Un tratado para tratarnos mal
Entre los males numerosos que nos dej¨® en Colombia el Gobierno que expir¨® el a?o pasado para bien de todos, hay dos que pueden seguir ocasion¨¢ndonos males m¨¢s amargos, aun m¨¢s all¨¢ de la vida de los autores. Me refiero al tratado de extradici¨®n y el tratado de asistencia legal mutua firmados entre Colombia y los Estados Unidos. Los juristas han dicho ya mucho sobre ellos y tienen, sin duda, mucho m¨¢s que decir, y hay que confiar en que van a decirlo sin reticencias. Pero quienes somos indoctos de solemnidad en la ciencia del Derecho no necesitamos saber si esos dos tratados son inconstitucionales -como parece que lo son- ni si son ilegales e injustos -como tal vez lo sean-, sino que nos basta con estar convencidos de que son indignos. Y lo son, por supuesto, para ambos pa¨ªses, porque cada uno de ellos se compromete por igual a la indignidad de entregarle al otro a sus propios ciudadanos para que los juzgue y los condene seg¨²n sus leyes.Lo normal -y digno, desde luego- es todo lo contrario: que cada uno de los pa¨ªses contratantes devuelva al delincuente supuesto a. su pa¨ªs de origen para que ¨¦ste lo juzgue por los actos cometidos en ¨¦l. Los Estados Unidos, m¨¢s all¨¢ de la indignidad, no tienen muchos motivos para temer por el trato que puede darse en Colombia a sus ciudadanos, aun si son delincuentes extraditables. La experiencia en se?a que ha bastado siempre la intervenci¨®n de un funcionario consular o diplom¨¢tico norte americano, para que sus compatriotas sean tratados no s¨®lo con las consideraciones debidas, sino tambi¨¦n con las que no se deben. En cambio, hoy basta con ser el titular de un pasaporte colombiano en regla para ser sometido a toda clase de vej¨¢menes en las aduanas de los Estados Unidos, donde todo colombiano, por el solo hecho de serlo, es considerado y tratado como un traficante de droga. El ex presidente conservador Misael Pastrana Borrero nos pintaba hace pocos d¨ªas en la Prensa un cuadro terror¨ªfico del infierno que es para los colombianos de cualquier condici¨®n el ingreso en los Estados Unidos. No se refiri¨® -sin duda, porque no lo conoce- al caso de la esposa de otro ex presidente colombiano que fue sometida a graves irrespetos en la aduana de Nueva York, a pesar de que se identific¨® a tiempo y sin ninguna duda con un pasaporte especial. Peor aun: la reclamaci¨®n apenas formal que hizo su esposo ante la embajada de los Estados Unidos en Bogot¨¢ no mereci¨® ni siquiera una excusa verbal. En realidad, los ¨²nicos que estamos a salvo de estos atropellos imp¨¢vidos somos los que tenemos prohibido el ingreso ordinario a los Estados Unidos desde, hace m¨¢s de 15 a?os s¨®lo porque la justicia de ese pa¨ªs -por sus pistolas- nos considera delincuentes pol¨ªticos. Y tal vez -?por qu¨¦ no?- susceptibles de ser reclamados como tales a nuestro propio pa¨ªs dentro de todo lo que es posible por el tratado de extradici¨®n, si as¨ª somos recibidos por el hecho simple de ser colombianos, hay motivos de sobra para preguntarnos cu¨¢l ser¨¢ el tratamiento de reyes que les espera en las c¨¢rceles norteamericanas a los compatriotas extraditados..
Hay muchos antecedentes para darnos cuenta de que en ning¨²n caso estar¨ªan dispuestos los Estados Unidos a aceptar un tratamiento igual para sus ciudadanos. Hace unos siete a?os, la polic¨ªa de control de drogas de los Estados Unidos decidi¨® que las mujeres colombianas que llegaran al aeropuerto de Miami fueran desnudadas y sometidas a una requisa que no exclu¨ªa ni a sus partes m¨¢s ¨ªntimas. La medida se puso en pr¨¢ctica de inmediato. Fueron in¨²tiles para impedirla todos los esfuerzos de las autoridades colombianas, hasta que ¨¦stas resolvieron darles una bienvenida igual a las viajeras norteamericanas que llegaran a Bogot¨¢. Al cabo de pocas horas, los Estados Unidos revocaron en Miami sus infames pr¨¢cticas ginecol¨®gicas.
