Una ciudad de contrastes
Al rememorar Mosc¨² viene inmediatamente a la mente la plaza Roja. Pocos lugares habr¨¢ en el mundo que consigan tanto la atenci¨®n continua de la inmensa mayor¨ªa de la humanidad como la plaza Roja de Mosc¨².El impacto que producen sus monumentos por sus especiales caracter¨ªsticas art¨ªsticas, por su historia, pero sobre todo por la carga pol¨ªtica que encierran, hace que cualquier visitante con sensibilidad sienta o note al contemplar las rojas murallas del Kremlin que se halla en uno de los puntos neur¨¢lgicos y de mayor fuerza vital de nuestro planeta.
Ah¨ª se conjugan recuerdos de la Rusia ancestral, que se nos aparece a trav¨¦s de los bulbos multicolores y las formas caprichosas de la catedral de San Basilio, con el sancta-sant¨®rum del comunismo sovi¨¦tico, localizado en la tumba de Lenin, a la que acuden en peregrinaci¨®n cuasi religiosa comunistas del mundo entero. La plaza Roja y el Kremlin son, indudablemente, los s¨ªmbolos m¨¢ximos de Mosc¨², y estoy por decir tambi¨¦n que de la Uni¨®n Sovi¨¦tica, pero Mosc¨² no es, qu¨¦ duda cabe, la plaza Roja, como tampoco ser¨ªa Par¨ªs la plaza de la Concordia ni podr¨ªamos sintetizar a Madrid en la Cibeles.
La capital de un imperio
Mosc¨² es una ciudad inmensa y pujante, pero destartalada y, ante todo, la capital de un inmenso imperio, el ¨²ltimo gran imperio que subsiste, a la que confluyen gentes de todas las razas.
Aunque es hermosa y posee edificios grandiosos, resulta, por otro lado, pobretona y carece de esa viveza callejera y comercial que se observa en las ciudades occidentales de considerable importancia demogr¨¢fica.
Es, como he dicho, una ciudad de contrastes. Posee el metro m¨¢s lujoso del mundo, con estaciones decoradas con m¨¢rmoles rememorando los logros industriales del sistema o batallas de la ¨²ltima guerra mundial (de la gran guerra patri¨®tica, como los sovi¨¦ticos la llaman), pero circulan por sus grandes avenidas viejos y desvencijados autobuses y camiones que ser¨ªan dignos de la Espa?a de los a?os cincuenta. Pueden contemplarse numerosas casas de corte decimon¨®nico de muy bella arquitectura que necesitan urgente reparaci¨®n, dado su estado de abandono, lo cual no es ¨®bice para que encontremos magn¨ªficos edificios, muchos construidos en la ¨¦poca estaliniana, como la famosa universidad, obra fara¨®nica que impresiona por su grandeza.
El urbanismo, considerado desde el punto de vista del trazado de las avenidas, la anchura de las calles o el tama?o de sus parques, es digno de admiraci¨®n, pero los materiales empleados para la construcci¨®n y los edificios destinados a vivienda son francamente malos, y es corriente observar las casas llenas de desconchados y desperfectos, incluso las de reciente construcci¨®n.
En las calles extra?an al observador occidental las colas ante las tiendas de alimentaci¨®n (gastronom, para los moscovitas) y de comercio, en general motivadas por la falta de variedad alimenticia y de art¨ªculos de toda clase, as¨ª como la escasez del tr¨¢fico, debido al bajo porcentaje de autom¨®viles privados que posee el ciudadano sovi¨¦tico. Sin embargo, en Mosc¨² o en sus inmediaciones encontraremos institutos de investigaci¨®n cient¨ªfica tan adelantados como los mejores del mundo, teatro, ¨®pera y ballet de primer¨ªsimo orden y magn¨ªficas instalaciones deportivas, construidas muchas de ellas con motivo de los ¨²ltimos Juegos Ol¨ªmpicos.
Centro del comunismo mundial
El conocedor de la ciudad podr¨¢ visitar algunas de las iglesias de los siglos XVII y XVIII que a¨²n mantienen el culto (hay unas 50 en total), como la de San Nicol¨¢s de los Tejedores o la que se encuentra en el recinto del ex convento de Donskay; preciosas iglesias repletas de iconos, algunos buenos y antiguos, y otros modernos y de mal gusto, en donde podr¨¢ escuchar, entre incienso y olor a vela, rodeado de viejecitas que se, persignan de continuo, los melodiosos c¨¢nticos religiosos rusos, que le transportar¨¢n como en un sue?o de ilusi¨®n a ¨¦pocas pasadas.
Pero la realidad de Mosc¨² es muy distinta; el muy est¨¦tico y moderno monumento a los cosmonautas o el de Gagarin -primer hombre que subi¨® al espacio-, el edificio del Comit¨¦ Central del partido comunista, con las decenas de coches oficiales negros que esperan pacientemente la salida de sus despachos de los miembros de la nomenklatura, la Lubianka, cuartel general del KGB, en la plaza de Derjinski, nos hacen volver r¨¢pidamente a la realidad y permiten, m¨¢s que observar, casi sentir o palpar que nos hallamos en el centro director del comunismo mundial y en el coraz¨®n del Estado m¨¢s extenso de la Tierra. Este aspecto, a mi juicio, imprime a la capital moscovita su caracter¨ªstica m¨¢s especial y es lo que la hace diferente a todas las dem¨¢s ciudades y capitales del mundo.
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