Casi mejor que el amor
En una entrevista de prensa que Soledad Mendoza me hizo en Caracas hace algunos a?os declar¨¦ con bastante conocimiento de causa que todos los hombres somos impotentes. Muchos de mis amigos venezolanos -como buenos machistas caribes- me amenazaron con demostrarme en carne propia que ellos no lo son. Un m¨¦dico a quien le cont¨¦ esta an¨¦cdota la otra noche me dijo: "Advi¨¦rteles a tus amigos que no hagan tantos alardes de su masculinidad, porque a lo mejor se descubre que se han hecho implantar una pr¨®tesis". Es decir, un mecanismo artificial de erecci¨®n. Ninguno de los presentes en aquella reuni¨®n tan instructiva hab¨ªa o¨ªdo hablar nunca de este recurso de nuestro tiempo, que parece ser la soluci¨®n final de la pesadilla m¨¢s temible y a la vez m¨¢s secreta de nosotros, los pobres hombres. Sin embargo, parece ser que cada d¨ªa m¨¢s amantes frustrados tienen que apelar a este artificio -sobre todo en Estados Unidos- y que los resultados son de lo m¨¢s consoladores.Al contrario de lo que ocurre a menudo, el problema de los- impotentes reales es que tienen que demostrarlo con hechos y aun con testimonios de sus mujeres para que el cirujano tome la decisi¨®n de implantarles la masculinidad postiza. En realidad hay dos clases de impotencia. Una, la m¨¢s frecuente, es de origen ps¨ªquico y no requiere una pr¨®tesis mientras el psiquiatra o el psic¨®logo no hayan agotado todas sus artes. La otra tiene una causa org¨¢nica y en t¨¦rminos generales es irreversible. Es para estos casos para los que la pr¨®tesis constituye el ¨²nico recurso de salvaci¨®n.
Cuando la causa no es muy evidente, los m¨¦dicos tienen un sistema que permite establecer la naturaleza del defecto. Una vez hechas todas las pruebas m¨¦dicas para. demostrar que, en efecto, el paciente no tiene erecciones, todav¨ªa hay que hacer la prueba ole colocar unos electrodos en la base y en la cabeza del ¨®rgano sexual y conectarlos durante la noche a un aparato que registra -como un electrocardiograma- las erecciones que tiene el paciente mientras duerme. Un hombre normal tiene entre seis y ocho erecciones en una buena noche de sue?o. Si en dos noches consecutivas se demuestra que el paciente dormido no tiene ninguna erecci¨®n se puede considerar que su impotencia es org¨¢nica y no psicol¨®gica, y s¨®lo entonces est¨¢ permitida la implantaci¨®n de la pr¨®tesis.
Hay otras causas de impotencia transitoria cuyas consecuencias son remediables. Una de ellas es la prostatitis, cuyos efectos contra la erecci¨®n desaparecen tan pronto como desaparece la causa. Otra es la arteriosclerosis, por obstrucci¨®n de las arterias que irrigan los cuerpos cavernosos del pene. Esta causa es bastante frecuente y se remedia con la construcci¨®n de un by pass -como el que se hace a los cardiacos- para restituir la circulaci¨®n normal de la sangre en los ¨®rganos genitales. Sin embargo muchos m¨¦dicos aseguran que la mayor¨ªa de sus pacientes por impotencia son adolescentes drogadictos. La marihuana, la coca¨ªna, la hero¨ªna y aun los tranquilizantes que se venden como los m¨¢s inocuos producen un debilitamiento de la potencia, y no s¨®lo por causas org¨¢nicas sino tambi¨¦n porque los efectos psicol¨®gicos de la adicci¨®n afectan de un modo muy profundo al apetito ven¨¦reo. Menos mal -dicen los m¨¦dicos- que tambi¨¦n este tipo de impotencia cesa poco tiempo despu¨¦s de que se interrumpe la adicci¨®n. Por ¨²ltimo habr¨ªa que citar una causa de muy alta frecuencia: la fidelidad conyugal absoluta. O, por decirlo de otro modo m¨¢s feroz: la falta de amor. Est¨¢ demostrado que hombres normales y bien servidos, que han disfrutado de una larga y fruct¨ªfera vida-matrimonial, son v¨ªctimas a partir de cierta edad de los estragos de la rutina. Algunos de ellos deciden acudir al m¨¦dico, y si ¨¦ste es un profesional inteligente deber¨ªa darles un consejo qu¨¦ tal vez fuera providencial: "Pruebe con otra". Es triste, pero cierto. Y no s¨®lo en el caso de los hombres, desde luego.