Hasta hace unas semanas, gente de mucho peso se expresaba con fluidez y versaci¨®n contra el tratado de extradici¨®n. Pero incluso algunos de sus impugnadores abrieron fuego contra ¨¦l cuando se encontraron en el mismo lado de la trinchera con los traficantes de drogas. Es decir, que a pesar de ser conscientes de que el tratado es indigno, algunos de sus antiguos opositores prefieren callar, por temor de aparecer aliados de las mafias. Pues no: el tratado es indigno y no lo dignifica el hecho de que los traficantes de droga lo repudien por razones distintas de las buenas, desde luego.
Al contrario. Que el tratado haya iniciado su actuaci¨®n p¨²blica contra las mafias ha servido para hacer m¨¢s evidentes sus peligros desde el primer instante de su ser natural. En efecto, los traficantes de drogas, cuyos nombres y fotos eran de dominio p¨²blico desde hace mucho tiempo, viv¨ªan libres con sus aviones de pr¨ªncipes, sus gustos babil¨®nicos y sus parques zool¨®gicos sin que nadie perturbara su impunidad feliz. Ten¨ªan visas privilegiadas en Estados Unidos, donde nunca hubieran podido ser lo que son sin la complicidad de autoridades venales y socios con poder y clientes bien colocados. Su mercado estaba all¨¢ y no ac¨¢, y aquel era su para¨ªso. No se necesitar¨ªa de una perspicacia demasiado aguda para preguntarse por, qu¨¦ la Justicia que se hizo durante tanto tiempo, la de la vista gorda, se despert¨® de pronto y con una furia luciferina s¨®lo cuando los traficantes de drogas tuvieron la desastrosa idea de irrumpir con ¨ªnfulas vand¨¢licas, en la pol¨ªtica nacional. Es casi imposible impedir el mal pensamiento de que el tratado de extradici¨®n levant¨® su mandoble no como un instrumento de la justicia, sino como un garrote de persecuci¨®n pol¨ªtica y retaliaci¨®n personal.
En cambio, se presume de que cinco ejecutivos del grupo financiero m¨¢s poderoso de Colombia est¨¢n huyendo de nuestra justicia en los Estados Unidos y no se sabe hasta ahora que el Gobierno colombiano haya acudido al tratado para que vengan a pagar lo que deben.
Lo que ser¨¢ el manejo pol¨ªtico del tratado de extradici¨®n no es dif¨ªcil imaginarlo. Menos, de 24 horas despu¨¦s de que un acusado de traficante de droga, colombiano se fugara a su pa¨ªs para no ser extraditado a los Estados Unidos, el embajador norteamericano en Bogot¨¢ dijo en una rueda de prensa de alto nivel que el fugitivo estaba en Cuba. La verdad que el embajador deb¨ªa saber que est¨¢ en Brasil. Pero el inter¨¦s de Estados Unidos de vincular el tr¨¢fico de drogas con la pol¨ªtica de izquierda en Am¨¦rica Latina no, se detiene ante nada, y el tratado de extradici¨®n le ser¨¢ muy ¨²til en esa campa?a. ?ste es apenas el preludio.
En resumen, el acuerdo maldito est¨¢ inspirado en el mismo esp¨ªritu represivo del estatuto de seguridad, la tortura sistem¨¢tica y la violaci¨®n sin frenos de los derechos humanos, que tanto contribuyeron a hacer del Gobierno pasado uno de los m¨¢s funestos de nuestra historia. No es f¨¢cil imaginarlo como un instrumento del Gobierno actual, que tantas cosas ha hecho en sus primeros tres meses, y que si algo mejor puede y debe hacer es libramos de una vez por todas no s¨®lo de los malos recuerdos sino tambi¨¦n de estas malas herencias. Que el presidente Betancur me perdone si imagino mal, pero no puedo imaginarlo a ¨¦l mandando a un compatriota suyo a Estados Unidos -o a cualquier otro pa¨ªs- para que lo castiguen en otro idioma y con otro dios, aunque sea all¨¢ donde haya cometido el peor de los delitos tampoco puedo imaginar al Gobierno de los Estados Unidos mandando para Colombia a tantos y tantos norteamericanos que durante tantos a?os se han pasado a la justicia colombiana por donde han querido. Lo malo es que el presidente Betancur s¨®lo seguir¨¢ si¨¦ndolo por 39 meses m¨¢s, mientras que el tratado de extradici¨®n pretende haber sido suscrito para siempre.
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