Cuando enferman los grandes
A PESAR DE tantos y tan hist¨®ricos esfuerzos como se. han hecho, el mundo no acaba de salir de su sistema pol¨ªtico de los hombres fundamentales, lo cual quiere decir que en muchos casos se est¨¢ a la azarosa salida de una enfermedad. Los infartos del presidente Assad, de Siria, deben estar metidos ya en los ordenadores que calibran la situaci¨®n del oriente ¨¢rabe; los ri?ones del presidente Marcos son los de una zona de Asia, y las gripes de Andropov hacen estornudar al mundo. Todo esto parece muy referido a las dictaduras, autocracias o reg¨ªmenes de hombres carism¨¢ticos, puesto que todo se organiza en tomo a su personalidad y al culto debido, y esos sistemas se elaboran sobre la improbable conjetura de la aparici¨®n de un mes¨ªas local. Pero es enga?oso. Las democracias tienen sus grandes enfermos y sus hombres fundamentales. La enfermedad y muerte de Roosevelt y la consiguiente ascensi¨®n del pintoresco y decidido Truman cambiaron el curso de la historia, y la de Pompidou (cuya enfermedad, por cierto, se llev¨® tan sigilosamente en el El¨ªseo como se llevan en el Kremlin las que le corresponden: el amor al misterio est¨¢ en todos los reg¨ªmenes) modific¨® muy notablemente la de Francia.En el sistema democr¨¢tico esta fabricaci¨®n de hombres fundamentales y el culto a su personalidad son una adherencia del antiguo r¨¦gimen, y s¨®lo una de las muchas que todav¨ªa le afectan y le afectar¨¢n durante bastante tiempo. Se parte de la idea de que el sistema elige al mejor -lo cual es dif¨ªcilmente comprobable en la pr¨¢ctica-, y luego ese mejor se suele encargar de convertirse en el ¨²nico y de crear un estilo de gobierno que llega a producir el espejismo de lo insustituible. Habr¨¢ que seguir aspirando a una forma de programaci¨®n pol¨ªtica que atienda un poco menos a los estilos y un poco m¨¢s a la abstracci¨®n general, y una mayor ductilidad en sucesiones y sustituciones.
Por el momento, estas enfermedades ilustres, estos enfermos importantes y esta real dependencia de sus pa¨ªses, zonas o globos terr¨¢queos del cuidado de su salud est¨¢n produciendo una forma viciosa en la pol¨ªtica de la informaci¨®n: la de especular con ellas. Se trabaja, en los centros que se supone que existen y que se supone que se ocupan de ello, con el abultamiento de estos datos y de los signos que pueden llegar a esas conclusiones, convirti¨¦ndoles en factores de estabilidad mundial. La muerte de Breznev comenz¨® a anunciarse diez a?os antes de que se produjera; la de Andropov, casi desde el mismo momento en que tom¨® posesi¨®n de su cargo. El Kremlin favorece el sentido de esas especulaciones por la afici¨®n que tiene a elevar al poder a sus m¨¢s descompuestos ancianos, multiplicada por la que tiene por la truculencia, el secreto y la ocultaci¨®n (aunque no sean una exclusiva de ese r¨¦gimen). Se auguran unos a?os de malos pron¨®sticos y noticias falsas sobre su muerte, hasta que una de esas veces sea inevitablemente cierta, como la de cualquier otra persona. Si Reagan es reelegido el a?o pr¨®ximo, y llega al segundo cuatrienio con 73 a?os, para llegar a cumplir los 77 en la Casa Blanca, tendremos a no dudarlo otra cadena de informaciones en la misma direcci¨®n, y por eso en las confabulaciones del partido se est¨¢ jugando ya con el nombre del vicepresidente que podr¨ªa acompa?arle, y que tal vez se convierta en el presidente de hecho, a¨²n en vida de Reagan, y en el hombre fundamental del pr¨®ximo decenio.
Todo esto forma parte de una textura poco inteligente que hay por debajo de la gran pol¨ªtica. Aparte del esfuerzo que hay que hacer para que el sistema de liderazgo funcione de otra forma, ser¨ªa bueno en la medida de lo posible no colaborar creando mitos y confundiendo estilos, maneras o peculiaridades, que forman parte incluso recomendable del hombre p¨²blico con la noci¨®n de que es m¨¢s o menos insustituible. Y saber descontar lo que haya de c¨¢lculo, especulaci¨®n mal¨¦vola o indignidad informativa en cada caso.
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