Las glorias del olvido
Una de las injusticias de la literatura es que no existe una clasificaci¨®n escalonada de los escritores de acuerdo con su calidad. En m¨²sica se sabe que hay un para¨ªso m¨¢s alto, donde est¨¢n sentados para siempre Juan Sebasti¨¢n Bach, Mozart, Beethoven, Bartok -y tal vez los Beatles-, pero hay todo un olimpo de compositores de segunda, y aun de tercera categor¨ªa, que escuchamos y adnfiramos a pesar de la certidumbre de que no son eternos. Ocurre lo mismo con los pintores. No hay m¨¢s que pasearse por los museos del- mundo para darse cuenta de que junto a Goya y Vel¨¢zquez, junto a Leonardo y Botticelli, junto a Rembrandt y Picasso, hay muchos colgados en la antesala de la eternidad que sin duda merecen estar donde est¨¢n, pero en niveles distintos. En literatura no: o se es un escritor de primera l¨ªnea o uno no encuentra donde ponerlo, y no s¨®lo en los innumerables compartimentos del coraz¨®n, sino ni siquiera en los estantes de la biblioteca. En ese. sentido, el criterio m¨¢s justo es el del mundo del boxeo: hay pesos pesados, pesos welter, pesos medios, pelos mosca, y cada, cual, disfruta de una gloria universal dentro de sus l¨ªmites respectivos. En literatura, en cambio, s¨®lo los pesos pesados van al cielo.Habl¨¢bamos de esta injusticia la otra noche con el escritor Pedro G¨®mez Valderrama, a prop¨®sito de un escritor que ambos adnfiramos sin ning¨²n pudor, a pesar de ser conscientes de que no es uno de los m¨¢s grandes: Somerset Maugham. El probl¨¦ma es d¨®nde ponerlo. Sus novelas, que le hicieron famoso, sobre todo por sus adaptaciones al cine, no merecen ni un recuerdo piadoso. En cambio, hay un mundo de tesoros ocultos en sus casi 300 cuentos, muchos de los cuales no son m¨¢s que obras maestras. Curioso: igual tosa ocurre con Hemingway, y sin embargo no nos cabe ninguna duda de que es y tal vez seguir¨¢ siendo para siempre una estrella de la primera divisi¨®n. Maugham, al contrario, es un autor que se olvida, aunque se sabe de la existencia de grandes lectores, cr¨ªticos respetables y escritores consagrados que quisieran subir lo a un piso m¨¢s alto, pero no se atreven. As¨ª como. hay muchos que lo siguen leyendo en secreto, y hasta algunos escritores que siguen nutriendo con la lectura la propia obra, y sin embargo lo niegan en p¨²blico m¨¢s de tres veces y mucho despu¨¦s de que ha cantado el gallo.
Pensando en el destino injusto de Maugham, no es posible eludir el recuerdo de otros tantos escritores que por un momento nos parecieron grandes porque nos deleitaron como si en efecto lo fueran, y que han sido arrasados por el tiempo. Uno de ellos es Aldous HuxIey, a quien sin duda la generaci¨®n de hoy, en ning¨²n pa¨ªs, no ha o¨ªdo ni siquiera mencionar. Se sorprender¨ªan al saber que por lo menos durante una d¨¦cada su novela Contrapunto estaba considerada como una pieza capital de las letras de este siglo, y que nadie que quiera ser o parecer culto ten¨ªa el coraje de admitir que no lo hab¨ªa, le¨ªdo. Su predestinaci¨®n al olvido, sin embargo, tuvo una prueba que parece sobrenatural: Aldous Huxley muri¨® en California el mismo d¨ªa en que fue asesinado el presidente John F. Kennedy, de modo que la noticia -sin espacio ni tiempo para homenajes p¨®stumos- se qued¨® traspapelada en el cementerio de las causas perdidas.
