Washington guarda secreto sobre sus pactos con Franco
Documentos claves para comprender el proceso de negociaci¨®n de los acuerdos firmados en 1953 entre Estados Unidos y Espa?a a¨²n siguen clasificados como reservados por el Gobierno norteamericano
ENVIADO ESPECIALTreinta a?os despu¨¦s de la firma de los acuerdos de Madrid, que supusieron el fin del aislamiento internacional del r¨¦gimen de Franco y la instalaci¨®n de bases militares norteamericanas en Espa?a, la Administraci¨®n Reagan mantiene en secreto varios importantes documentos, esenciales para conocer el entramado y la cara oculta de aquellas negociaciones entre Washington y Madrid.
Contra la pr¨¢ctica habitual de hacer p¨²blicos documentos confidenciales una vez pasados 20 o 30 a?os, el Gobierno de EE UU no ha desclasificado hasta el momento la mayor¨ªa de la informaci¨®n que guarda en sus archivos sobre el proceso de acercamiento y negociaci¨®n con el r¨¦gimen franquista.
Este proceso, que dur¨® desde 1950 a 1953, concluy¨® con la firma, ma?ana hace tres d¨¦cadas, de unos acuerdos por los que Espa?a abandon¨®, a cambio del reconocimiento pol¨ªtico del r¨¦gimen de Franco, su tradicional neutralidad, mientras que Washington consegu¨ªa sus objetivos estrat¨¦gicos a costa de olvidar sus prejuicios hacia un r¨¦gimen que hab¨ªa sido claro aliado y admirador de las potencias del Eje, derrotadas en la segunda guerra mundial s¨®lo cinco a?os antes.
En los archivos nacionales de Washington, consultados esta semana por EL PA?S, s¨®lo se encuentran algunos documentos del Departamento de Defensa y del Alto Estado Mayor Conjunto (Joint Chiefs of Staff) de los que los m¨¢s recientes dejaron de ser secretos en agosto del a?o pasado. El Departamento de Estado, por su parte, s¨®lo ha hecho p¨²blicos papeles referentes a Espa?a hasta el a?o 1950, mientras que los que tratan de otros pa¨ªses, incluida la guerra de Corea, van ya por el a?o 1953.
Cl¨¢usula secreta
En una de las comunicaciones internas del Alto Estado Mayor norteamericano, relativa al acuerdo bilateral con Espa?a, se habla abiertamente de 10 documentos secretos anejos al texto p¨²blico del acuerdo de 1953. Uno,de ellos, denominado Nota que sigue al segundo p¨¢rrafo del art¨ªculo tercero del acuerdo de defensa, debe contener, seg¨²n revel¨® el prof¨¦sor ?ngel Vi?as en un libro de reciente publicaci¨®n, la cl¨¢usula secreta por la que Espa?a acced¨ªa a la activaci¨®n de las bases en caso de guerra o amenaza contra Occidente, en unas condiciones totalmente ventajosas para Estados Unidos.
Los restantes documentos mantenidos todav¨ªa en secreto por Washington se denominan documentos t¨¦cnicos, numerados del 1 al 4, mientras que otros se conocen como Intercambio de notas para clarificar ciertos puntos del acuerdo, Anexo sobre desgravaci¨®n fiscal, Acuerdo sobre ayuda econ¨®mica, o Intercambio,de notas para clarificar determinados aspectos de la ayuda econ¨®mica. En uno de esos documentos t¨¦cnicos se recoge la jurisdicci¨®n especial a aplicarse, a margen de la justicia espa?ola, al personal norteamericano y sus familias. Esta nueva cesi¨®n de soberan¨ªa hecha por el r¨¦gimen del Caudillo ha sido criticada en un reciente trabajo por el diplom¨¢tico espa?ol Ruiz Izquierdo.
