Goleada del Bar?a al Mandeburgo
Lalo, el hermano peque?o de Maradona, se mord¨ªa los labios de en vida desde su localidad en la tribuna del estadio Ernst Grube. Un seguidor le hab¨ªa preguntado, nada m¨¢s llegar al estadio y antes de bajar del autob¨²s, si estaba preparado para jugar. Lalo contest¨® que s¨ª. Minutos despu¨¦s, Diego Armando Maradona, deleitaba a los 32.000 espectadores conjuga das que Lalo se sabe de memoria, con cintas que el chaval, -con un f¨ªsico y una melena id¨¦ntica a la de su hermano- ha repetido, una y mil veces, en el pasillo de su casa. Pero ¨¦l estaba en la tribuna, junto a su padre, al lado de Cyterzspiler y del padre de este. En el campo un equipo de video recog¨ªa todos los movimientos del Pelusa. Esta gente, ya se sabe, no repara en gas tos, va por lo grande.Pues bien, ante un equipo totalmente desdibujado, que facilitaba el despliegue blaugrana con su irregular marcaje zonal, su escaso pressing y su absoluta imprecisi¨®n, Maradona hizo locuras y dej¨® boquiabiertos al p¨²blico alem¨¢n, que acab¨® apladudiendo enamoradamente. S¨®lo los supporters abufandados se resistieron a la humillaci¨®n y se consolaron llamando "traidor" a Schuster. Y es que ante la superioridad azulgrana y las habilidades de Maradona no hab¨ªa otra posibilidad que el p¨²blico reconocimiento. Maradona, como queriendo imitar a su amigo Julio Iglesias -cuya intenci¨®n es la de ser un entertainer- quiso deleitar a un p¨²blico que hab¨ªa venido desde todos los rincones de la RDA para presenciar su f¨²tbol.
E
P?REZ DE ROZAS,
Ni que decir tiene que el f¨²tbol de Maradona fue intermitente. Es imposible jugar con tanta belleza durante 90 minutos. Todo empez¨® en el minuto 2. Y con gol. Silencio. Admiraci¨®n. ?Todo estaba acabado!. Al nerviosismo alem¨¢n se un¨ªa ahora un resultado adverso. Dos minutos despu¨¦s Maradona volvi¨® a sentar a Cramer. Y, a los 14 minutos, la locura. Diego recogi¨® un bal¨®n en el centro del campo. Se col¨® por el centro, dej¨® atr¨¢s a Cramer, sent¨®, esta vez, a Stahamnan, se abri¨® a la derecha y cruz¨® el bal¨®n a la salida de Heyne.
Aquellos primeros 45 minutos parecieron agotar a los barcelonistas que, tras el descanso, saltaron al campo dispuestos a aguantar el ataque desesperado de los locales. El Magdeburgo atac¨®, pero mal y desordenadamente.
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