La alegr¨ªa de los muertos
En estas fechas todav¨ªa pr¨®ximas a la conmemoraci¨®n de Todos los Santos y Difuntos es casi obligado pensar un poco en la Muerte: algo desagradable sin duda y a mi juicio m¨¢s bien asqueroso que otra cosa. Pero si la Muerte tiene aire fat¨ªdico y repulsivo en cambio los muertos, los que han sido vencidos por ella, son para nosotros motivo de cari?o, de dulce recuerdo. No s¨®lo los cercanos. Tambi¨¦n otros: y algunos motivo de las pocas alegr¨ªas y satisfacciones que nos da la vida. Va el solitario en su pueblo a la ¨²nica casa amiga que le queda en la vejez. Es de noche, hace fr¨ªo, llovizna. La tertulia queda dominada por la Televisi¨®n. La pantalla empieza a funcionar. Despu¨¦s de ver un programa en que pedag¨®gicamente, se presenta a los hombres haciendo sarracina de pobres animales en un pa¨ªs lejano, hay otro en que los mismos animales se matan entre ellos del modo m¨¢s sabio y cient¨ªfico que cabe: por lo mec¨¢nico, por lo autom¨¢tico. Pero ahora vienen las noticias. ?Qu¨¦ alegr¨ªa! Una se refiere al ¨²ltimo asesinato cometido, otra al paro obrero, otra a las dificultades de la reconversi¨®n. Las de lejos son mejores a¨²n. Matanzas en el L¨ªbano, guerra horrible entre Persia y el Irak, alegr¨ªas similares en Centroam¨¦rica. Gesticulan los pol¨ªticos. Lo que es verdad para uno es mentira solemne para otro. Termina el programa, termina la frustrada tertulia. El solitario vuelve a su casa destemplado de cuerpo y de ¨¢nimo. El pueblo est¨¢ l¨®brego. La vida es as¨ª. Tambi¨¦n nos ha hablado en t¨¦rminos ¨¢speros de ella y en la Televisi¨®n misma, un jovencito, alcachofa en mano, haciendo gestos descompuestos y con palabras acusatorias. ?Flor qu¨¦ muchas de las canciones de moda parecen discursos de l¨ªderes vindicativos??Qu¨¦ hacer? El caso es que llega la conmemoraci¨®n de Todos los Santos y de los Difuntos y que para alegrarnos vamos a los cementerios, a gastar en flores funerarias y a cumplir con otros ritos tristes. El solitario piensa en esto, con un poco de esp¨ªritu rebelde. Va a leer algo en la cama. ?Basta de tristezas vitales, de esta vida que lo que tiene de m¨¢s alegre son las cifras de paro y el d¨¦ficit de los estados!
El solitario coge el tomo segundo de las obras de Eug¨¨ne Labiche: -?Qui¨¦n ha dicho usted? -Labiche-. -Nunca he o¨ªdo hablar de ¨¦l-. -Pues peor para, usted-. En ese tomo segundo est¨¢ Le voyage de M. Perichon, que se estren¨® en Par¨ªs el 10 de septiembre de 1860. El solitario lee. Primero sonr¨ªe. Luego r¨ªe francamente. En un momento se olvida de asesinatos, d¨¦ficits, reconversiones dif¨ªciles y de las juveniles gesticulaciones conminatorias, a la moda. Vive en un mundo de alegr¨ªa y de inocencia y se duerme con la sonrisa 1 en los labios. ?Gracias a qui¨¦n? Gracias a un se?or franc¨¦s que se muri¨® en 1888... A la ma?ana siguiente a¨²n le dura la satisfacci¨®n y reconfortado piensa: -No hay que conmemorar a los santos, a los sabios, a los buenos, a los grandes artistas muertos, poniendo coronas f¨²nebres en sus tumbas, ni crisantemos, ni dalias ni cacharros con otras flores fat¨ªdicas. Ni con funciones solemnes. Hay que celebrar la fiesta alegremente: con sus obras. Frente a las tristezas de la vida real, que se nos presentan constantes con la colaboraci¨®n de economistas, psic¨®logos, soci¨®logos, antrop¨®logos, naturalistas y otros p¨¢jaros de mal ag¨¹ero, en radios, televisiones, etc. Vamos a refugiar,nos en la alegr¨ªa que nos dan los muertos. Los ¨²nicos seres alegres, al parecer, que hoy existen.
El solitario ha preparado su programa para el d¨ªa de Difuntos y lo ha llevado a cabo al pie de la letra. Por la ma?ana, despu¨¦s de desayunar lo quie su pobre est¨®mago le permite, ha encendido el tocadiscos y ha oido primero una tanda de valses de Waldtenfel, empezando con la Estudiantina.
Ya metido en el mundo del vals, ha seguido con Vino, mujeres y canciones (aunque tenga prohibidos los dos primeros art¨ªculos). Adelante. Despu¨¦s de un paseo matinal, para preparar la comida, ha recurrido a una obertura, que es algo mucho mejor y m¨¢s inofensivo que un fat¨ªdico aperitivo: L'italiana in Algeri le ha alegrado todo lo que el difunto Rossini puede alegrar. Despu¨¦s de comer y de dar otro paseo, se ha o¨ªdo todo Il matrimonio segreto y ha vivido unas horas felices en el siglo XVIII. Descanso. Tertulia sin informaciones. De noche ha le¨ªdo Lysistrata de Arist¨®fanes y antes de dormirse ha canturreado lo que recordaba de Palorrima e notte, versos de Salvatore di Giacomo y m¨²sica de Francesco Buongiovanni (1908): N¨¢poles canta, "Tiene mente sta palomma/ comme gira comm' vota/ comme torna n'ata vota/ sta ceroggena a tent¨¤"
Se ha dormido a gusto. Gracias a la alegr¨ªa de los muertos.
-Es usted un viejo pedante-.
-S¨ª se?or. Soy viejo y soy pedante. Pero prefiero tener la pedanter¨ªa de la alegr¨ªa que la pedanter¨ªa de la tristeza.
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