donde yo, joven militante comunista, viajaba clandestinamente. Viridiana, siendo mi vida y la vida de mis padres y amigos, era'a1 tiempo la cara oculta de mi vida y de nuestras vidas. Y, sobre todo, Viridiana era una escena que, sin ninguna raz¨®n aparente, me impact¨® m¨¢s que ninguna otra de las escenas de una pel¨ªcula con una carga fuert¨ªsima. Era bien simple: una ni?a saltaba a la comba: uno, dos, uno, dos. Mon¨®tono, reiterativo: tac, tac, tac, tac. Una escena insignificante dentro de la densidad a tope de toda la pel¨ªcula. ?Por qu¨¦ fue ¨¦sta la escena que m¨¢s me conmovi¨®? A¨²n hoy no lo s¨¦. Pero de una manera no intelectual aquella ni?a evocaba en m¨ª mi infancia, mi vida, m¨²ltiples vidas a¨²n no conscientes, mi pa¨ªs, la Inquisici¨®n, la lucha por la libertad de un pueblo machacado a lo largo de siglos.
Vi El ¨¢ngel exterminador en Madrid, cine Galileo, en el a?o 1972 o 1973, junto a algunos centenares de progres. Salimos con un nudo en la garganta y un nudo en la cabeza. Con las luces encendidas no nos atrev¨ªamos a mirarnos unos a otros, ?lograr¨ªamos atravesar la puerta, salir del cine? Y si lo logr¨¢bamos, ?no nos detendr¨ªan a la puerta los grises, a¨²n as¨ª pac¨ªficos y obnubilados como est¨¢bamos?
En los a?os siguientes segu¨ª devorando a Bu?uel: Le journal de une femme de chambre, Un chien andalou, Nazar¨ªn, El discreto encanto -¨¦sta de nuevo en Par¨ªs-, ?l, La joven, Belle de Jour, Sim¨®n del desierto, Tristana, El fantasma de la libertad, La edad de oro, El oscuro objeto. Lo devor¨¦ como he devorado sus memorias: de una sola sentada, en una de estas t¨®rridas noches de julio-1982. Despu¨¦s, otras noches, menos t¨®rridas, repaso retazos: aquella frase, su f¨®rmula del Martini-Dry, su primer enfado con Garc¨ªa Lorca, sus confidencias sobre el mendigo de Viridiana. Su cena con Cukor o su comida con Fritz Lang.
Bu?uel dice en estas memorias que no tiene capacidad de abstracci¨®n. Puede que tenga raz¨®n. Pero lo que s¨ª ha tenido a trav¨¦s de todas sus pel¨ªculas, y tambi¨¦n de sus memorias, es una inmensa capacidad para concretar lo abstracto. Para captar en im¨¢genes sencillas y rotundas lo que todos pens¨¢bamos por debajo de los niveles conscientes.
?Qu¨¦ me seduce tanto de Bu?uel? Dif¨ªcil tarea la de elevar lo subconsciente a consciente. Casi imposible, pero en una aproximaci¨®n puedo enumerar, sin la m¨¢s m¨ªnima sistematizaci¨®n, algunas cosas sueltas. Me seduce que para ¨¦l lo que rige en el mundo es la casualidad, no la necesidad. En opini¨®n de Bu?uel, si Dios existiera jugar¨ªa a los dados. Por tanto, no existe. Conclusi¨®n tan v¨¢lida como la de Einstein, que es exactamente la contraria. No quiero con esto crit¨ªcar a Einstein, que es otro de mis grandes amores de reserva, y que no est¨¢ tan alejado de Bu?uel como pudiera parecer, como prueba el hecho de que llega a coincidir con ¨¦l, por caminos opuestos, en los temas fundamentales: los de la ¨¦tica y el compromiso. El predominio que para Bu?uel tiene el azar sobre la necesidad no significa pasividad ante la vida, adem¨¢s la pasividad a menudo procede de la sobreestimaci¨®n de la necesidad, pero s¨ª descarta la lucha desaforada, compulsiva y, sobre todo, competitiva, por la existencia. Los acontecimientos de una vida, para Bu?uel, se suceden sin causas precisas. Pero ocurren., Se trata de estar despierto y atento para vivirlos sin demasiada preocupaci¨®n del ¨¦xito o fracaso de las acciones que se acometen. Las nociones de ¨¦xito o fracaso son, para Bu?uel, intercambiables, lo cual es una concepci¨®n cuando menos relajante y hasta cierto punto certera. Por ejemplo, la vida de Einstein estuvo colmada de ¨¦xitos cient¨ªficos que se han convertido, contra la voluntad de su autor, en uno de los impulsos b¨¢sicos de la carrera de armamento nuclear, que amenaza con el fin de la humanidad. As¨ª nos encontramos conque el trabajo de un hombre que era, ante todo, pacifista y antimilitarista, es hoy la base del imperio militar-nuclear de ambas superpotencias.
