El mito de la violencia humana
?Por qu¨¦ est¨¢ el mundo tan lleno de violencia y agresividad? ?Por qu¨¦ son tan frecuentes la hostilidad y la crueldad entre los hombres? ?Por qu¨¦ amenazan entre s¨ª las naciones con el exterminio nuclear? ?Por qu¨¦ aumenta la delincuencia pr¨¢cticamente en todas partes? ?Cu¨¢l puede ser la respuesta? La m¨¢s c¨®moda es, desde luego, afirmar que el hombre es un ser imperfecto, nacido en pecado y agresivo por naturaleza. Adem¨¢s, esta explicaci¨®n es muy satisfactoria para casi todo el mundo, porque a quien nace as¨ª predestinado no puede culp¨¢rsele por su forma de comportarse.Muchos escritores, cient¨ªficos, dramaturgos y cineastas han apoyado la concepci¨®n de la supuesta maldad innata del hombre. Si por todas partes se manifiestan la violencia y la agresividad, ?c¨®mo podemos negar que la agresividad sea instintiva, que pertenezca a la propia naturaleza humana? As¨ª se llega a una explicaci¨®n. La explicaci¨®n que lo explica todo.
La verdad es, sin embargo, que una interpretaci¨®n tan gratificante nos hace sentirnos muy tranquilos, nos libera de toda culpabilidad y nos exime de la responsabilidad de hacer todo lo que podamos para reducir la violencia que se manifiesta en nuestra convivencia y en el mundo en general. Pero las respuestas que lo explican todo, de hecho no explican nada. Como escribi¨® el gran fil¨®sofo ingl¨¦s John Stuart Mill, "de las posibles maneras de eludir las influencias de la moral y la sociedad sobre la mente humana, la m¨¢s corriente es la de hacer responsable de las diferencias de comportamiento y car¨¢cter a diferencias naturales innatas".
Perm¨ªtasenos, por tanto, analizar lo que algunos conocidos escritores y otras personalidades relevantes han dicho sobre el tema de la violencia humana; y veamos despu¨¦s si estas opiniones pueden mantenerse a la vista de los hechos.
William Golding cuenta en su novela El se?or de las moscas la historia de un grupo de ni?os en edad escolar abandonados en una isla, que se convierten en arquet¨ªpicos salvajes y comienzan a perseguirse unos a otros. Golding dice que su novela es "un intento de analizar los defectos de la sociedad a la luz de los defectos de la naturaleza humana". Pero la verdad es que no busca las razones de nada: simplemente, parte de la idea de que tanto la sociedad como la naturaleza humana est¨¢n programadas para la crueldad, el sadismo y el crimen.
Instinto de muerte
A la vista de su brillante y terrible narraci¨®n, es verdaderamente dif¨ªcil sostener que los hechos reales que se han producido en situaciones parecidas a la descrita en la novela de Golding no apoyan sus conclusiones. Por ejemplo, a comienzos de los a?os sesenta, durante un viaje rutinario de una isla a otra, unos melanesios dejaron en un atol¨®n seis o siete ni?os de edades comprendidas entre dos y doce a?os, con la idea de recogerlos poco despu¨¦s; pero sobrevino una tormenta que les impidi¨® regresar hasta pasados varios meses. Cuando los ni?os fueron rescatados se descubri¨® que se hab¨ªan portado a las mil maravillas: hab¨ªan aprendido a buscar agua potable, se alimentaban sobre todo de pescado, eran capaces de construirse refugios y, en l¨ªneas generales, hab¨ªan construido una comunidad en buena convivencia, sin luchas, peleas ni problemas de liderazgo. Konrad Lorenz, el investigador austr¨ªaco que fue premio Nobel por sus trabajos sobre el comportamiento animal, se esforzaba por demostrar en su muy le¨ªdo libro sobre la agresi¨®n que el instinto de lucha humano dirigido hacia sus cong¨¦neres es la causa de la violencia contempor¨¢nea. Antes que ¨¦l, Freud hab¨ªa defendido la misma idea con su definici¨®n del instinto de muerte, que orientaba el comportamiento del hombre hacia la destrucci¨®n y la guerra. El dramaturgo Robert Ardrey defendi¨® la misma tesis en sus libros African genesis (G¨¦nesis en ?frica), The territorial imperative y otros. Y el etn¨®logo Desmond Morris lleg¨® a¨²n m¨¢s lejos en su libro El mono desnudo, afirmando que es "una tonter¨ªa que debamos controlar nuestros sentimientos de territorialidad y agresividad", ya que nuestra propia naturaleza, puramente animal, "nunca lo permitir¨¢". Desgraciadamente, la mayor¨ªa de los escritores que han tratado el tema de la naturaleza humana han sido incapaces de discriminar entre sus prejuicios y las leyes de la naturaleza humana. Uno de estos prejuicios consiste en creer que el comportamiento agresivo del hombre es instintivo. No hay en parte alguna pruebas de ninguna clase de que los seres humanos tengan verdadero instinto. Y, por otro lado, hay muchas pruebas de que todo comportamiento agresivo -como todo comportamiento profundamente humano- es aprendido.
