Todo est¨¢ escrito
En una canci¨®n de Maurice Chevalier se dice que cuando un vizconde se encuentra con otro vizconde, se cuentan historias de vizcondes. Los escritores, en cambio, cuando se encuentran con otros escritores, s¨®lo se sienten inclinados a hablar de libros cuando los que organizan el encuentro son los editores. En otras ocasiones quiz¨¢ prefieran hablar de f¨²tbol o de pol¨ªtica, de odios y de amores, de Dios y de ecolog¨ªa, temas ¨¦stos que, despu¨¦s de todo, son menos pantanosos.En realidad, los escritores no s¨®lo hablan escasamente sobre libros; tampoco escriben mucho sobre ellos. Cuando lo hacen, sobre todo si son cr¨ªticos, es referido a alg¨²n libro en particular, pero casi nunca acerca del libro como objeto de cultura y de consumo.
Sibelius dec¨ªa: "Nunca se ha levantado una estatua a un cr¨ªtico". Claro, ¨¦l lo dec¨ªa desde su propio pedestal, y eso es m¨¢s bien inconfortable, pero yo creo que s¨ª, que habr¨ªa que levantarle un monumento a alg¨²n cr¨ªtico, no importa demasiado a cu¨¢l, no tanto porque haya cumplido estupendamente su tarea, sino por haber tenido que leer miles de libros por obligaci¨®n y no por eso que se llama (en el dialecto de los epic¨²reos que tienen otros placeres) "placer de la lectura".
Sin embargo, los libros no siempre dan placer. Hay libros que abrazan y otros que abrasan. Libros que son confidencias y tentaciones en nuestro o¨ªdo proclive, y otros que son alaridos en nuestra sordera voluntaria. Libros con vocaci¨®n de cabecera y libros con vocaci¨®n de fogata. Libros que nunca ser¨¢n desvirgados y por eso se vuelven resentidos y, en algunos casos, puritanos, severos, inclementes. Libros de hojas amarillentas y marchitas, condenados a jubilarse en sus anaqueles, cada vez m¨¢s lejos del sol y los lectores. Libros, por el contrario, tan le¨ªdos, que se deshojan como las margaritas antes de ser echadas a los puercos. Hay libros aplazables y libros irremplazables. Libros viudos, que penosamente sobreviven a sus musas. Y en los ¨²ltimos tiempos, libros divorciados. Hay libros que seducen con sus solapas y otros que agreden con sus erratas.
Antes los poetas mor¨ªan, como Rilke, de una espina de rosa. Ahora mueren de erratas. Cuando un autor posee m¨¢s erratas que gl¨®bulos rojos debe consider¨¢rsele un caso irrecuperable. S¨¦ de un colega cient¨ªfico que nunca (aunque sonara m¨¢s sofisticado) escrib¨ªa hemat¨ªes y s¨ª gl¨®bulos rojos, y todo para que los hemat¨ªes no aparecieran luego sin la hache. Ergo: le pusieron gl¨®bulos rogos.
Todos sabemos que en la erratosis aguda lo on¨ªrico se convierte en or¨ªnico, el humanista en humorista, el p¨¢rroco en barroco y el insecto en incesto. Y el hombre p¨²blico que hab¨ªa culminado su fervorosa pieza oratoria con la apropiada cita latina para esos menesteres, aparece luego diciendo, en letras de imprenta y en un tono casi conyugal: "?Hasta cu¨¢ndo, Catalina?".
Es verdad que los poetas escribimos poco sobre los libros, pero espigando y espigando algo siempre se encuentra. Por ejemplo, uripoemita de Juan Ram¨®n Jim¨¦nez (Biblioteca m¨ªa), que concluye: "?Ay, libros / solos, cuando me voy de ellos / (el sol se queda, lento y ciego, ilumin¨¢ndolos) / y no los uno con mis ojos!" Un mexicano, Jos¨¦ Emilio Pacheco, escribi¨® un brev¨ªsimo poema en prosa, El libro: "Lo compr¨¦ hace m¨¢s de 15 a?os. Pospuse la lectura para un momento que no lleg¨® jam¨¢s. Morir¨¦ sin haberlo le¨ªdo. Y en sus p¨¢ginas estaban el secreto y la clave". Y Jorge Guill¨¦n: "Volumen a volumen leo / Portadas en sonoro idioma, / Y tanto mundo all¨ª se asoma/ Que me lanzo a ¨¦l: librer¨ªa /Por donde mi placer me gu¨ªa". Y es nada menos que Pablo Neruda quien, en una de sus dos odas al libro, casi reniega de ¨¦l: "Libro, cuando te cierro / abro la vida", y luego: "Vuelve a tu biblioteca, / yo me voy por las calles".
