El Lutero del Espa?a
El t¨ªtulo de este art¨ªculo est¨¢ sugiriendo una r¨¦plica a la obra magistral de Erasmo y Espa?a. No existe una obra de este talante referida a Lutero, no tenemos noticias de que su elaboraci¨®n se haya emprendido, y tememos que, de hacerse, el balance sea muy distinto al de Bataillon y tenga que limitarse a contrastar la ausencia y el falseamiento de Lutero en Espa?a.El caso es que, por 1520, las circunstancias no pod¨ªan ser m¨¢s propicias para la presencia de Lutero en los reinos hispanos. Exist¨ªa el ambiente reformador, se daban corrientes torrenciales de espiritualidad interiorista, alternativas ¨¢ la escol¨¢stica, inquietudes humanistas y la suficiente oscuridad teol¨®gica en la misma medida que en el Imperio Alem¨¢n. Pero faltaba el factor pol¨ªtico, decisivo en la implantaci¨®n definitiva del evangelismo germano y n¨®rdico. Por estos pagos, y desde los Reyes Cat¨®licos, la reforma se llevaba por los monarcas, aut¨¦nticos pont¨ªfices en sus gigantescas posesiones. No hubo necesidad de romper con Roma, a pesar de tantos momentos de tensi¨®n, entre otras cosas porque, para la mayor¨ªa, Roma estaba muy lejos, m¨¢s lejos al menos que los monarcas.
De hecho, una de las primeras notic ?as que de Lutero llegaron por aqu¨ª la recibi¨® Carlos V cuando estaba a punto de embarcar hacia el Imperio. La enviaba el embajador en Roma, don Juan Manuel, y no pod¨ªa ser ni m¨¢s sinuosa ni m¨¢s esclarecedora de tantas motivaciones pol¨ªticas como se interfirieron en todo el proceso. Insinuaba al emperador que ofreciese "en secreto un poquito de favor a un, fray que se dice fray Mart¨ªn, que est¨¢ con el duque Fadrique de Sajonia, del cual tiene el Papa grand¨ªsimo miedo, porque predica y publica grandes cosas contra su poder".
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El Lutero de Espa?a
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Hoy d¨ªa se conoce. perfectamente c¨®mo la imprenta, con su capacidad multiplicadora, fue un factor decisivo en la penetraci¨®n de Lutero y sus ideas. Siguiendo las corrientes comerciales del producto, sus libros y panfletos pronto llegaron a los Pa¨ªses Bajos, y, desde all¨ª, con cubiertas y t¨ªtulo de santos padres si era preciso, recabaron en las costas hispanas. De env¨ªos masivos habla el impresor Froben, entusiasmado ante el ¨¦xito comercial de aquellos best sellers que estaban desplazando a los del mism¨ªsimo Erasmo.
Otro elemento de penetraci¨®n :Fue el contacto del cortejo imperial con el ambiente de una Alemania en cierto sentido familiar para los castellanos. En la solemne dieta de Worms, los espa?oles sent¨ªan curiosidad acuciante por tratar con el fraile rebelde; despu¨¦s de su pronunciamiento por la libertad de conciencia y de la proscripci¨®n imperial fueron los que m¨¢s gritaban "?Al fuego, al Juego!".
Pero entonces le¨ªan y viajaban :s¨®lo algunos privilegiados. Lutero y los primeros reformadores fueron feudo de una minor¨ªa reducid¨ªsima integrada por alguna espor¨¢dica adhesi¨®n y por numerosas y tempranas refutaciones. En la mayor¨ªa, en el pueblo analfabeto, la v¨ªa de comunicaci¨®n fue la oral, indirecta casi siempre, la conversaci¨®n, la charla fugaz temerosa, que ofrec¨ªa la imagen de un Lutero desfigurado ya desde el principio de su presencia, como el que, seg¨²n la documentaci¨®n de Tellechea, transmit¨ªa aquel barbero: Lutero "predicaba que no hab¨ªa m¨¢s que un solo Dios, y que no hab¨ªa ni santo ni santa en el cielo, y que no hab¨ªa de haber cl¨¦rigo ni fraile, y que los cl¨¦rigos, frailes y monjas hab¨ªan de ser casados con monjas, y que no nos hab¨ªamos de confesar con cl¨¦rigo ni fraile, salvo a un solo Dios de cara a la pared... ".
De forma que no sabe uno si en la recepci¨®n de Lutero en Espa?a lo que dominaba era la convicci¨®n o el instinto anticlerical. Hasta el estrafalario minorita, exhumado por Eugenio Asensio, y que se hab¨ªa vanagloriado de "haber estado tres a?os con Leuterio" (una andanada), no parece que dedujese del tal Leuterio m¨¢s de "que los frailes no se salvaban". Entre las acusaciones que se le hicieron figuraba, en primer lugar, la de haber dicho "que casaba monjas y frailes" y "que no hab¨ªa otra orden que la de san Pedro". M¨¢s tarde, uno de los m¨¢s activos propagandistas de Lutero, el arriero-colporteur Julianillo, cantaba entusiasmado tras los interrogatorios de la Inquisici¨®n sevillana: "Vencidos van los frailes, / vencidos van; / corridos van los lobos, /corridos van".