La caracter¨ªstica m¨¢s destacada de la especie humana es su educabilidad, el hecho de que todo lo que sabe y hace como ser humano ha de aprenderlo de otros seres humanos. Y esto lo ha ido aprendiendo en sus cuatro millones de a?os de evoluci¨®n, a partir del momento en que los hombres hubieron de abandonar la vida en los ¨¢rboles -que escaseaban a causa del descenso de las lluvias- y asentarse en llanuras abiertas donde ten¨ªa que cazar para subsistir. En la caza son muy importantes la cooperaci¨®n, la capacidad para solucionar r¨¢pidamente problemas imprevistos y la adaptabilidad. Los instintos que predeterminaran el comportamiento no hubieran tenido ninguna utilidad en el nuevo nivel de adaptaci¨®n hacia el que ¨¦l hombre hab¨ªa evolucionado: la parte aprendida, hecha por el hombre, del entorno; en otras palabras, la cultura. Lo que hac¨ªa falta era saber c¨®mo abrirse paso en un entorno creado por el hombre, y las reacciones biol¨®gicamente predeterminadas resultaban in¨²tiles ante situaciones para las que no hab¨ªan sido pensadas ni eran apropiadas. Hac¨ªan falta respuestas, no reacciones; era preciso crear soluciones, ante los nuevos y siempre cambiantes desaf¨ªos del entorno.
El instinto constituye un tipo de inteligencia recurrente que otras criaturas poseen y que las hacen mantenerse siempre en el mismo lugar de la escala biol¨®gica. Pero no es eficaz en el vers¨¢til entorno humano: ¨¦sta es la raz¨®n por la que los humanos no tenemos instintos de ninguna clase. La especialidad del hombre es ser no especializado, capaz de adaptarse a lo imprevisto, maleable y flexible.
De la misma manera, las condiciones en que se desarroll¨® la evoluci¨®n del hombre a lo largo de unos cuatro millones de a?os hicieron muy importante la capacidad de cooperaci¨®n.
Los grupos humanos eran muy peque?os hasta hace aproximadamente 12.000 a?os; los constitu¨ªan entre 30 y 50 individuos. En tales sociedades, cuyas actividades principales eran la recolecci¨®n y la caza, la ayuda mutua y la preocupaci¨®n por el bienestar de los dem¨¢s -la cooperaci¨®n- no s¨®lo eran muy estimadas, sino que constitu¨ªan condiciones estrictamente necesarias para la supervivencia del grupo. Los individuos agresivos no hubieran prosperado en tales sociedades. Por tanto, es muy improbable que pudiera haberse desarrollado algo parecido a un instinto de agresi¨®n, y mucho menos un instinto de territorialidad. Por lo que al instinto de territorialidad respecta, conviene se?a
El mito de la violencia humana
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lar que ninguno de los grandes simios (ni el gorila, ni el chimpanc¨¦, ni el orangut¨¢n) ni la mayor¨ªa de los monos que han sido estudiados poseen tal instinto. Sin embargo, como estos hechos contradicen las teor¨ªas de Ardrey, Lorenz y Morris, ellos los pasan por alto alegremente. Estos escritores escogen, a menudo, exiclusivamente los aspectos de la realidad que vienen a demostrar sus teor¨ªas, aunque ¨¦stas sean forzadas o simplemente err¨®neas.
Falsas interpretaciones
Resultar¨ªa imposible examinar aqu¨ª los muchos errores en que incurren los citados escritores, pero sus teor¨ªas han sido estudiadas en detalle y rebatidas en mi libro La naturaleza de la agresividad humana y en otros dos vol¨²menes -de los que he sido editor, Man and agression y Learning non-agression. Aqu¨ª s¨®lo es posible analizar algunos de los errores y falsas interpretaciones en que caen estos escritores.
Tratando de demostrar que la agresividad es algo inherente a la naturaleza humana, Lorenz cita un estudio sobre los indios norteamericanos utas, argumentando que "llevan una vida salvaje basada casi enteramente en la guerra y las razzias" y que, por consiguiente, "debe de haber habido entre ellos un proceso muy intenso de selecci¨®n, que ha dado como resultado un nivel de agresividad muy alto". Lorenz a?ade que "es bastante probable que esto produjera cambios en la herencia gen¨¦tica... en un per¨ªodo de tiempo corto". La violencia, los homicidios, el suicidio y las neurosis son considerados por Lorenz pruebas de la agresividad innata de los utas.
Pero el profesor Omer Stewart, m¨¢xima autoridad cient¨ªfica que ha estudiado esta tribu, ha demostrado que Lorenz est¨¢ bastante equivocado. Ni los utas fueron nunca belicosos ni estuvieron dominados por la violencia, la muerte, el suicidio o la neurosis.
Lorenz habla repetidas veces de la belicosidad del hombre primitivo. No existe ninguna prueba de esto, e incluso es muy probable que el hombre primitivo tuviera el m¨¢s m¨ªnimo esp¨ªritu guerrero. Si el hombre primitivo hubiera sido belicoso no habr¨ªa sobrevivido durante mucho tiempo, dado que el n¨²mero de individuos que formaban- los pueblos recolectores-cazadores era peque?o.