Es posible que los poetas escribamos poco sobre los libros porque ellos han estado en nosotros desde siempre. La realidad es un territorio por el que casi fatalmente pasan los libros, pero en el cual casi nunca se quedan. Por algo Antonio Machado le hizo decir a Juan de Mairena: "Despu¨¦s de la verdad nada hay tan bello como la ficci¨®n". Por lo com¨²n, quienes escribimos los libros nos apuntamos descaradamente a ese despu¨¦s. Es claro que sin demasiadas ilusiones de que estemos inventando algo. Como escribi¨® Caballero Bonald: "Nada se salva / de las sombras: todo est¨¢ escrito".
?Ser¨¢ por eso, ser¨¢ porque todo est¨¢ escrito, que c¨ªclicamente se habla y se vuelve a hablar de la crisis del libro? Todo est¨¢ escrito y, sin embargo, empecinadamente seguimos escribiendo. Porque crisis del libro no significa irremisiblemente crisis de la literatura ni crisis del lector.
Dicho en otras palabras y en otra lengua, la crisis del libro probablemente sea apenas la crisis del best-seller y no la del best writer ni la del best reader. La crisis del libro es acaso la crisis del concepto prioritariamente mercantil del libro, o sea, de la literatura que se escribe para vender mejor. Y es una crisis que podr¨ªa ser f¨¢cilmente conjurada.
Si tan s¨®lo se hiciera posible la comunicaci¨®n real, entra?able, entre el lector y el libro, entre el autor y el lector; si no se planificara r¨ªgidamente qu¨¦ libros debe preferir el lector, sino que se le dejara construir sus preferencias; si no se le abrumara con t¨ªtulos previamente decretados como exitosos y se le permitiera cotejar libremente su gusto personal con otros gustos, entonces no habr¨ªa crisis del libro, porque el lector vocacional empezar¨ªa a salir de sus madrigueras y volver¨ªa gustoso a las librer¨ªas; siempre y cuando en las librer¨ªas no hallara s¨®lo mostradores con los ¨²ltimos best-sellers internacionales (porque de los pen¨²ltimos ya nadie se acuerda), sino el libro que ¨¦l busca, el libro que ¨¦l modestamente quiere leer, sin intermediarios, sin coacciones, sin discriminaci¨®n.
Cuando se habla de la crisis del libro se echa sin miramientos la culpa al cine, a la radio, a la televisi¨®n, recordando que esos medios llenan, con un menor esfuerzo por parte del p¨²blico, muchas de las horas que antes dedicaba ¨¦ste a la lectura. Indudablemente hay algo de cierto en ese desv¨ªo de la atenci¨®n. Ahora bien, si existe verdaderamente una crisis del libro, ?c¨®mo es que no se le echa la culpa al analfabetismo, e incluso a esa condici¨®n que alguna vez Pedro Salinas denomin¨® neoanalfabetismo? ?Cu¨¢ntos millones de analfabetos existen todav¨ªa en el mundo de habla hispana y tienen, por tanto, vedado su acceso al libro? ?Qu¨¦ porcentaje de esos marginados de la cultura escrita se ir¨ªan convirtiendo, una vez alfabetizados, en lectores de buena literatura? He asistido, en alguna regi¨®n de Am¨¦rica Latina, al resultado de masivas campa?as de alfabetizaci¨®n, y he podido comprobar c¨®mo, cuando un adulto aprende a leer y s¨²bitamente se ve due?o de semejante herramienta, entra en un verdadero frenes¨ª por ponerse vertiginosamente al d¨ªa con la cultura que se hab¨ªa perdido.
En los expoliados pa¨ªses del subdesarrollo, y tal vez por aquello de que "en el pa¨ªs de los ciegos, etc¨¦tera", se forman a veces peque?as elites que son nuestros obligados consumidores, pero ?acaso nos conforma escribir para esos n¨²cleos reducidos? En un hospital psiqui¨¢trico de Buenos Aires un enfermo escribi¨® en los muros esta leyenda reveladora: "En el pa¨ªs de los ciegos, el tuerto est¨¢ preso". Es posible que la crisis del libro, junto con tantas otras crisis, se acabe en esas regiones, no tanto cuando los ciegos dejen de ser ciegos, sino cuando el tuerto salga de la c¨¢rcel.
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