Entre los miles de folios que, con el tamp¨®n de top secret, pueden consultarse en las l¨²gubres salas de los archivos nacionales de Washington no se encuentran estos 10 documentos, pero s¨ª otros, cuando menos curiosos, que ayudan a comprender la postura de las Administraciones de Truman e Eisenhower hacia el r¨¦gimen franquista. La integraci¨®n de Espa?a en la Alianza Atl¨¢ntica aparece como el objetivo primordial de la pol¨ªtica norteamericana, algo que tardar¨ªa m¨¢s de un duarto de siglo en conseguirse, pero, ante las dificultades pol¨ªticas -representadas por la oposici¨®n de las democracias europeas a Franco-, se opta por un acuerdo bilateral que permita establecer las bases y puntos de apoyo log¨ªstico en Espa?a. En abril de 1951 se dan instrucciones para negociar estos aspectos en "Madrid, Barcelona y Sevilla", adem¨¢s de "Algeciras, Cartagena, islas Baleares y Ceuta".
Obligaci¨®n de informar
El general Spry, uno de los negociadores norteamericanos, informa a Washington en otro documento secreto que el teniente general espa?ol Juan Vig¨®n le ha manifestado su inter¨¦s por tareas de vigilancia conjunta hispanonorteamericana en Ceuta y el Marruecos espa?ol. Spry le responde que "mis instrucciones no incluyen para nada el continente africano". ?sta ser¨ªa otra constante de la pol¨ªtica de Washington, que nunca quiso comprometerse respecto a los territorios espa?oles en ?frica, algo que qued¨® claro en los sucesos de Ifni, unos a?os despu¨¦s.
En otra circular confidencial a los oficiales del MAAG (Military Assistance Advisory Group) se les aconseja a ¨¦stos que nunca efect¨²en una tarea de la que sean responsables ante el Gobierno espa?ol; que no acepten condecoraciones por ese trabajo de asistencia, y que si se les pide consejos de naturaleza estrat¨¦gica por parte de oficiales espa?oles, s¨®lo los den tras una petici¨®n del Gobierno de Madrid, previa consulta con el Estado Mayor y el Departamento de Defensa norteamericanos, y d¨¢ndolos "de tal manera que no comprometan, ni directa ni indirectamente, a Estados Unidos en ning¨²n tipo de acci¨®n". Adem¨¢s, se recterda a los militares de EE UU destinados en Espa?a que, aunque su misi¨®n no es recoger datos de inteligencia, est¨¢n obligados a informar de todo lo que pueda afectar a los intereses b¨¢sicos norteamericanos.
Entre los escasos documentos hechos p¨²blicos por el Departamento de Estado figura un informe fechado en junio de 1950 del encargado de negocios norteamericano en Madrid, Paul Culbertson, en el que se aconseja dejar a un lado prejuicios democr¨¢ticos y negociar con Franco desde un punto de vista "pr¨¢ctico, e incluso ego¨ªsta".
Riesgos revolucionarios
Culbertson dice que "si somos simp¨¢ticos (en espa?ol en el original) podremos conseguir mucho en Espa?a" y que "tal acercamiento a Franco pagar¨¢ dividendos a nuestro favor". Ello no le impide al diplom¨¢tico norteamericano referirse al dictador como "la clase de espa?ol que quiere entrar al cine sin pagar la entrada", o calificarle de "gallego, lo que es en cierto sentido sin¨®nimo de testarudo", ni describir a los jerarcas del r¨¦gimen como "hombres de segunda categor¨ªa cuya visi¨®n est¨¢ oscurecida por el glorioso pasado de Espa?a". Al final, Culbertson opta por lo seguro para los intereses de Washington y apunta: "Cualquier cambio abrupto en Espa?a lleva consigo riesgos revolucionarios. La evoluci¨®n m¨¢s segura es la evoluci¨®n".
Samuel Eaton, que fue consejero de la embajada norteamericana en Madrid de 1974 a 1978 y que acaba de publicar un libro sobre la transici¨®n espa?ola, es de la opini¨®n de que "el acuerdo hizo m¨¢s f¨¢cil el mantenimiento de Franco en el poder, pero no fue decisivo".
