Cr¨®nica de un equ¨ªvoco
La novela de Juan Mars¨¦ '?ltimas tardes con Teresa', llevada al cine por Gonzalo Herralde
Juan Mars¨¦ y Gonzalo Herralde definen la historia de ?ltimas tardes con Teresa como la cr¨®nica de un equ¨ªvoco. Manolo, un paria desarraigado, enamora a Teresa ni?a progre de familia bien. En realidad, Teresa est¨¢ enamorada de una idea. "Lo sab¨ªa", dice la novela, "lo hab¨ªa sospechado siempre: el Monte Carmelo no era el Monte Carmelo, el hermano de Manolo no se dedicaba a la compraventa de coches, sino que era mec¨¢nico, aqu¨ª no hab¨ªa ninguna conciencia obrera, Bernardo era un producto de su propia fantas¨ªa revolucionaria, y el mismo Manolo...". Ese mismo Manolo se enga?¨® pensando que, al lado de Teresa, llegar¨ªa a la lujuria de los ricachones.Y entre ambos, entre los dos errores, Maruja, la criada de Teresa y la novia de Manolo. Su muerte romper¨¢ el embuste, pondr¨¢ fin al equ¨ªvoco. Mars¨¦ manifest¨® a este diario que el personaje de Maruja tuvo una concepci¨®n instrumental, era el nexo entre Manolo y Teresa. "Pero el personaje creci¨® y pidi¨® una entidad propia, m¨¢s all¨¢ del servicio mec¨¢nico que me prestaba". Y no es que Mars¨¦ reh¨²ya los trucos del oficio -"si necesito matar un personaje, pues lo mato, y si necesito casarlo, lo caso"-. El novelista tiene todos los derechos sobre sus criaturas y les puede imponer las casualidades que quiera. Mars¨¦ recuerda, por ejemplo, la brutal estad¨ªstica de azares que encontramos en Dickens. Sin embargo, el cari?o que hay en Maruja no lo tiene Mars¨¦ por otros personajes como, un caso, el se?orito Luis Trias de Giralt.
Para la elaboraci¨®n de los di¨¢logos del filme, Mars¨¦ ha evitado releer la novela y ha preferido la evocaci¨®n de sus im¨¢genes. En su nota a la s¨¦ptima edici¨®n, de 1975, Mars¨¦ cuenta las sorpresas que arrastra una relectura nost¨¢lgica y c¨®mo meros cosidos y repliegues de la trama no le parecen, luego, tan desvalidos como tem¨ªa. Herralde, por su parte, procura no perder su primer encuentro con la novela, "en la que se me hablaba de una generaci¨®n anterior a la m¨ªa que no conoc¨ªa, de una Barcelona que no sab¨ªa y que me llev¨® a la creaci¨®n de un mito sentimental". Claro que hay otras lecturas, como la que hizo Carlos Robles Piquer cuando entend¨ªa en asuntos de la censura. "Levant¨® la prohibici¨®n de publicar la novela y me dio consejos que parec¨ªan de preceptiva literaria. Que quitara una vez la palabra muslo, que no le pusiera bigotito al doctor Serrat. Apenas le preocuparon los aspectos pol¨ªticos".
En la charla entre Mars¨¦ y Herralde sobre las ma?as que debe tener un novelista sale, de rebote, las habilidades del buen cineasta "El problema no est¨¢ en el realismo de la ficci¨®n, sino en saber contar algo de manera veros¨ªmil. Una an¨¦cdota banal, mal explicada puede resultar incre¨ªble. En cambio, Kafka te convence de que un hombre tiene manos de escarabajo, lo ves. En cine, por ejemplo, hay que saber administrair el plano-contraplano. Si un personaje est¨¢ diciendo algo que le resulta dificil cre¨¦rselo, lo mejor es evitar su rostro y dejar ver la reacci¨®n de quien lo escucha", comenta Mars¨¦, quien a?ade una serie de recomendaciones cin¨¦filas para Herralde: "F¨ªjate en la escena de seducci¨®n al tel¨¦fono de Encadenados. Ves a ver Al filo de la navaja...".
