Lo carnal
Cuando ellas aseguran que les gustamos, sienten, por lo general, que les gustamos. Pero ?qu¨¦ quiere decir que les gustamos? Esa mirada buida, esa barba cerrada, ese ¨¢ngulo del codo soleado al conducir, incluso esos muslos tan bien constituidos que asoman por el pantal¨®n de tenis. No cabe duda de que est¨¢n refiri¨¦ndose a algo f¨ªsico. Pero, decididamente, ?experimentan una pasi¨®n carnal? ?Se les llega a ofuscar el entendimiento y nos asaltar¨ªan sin reflexi¨®n, siendo nuestro cuerpo para ellas una turbaci¨®n inaplazable? No es seguro. Nos aman, nos adoran, frecuentemente nos ceden la ¨²ltima aceituna rellena que queda en el plato, pero a la vez su amor es un tejido demasiado mixto donde no se sabe en qu¨¦ punto termina la ternura y la pasi¨®n comienza, d¨®nde se encuentra esa presunta excitaci¨®n en crudo. Cierto: m¨¢s de una vez se abalanzaron con desenfreno, pero al instante se vislumbr¨® tambi¨¦n que su arranque era como un cebo para reclamar nuestro ardor m¨¢s que para cumplir obsesivamente el suyo.Obs¨¦rvese, por ejemplo, c¨®mo acarician esa zona corporal que nos alaban. La punta de sus dedos ingr¨¢vidos recorre circuitos y circuitos interminables. Ser¨ªa necesario haber alcanzado el autodominio hiperest¨¦sico de los faquires para dar cuenta de la magnitud de este femenino tes¨®n sin t¨¦rmino. No siendo as¨ª, y dispuesto a seguir el experimento en actitud pasiva, m¨¢s le vale a uno que suene el tel¨¦fono o llamen al timbre. Sin ese azar, su caricia se convertir¨¢ a menudo en un reclamo al que nuestra caricia responde y la excede hasta invertir el enunciado objeto del deseo. Es decir, les gustamos, pero parece que les gustemos menos como lugares de arribada que como veh¨ªculos para albergar su pasi¨®n y devolv¨¦rsela elocuentemente procesada.
VICENTE VERD?
G.,
Nadie quiere ser avasallado, pero en este ¨¢mbito del sexo, quien no experimenta a su cuerpo como un objeto capaz de desencadenar un gozoso simulacro de violaci¨®n no adquiere nunca la convicci¨®n de ser rotundamente deseado. Esta es la miseria de los hombres. Las mujeres, cuando sienten que gustan a un hombre, saben, tienen la evidencia de que su cuerpo es un fest¨ªn para el amante. Sin embargo, ?cu¨¢ndo puede -o podr¨¢- decir lo mismo un hombre?
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