Un contendor muy apreciado de Aldous Huxley en el mercado de las vanidades del mundo fue el mam¨ªfero m¨¢s raro de su ¨¦poca: Lin Yutang, un chino norteamericanizado que adem¨¢s de vender como salchichas sus libros numerosos en casi todos los idiomas, hizo un diccionario, chino-ingl¨¦s e invent¨® una m¨¢quina de escribir en chino. Su libro La importancia de vivir lleg¨® a considerarse en Occidente como un compendio de la felicidad oriental, y sus ejemplares se volv¨ªan polvo en las manos de tanto ser le¨ªdos con una especie de avidez at¨®nita. Eran los a?os de la posguerra, en los cu¨¢les irrumpi¨® otro nombre que puso a temblar a los consagrados: Curzio Malaparte, un italiano con una concepci¨®n descomunal del arte de escribir, que impuso en el mundo, con el t¨ªtulo de uno de sus libros, una palabra de significado devastador: kapput. Con todo, ese libro que lo consagr¨® en la primera fila no fue el que se ley¨® con m¨¢s pasi¨®n, sino otro posterior, La piel, sin duda uno de los m¨¢s vendidos de aquellos tiempos.Cuando lo estaba leyendo por primera vez, en una s¨®rdida pensi¨®n de estudiantes de Bogot¨¢, tuve en mitad de camino la r¨¢faga de pavor de no querer morirme antes de saber c¨®mo terminaba. Entre los muchos episodios que hoy parecer¨ªan truculentos, sin duda el m¨¢s impresionante era el de un manat¨ª del acuario de N¨¢poles que le fue servido en una cena de gala al comandante de las tropas norteamericanas en Italia y que ¨¦ste hab¨ªa rechazado porque era igual a una ni?a hervida que llevaba a la mesa en una fuente adornada con algas y coliflores. Hace unos a?os, buscando otra cosa me encontr¨¦ de pronto con este recuerdo lancinante de la juventud, y me qued¨¦ perplejo pregunt¨¢ndome qu¨¦ clase de lectores incautos ¨¦ramos en aquellos tiempos.
Se le¨ªa entonces otros libros capaces de estremecernos por motivos que hoy nos resultan misterios, y que no nos atrevemos a releer por el temor a romper el encanto. Recuerdo El hombrecillo de los gansos, del alem¨¢n Jacobo Wasserm¨¢nn - bi¨®grafo incidental de Crist¨®bal Col¨®n-recuerdo Primavera mortal -del h¨²ngaro Lajos Zilahy- y recuerdo por supuesto el libro que conmovi¨® al mundo con una fuerza cuya naturaleza no fue nunca descifrada: El diario de San Michele, del m¨¦dico sueco Mel Munthe. Este ¨²ltimo, cuyas virtudes de escritor eran m¨¢s que evidentes, tuvo la debilidad muy propia del cine de nuestro tiempo de querer exprimir el lim¨®n hasta m¨¢s all¨¢ de la c¨¢scara y escribi¨® una segunda parte de su libro capital. En todo caso, ninguno de estos autores se asom¨® siquiera a la gloria desmesurada de otro de los grandes olvidados de la literatura: Vicente Blasco Ib¨¢?ez, que sin duda fue el escritor espa?ol m¨¢s conocido y aclamado del presente siglo en el mundo entero. La recepci¨®n popular que se le tribut¨® en New York en 1920 hace todav¨ªa menos comprensible la magnitud de su olvido.
Queda todav¨ªa por establecer si estos autores borrados de la memoria merec¨ªan de veras su suerte. Pero hay otros de los cuales se puede y se debe decir sin vacilaci¨®n que no la merec¨ªan. Es el caso de Anatole France, premio Nobel de 1921, que ejerci¨® una fascinaci¨®n, justa no s¨®lo en Francia sino en todo el ¨¢mbito latino, y del cual son muy pocos los que hoy pueden hablar sin conocimiento de causa. Su caso es m¨¢s triste a¨²n que el de Alejandro Dumas, porque a ¨¦ste lo leen todav¨ªa algunos franceses desperdigados, aunque un poco a escondidas, como los estudiantes que fuman en el ba?o. Es el caso del ruso Le¨®nidas Andreiev, que irrumpi¨® en el ¨¢mbito de la moda con su novela Sashka Zhegulov y luego desapareci¨® para siempre.
Fue una fugacidad injusta, pues su novela m¨¢s famosa no parec¨ªa animada por un aliento perdurable, muchos de sus cuentos -sencillos y hermosos- merecen leerte todav¨ªa m¨¢s que las obras de algunos de sus contempor¨¢neos. Es el caso tambi¨¦n de Thomas Mann, de quien se encuentran todav¨ªa ediciones imprevistas y evocaciones ocasionales, pero que en todo caso parece ya cubierto a medias por las cenizas del olvido. Son comprobaciones tristes pero saludables, sobre todo cuando surge de conversaciones casuales entre escritores. Es como si de pronto record¨¢ramos -con la voz del peque?o argentino que todos llevamos dentro- que tal vez ya vaya siendo hora de poner nuestras barbas en remojo. Aunque s¨®lo sea por si acaso.
Copyright 1983. Gabrie Garc¨ªa M¨¢rquez-ACI.
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