El mito de la territorialidad
Las pruebas que tenemos se?alan que las guerras -esto es, los ataques organizados de un pueblo a otro- no comenzaron a producirse hasta el desarrollo de las comunidades urbanas, hace no m¨¢s de 10.000 a?os.
Por lo que hace a la territorialidad, defendida por Ardrey como una tendencia innata a ocupar y defender un territorio exclusivo, se trata de un mito m¨¢s. Los seres humanos se comportan de muchas y muy diferentes maneras en lo relativo al territorio.
Algunos est¨¢n apegados a sus territorios y, defienden celosamente sus fronteras; otros, como los esquimales, carecen del sentido de la propiedad territorial y reciben bien a cualquiera que decida instalarse entre ellos. Los pueblos recolectores y cazadores viven a menudo sobre territorios cuyas fronteras s¨¦ superponen y ¨¦stas nunca son motivo de conflictos de ninguna clase. Hay otros grupos tribales que se adaptan pac¨ªficamente a la invasi¨®n de sus tierras march¨¢ndose a otro lugar. Para otros no constituye ning¨²n problema abandonar sus tierras para ir a otras m¨¢s adecuadas a sus objetivos.
Los grupos y la agresividad
En esencia, unas sociedades tienen sentido de la territorialidad y otras no. Y esto no tiene nada que ver con la tendencia o el instinto, y s¨ª mucho con lo que esos pueblos han aprendido a pensar y sentir sobre el territorio.
Morris habla de los grupos como un elemento que provoca las reacciones agresivas. La
agresividad que en ellos surge no es una reacci¨®n, sino una respuesta; no es innata, sino aprendida. Los grupos en s¨ª mismos no provocan la agresividad. Los indios asi¨¢ticos, los todas y los birhor del sur de la India, los hadza de ?frica, los punan de Borneo, los pigmeos de la selva de Ituri, los arapesh del r¨ªo Sepik (Nueva Guinea), los yamis de la isla de Orchid (cerca de Taiwan), los hopi y zuni de Am¨¦rica del Norte y otros muchos pueblos, como los tasaday de Mindanao (Filipinas), son comunidades no agresivas. Se podr¨ªa decir, por supuesto, que tales pueblos han aprendido a controlar su agresividad innata. Pero esto implicar¨ªa asumir que existe algo as¨ª como una agresividad no aprendida, un deseo natural de herir a los dem¨¢s. Hasta que alguien pueda darnos una m¨ªnima prueba de tal cosa, parece bastante m¨¢s razonable pensar -bas¨¢ndonos en las pruebas reales que tenemos que no hab¨ªa una agresividad innata en un principio y que los citados pueblos no agresivos son as¨ª porque no han aprendido a reaccionar con agresividad ante ninguna situaci¨®n. Los hechos demuestran que el hombre no nace con un car¨¢cter agresivo, sino con un sistema muy organizado de tendencias hacia el crecimiento y el desarrollo en un ambiente de comprenn. Hay pruebas de que las tendencias humanas b¨¢sicas est¨¢n dirigidas hacia el desarrollo a trav¨¦s de la capacidad para relacionarse con los dem¨¢s de manera cada vez m¨¢s amplia y creativa, haciendo m¨¢s f¨¢cil la supervivencia. Cuando estas tendencias b¨¢sicas de comportamiento se frustran, los seres humanos tienden hacia el desorden y a convertirse en las v¨ªctimas de los otros humanos igualmente afectados por estos desajustes.
La salud es la capacidad de ser hombre
La salud es la capacidad para amar, para trabajar, para jugar y para usar la propia inteligencia como una herramienta de precisi¨®n. Los humanos han nacido para vivir, como si vivir y amar fueran una misma cosa. Para amar hay que aprender a amar y s¨®lo se aprende a hacerlo cuando se es amado. El afecto es una necesidad fundamental. Es la necesidad que nos hace humanos. De ah¨ª que una persona que no haya sido as¨ª humanizada durante los seis primeros a?os de su vida padezca un proceso de deshumanizaci¨®n que les lleva hacia comportamientos destructivos, aprendidos en un intento desordenado y equivocado de adaptarse a un mundo tambi¨¦n desordenado y provocador de tensiones. De estos des¨®rdenes surgen toda la agresividad y los enfrentamientos violentos, tanto a escala individual como colectiva.
Muchos profetas apasionados han predicado largamente las virtudes del amor, pero pocos han se?alado por s¨ª mismos el camino. El significado de una palabra radica en los actos en que se manifiesta; al amor se le ha atribuido una significaci¨®n ritual pero casi nunca ha expresado su significado real como compromiso en el sentido de algo que se practica, de algo que es parte de nuestro comportamiento diario. Recordemos siempre que la humanidad no es algo que se hereda, sino que nuestra verdadera herencia reside en nuestra capacidad para hacernos y rehacernos a nosotros mismos. Que no somos criaturas, sino creadores de nuestro destino.
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