Lutero y el luteranismo no pod¨ªan afianzarse en los reinos de Espa?a porque les falt¨® el apoyo del poder pol¨ªtico, sin el cual (a diferencia del calvinismo, del anabaptismo) no se impuso en ninguno de sus dominios. Carlos V, desde 1521 hasta su retiro activo, en Yuste, se empe?¨® en aplicar por aqu¨ª lo que nunca pudo hacer eu el Imperio: llevar a cabo la promesa hecha en Worms de poner al servicio de la fe "mis reinos, mis amigos, n¨² cuerpo, mi sangre, mi vida y mi alma", en programa fielmente seguido por su hijo, Felipe II. Claro que quien carg¨® con todo fue s¨®lo Castilla. Pero se supieron esgrimir con habilidad desde el Gobierno campa?as de captaci¨®n, hasta el punto de que no tardar¨ªan los castellanos (a pesar de protestas) en identificarse con tales ideas, tan aptas para recabar hombres y dinero. As¨ª, Lutero y el luteranismo se integraron entre los componentes negativos de una mentalidad colectiva arraigada y perdurable.
Predicadores y te¨®logos contribuyeron a agigantar el riesgo no s¨®lo heterodoxo, sino social, pol¨ªtico, de la herej¨ªa, ya que ¨¦sta era el m¨¢s peligroso de los delitos contra la seguridad de la sociedad y del Estado por el hecho de atentar contra la fe. Uno de los te¨®logos m¨¢s decisivos de aquel siglo XVI, Domingo Soto, cuando afronta el problema de la herej¨ªa, emplea un vocabulario que, bien traducido, la identifica con lo que en tiempos posteriores supondr¨ªa el terrorismo.
Y como agente decisivo del rechazo de Lutero, con todo lo que significaba, actu¨® el aparato de la Inquisici¨®n. No s¨®lo por las quemas de 1559; tambi¨¦n porque dispon¨ªa de resortes sobrados para imponer la ideolog¨ªa que representaba, la identificaci¨®n de lus intereses con los de la ortodoxia. Todos los a?os, en las iglesias principales de todos los sitios, con escenograrla adecuada e impresionante, se publicaban procesionalmente -para que lo oyesen bien tant¨ªsimos como no sab¨ªan leer- los edictos de fe, los anatemas. En ambos, despu¨¦s de condenar a los seguidores de la ley de Mois¨¦s, a la secta de Mahoma, se obligaba a la delaci¨®n de "quienes hayan dicho, tenido o cre¨ªdo, que la falsa y da?ada secta de Mart¨ªn Lutero y sus secuaces es buena". No se olvide esto dur¨® m¨¢s de dos siglos.
Resulta comprensible que, tras los autos de fe de Sevilla y Valladolid, el luteranismo (si es que fue tal) se extermiara para siempre apenas nacido. En los siglos siguientes, casi s¨®lo alg¨²n despistado extranjero aparecer¨¢ tildado con esta herej¨ªa en los procesos inquisitoriales.
Desaparecido Lutero, en Espa?a se reafirm¨® el mito tan ¨²til para sacudir bolsillos y despertar entusiasmos por las guerras contra los herejes de fuera, para contrastar la pureza de la fe hispana y para agitar fibras xen¨®fobas a flor de piel. Todav¨ªa en el siglo XVIII, cuando asomaban ciertos vientos de tolerancia, se atacaba a los ilustrados como herejes luteranos; la oposici¨®n, aristocr¨¢tica y clerical, forzaba la ca¨ªda del holand¨¦s aventurero Ripperd¨¢ ("Para pocos Ripperd¨¢ / para muchos riper-quita") por "haber nacido en tierra de Lutero". Digamos, de paso, que los integrantes del reaccionaris.mo a aquellas alturas comenzaban a ser, junto a los eternos jud¨ªos y estos luteranos, los jansenistas ef¨ªmeros y los m¨¢s duraderos francmasones. Lutero, desfigurado, manipulado, fue derrotado por los antimitos convertidos en glorias nacionales. Uno de ellos fue Cort¨¦s. Naci¨® en, 1485, pero cronistas, ¨¦picos, autores teatrales (incluso hasta Morat¨ªn), le quitaron dos a?os para proclamar que "cuando naci¨® Lutero en Alema?a /naci¨® Cort¨¦s el mismo d¨ªa en Espa?a). Y para poder contraponer a Lutero, "nacido de personas viles y de baja suerte" (Illescas), para meter bajo la bandera de Satan¨¢s a tantos cristianos, con Hern¨¢n Cort¨¦s, que lo hizo "para atraer a la Iglesia infinita multitud de gentes b¨¢rbaras". Debieron calar m¨¢s en el com¨²n otros antimitos, analizados en un erudito trabajo de Sabino Sola, cuales los de Ignacio de Loyola y Teresa de Jes¨²s, aunque s¨®lo fuera para acentuar la derrota providencial de quien sac¨® a tantos frailes y monjas de sus conventos con las nuevas ¨®rdenes religiosas por ellos fundadas.
No resulta extra?o que el lenguaje corriente y literario hablase de "esta desventurada secta" con las im¨¢genes de lepra contagiosa, de centella aniquiladora, peste mort¨ªfera y tantas otras cosas m¨¢s desencadenadas por aquel a quien Diego de Hojeda interpelaba: "?Oh, si tu odiosa madre no naciera, / o, ya que mal naci¨®, no te pariera!".
Este Lutero, manipulado y desfigurado, ha sido el Lutero de Espa?a. El luteranismo, que pudo arribar a Espa?a con las posibilidades del liberalismo, lo hizo de forma vergonzante en cierto modo. Despu¨¦s llegaron las resurgencias del nacionalcatelicismo, m¨¢s cerano a los Reyes Cat¨®licos o a Felipe II que al siglo XIX. Este a?o centenario est¨¢ revelando que los protestantes espa?oles no se han esforzado por cambiar la imagen de Lutero, con el que, en la mayor¨ªa de las circunstancias, les unen tan pocas cosas. En los encuentros de altura son extranjeros los luteranos que intervienen. Por otra parte, dudamos que estos encuentros serios trasciendan a la mayor¨ªa cat¨®lica, desinformada y reticente y con esa carga secular de falseamientos a sus espaldas.
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