La guerra se viste de miseria en el hospital central de Yamena

El doctor Ren¨¦ Jancouici, de 34 a?os de edad, trabaja en el hospital central de Yamena como cooperante franc¨¦s. Se encarga exclusivamente de los pacientes militares, los heridos de la guerra en el norte que han conseguido llegar hasta la capital de Chad. En ese hospital hay 70 heridos de guerra; otros 80 son atendidos en el segundo centro sanitario del pa¨ªs, en las afueras de Yamena. El hospital central es el s¨ªmbolo m¨¢s elocuente del abismo que separa al mundo desarrollado de lo que lla mamos Tercer Mundo.Habitaciones en las que el insoportable olor a or¨ªn caliente es superado por im¨¢genes dantescas y de cuerpos mutilados. Rostros de formes y llantos de ni?os enfermos, cuyas vidas se cobra la naturaleza africana para que s¨®lo sobrevivan los m¨¢s fuertes. Enfermos tumbados sobre un somier o sobre una simple estera que conviven con sus familiares, que preparan la comida en hornillos de carb¨®n.Cuatro o cinco miembros de la familia permanecen constantemente junto al enfermo, llenando a reventar cuartos en los que en esta ¨¦poca puede hacer 40? durante la noche. "?Qu¨¦ se puede hacer?, esto es ?ffica", contesta resignado el m¨¦dico franc¨¦s cuando le preguntamos c¨®mo puede trabajar en condiciones peor que infrahumanas. "La ausencia de condiciones sanitarias la combatimos con antibi¨®ticos, y es curioso que con muy poca cantidad podemos garantizar m¨¢s o menos la higiene del hospital".El doctor Jancouici explica que los africanos, al no haber tomado nunca antibi¨®ticos, son muy receptivos, mientras que en Europa el gasto en antibi¨®ticos crece en proporci¨®n geom¨¦trica porque la mayor parte de la poblaci¨®n es casi adicta a la penicilina y sus derivados.
Nadidye es un soldado que se encontraba en el frente de Faya Largeau cuando la ciudad fue atacada por los rebeldes de Gukuni Uedei y los libios, hace menos de un mes. Su cuerpo atl¨¦tico, de 20 a?os, est¨¢ cubierto de quemaduras producidas al estallar el dep¨®sito de gasolina del cami¨®n que conduc¨ªa. Su madre, que esconde el rostro a la c¨¢mara fotogr¨¢fica, le seca el sudor desde el borde de la cama. A su lado hay otro soldado enfermo de t¨¦tanos.
En una habitaci¨®n de la misma planta, a la que se llega despu¨¦s de salvar en el pasillo a un vigilante armado que pide tabaco a una mujer con los pechos desnudos que ruega al m¨¦dico que la atienda m¨¢s tarde y a un enfermero chadiano, con una bata blanca manchada de sangre, que consulta al doctor sobre la evoluci¨®n de un hospitalizado, est¨¢ tumbado, entre m¨¢s de una docena de personas, Abdulaye Mahamat, herido cuando conduc¨ªa un tanque, que fue atacado por la aviaci¨®n libia en Faya-Largeau. Cuatro de sus compa?eros murieron en ese ataque; a ¨¦l le han cortado una pierna.
Es una dram¨¢tica exposici¨®n de miembros amputados, j¨®venes quemados y relatos tr¨¢gicos de la huida de Faya-Largeau, de c¨®mo salieron a pie para atravesar los 700 kil¨®metros de desierto que separan esa localidad de Yamena. La mayor parte muri¨® en el camino.
El m¨¦dico nos presenta a Omar Didane, que no conoce su edad. ?l mismo se cort¨® la pierna con un cuchillo tradicional, el sakine, para evitar que su herida se gangrenase. Jancouici asegura que este soldado no es el ¨²nico que ha hecho eso.
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