Fellini y George Cukor llevan a la sesi¨®n inaugural del certamen el sabor del autentico cine
Por arriba, bien por arriba, arranc¨® ayer el Festival Internacional de Cine de Donosti. Una de las pel¨ªculas m¨¢s atractivas de cuantas ofrece el a?o cinematogr¨¢fico mundial, abri¨® la secci¨®n oficial: E la nave va, del divino parlanch¨ªn del cine italiano, tal vez prematuramente momificado, Federico Fellini. Y en la secci¨®n de homenajes, la versi¨®n ¨ªntegra, pacientemente reconstruida por artesano enamorados del cine, de Ha nacido una estrella, el famoso filme musical que George Cukor realiz¨® en 1954, rescatado de los polvorientos almacenes de sue?os perdidos de los estudios Warner en Hollywood. Cine, aut¨¦ntico cine. El otro, el cine simulado, ya vendr¨¢.Federico Fellini es de los que tropiezan siempre en la misma piedra, porque esa piedra es ¨¦l mo, su yo monumental, que le permite contemplar el universo como a una pulga que merodea alrededor de su ombligo. E la nave va es el en¨¦simo tropez¨®n de Fellini consigp mismo, pero esto ya se Sab¨ªa, pues este cineasta no hace excepciones en su deslumbrante y desordenada b¨²squeda de la originalidad en cada filme, en cada secuencia, en cada palmo de celuloide, en cada encuadre. Mejor o peor, E la nave va es, ante todo y sobre todo, un filme de Federico Fellini, lo que quiere decir que es imposible imaginarlo firmado por otro. De nuevo otra historia hiperb¨®lica, desmesurada y, sin embargo, con meollo bastante peque?ito Fellini es tan grandilocuente que convierte en un acto casi oper¨ªstico el pedir, por ejemplo, un mondadientes. Su medida es la desmesura. Y as¨ª hay que tomarlo, como un empedernido candidato al cargo de Dios.
Lo que ocurre es que los 62 a?o que Fellini lleva ejerciendo en la tierra el papel de portavoz de las estrellas, le han adiestrado en la humana argucia de curarse en salud. De ah¨ª su socarrona manera de administrar una de cal y otra de arena con la sutileza de un vendedor ambulante romano. La de cal la da, por ejemplo, cuando uno de los personajes de E la nave va dice, mirando a un sol completamente irreal, de decorado inequ¨ªvocamente imaginado por Fellini: "Los crep¨²sculos llevan la firma de Dios"; y la de arena, otro personaje, cuando dice, mirando c¨®mplice a la c¨¢mara: "Todo est¨¢ ya dicho y hecho". De esta manera, a su divina megaloman¨ªa, Fellini adosa con armas de buen zorro una ladina autocr¨ªtica.
Versi¨®n ¨ªntegra
Todo cuanto vemos en E la nave va, en efecto, y por fascinante que sea, ya est¨¢ dicho y hecho por Fellini hasta la saciedad. Cineasta con bula para repetirse, a Fellini se le admite la reiteraci¨®n por el divino decreto de su personalidad, por el simple hecho de que quien lo hace es ¨¦l. Y, de esta manera, E la nave va es un superfelliniano refrito de lo fellinesco, que a la: postre cansa un poco, pero que, de salto en salto" fascina y encanta casi porque s¨ª. Es decir, Fellini qu¨ªmicamente puro.
Al margen de galas, se proyect¨® la esperada versi¨®n ¨ªntegra de Ha nacido una estrella. Por la ma?ana dos an¨®nimos representantes del admirable equipo de restauraciones organizado por la Academia de Artes y Ciencias Cinematogr¨¢ficas de Hollywood, que intervinieron directamente en el rescate de los negativos perdidos y de las partes cortadas por los productores de este gran filme, nos contaron su emocionante aventura.
C¨®mo hace dos a?os, en tributo a la memoria de George Gershwin, autor de la partitura del filme, penetraron en los polvorientos s¨®tanos de los estudios de la Warner Brothers en busca de la med¨ªa hora cortada a Ha nacido una estrella; c¨®mo poco a poco fueron reconstruyendo 23 de esos 30 minutos perdidos; c¨®mo los t¨¦cnicos de la marca fotogr¨¢fica Eastman les ayudaron en el proceso t¨¦cnico del revelado; c¨®mo descubrieron que los responsables de la Warner hab¨ªan hecho cortes en la pel¨ªcula que eran todo un aut¨¦ntico e irracional destrozo, pues hab¨ªa descartes de hasta 10 minutos en continuidad que inclu¨ªan n¨²meros musicales completos; c¨®mo en ocho meses investigaron en el interior de 10.000 latas de negativos en busca de los trozos perdidos; c¨®mo descubrieron una cinta magn¨¦tica que conten¨ªa la totalidad de la banda sonora del filme, y, finalmente, c¨®mo George Cukor, que estaba todav¨ªa ¨ªntimamente dolorido aunque hab¨ªan pasado casi 30 a?os y se hab¨ªa negado a ver los restos del atropello, se decidi¨® por fin a ir a verlos, pero muri¨® la noche anterior.
Se trata, como ven, de una historia casi tan hermosa como la de la misma pel¨ªcula. Y todo un gran s¨ªntoma: los norteamericanos son por fin conscientes de la inabarcable herencia cultural que ha dejado el cine cl¨¢sico de Hollywood y se disponen a salvaguardar esta herencia de las tropel¨ªas de los a?os y de los negociantes.
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