Shultz, 'empresario' de la diplomacia de EE UU
Tranquilo, prudente, psic¨®logo y, sobre todo, pragm¨¢tico, tal es la personalidad del secretario de Estado norteamericano, George Shultz, considerado como el empresario de la pol¨ªtica exterior norteamericana, por su influencia ante el presidente Ronald Reagan y por el prestigio acumulado frente a los miembros del Congreso a lo largo de una larga carrera en el mundo de la pol¨ªtica y los negocios.Cuando Reagan form¨® su gabinete ministerial, a primeros de 1980, George Shultz fue tanteado para ocupar un importante cargo. Sin embargo, Shultz prefiri¨® continuar en su puesto de vicepresidente de la potente multinacional de ingenier¨ªa en obras p¨²blicas, la empresa californiana Betchel, granero de altos funcionarios para la Administraci¨®n Reagan. Pasaron 18 meses hasta que estall¨® la crisis entre la Casa Blanca y el Departamento de Estado, que concluy¨® con la espectacular, pero no inesperada, dimisi¨®n del fogoso ex general Alexander Haig al frente de la diplomacia estadounidense.
RAM?N VILAR?, Madrid
A. BASTENIER,
Shultz no era un desconocido cuando se hizo cargo de las relaciones exteriores de su pa¨ªs. Para ese economista bregado en nego cios internacionales, la Administraci¨®n le hab¨ªa ocupado en cargos de secretario del Tesoro (equivalente a un superministerio de Econom¨ªa en EE UU) durante la Administraci¨®n. del presidente republicano Richard Nixon. Inmediatamente a su llegada al Departamento de Estado, Shultz dio un enfoque diametralmente opuesto al estilo de trabajo de su predecesor ex militar. Shultz form¨® un equipo, esquiv¨® toda pol¨¦mica con los asesores presidenciales de la Casa Blanca y comenz¨® a estructurar una pol¨ªtica exterior que estaba bastante maltrecha tras las tensiones aliadas a prop¨®sito del gasoducto siberiano, el punto muerto de las conversaciones EE UU-URSS sobre limitaci¨®n y control de armas, la guerra de la Malvinas y el embrollo de Oriente Pr¨®ximo.
Consciente, como buen empresario, de la interdepencia mundial y de la necesidad de adaptar la pol¨ªtica a tal principio, Shultz lim¨® diferencias entre la Administraci¨®n Reagan y los Gobiernos europeos aliados para cancelar la disputa sobre el gasoducto siberia no y estimul¨® el proceso negociador en Ginebra que deber¨ªa concluir en un compromiso en materia de armas nucleares. Viaj¨® a China para reducir diferencias entre Pek¨ªn y Washington. Increment¨® su presencia en los pa¨ªses de Oriente Pr¨®ximo para evitar que naufragara el plan de paz de Ronald Reagan para la zona. Moder¨® las susceptibilidades entre aliados en la reciente cumbre econ¨®mico-pol¨ªtica celebrada el pasado mes de mayo en Williamsburg.
Pero esta diplomacia tranquila practicada por Shultz no encontr¨® solo partidarios. La influencia de Shultz sobre Reagan, ilustrada por la frase de "cuando Shultz habla, el presidente escucha", fue siempre objeto de recelo por parte de otros protagonistas de la pol¨ªtica exterior norteamericana. Algunos, por considerarlo demasiado pro¨¢rabe; otros, por valorarlo como excesivamente d¨¦bil a la hora de afrontar lo que los duros de la Casa Blanca analizan como la "amenaza comunista" en Centroam¨¦rica. As¨ª nacieron hace unos meses las primeras diferencias entre Shultz y los ultraconservadores de la Administraci¨®n Reagan, encabezados por el responsable del Consejo Nacional de Seguridad, William Clark, y la embajadora ante la ONU, Jeane Kirkpatrick. "Me entran ganas de volver a California", dijo Shultz recientemente, originando una polvareda pol¨ªtica ante la posible desaparici¨®n del moderado representante de la pol¨ªtica exterior norteamericana. Shultz podr¨ªa dejar el cargo en caso de reelecci¨®n del presidente Reagan, en noviembre de 1984, o incluso antes si aumentan las diferencias tradicionales entre la Casa Blanca y el Departamento de Estado, estimuladas tras los nombramientos de "enviados especiales" de Reagan a zonas calientes de la pol¨ªtica mundial, como representan los casos de Richard Stone y Henry-Kissinger para Centroam¨¦rica, y Robert McFarlane para Oriente Pr¨®ximo, con l¨®gico cortocircuitaje de la Casa Blanca al Departamento de Estado.
Buen conocedor de las particularidades de la pol¨ªtica europea, con amistad personal con varios l¨ªderes politicos, Shultz ser¨¢ duro, pero pragm¨¢tico, en su entrevista de hoy en Madrid con su hom¨®logo sovi¨¦tico, Andrei Gromiko. Un encuentro enturbiado por el brutal ataque sovi¨¦tico a un avi¨®n de l¨ªnea regular surcoreano, con 269 v¨ªctimas que, probablemente, no cancelar¨¢ una segunda ronda de entrevistas Shultz-Gromiko a finales de mes, en Nueva York, en el contexto de la Asamblea General de las Naciones Unidas.
George Shultz, de 62 a?os de edad, es un aficionado al p¨®quer, entusiasta del golf y practicante del tenis. En definitiva, un amante de los ocios que exigen sangre fr¨ªa y precisi¨®n, como debe corresponder a un empresario de la pol¨ªtica exterior norteamericana, capaz de lidiar con los adversarios de su actuaci¨®n dentro de la Administraci¨®n Reagan y con deseos de convencer a sus hom¨®logos de otros pa¨ªses. Casado con la enfermera Helena que conoci¨® en su epoca de marine en el Pac¨ªfico durante la segunda guerra mundial, tiene cinco hijos y vive sin lujos en Washington.
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