Meat Loaf, a destiempo
Es agosto, pero no hace calor mientras la luna llena se eleva tranquila sobre el barrio de Usera, campo del Moscard¨®. Aguerridas huestes recorren la M-30 a la busca de alg¨²n suceso que sacuda la gris modorra del que tom¨® las vacaciones en julio o piensa largarse en septiembre. Y nada mejor que un concierto de rock. Sobre y ante todo si el susodicho concierto va m¨¢s bien de dureza, de correosidad ciudadana, de ese ambiente que ya vamos percibiendo seg¨²n pasamos los puentes, vemos trenes, un estadio iluminado como si fuera el d¨ªa, la antigua y semiderruida entrada de un cortijo castellano, un r¨ªo que no es, un cami¨®n que se te echa encima como si fuera la escena salvaje de una pel¨ªcula australiana.Es, adem¨¢s, la ocasi¨®n fet¨¦n para rescatar aquel ¨¢cido que permanec¨ªa en la nevera y que tal vez ya est¨¦ algo pasado, como proclama acusado ramente el amigo ese que le pega a todo y jam¨¢s, jam¨¢s, compra nada. Asimismo es un buen momento para pagar 1.300 pesetas por ver a Meat Loaf y Whitesnake, un precio como cualquier otro. Excesivo.
No estaba muy lleno el campo. Fuera quedaban los aut¨¦nticos duros, los que no tienen siquiera esas pesetas, porque la crisis golpea con desigual potencia a los distintos barrios de Madrid. Dentro hab¨ªa un poco de todo, hasta mujeres con cara de c¨®ctel caro y circunstancial camiseta de Motorhead.
En fin, que se estaba bien, tumbadito en el cesped o acerc¨¢ndose al escenario por ver si el sudor de Meat Loaf (antes toc¨® un grupo de Barcelona llamado La Beps) salpicaba las caras e induc¨ªa alg¨²n placer. No vale gran cosa este americano enorme, aunque espectacular s¨ª lo es. Grita, berrea, se mueve, saca a una chica, empieza una balada y otra y su garganta famosa no es para tanto. De modo que ya va siendo cosa de acercarse al bar y tragar un combinado de polvo y bebida como no hay dos. El problema de Meat Loaf es muy sencillo: no vino cuando interesaba y cuando ha llegado no interesa. La vida es muy dura.
Por contra, Whitesnake, que estuvieron en Madrid cuando apenas comenzaba el grupo, parte de la leyenda de Deep Purple, los inventores de este tinglado, como aquel que dice. Aqu¨ª est¨¢n John Lord y David Coverdale, Cozy Powell y Micky Moody como guitarrista estrella. Y aqu¨ª fue el levantar los brazos, el jolgorio y el festejo.
Esta musica crea vicio, ya se sabe, y viene a ser algo as¨ª como el alimento b¨¢sico de toda una serie de persor¨ªas que no parecen preocuparse demasiado porque la cr¨ªtica o los modernos ridiculicen su musica o la llenen de anatemas. No, es palmario que esta gente disfruta con esos ritmos machacones, est¨¢ perfectamente dispuesta a encender lo que haga falta cuando llega la lenta e incluso aplaude como una gracia cuando Micky Moody rasguea su guitarra en plan espa?olada o cuando John Lord, sin poder resistir un momento m¨¢s, la emprende con El concierto de Aranjuez, que es cosa muy sentida.
El p¨²blico del rock duro vale mucho m¨¢s que la m¨²sica en torno a la cual se congrega. Que ¨¦sta sea b¨¢sica, repetida (que no repetitiva), llena de trucos y carente de alma viene a ser lo mismo: el p¨²blico es la fiesta, ese es el punto.
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