La Iglesia recela de la democracia
En una de sus ¨²ltimas declaraciones en Madrid dec¨ªa el cardenal Taranc¨®n que el reto mayor de la Iglesia era encontrar su sitio en la democracia. Eso mismo piensan muchos pol¨ªticos, aunque no es seguro que todos coincidan en el diagn¨®stico y en los remedios a la confesada falta de asiento.Por lo que hace a la Iglesia, hay conciencia en ella de que en el nuevo sistema pol¨ªtico se han acabado los privilegios, y si a¨²n se observan diferencias de trato respecto a otros grupos sociales eso hay que ponerlo en la cuenta de las exigencias de la propia naturaleza o como derivaciones de su funci¨®n social. Y aqu¨ª empiezan los problemas de ubicaci¨®n, porque la democracia, para conseguir formas civilizadas de convivencia, ha tenido hist¨®ricamente que emanciparse de instituciones como la Iglesia, empe?ada ahora en alargar su vieja tutela en asuntos como la escuela, la formaci¨®n de la opini¨®n p¨²blica o la moralidad del Estado.
REYES MATE
B.,
Nadie pone en duda que la formalidad de la democracia d¨¦ cancha a la Iglesia, como a cualquier otra organizaci¨®n social, para su desarrollo en la escuela e intente influir en la vida p¨²blica. Pero ser¨ªa peligroso olvidar que la democracia ha creado unas reglas de juego que hacen posible la convivencia pol¨ªtica. Dec¨ªa Voltaire que "la paz lleg¨® a Europa cuando los Estados dejaron de hacer teolog¨ªa", refiri¨¦ndose a la tolerancia que hubo que arrancar, tras cruentas guerras de religiones, a Estados sacralizados. Tambi¨¦n Kant colocaba la madurez del hombre adulto en el uso p¨²blico de su raz¨®n, a cuyo tribunal "ni las m¨¢s sublimes verdades religiosas pod¨ªan sustraerse". La tolerancia Social y el pluralismo pol¨ªtico, por un lado, y la afirmaci¨®n, por otro, de que la formaci¨®n del hombre moderno depend¨ªa de la comunicaci¨®n de informaciones cuya validez depende de su grado de convencimiento eran los pilares de nueva sociedad, una sociedad laica.
Como es p¨²blico y notorio, la Iglesia no estaba por la labor y un Papa hubo que conden¨® la osad¨ªa de afirmar que "el Romano Pont¨ªfice puede y debe reconciliarse y transigir con el progreso, con el liberalismo y con la civilizaci¨®n moderna". Con el tiempo la Iglesia ha ido adapt¨¢ndose y hoy forman parte del paisaje pol¨ªtico partidos pol¨ªticos, alentados desde Roma, que unen la democracia, lo cat¨®lico y el liberalismo.
Pero no parece que el tiempo transcurrido haya sido suficiente para disipar los recelos contra la democracia. Cuando la Iglesia quiere legitimar posturas concretas sobre algunos de esos asuntos que tanto le preocupan (escuela, comunicaci¨®n y moralidad) apela a la subsidiariedad del Estado, cuando no a que la Iglesia, tambi¨¦n en democracia, es una sociedad perfecta, dos teor¨ªas que remiten a la respublica christiana medieval, aquella que estaba compuesta por el imperium y el sacerdotium. Por una cabriola dial¨¦ctica, la Iglesia recurre a la subsidiariedad del Estado para recordarle al Estado democr¨¢tico que lo suyo es sancionar -y financiar- las iniciativas de la sociedad, por ejemplo en el campo de la ense?anza privada. Pero esa argumentaci¨®n no se sostiene en pie porque la gracia de la democracia es brindar el Gobierno la cosa p¨²blica a la sociedad, a una parte de la sociedad, aqu¨¦lla precisamente que logra el apoyo mayoritario. La obligaci¨®n democr¨¢tica de esa parte de la sociedad, en quien conf¨ªa el resto, es realizar el programa que ha merecido esa confianza. Y si lo que quiere la Iglesia es montarse en el carro de los movimientos sociales (feminismo, ecologismo, progresismo) en su cr¨ªtica al Estado, tendr¨¢ que cargar con la sospecha de que esa vuelta de quien nunca ha hecho la ida, lo que esconde es una incurable nostalgia. En virtud de la subsidiariedad del Estado sobrar¨ªan programas, alternancias y partidos.
Con lo de la sociedad perfecta la cosa es m¨¢s sutil. El Vaticano II entendi¨® que si lo que quer¨ªa expresar era el derecho de la comunidad cristiana a existir y desarrollarse como tal en medio de la sociedad, era preferible hablar de libertad religiosa. Y si lo pretendido era se?alar el car¨¢cter espiritual de la Iglesia y el derecho que la asiste a dotarse de medios apropiados a sus altas finalidades, mejor era hablar de "pueblo de Dios", para evitar que entre esos medios se colaran partidas encaminadas a perpetuar restos del viejo imperio, con tanta querencia al poder temporal.
