A medio camino
Casandra, de Gald¨®s, versi¨®n de Francisco Nieva.Int¨¦rpretes: Mar¨ªa Jes¨²s Sirvent, Juan Messeguer, Fernando Valverde, Sonsoles Benedicto, Asunci¨®n Sancho, Julia Tejela, Guillermo Mar¨ªn, Juan Sala, Ignacio Mart¨ªnez, Mar¨ªa Jos¨¦ Goyanes. Escenograf¨ªa: Francisco Nieva. Vestuario: Cidr¨®n. Direcci¨®n. Jos¨¦ Mar¨ªa Morera.
Estreno en el Teatro Bellas Artes, el 24 de octubre de 1983.
Casandra fue una novela dialogada (novela-teatro, como La Celestina, como har¨ªa Valle-Incl¨¢n), que Gald¨®s public¨® con gran ¨¦xito en 1905; hizo con ella -parte de ella- una obra de teatro que se estren¨®, -con peor ¨¦xito, en 1910. Abordaba temas de su tiempo, como el de religi¨®n y libertad; personajes arquet¨ªpicos como el de la mujer seca, dura, est¨¦ril y avara frente a la generosa, abierta, corporal, amante y madre; hoy, sin duda, existen, pero no tienen,la misma representatividad social. Gald¨®s como los grandes escritores y dramaturgos de su tiempo, era actualista: contaba su tiempo, su sociedad, las pugnas dentro de ella y las esperanzas de cambio, a las que ayudaba con su escritura. Casandra, novela, est¨¢ llena de alusiones, claves, pol¨¦mica, s¨ªmbolos y excursiones al delirio, la fantas¨ªa, la imaginaci¨®n. La posterior obra de teatro es m¨¢s depurada y m¨¢s seca; una com presi¨®n, una reducci¨®n de personajes, tema y acci¨®n. Lo que su actualismo tiene de universal?dad y valores permanentes no coincide, sin embargo, con los planteamientos, de la actualidad nuestra: de hoy.
Sobre la nueva depuraci¨®n que hizo Nieva hace a?os cabe remitirse a las notas al programa y a la m¨¢s extensa que hace muy bien -con sabidur¨ªa y capacidad de an¨¢lisis- Andr¨¦s Amor¨®s en la edici¨®n que publica ahora la editorial MK. Est¨¢ trabajada sobre el texto escrito y fechada en 1978
La representaci¨®n presenta, en cambio, algunos problemas. Hay, en primer lugar, una dificultad de simbiosis: Gald¨®s no deja imaginar, inventar, a Nieva, y Nieva no deja narrar a Gald¨®s. Dudo de que quienes no hayan le¨ªdo el o los originales galdosianos tengan una idea concreta de lo que pasa en el escenario. Puede dudarse de que, aun con ella, les importe demasiado. Nieva debi¨® escribir su adaptaci¨®n como alusi¨®n a otra situaci¨®n antigua-reciente; la opresi¨®n de una dictadura y la muerte del tirano por el emblema de la libertad que libera a la colectividad de personajes, los cuales bailan un vals -con intenci¨®n de Carma?ola- en tomo a la inmovilizada escena del crimen, o del tiranicidio. Esta atribuci¨®n de idea no es un juicio de intenciones, sino una suposici¨®n para tratar de comprender para qu¨¦ ha podido servir y ya no sirve, o no .es de aplicaci¨®n inmediata. Claro que no hay que buscar una utilidad pol¨ªtica, social o inmediata en el teatro, si a cambio se obtiene alguna otra. La sensaci¨®n es la de que Nieva, aherrojado por el servicio a Gald¨®s y su lealtad, o por su propia utilizaci¨®n pol¨ªtica anterior, no encuentra esos otros valores posibles. Todo es como un esquema, como el espectro de la rosa. El delirio de los personajes -que est¨¢ en Gald¨®s- no casa con la acci¨®n, las alteraciones de tiempo en un par de escenas son como homenaje a la novela original, pero tampoco la comprende o la aprehenden. El di¨¢logo sufre del mismo da?o. Ni es el de Nieva -tan bello, tan libre, tan inventivo- ni el de Gald¨®s, tan hecho para el dise?o de personajes, situaciones y realidades. Se queda en pastiche. Lo que se ve en el escenario del Bellas Artes es algo a medio camino. Con bellezas de escenario y figurines, con hallazgo de teatralidades en muchos momentos. No cubre su incoherencia o su desconexi¨®n interna y externa (ni con la obra en s¨ª misma, su l¨®gica, su din¨¢mica; ni con la referencia galdosiana).
Morera ha dirigido ¨¦l todo con su habitual delicadeza, su elegancia; pero tambi¨¦n con una solemnidad y una lentitud, y un tono bajo en toda la representaci¨®n que, probablemente, la perjudic¨¢n. La distinguida huida del efecto y de la teatralidad puede llegar a ser excesiva.
En ese problema se desenvuelven todos los personajes, todos los actores; con excelencias -adem¨¢s, claro, de la maestr¨ªa de Guillermo Mar¨ªn- en los dos d¨²os principales de Mar¨ªa Jos¨¦ Goyanes y Asunci¨®n Sancho, naturalidad en Sonsoles Benedicto, exceso y confusi¨®n en Mar¨ªa Jes¨²s Sirvent -no probablemente por su defecto, sino por la presi¨®n hist¨¦rica del personaje- y un tono borroso en los dem¨¢s. Por este orden recibieron los aplausos finales, con Morera y Nieva, el cual en modestas palabras, los deposit¨® todos a los pies de Gald¨®s.
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