M¨¢s all¨¢ de los euromisiles
AL DERRIBAR el avi¨®n civil surcoreano, es muy probable que la URSS haya hecho una aportaci¨®n decisiva a la instalaci¨®n de los Pershing 2 y de los cruceros en Europa occidental. El consenso logrado sobre el documento de la Conferencia de Madrid hab¨ªa despertado ciertas esperanzas de que el contagio del clima madrile?o pudiese alcanzar Ginebra. Las declaraciones de Andropov sobre la disposici¨®n sovi¨¦tica a destruir los SS20 que superen la cifra total de los misiles franceses e ingleses causaron en Occidente un impacto positivo. La Prensa norteamericana aludi¨® a una flexibilizaci¨®n de las instrucciones de Reagan a Nitze, el principal negociador de EE UU.Hoy, el clima es radicalmente otro. Lo demuestra, aunque sea en un terreno colateral, la aprobaci¨®n, con una facilidad inimaginable hace unas semanas, por las C¨¢maras del presupuesto militar presentado por Reagan, de m¨¢s de 187.000 millones de d¨®lares (o sea unos 28 billones de pesetas). En Mosc¨², el endurecimiento se ha expresado en la conferencia de prensa del viceministro de Exteriores Kornienko y del jefe adjunto del Estado Mayor, mariscal Ajrameiev (los militares sovi¨¦ticos asisten cada vez con m¨¢s frecuencia a las conferencias de prensa diplom¨¢ticas): no a la propuesta de los bosques elaborada en el verano de 1982 por Nitze y Kvitsiriski; no a conceptuar como caso especial los misiles franceses e ingleses; no a la fusi¨®n de la negociaci¨®n sobre euromisiles con la que se est¨¢ desarrollando, asimismo en Ginebra, sobre armas nucleares estrat¨¦gicas.
Hace falta, pues, considerar la instalaci¨®n de los euromisiles, a partir de finales de este a?o, como algo pr¨¢cticamente seguro. Lo que obliga a reflexionar sobre las consecuencias que tendr¨¢: no nos referimos al caso en que se llegue al empleo tanto de los SS20, como de los los Pershing y los cruceros (ser¨ªa simplemente la desaparici¨®n de Europa), sino a los nuevos factores que se van a introducir en la pol¨ªtica europea. Recordemos que se trata de armas como nunca han existido en nuestro continente (s¨ª se except¨²an los cohetes franceses de la meseta de Albion y los colocados en submarinos); con una capacidad destructiva, cada cabeza nuclear, de 15 a 50 veces superior a la de la bomba de Hiroshima. Estar¨¢n controladas exclusivamente por los EE UU; ciertos intentos, en Alemania Occidental y Reino Unido, por parte incluso de fuerzas de derecha, de exigir una doble llave han quedado en nada. La decisi¨®n de instalar los euromisiles ha sido tomada por la OTAN. Pero sobre su eventual lanzamiento, la decisi¨®n ser¨¢ solamente de EE UU.
Vamos, pues, hacia una Europa occidental m¨¢s sometida a hipotecas e injerencias norteamericanas; con menos capacidad para afirmar una pol¨ªtica independiente. Tal es, sin duda, una de las razones principales del inter¨¦s de Washington en este asunto. Los fen¨®menos pol¨ªticos que est¨¢n surgiendo en la fase previa a la instalaci¨®n seguir¨¢n desarroll¨¢ndose cuando est¨¦ presente la materialidad de los misiles. Alemania Occidental ofrece en este orden una imagen que contrasta felizmente con lo que fue su actitud en otras ¨¦pocas hist¨®ricas: el pacifismo, la oposici¨®n al armamento nuclear, abarca a sectores juveniles muy combativos, incorpora a sectores de m¨¢xima influencia en las Iglesias y en el mundo intelectual, y est¨¢ provocando un nuevo agrupamiento de fuerzas en el partido socialdem¨®crata y en los sindicatos. Los congresos regionales del SPD, que preparan uno extraordinario sobre el tema en noviembre, indican el triunfo de la tendencia pacifista, representada por el presidente Willy Brandt. En las secciones europeas de la Internacional Socialista se est¨¢ produciendo un deslinde motivado b¨¢sicamente por el problema de los euromisiles; la corriente pacifista domina indiscutiblemente en Escandinavia, Reino Unido y Grecia. Curiosamente, el partido socialista franc¨¦s, considerado muy de izquierdas, con un gobierno en el que participan comunistas, es el que defiende con m¨¢s nitidez, al lado de las fuerzas de derecha, la posici¨®n favorable a los euromisiles. En semejante actitud est¨¢ Craxi, que ha asumido la posici¨®n previa del Gobierno italiano; y en cierto modo, Felipe Gonz¨¢lez, seg¨²n las declaraciones, no desmentidas, hechas durante su viaje a Bonn.
En los pa¨ªses del Este, la reacci¨®n que sin duda provocar¨¢ la instalaci¨®n de los euromisiles va a frenar las querencias, t¨ªmidas pero visibles en pa¨ªses como Ruman¨ªa y Hungr¨ªa, a distender y flexibilizar sus relaciones con el bloque sovi¨¦tico. Y en la medida en que exista, en un grado de maduraci¨®n imprevisible, cierta contradicci¨®n entre la voluntad modern¨ªzadora de Andropov y la inercia de un sistema burocr¨¢tico anquilosado y aplastado por los gastos de armamentos, el efecto de los euromisiles ir¨¢ muy probablemente en el sentido de acentuar la militarizaci¨®n del poder. Cabe, pues, prever en Europa una serie de cambios, que van m¨¢s all¨¢ del presunto equilibrio, con el que la Casa Blanca argumenta la necesidad de instalar los euromisiles.
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