Risas, indiferencia, bilis
Risas, indiferencia, indignaci¨®n y alguna bilis. As¨ª hay que resumir la ruidosa pol¨¦mica sobre el silencio de los intelectuales de izquierda en Francia. Pol¨¦mica, para ser justos, ha habido m¨¢s bien poca. Silencio, a¨²n menos. En cuanto a los intelectuales, parece que se decidieron a hablar muchos m¨¢s de los que Gallo, promotor del seudodebate, pod¨ªa esperar.Exigencia personal
Todo se remonta a finales de julio pasado, cuando el portavoz del Gobierno cree conveniente, en respuesta a una exigencia personal que como intelectual tiene consigo mismo, dirigirse a la opini¨®n p¨²blica francesa para exponer una serie de interrogantes que nadie ha interpretado como ¨¦l quer¨ªa. A Max Gallo no le gusta que le recuerden que tampoco entre sus compa?eros del Gobierno se ha entendido muy bien esa llamada de atenci¨®n a la clase pensadora. Pr¨®ximos colaboradores de
J
M. S.,
Fran?ois Mitterrand han reconocido el disgusto del presidente por el texto de su ministro. En cultura ha sido el crujir y rechinar de dientes. ?C¨®mo iba a disociarse al intelectual del pol¨ªtico que escrib¨ªa el art¨ªculo? Resultado: las iras se han volcado contra lo que aparece como manipulaci¨®n, al decir de muchos. ?Soledad, silencio, abandono? Aqu¨ª nadie est¨¢ de acuerdo. Los intelectuales son celosos de su independencia y pocos han recibido con buen ¨¢nimo la palmadita de advertencia de Gallo. ?Estar presente? La cuarentena de respuestas a Le Monde, acusado por alguien de haber confabulado para llenar las columnas vac¨ªas en verano con una pol¨¦mica hueca, refleja los peligros de semejante llamada. Al ministro le han contestado que participar en el debate de las ideas es cosa bien distinta a hacer ruido, como ¨¦l hace, o convertirse en provocador, dando consignas. Philippe Boggio ha resumido en el vespertino parisiense los ataques al portavoz del Gobierno, criticado como escritor por su estilo, como historiador por la calidad de sus fuentes y como socialista por las p¨¦rdidas de memoria.
Gallo se queja de no ser escuchado, de haber sido tomado como excusa para justificar el desfogue, el despliegue de los propios fantasmas. Salvo alg¨²n camarada socialista, Julio Cort¨¢zar ha sido el ¨²nico personaje conocido que lament¨® la existencia de un debate que olvidara al pueblo, protagonista por definici¨®n de un debate pol¨ªtico o intelectual entre hombres de izquierda.
Estar en otra onda
La evidencia no es que los intelectuales se encuentren m¨¢s lejos de los socialistas, desde que ¨¦stos ganaron las elecciones, sino que aqu¨¦llos han de estar necesariamente en otra onda. Desde la oposici¨®n se tiene la obligaci¨®n de criticar todo, como hac¨ªa Mitterrand en tantos asuntos que ahora ve con buenos ojos. M¨¢s de uno lo ha escrito estas semanas: el intelectual, especialmente el de izquierdas, ha de ser el Pepito Grillo de quienes gobiernan. Christian Zimmer recordaba que es con la moral, y no con el poder, con quien la izquierda tiene un compromiso. Y si ayer se criticaba a Giscard su megaloman¨ªa, hoy Mitterrand es blanco de quienes le reprochan, por ejemplo, no haber cumplido su promesa electoral de permitir un refer¨¦ndum por iniciativa popular.
Escondido entre los signos de interrogaci¨®n, que no ocultan el bosque de su recelo hacia quienes no entienden el compromiso con ¨¦l, Max Gallo ha provocado una querella de patio de vecinos. Los trapos sucios del ministro han creado la ilusi¨®n de que algo ha cambiado en Francia. Y algo ha cambiado, pero no como ¨¦l sugiere, ni tampoco en estos d¨ªas. Pero el portavoz progubernamental prefiere quedarse en el papel de v¨ªctima y aceptar el desgaste de su imagen en bien de la causa.
Babelia
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