Un general para un pueblo
El domingo 30 de octubre, un censo electoral pr¨®ximo a los 18 millones, sobre 28 millones de argentinos, acudir¨¢ por primera vez a las urnas en 10, a?os y por tercera en 20 para elegir libremente presidente y vicepresidente de la naci¨®n, diputados nacionales y provinciales, senadores, gobernadores, alcaldes y concejales. Un terremoto pol¨ªtico y administrativo en el que cinco millones de argentinos estrenar¨¢n su derecho al sufragio. Tras siete a?os de proceso militar, ruina econ¨®mica, acumulaci¨®n de una deuda externa sideral y derrota en las Malvinas, los peronistas conf¨ªan en la inercia de su movimiento obrero y sentimental, y los radicales creen que por primera vez en 40 a?os pueden vencer al peronismo.
"Cuando fui obligado a exiliarme march¨¦ a Italia para estudiar a Antonio Granisci y poder entender el peronismo. Ahora que lo en tiendo he regresado para votar a los radicales de Alfons¨ªn". Es la reflexi¨®n, no exenta de humor, de un intelectual porte?o de izquierda que ha tenido que recurrir al psico an¨¢lisis no tanto para resolver sus contradicciones personales como para desentra?ar el embrollo ideo l¨®gico de quienes quieren sentirse pr¨®ximos al proletariado argen tino.Porque uno de los empe?os intelectuales m¨¢s arduos consiste en intentar trasladar a esquemas occidentales el movimiento peronista sin desbarrar en demas¨ªa. Acaso el ¨²nico consuelo resida en que no pocos argentinos pol¨ªticamente cultos encuentran las mismas dificultades para entender cabalmente este fen¨®meno prepol¨ªtico amasado con culto a la personalidad ("Per¨®n, Per¨®n, que grande sos. Mi general, cu¨¢nto vales", reza la letra del himno peronista), corrupci¨®n, sincero populismo, rencor social, violento antiizquierdismo, nacionalismo exacerbado, bombos golpeteados hasta el frenes¨ª, las mujeres del general, sindicatos, controlados por c¨²pulas mafiosas que dirimen a tiros sus cuotas de poder, bastante prepotencia ("Paso, paso, p¨¢so, que viene el peronazo"), tango, milonga, guitarra criolla, mucha, nostalgia, todo el sentimentalismo del mundo, algo de doctrina social de la Iglesia, bastante anticlericalismo y esa tranquila, sincera y ciega irracionalidad con la que a¨²n te contestan en las postrimer¨ªas de 1983: "El peronismo es un sentimiento y entra por la piel" ("Sinverg¨²enza y ladr¨®n, queremos a Per¨®n").
La primera tentaci¨®n que debe resistir el observador es equiparar el peronismo al fascismo o, como poco, al movimiento nacional. Tiene, sin duda, nopocos de los elementos irracionales de aqu¨¦llos, pero tambi¨¦n es otra cosa y m¨¢s genuina. Per¨®n de la familia Perone- fue un admirador confeso de Mussolini, pero comenz¨® a movilizar las masas en la Plaza de Mayo cuando los fascismos europeos hab¨ªan sido derrotados militarmente. Acogi¨® al exilio nazi y ayud¨® a Franco con cr¨¦ditos para la adquisici¨®n de granos. Fund¨® sindicatos verticalistas y hegem¨¢nicos, y los libros de su segunda esposa -la fascinante Eva Duarte- fueron obligatorios en las escuelas. "La vida por Per¨®n" fue la consigna, y se erigi¨® en caudillo de sus fieles.
Virtuoso de la agitaci¨®n por radio -aunque en menor medida que Evita- y en las concentraciones ante la Casa Rosada, en la explanada de la Plaza,de Mayo lanz¨® en m¨¢s de una ocasi¨®n a sus huestes contra sus enemigos, y los descamisados golpearon, tirotearon, quemaron iglesias, peri¨®dicos y los reductos sociales de la oligarqu¨ªa agr¨ªcola-ganadera.