Y ya que Einstein se ha introducido con tanta fuerza entre las l¨ªneas cuando lo que estoy tratando de escribir es sobre Bu?uel, me gustar¨ªa a?adir que Bu?uel vivi¨® plenamente el fin de la "dictadura de la raz¨®n abstracta" que sigui¨® a las teor¨ªas de Einstein. Para decirlo en palabras de Ortega: "Hasta ahora, el papel de la geometr¨ªa, de la pura raz¨®n, era ejercer una indiscutida dictadura. En el lenguaje vulgar queda la huella del sublime oficio que a la raz¨®n se atribu¨ªa: el vulgo habla de los dictados de la raz¨®n. Para Einstein, el papel de la raz¨®n es mucho m¨¢s modesto: de dictadura pasa a ser humilde instrumento que ha de confirmar en cada caso su eficacia". (Jos¨¦ Ortega y Gasset, La teor¨ªa de la relatividad. Selecci¨®n de L. Pearce Willians. AU.)
El surrealismo tiene bastante que ver con esta conclusi¨®n que al se?alar la limitaci¨®n de la mec¨¢nica cl¨¢sica trastoc¨® el orden racionalista caracter¨ªstico del pensamiento occidental. Bu?uel vivi¨® el surrealismo con la pasi¨®n pura y dura de su ser aragon¨¦s. A trav¨¦s del surrealismo su ¨¦tica se decant¨®: el reconocimiento del triunfo personal devino sospechoso y, por tanto, el criterio b¨¢sico de su vida radic¨® en aquello que era, de un modo posible, coherente con su propio ser. Pod¨ªa producir pel¨ªculas, comerciales de otros, sin que su nombre figurase para nada, para dirigir ¨¦l mismo Tierra sin pan, maldita y desterrada. Pod¨ªa algunos a?os m¨¢s tarde, y en medio de la m¨¢s absoluta falta de medios econ¨®micos, contemplar el que Chaplin, con el que habla trabajado anteriormente, le cerrara las puertas; o el que su amigo Dal¨ª lograra que fuera expulsado de su puesto del Museo de Arte Moderno de Nueva York, y no perder por ello su fe en los hombres y la vida. Pod¨ªa, al fin, filmar pel¨ªculas en M¨¦xico con presupuestos ¨ªnfimos y actores mediocres y, sin embargo, hacer s¨®lo las pel¨ªculas que quiso hacer, aplicando su principio de "Lo que no har¨ªa por un d¨®lar no lo har¨ªa por un mill¨®n de d¨®lares".
Sus memorias nos le muestran c¨®mo tenia que ser. Como cre¨ªamos y quer¨ªamos que fuese. Modesto y despistado, hasta el punto de no creer que ni John Ford ni Hitckock tuviesen noticia de sus pel¨ªculas. Encantado con algunos de sus actores: Moureau, Piccoli, Rabal, Fernando Rey, Delphine Seyrig, Stephane Audran o Silvia Pinal. Distanciado de otros: Signoret o Deneuve. Plasmando en sus pel¨ªculas lo que so?aba dormido o despierto. Con esa fundamental dignidad humana que le impide hablar en sus memorias de otros amores que no fueran los plat¨®nicos, o que le hac¨ªa de estar la filmaci¨®n de la escena de amor cl¨¢sica, que intentaba estropear con alg¨²n detalle escatol¨®gico. Impulsado a hacer cine al ver las pel¨ªculas de Fritz Lang. Admirador y amigo de Garc¨ªa Lorca, pero no de su teatro.
En definitiva: fuerte, duro, fr¨¢gil, obstinado, burl¨®n, contradictorio. Horrorizado y fascinado por las ara?as.
Profundamente conforme consigo mismo, por lo que no le importar¨ªa que sus pel¨ªculas se destruyeran. Un hombre, en definitiva, que al liberarse a s¨ª mismo de dictaduras y de dictados nos ha liberado tambi¨¦n un poco a los que le amamos.
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