Borges llega a Cantabr¨ªa en una atm¨®sfera de 'Casablanca'
ENVIADA ESPECIAL Lo que ¨¦l mismo defini¨® como "una agradable brisa oto?al" recibi¨® a Jorge Luis Borges con el viento en la cara en el aeropuerto de Santander, adonde lleg¨® ayer acompa?ado por lo que el escritor llama la compa?¨ªa: sus amigos Emir Rodr¨ªguez Monegal y Mar¨ªa Kodama, y el rector de la universidad Internacional Men¨¦ndez Pelayo, Santiago Rold¨¢n. Borges, que recibir¨¢ ma?ana la gran cruz de Alfonso X el Sabio, que le ha sido concedida por el Gobierno espa?ol, aprovech¨® para decir que est¨¢ encantado con el clima norte?o y que su bast¨®n irland¨¦s se siente especialmente feliz en medio de la niebla.
En el aeropuerto, la llegada borgiana revisti¨® caracteres entre oniricos y humor¨ªsticos. El avi¨®n tom¨® tierra en lo que parec¨ªa el decorado final, grumoso y mel¨¢ncolico de la pel¨ªcula Casablanca. Borges fue instalado en una silla de ruedas y un empleado del aeropuerto empez¨® a conducirlo hacia la sala de autoridades, seguido de cerca por el s¨¦quito, esa compa?¨ªa de la que el narrador argentino comenta: "Hoy no hemos actuado, qu¨¦ bien", y que a Juan Cueto, que le acompa?a, le recuerda la troupe de Miguel R¨ªos. De repente, ante nuestro pasmo, el empleado del aeropuerto tom¨® carrerilla, empujando enfervorizadamente el cochecito con el maestro. Lo primero que se le ocurri¨® a una fue que le estaban secuestrando. Y todos debimos pensar lo mismo porque nos pusimos a perseguirle y a gritarle; segundos m¨¢s tarde comprendimos nuestro error: el hombre s¨®lo se adelantaba para alcanzar la rampa por donde podr¨ªa introducir con mayor comodidad a Borges en el sal¨®n de autoridades.Gastando bromas continuamente, como es su costumbre, acerca de s¨ª mismo y su obra
-"El Al¨¦ph", dijo, "creo que ¨¦se era un buen cuento, pero hace tanto tiempo que no lo escrib¨ª yo, lo escribi¨® el otro"-, dicharachero, coqueto ante las c¨¢maras que no ve pero presiente, el narrador se dirigi¨® porteriormente al Hotel Real, en donde todo el mundo esperaba que se retirara a descansar a su habitaci¨®n. Ni mucho menos. Jorge Luis Borges, que lleva una marcha impresionante, se dedic¨® a declamar a Shakespeare -en ingl¨¦s, naturalmente- al tiempo que paseaba por los jardines.
Los otros se marcharon, no sin antes prometerle volver por la noche para llevarle al concierto de la Porticada, y ¨¦l dijo entonces que aprovechar¨ªa la tarde no para regalarse una siesta, sino para trabajar, manejando a su antojo esos libros que guarda en las ocho maletas con las que se desplaza.
Esta tarde, Cabrera Infante, Cueto y Rodr¨ªguez Monegal mantendr¨¢n un coloquio con Borges.
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