Agitador virtuoso
Per¨®n se enfrent¨®, con m¨¢s energ¨ªa que ning¨²n otro, a la aristocracia criolla de los granos y las reses (que a¨²n perdura y detenta poder), que so?aba una Argentina id¨ªlica y buc¨®lica, poco poblada, afanada en trabajos agropecuarios, permanente importadora de manufacturas y libre de la peste del proletariado industrial, una Alcadia feliz en la que la mano de obra gaucha, los cabecitas negras del interior, tendr¨ªan un nivel de vida digno y los Mart¨ªnez de Hoz; Anchorena, Alzaga-Unzue, Tezanos-Pintos, BulIrich, sorber¨ªan oporto en clubes exclusivos y silenciosos, vestidos con telas inglesas y discutiendo gravemente las cotizaciones de las bolsas internacionales de carne y cereales y los resultados de los partidos de polo.
El joven coronel Per¨®n, en 1945 subsecretario de Guerra y secretario de Trabajo y Previsi¨®n Social en el Gobierno del general Edelmiro J. Farrell, conecta con los sentimientos de una masa proletaria apenas organizada, y se coloca a la cabeza de una manifestaci¨®n. De muchas cosas podr¨¢ acusarse al general Per¨®n, menos de carecer de instinto pol¨ªtico. Encauza a ese proletariado emergente y castiga con mano de hierro a la izquierda que puede discutir ideol¨®gicamente su liderazgo. El mayor odio peronista no es para la oligarqu¨ªa, sino para los bolches, los zurdos, hasta que Per¨®n, desde su Santa Elena madrile?a, los necesite para regresar al poder. El primer peronistno redistribuye la riqueza, erige elefanti¨¢sicas obras sociales, desarrolla la industria, nacionaliza servicios, levanta casas, mientras Eva Duarte, colmada de joyas, abraza a sus descamisados, que la veneran, e inunda de juguetes las cunas de los ni?os pobres.
Per¨®n llega, en su modernizaci¨®n del pa¨ªs, a implantar el voto femenino y el divorcio, pero se cuida de sangrar a la oligarqu¨ªa y lleva adelante sus reformas con el dinero acumulado por Argentina durante la segunda guerra mundial. Sencillamente, no es un revolucionario: es un producto brillante del rencor social, harto de la tonter¨ªa elegante del barrio norte de Buenos Aires. Hijo natural, viudo, se amanceba con otra hija natural -Evita- y, llenos de talento y de magogia, arremeten contra quienes se negaban y negaron a recibir los en sus salones. Ese rencor social, sumado al escaso inter¨¦s de Per¨®n por rodearse de eminencias, explican el car¨¢cter torvo, zafio, malencarado del peionismo ("Alpartasas, s¨ª; libr¨®n, no"), donde medraron los v¨¢lidos y los brujos de alcoba y en el que pareci¨® primarse cualquier groser¨ªa o brutalidad y ser desde?able todo refinamiento o tolerancia. Quedaron sin modernizar las estructuras sociales y pol¨ªticas del pa¨ªs, y la industrializaci¨®n fue antes un deseo de satisfacer el consumismo manufacturero de unos obreros halagados desde el poder que un proyecto serio y a largo plazo (a¨²n hoy se habla en Argentina de "la revoluci¨®n pendiente"). Qued¨® enquistado en la sociedad un sindicalismo de mangoneo financiero y guardaespaldas y, a la postre, la oligarqu¨ªa permaneci¨® intocada, aunque provisionalmente humillada.
Clases medias
Las clases medias, los profesio nales, todo ese magma inasequible a la seducci¨®n de la alta burgues¨ªa y a la hipnosis pol¨ªtica que puede llegar a provocar "el aluvi¨®n zool¨®gico" (as¨ª lleg¨® a ser tildado el movimiento peronista), qued¨® desonentada entre sus propios errores y peque?os ego¨ªsmos, la multi divisi¨®n de los radicales y el gran pecado original de los argentinos: la consideraci¨®n del Ej¨¦rcito como columna vertebral del pa¨ªs, forjador de la naci¨®n y el gran padre al que en ¨²ltima instancia se acude para escapar de los atolladeros. Es todo el tejido social que ahora escruta las dudosas encuestas atisbando las posibilidades del radicalismo, pero con la resignaci¨®n en el alma: "Tendremos que esperaseis a?os m¨¢s hasta que el peronismo termine de derrumbar el pa¨ªs. Pero lo peor que puede ocurrir en Argentina es que ganen y vuelvan a sufrir un golpe militar . El peronismo, siempre en claroscuro, fue impecablemente democr¨¢tico en sus accesos al poder. En 1946 obtuvo el 52%; en 1951, el 62,49% de los votos, y en 1973, el 49,59% en la elecci¨®n de Campora y el 61,85% en la de Per¨®n. Por dos veces fue ;violentamente apartado del poder que hab¨ªa alcanzado leg¨ªtimamente: en 1955, por el teniente general Lonardi, y en 1976 por el teniente general Videla. Es la gran coartada hist¨®rica peronista: "Todo acab¨® mal porque no nos dejaron acabar nuestros dos ¨²ltimos per¨ªodos electorales, y, adem¨¢s, sufrimos persecuci¨®n e injusticia, mientras que otros obten¨ªan prebendas y colaboraban con los Gobiernos militares".