En su casa de Washington, retirado ya de la diplomacia, Eaton declar¨® a EL PA?S que el acuerdo de 1953 benefici¨® a las dos partes. A Estados Unidos, en sus intereses estrat¨¦gicos, y a Franco, en sus intereses pol¨ªticos. "En 1953, el r¨¦gimen de Franco era ya muy s¨®lido y s¨®lo pod¨ªa cambiar mediante la evoluci¨®n. Yo creo que los acuerdos con EE UU y la ayuda econ¨®mica favorecieron el cambio econ¨®mico y social que hizo posible la transici¨®n pol¨ªtica". Eaton concede, sin embargo, que, "en aquellos momentos, el aspecto econ¨®mico de los acuerdos era el menos importante para las dos partes y se hubiera alcanzado con otra cifra, superior o inferior".
Es dif¨ªcil localizar a alg¨²n testigo directo de aquellas negociaciones entre la Administraci¨®n Truman, primero, y la de Eisenhower, despu¨¦s, con el r¨¦gimen franquista. Muchos han muerto, como el embajador James C. Dunn, que firm¨® el acuerdo con Alberto Mart¨ªn Artajo. Otros est¨¢n jubilados y viven lejos de Washington. Algunos que pod¨ªan tener algo que decir, como Benjamin Wells, ex corresponsal del New York Times en Espa?a en los a?os cincuenta y actual portavoz en el Pent¨¢gono, prefirieron no responder a las repet¨ªdas llamadas telef¨®nicas de este peri¨®dico.
Pero el retorno del clima de guerra fr¨ªa en el mundo actual parece ser la causa de que la Administraci¨®n Reagan haya impuesto normas muy r¨ªgidas paya revelar documentos hist¨®ricos que en su d¨ªa fueron secretos de Estado. En la era de Nixon se fij¨® en 30 a?os el plazo para desclasficar este tipo de documentos; Jimmy Carter lo redujo a 20 a?os, con una pol¨ªtica que al menos te¨®ricamente era liberal, aunque la burocracia se encargara de ponerle trabas. Ronald Reagan dict¨® un decreto, el 12.356, en agosto del a?o pasado, que estrech¨® a¨²n m¨¢s los ya exiguos l¨ªmites. Ello ha motivado la protesta de varios historiadores norteamericanos.
Por ejemplo, Sam Gannon, presidente de la American Historical Association, declar¨® a este enviado especial que, en los referente a Espa?a, "si no se hacen p¨²blicos los documentos es porque deben existir en ellos cl¨¢usulas secretas". Entre otros, se neg¨® acceso a EL PA?S a los clasificados con los n¨²meros ccs092 (secci¨®n tercera), y los contenidos en el archivo cd0913 estaban totalmente expurgados.
Aun as¨ª, no deja de ser curioso leer una carta del general Omar Bradley, presidente del Estado Mayor Conjunto en 1951, en la que dice que su colega brit¨¢nico le ha expresado su opini¨®n de que, en caso de un ataque sovi¨¦tico, "se perder¨¢ toda Europa occidental, con excepci¨®n de Italia, Espa?a y Portugal". Bradley recomienda utilizar este argumento para disminuir la oposici¨®n del Reino Unido a una colaboraci¨®n de la Espa?a de Franco a la defensa europea, aunque sea desde fuera de la OTAN.
Un equipo de 160 diplom¨¢ticos y agentes secretos retirados son los encargados de escoger qu¨¦ documentos reservados deben hacerse p¨²blicos y cu¨¢les no. Los historiadores norteamericanos les niegan cualquier autoridad y afirman que, "en la duda, los funcionrios proh¨ªben, en vez de publicar". La historia de las relaciones internacionales desde 1950 est¨¢ a¨²n por escribir, en opini¨®n de uno de estos historiadores. Por su parte, el historiador oficial del Departamento de Estado, William Slany, que decide sobre la publicaci¨®n de los documentos, hizo caso omiso a las llamadas de EL PA?S para preguntarle sobre este tema. Se sabe que los censores hist¨®ricos tienen un libro de normas, que siguen cuidadosamente para cada pa¨ªs, pero esas normas son, a su vez, secretas.
Es algo similar a aquellas instrucciones que, en un documento del 23 de abril de 1951, se daban desde el Pent¨¢gono al comandante en jefe de las fuerzas navales norteamericanas en Europa, qu¨¦ iba a viajar a Espa?a para negociar la instalaci¨®n de las bases: "Debe evitarse toda publicidad sobre su viaje".
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