En s¨ªntesis, parece que la causa m¨¢s com¨²n de la impotencia org¨¢nica irreversible es la diabetes avanzada. Esto no quiere decir -aclaran los m¨¦dicos- que todos los diab¨¦ticos sean incapaces de pasar una buena noche sin dormir. Pero entre el 10% y el 15% de ellos son propensos a perder el sue?o s¨®lo por no poder. Otra causa son los golpes, los accidentes o cualquier enfermedad que lesione de un modo grave los mecanismos del sistema erectivo. En estos casos no hay m¨¢s recursos que sustituirlo por un mecanismo artificial.
El doctor Neftal¨ª Otero, un ur¨®logo colombiano que es en realidad uno de nuestros buenos cerebros fugados en Chicago, les ha hecho a los lectores de esta columna el favor de explicarme con una versaci¨®n ejemplar los diferentes sistemas de pr¨®tesis genital que se est¨¢n usando cada vez m¨¢s en Estados Unidos pero que sin duda est¨¢n disponibles en nuestros pa¨ªses, tal vez menos urgidos, pero s¨ª m¨¢s asustados por el fantasma del querer y no poder. El artificio m¨¢s usual es el de Small Carrion -llamado as¨ª, como todos los otros, por el nombre de su inventor- y consiste en colocar por medios quir¨²rgicos en los cuerpos cavernosos un par de cilindros r¨ªgidos de silic¨®n. Es una operaci¨®n muy sencilla, que demora entre 30 y 45 minutos con anestesia local y despu¨¦s de la cual se puede disfrutar para siempre de una erecci¨®n invencible. El hombre queda en condiciones de llevar una vida sexual sin sobresaltos y su ¨²nico problema se reduce a que su sastre encuentre la manera de que la soluci¨®n no se le note demasiado.
Otro sistema muy usado es el de Jon¨¢s, que viene a ser un perfeccionamiento del anterior. La diferencia es -que en este caso los cilindros de silic¨®n son flexibles, pero tienen un resorte que se maneja a voluntad y permite plegar y replegar el saxof¨®n del modo m¨¢s conveniente. Es -para entenderlo mejor- una soluci¨®n con bisagras que permite guardar el instrumento cuando ya la m¨²sica se ha acabado, y se evita as¨ª el problema de pedirle favores al sastre. No es para re¨ªrse: el sistema es serio y tan ¨²til como el original, y tiene sobre ¨¦ste la ventaja de que funciona a cualquier hora y en cualquier parte, y hasta con susto y sin amor.
El sistema que m¨¢s se acerca a la perfecci¨®n, sin embargo, es el llamado de Scott -como el de la emulsi¨®n del pescado a cuestas, qu¨¦ casualidad- y sus diferencias con el de la realidad son apenas perceptibles. Consiste en colocar dentro de los cuerpos cavernosos los mismos cilindros de silic¨®n, pero conectados en este caso, mediante unos tubos conductores, con un recipiente de un l¨ªquido est¨¦ril. Este recipiente se encuentra debajo de, los m¨²sculos del abdomen y est¨¢ conectado, a su vez, con dos v¨¢lvulas implantadas dentro del test¨ªculo derecho. A la hora de la verdad, mientras los mortales comunes y corrientes rogamos a Dios que todo nos salga bien, el depositario de este ingenio magistral s¨®lo tiene que oprimir una de las dos v¨¢lvulas para inyectar de este modo el l¨ªquido est¨¦ril en los cuerpos cavernosos. El milagro no s¨®lo es inmediato, sino que uno puede regular la presi¨®n a voluntad y seg¨²n las preferencias de la feliz adversaria. Una vez terminado el episodio se puede empezar otra vez. Y as¨ª tantas veces cuantas uno quiera, hasta donde alcance la vida, y al final basta con apretar la otra v¨¢lvula para que el l¨ªquido regrese intacto y sin remordimientos a su recipiente secreto. Nada es m¨¢s barato en relaci¨®n con su servicio: el aparato cuesta 4.000 d¨®lares y su implantaci¨®n quir¨²rgica cuesta unos 2.500 en Estados Unidos. Ahora, que si el m¨¦dico es un buen amigo puede que acepte el pago en c¨®modas mensualidades y hasta sin cuota inicial. Es incre¨ªble. Tal vez en la larga y tenebrosa historia del hombre no se ha inventado otra cosa que se parezca m¨¢s a la verdad.
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