Desdichas de un corresponsal
Su peri¨®dico demuestra un sadismo intolerable al obligar al pobre don F¨¦lix Bay¨¦n, corresponsal del diario en Rusia, a vivir en ese pa¨ªs. ?Acaso Amnesty Internacional, las comisiones de Derechos Humanos no pueden hacer algo por aliviar las desdichas de Bay¨®n? ?Resulta espantoso! Constre?ido a soportar una estancia obligada en una naci¨®n en la que el desdichado no logra encontrar nada, ?absolutamente nada! que valga la pena, en la que todo es odioso y vulgar, que est¨¢ llena de se?oras viejas y gordas (como bien lo demostr¨® con una memorable fotograf¨ªa), de gente est¨²pida, de criminales, de pol¨ªticos feos y tontos, de calles inmundas, de ciudades llorribles...?Sencillamente intolerable, se?or director! Ver c¨®mo el pobre Bay¨®n, para encontrar una noticia ha de verse obligado a buscarla s¨®lo en los medios occidentales de Mosc¨², resulta alucinante. Se comprende: no se atreve a salir a la calle ni para encontrar material para sus cr¨®nicas. ?Podr¨ªa ser encarcelado, torturado, asesinado si se dirigiera a alg¨²n ruso, aunque s¨®lo fuera para pedirle fuego para su cigarrillo! Por tanto, helo aqu¨ª, en su hotel, cercado por huestes asi¨¢ticas que le vigilan, y enviando sus art¨ªculos por medios subrepticios, subterr¨¢neos, atrevi¨¦ndose s¨®lo a salir de ese hotel de noche y disfrazado para encontrarse con alg¨²n comprensivo periodista americano de agencia que le explique lo que ocurre en Rusia y le dicte las cr¨®nicas que Bay¨®n enviar¨¢ despu¨¦s a EL PAIS.
?No, se?or Cebri¨¢n, y mil veces, no! Unos cuantos ciudadanos espa?oles hemos formado una comisi¨®n con el objeto de restacar a don F¨¦lix y que pueda volver a su patria, y ser¨¢n in¨²tiles cuantos intentos haga usted para impedir nuestra sagrada misi¨®n. El puesto del se?or Bay¨®n est¨¢ aqu¨ª, o, como mucho, en Washington, donde, junto al presidente Reagan, pueda olvidarse de la espantosa pesadilla que lleva a?os sufriendo y morir, por fin, tranquilo.
Que se le libre de ese suplicio, !obre todo teniendo en cuenta que no cobra ni un c¨¦ntimo por su abnegada labor en la Uni¨®n Sovi¨¦tica y que s¨®lo puede sobrellevar por su inquebrantable amor a la verdad. Pedimos tambi¨¦n que su nombre figure en la columna con la que Amnesty Internacional nos recuerda desde las p¨¢ginas de ese mismo diario a aquellos que sufren por sus ideales pol¨ªticos. Gracias, se?or director. /
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