Son verdades a medias, que como bien se sabe, constituyen las m¨¢s grandes mentiras. En 1955, el Ej¨¦rcito derroca a un Per¨®n que quema iglesias, que est¨¢ excomulgad¨®, que ha perdido a su gran demagoga -a la que el profesor ha embalsamado para un mausoleo fara¨®nico- y que ha gastado las ganancias argentinas (el per¨ªodo 1939-1952, los a?os en los que no se pod¨ªa transitar por los pasillos del Banco Central porque los lingotes de oro atoraban los pasillos). Per¨®n, entonces, se exilia cuando estaba en el cabo de la cuerda. El peronismo result¨® hist¨®ricamente beneficiado por m¨¢s que en aquel momento lo ignorara.
Pacto sutil
En 1976, el peronismo -ya sepultado el Macho en Chacarita- pacta sutilmente el golpe militar Italo Luder, entonces presidente del Senado, presidente provisional cuando se retira brevemente Isabel Per¨¢n por una enfermedad nerviosa, pod¨ªa haber forzado la dimisi¨®n o incapacitaci¨®n de la seflora y haber conducido al pa¨ªs hasta las elecciones de la mitad del Congreso, para las que s¨®lo faltaban nueve meses. Pero el peronismo ya estaba enfangado en su propia guerra civil, la direcci¨®n del partido se hab¨ªa mostrado capaz de los mayores desprop¨®sitos (L¨®pez Rega) e Isabel Per¨¢n presid¨ªa Consejos de Ministros en los que los titulares se persegu¨ªan a carterazos alrededor de la mesa.
El proceso militar de, reorganizaci¨®n nacional, adem¨¢s de conculcar una legalidad constitucional, degener¨® en tal barbarie que santific¨® a algunas de su poco santas v¨ªctimas. Cinco a?os de prisi¨®n en un chal¨¦ de las fuerzas armadas mejoraron la todav¨ªa impresentable figura de Isabel Per¨®n; unos a?os de residencia obligatoria en su domicilio hicieron de Lorenzo Migull un m¨¢rtir. L¨®pez Rega no es ahora candidato peronista a algo porque los militares le hicieron la maldad o el desprecio de no detenerlo y encarcelarlo durante los ¨²ltimos siete a?os.
Toda la direcci¨®n sindical peronista fianque¨® al general Ongania (el gran patrocinador latinoamericano de la doctrina de la seguridad interior) cuando desaloj¨¦ a patadas de la Casa Rosada al presidente constitucional, Arturo Ill¨ªa, noble anciano radical que cre¨ªa en el derecho a la justicia, quien jam¨¢s puso preso a nadie por denostarle y que legaliz¨® a los peronistas. Ya entonces el cuchicheo entre militares y sindicalistas comenzaba a significar la pol¨ªtica argentina. Unos y otros pose¨ªan la capacidad de repartir el poder y compart¨ªan id¨¦ntico desprecio por la metodolog¨ªa democr¨¢tica y la misma tendencia por la resoluci¨®n expeditiva de los problemas personales: ?por qu¨¦ no negociar? Todav¨ªa est¨¢n negociando.
Y ahora el peronismo afronta la que puede ser su prueba postrera en esta campa?a electoral poblada de fantasmas y de espectros. Una amiga de siete a?os -obviamente, adicta a la televisi¨®n- te comenta: "Yo no voy a votar a un se?or que est¨¢ muerto". Y su mucama (sirvienta) le replica: "Fue el ¨²nico que nos dio algo". Lo dicho: el peronismo es un sentimiento y entra por la piel.
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