Jockey
En Madrid existe la posibilidad de tomar un excelso gratinado de langosta sentado en un ba¨²l de acero lleno de joyas, bajo la atenta mirada del ministro del Interior. No se trata de una escena superrealista. ?ste es un hecho de car¨¢cter casi metarisico que se repite todos los d¨ªas. En nuestro planeta hay lugares donde se concentran los dioses con mucha naturalidad. En cualquier ciudad siempre se halla el v¨¦rtice esot¨¦rico de una pir¨¢mide cargada de vibraciones. El restaurante Jockey, capilla sixtina de los faisanes a las uvas, est¨¢ situado en una calle silenciosa a la espalda del paseo de la Castellana, junto a la entrada trasera del palacio de Banesto, frente a la fachada del Ministerio de la Gobernaci¨®n. No es s¨®lo el mejor restaurante de Espa?a, sino algo m¨¢s filos¨®fico. El s¨®tano acorazado del primer banco del pa¨ªs se encuentra exactamente debajo de sus cocinas. Encima de este tesoro de Al¨ª Bab¨¢, unos pinches diplomados con el lazo de Isabel la Cat¨®lica elaboran el r¨®ti de veau au charbon de boys con la misma exquisita devoci¨®n con que los guardas jurados vigilan la cava repleta de divisas y alhajas; aderezan lespetits bousins au champagne con igual delicadeza con que las metralletas de Barrionuevo cubren la retirada de los comensales. Todo sucede en pocos metros cuadrados.En Jockey se sienta uno en la poltrona de estilo ingl¨¦s entre maderas, alfombras, grabados de caballos galopantes, rumores de sutiles cuitas financieras o pol¨ªticas y puede pedir un chevreuil y marcassin a la austriaca. El gourmet tiene a sus pies la c¨¢mara blindada de la oficina principal de Banesto, unos sarc¨®fagos de acero rebosantes de oro, brillantes, diademas, documentos lacrados, sagrados testamentos y collares de esmeraldas en el fondo de un laberinto de ciegos ascensores, rejas y rev¨®lveres. El gourmet mira por la ventana y, encima de la sopera de plata, ve la calzada erizada de otros fusiles a cargo del ministro del Interior, que guardan secretos de Estado. ?D¨®nde se podr¨ªa degustar con m¨¢s seguridad un pur¨¦ de trufas o un rodaballo a la diabla? Hay alimentos que cambian de sustancia no s¨®lo a mano de los cocineros. En el centro de este tri¨¢ngulo, el cliente se come la propia filosoria de Arist¨®teles a la brasa. Aunque la paga a buen precio.
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