Gonzalo Herralde explica que el filme se reducir¨¢ a la historia de un verano, el del 57. "La novela se prolonga durante a?o y medio. En el cine, esa historia de equ¨ªvocos no puede durar tanto tiempo". Hay varias razones para escoger ¨²nicamente el verano. La ciudad vac¨ªa es una ilustraci¨®n n¨ªtida de otras abstracciones menos f¨ªsicas, las que mueven a sus escasos vecinos, a los personajes de ?ltimas tardes con Teresa. Manolo sale de su hibernaci¨®n por tascas y timbas del Carmelo y Teresa se afinca en esa tierra de nadie que es su casa en la playa.
Cine y literatura trabajan con materiales distintos y tienen distintas necesidades. "Habr¨ªa que hacer otra pel¨ªcula para contar la g¨¦nesis de los personajes", comenta Mars¨¦. "Son personajes sacados de la literatura decimon¨®nica, que se hacen a s¨ª mismos, como Jean Sorel o el Gran Gatsby. Cuando a Manolo le preguntan por su familia, s¨®lo recuerda que en su casa, cuando llov¨ªa, se iba la luz. Apenas tiene pasado".
Mars¨¦ no est¨¢ especialmente convencido del cine que ha resultado de sus novelas. "La mejor pel¨ªcula es La muchacha de las bragas de oro, aunque Vicente Aranda atiende m¨¢s al personaje de la chica, a su erotismo, que al verdadero protagonista de la novela". Con Roberto Bodegas escribi¨® el gui¨®n de Libertad provisional. "?ramos viejos amigos. Bodegas me hab¨ªa hablado de rodar Encerrados con un solo juguete. No lo vi claro y, a?os despu¨¦s, hicimos Libertad provisional".
Hay una t¨®pica prevenci¨®n entre la gente del cine contra la literatura. El propio Hitchcock pontificaba que lo m¨¢s seguro para conseguir una buena pel¨ªcula era coger una mala novela. "Algunos identifican el mal cine y las pel¨ªculas con mucho di¨¢logo. Es absurdo. En el excelente cine norteamericano de los a?os treinta y cuarenta, los personajes no paraban de hablar. Eso s¨ª, eran unos di¨¢logos cuidad¨ªsimos. Hay que darles algo a los personajes, sino... se quedan desarmados".
Sociedad sin ¨¦pica
Mars¨¦ repasa pel¨ªculas y directores de ese ci?e de antes que a?ora por su inteligencia en las elipsis, por su aparentemente simple sabidur¨ªa narrativa y cita a John Ford, a Raoul Walsh.... "El neorrealismo italiano empez¨® a deshacerlo todo. Respeto alguna pel¨ªculas, pero su aparici¨®n result¨® fatal para el cine. Desde entonces, todo est¨¢ en manos de intelectuales como Ingmar Bergman. Ya no encuentras ni cines de barrio ni aquellas pel¨ªculas en blanco y negro de luces m¨ªticas que nadie pretend¨ªa que fueran la vida misma".
Lamentablemente, seg¨²n Mars¨¦, son filmes irrepetibles porque la sociedad ha perdido la ¨¦pica que los sustentaba. "Los westems elaboraron una gran mitolog¨ªa. A m¨ª no me importa que los indios sean siempre malos. Yo s¨¦ que hay indios buenos, pero el cine no est¨¢ obligado a mostrarlos. Espa?a tuvo su ¨¦pica en el Siglo de Oro, con la figura del p¨ªcaro... pero la perdi¨®. S¨®lo esa Espa?a de ahora, sin ¨¦pica, puede explicar, por ejemplo, que un pa¨ªs con grandes pintores no tenga grandes cineastas. Da la sensaci¨®n de que es casi tan imposible como que existan toreros gallegos o nadadores negros".
Babelia
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