La moral del exceso
En Hollywood, escaparate de la ideolog¨ªa del individualismo, los verdaderos individualistas, como King Vidor, nunca estuvieron bien vistos. Se les respetaba, pero los jefes y capataces de los estudios prefer¨ªan, salvo contadas excepciones, a la gente gregaria y obediente, a los guionistas a la orden, a los directores amanuenses, a los actores sumisos. Con los otros hab¨ªa que tener cuidado. Y con King Vidor, fiero individualista y cineasta dif¨ªcil de encasillar, lo tuvieron, y mucho. De la estirpe insobornable de los Nicholas Ray, Joseph von Sternberg, Robert Rossen, Preston Sturges, Orson WeIles o Budd Boetticher, Vidor acababa casi siempre haciendo su pel¨ªcula, por encima o, como John Ford, Howard Hawks, Buster Keaton, Ernst Lubitsch o Alfred Hitchcock, por debajo de los planes de sus productores. Y ¨¦stos le reverenciaban, pero le tem¨ªan.King Vidor, tejano, nacido en 1895 y muerto hace unos meses, naci¨® en la abundancia en el seno de una familia de madereros de Galveston. Inici¨® y torci¨®, todav¨ªa adolescente, la carrera militar en que le embarcaron. Mientras tanto, su familia se arruin¨®, y Vidor tuvo que recomenzar la subida a la cima desde cero, a la manera de los t¨®picos del melodrama de Hollywood, como obrero manual, ascensorista, vendedor de peri¨®dicos. Un golpe de azar le llev¨® al oficio de proyeccionista del ¨²nico cine de su ciudad natal, y, all¨ª, contemplando a trav¨¦s de la peque?a ventanilla, en la soledad de la cabina, una, diez y cien veces, sue?os y m¨¢s sue?os de celuloide, forj¨® con hierro y paciencia su vocaci¨®n.
En 1913, a los 18 a?os, le vemos ya, con una c¨¢mara en la mano, recorrer las calles de Los ?ngeles, detr¨¢s de im¨¢genes vivas para los noticiarios de actualidades. En 1917 llam¨® a la puerta de las f¨¢bricas de ficciones y ¨¦sta se le abri¨® de par en par. Su carrera fue fulgurante. Tras escribir y realizar algunos olvidados cortometrajes, a finales de ese a?o hizo arrancar su contradictoria filmograf¨ªa, que abarca entre 30 y 40 t¨ªtulos, en los que hay median¨ªas e incluso errores garrafales, pero combinados con dispersos momentos bell¨ªsimos, al borde de lo sublime, y finalmente, como broche de oro, con una docena de t¨ªtulos -entre ellos La multitud, ?Aleluya!, Duelo al sol, Pasaje del Noroeste, Ruby Gentry, El hombre que sigui¨® una estrella y El manantial- grabados en roca viva, que se cuentan entre los m¨¢s intensos y delirantes ejercicios de estilo personal, de sello propio, de f¨¦rrea individualidad de la historia del cine.
El cine de King Vidor es un fastuoso e inagotable manantial de im¨¢genes. Y eso precisamente es El manantial. La sucesi¨®n de planos, movimientos de c¨¢mara, escenarios, angulaciones, encuadres y secuencias en El manantial, como en cada uno de sus grandes filmes, compone una cadena de sorpresas visuales, dram¨¢ticas, espaciales, temporales e incluso ¨¦ticas, de las que es posible extraer un com¨²n denominador: todo all¨ª es desmedido, fuera de cauce, de madre y de norma, pues, trate Vidor de lo que trate, cualquiera que sea el gui¨®n que ruede, su filme -y en esto El manantial es un arquetipo- busca tozudamente y siempre acaba encontrando una v¨ªa hacia el exceso y la hip¨¦rbole.
Amor enloquecido
En El manantial, que es un filme de amor enloquecido, es posible encontrar despuntes reaccionarios, que se deben m¨¢s a la autora de la novela, Ayn Rand, que al propio Vidor, pero ¨¦ste acent¨²a los rasgos a causa del energumenismo de la puesta en escena y de su desembocadura natural en ese exceso a que antes me refer¨ª. All¨ª donde el relato de Ayn Rand pone 10, la inventiva visual y dram¨¢tica de Vidor multiplica el efecto y este estalla en 100. Vidor rompe la melindrosa medida del pretexto literario, sus enrevesados y superficiales juegos psicol¨®gicos, y convierte a los personajes realistas de Rand en fantoches de ret¨®rica gran gui?olesca, al borde de un rid¨ªculo al que no llegan por ese arte de Vidor para jugar a la exageraci¨®n con t¨¦cnica de relojero.La par¨¢bola sobre el poder -ejecutada por el recientemente fallecido Raymond Massey, Kent Smith y Robert Douglas- y la instrumentalizaci¨®n de la arquitectura por ese mismo poder, que era la materia subyacente del relato de Rand, pasa en el filme a primera evidencia, pero engarzada sin fisuras con otra: el duelo er¨®tico entre Gary Cooper y Patricia Neal, un desaforado y esquem¨¢tico melodrama, que a veces provoca la sonrisa de puro detonante. S¨®lo la personalidad p¨¦trea de King Vidor y la fuerza que da a sus actores y decorados mantienen como armaz¨®n de cemento lo que era un castillo de naipes.
El manantial se emite hoy a las 21.30 horas por la segunda cadena.
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