La teor¨ªa de la Iglesia como sociedad perfecta ha ca¨ªdo en desuso, en tanto que sigue vigente la de la subsidiariedad del Estado, como incesantemente recuerdan los prelados espa?oles y el Papa. No deja, de todas formas, de ser sintom¨¢tico el hecho de que fuera Karol Wojtyla el defensor m¨¢s decidido en mantener durante el .concilio la concepci¨®n de la Iglesia como sociedad perfecta. Y esa su insistencia tiene que ver con su idea de la Iglesia en el mundo, animadora de un vasto movimiento social cristiano que, impregnado de jerarqu¨ªa, informara la vida cultural, social y pol¨ªtica de los pueblos. En ese escenario, la escuela ocupa un lugar estrat¨¦gico privilegiado. La escuela, dicen, no puede ser un campo neutral de conocimientos, y mucho menos un lugar educativo plural y tolerante, esto es, laico. La escuela tiene que ser confesional como ense?anza y como educaci¨®n (alg¨²n obispo reivindica la impartici¨®n confesional de las matem¨¢ticas). Lo nuevo en este planteamiento de la cl¨¢sica confesionalidad de la escuela es la referencia a la democracia. No se pretende imponer la confesionalidad por la fuerza (todav¨ªa en el siglo pasado la ense?anza p¨²blica y privada eran confesionales por mor del poder de la Iglesia sobre la derecha, poder del que tan amargamente se quejaba el mism¨ªsimo conde de Romanones).
Ahora se recurre al procedimiento democr¨¢tico de la decisi¨®n de los padres que quieren ense?anza confesional; lo que no se cuenta suficientemente a esos padres es que el ideario cat¨®lico lo define el magisterio eclesi¨¢stico y que, por tanto, ellos nada o poco pueden decidir en concreto en la escuela de sus hijos, por m¨¢s que sin ellos no ser¨ªa posible en democracia la escuela confesional.
Esta sobredosis ideol¨®gica de la escuela se da de bruces con la lucha emancipadora de la sociedad moderna, que ha colocado en el centro del sistema educativo una verdad tan simple como la de que la validez de un planteamiento es fruto de la comunicaci¨®n de argumentos. En el paisaje hist¨®rico de la educaci¨®n la confesionalidad es un reducto tan inconsciente como lo fuera la confesionalidad del Estado, pese a los r¨ªos de tinta que su defensa ha provocado en nuestro pa¨ªs hasta fechas recientes. Sabido es que el uso p¨²blico de la raz¨®n lleva a la cr¨ªtica y obliga a la autocr¨ªtica; tambi¨¦n, que la conciencia del pluralismo social conduce a la tolerancia. A estas notas de-
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La Iglesia recela de la democracia
Viene de la p¨¢gina 11 finitorias de la laicidad se ha enfrentado el oscurantismo de quienes quieren seguir presentes en la vida p¨²blica sin someterse a las reglas de juego de la modernidad. Del otro ¨¢rbol frondoso del oscurantismo se han ido desgajando ramas como la legitimaci¨®n religiosa de la p6l¨ªtica, la confesionalidad del Estado o la confesionalidad de la escuela estatal. Nada impide pensar que en breve plazo tambi¨¦n alcance la poda a la actual defensa de la confesionalidad de la escuela o el confesionalismo de unos espacios televisivos. Ser¨¢ de nuevo la rica tradici¨®n cristiana la que pague las consecuencias de este nuevo episodio de la aventura restauracionista.
Son muchos, sin embargo, en este pa¨ªs los que pensamos que el lugar de la tradici¨®n cristiana no es la paz de los cementerios. Esa tradici¨®n merece ser conocida porque forma parte de la identidad de nuestro pueblo. Su actualizaci¨®n puede contribuir a desenmascarar peligrosas sacralizaciones de la modernidad, porque hay en ella un fontanal de recuerdos y relatos que si en otros tiempos sirvieron de impulsos renovadores, tambi¨¦n lo pueden ser hoy. Pero esa funci¨®n tiene un precio: el reconocimiento de la laicidad, de la materialidad de la democracia tanto en el campo de la educaci¨®n, de la comunicaci¨®n o la moralidad. Lo otro, el mantenimiento de reductos confesionales fuera del ¨¢mbito propiamente eclesi¨¢stico, son guetos, antesalas de la indiferencia social. El sitio de fa Iglesia en la democracia pasa necesariamente por la aceptaci¨®n de la laicidad con todas sus consecuencias.
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