Una noche triste para la ¨®pera madrile?a
Rigoletto
Libro de Piave, m¨²sica de Verdi. Director esc¨¦nico: Emilio Sagi. Director musical: Benito Lauret. Int¨¦rpretes: Vassili Janulako, Antonio Barasorda, ?ngeles Peters, Jes¨²s Sanz Remiro, Mabel Perelstein y Jacinto de Antonio. Escenarios: Julio Gal¨¢n, L¨®pez Rodr¨ªguez, T. Baylon. Coreograf¨ªa: A. Lorca. Direcci¨®n coro: Jos¨¦ Perera.
Teatro de la Zarzuela, Madrid. 7 de diciembre de 1983.
La temporada del Teatro de la Zarzuela ha dado su primer gran traspi¨¦s con un Rigoletto digno de los mejores tiempos del bolo e indigno, por lo mismo, de un escenario oficial en la capital de la naci¨®n. No fue s¨®lo que se notase la ausencia del anunciado Juan Pons, que se not¨®, pues su sustituto, el griego Vassili Janulaco, defendi¨® el papel de buf¨®n con buenos medios y convincente expresividad.
Lo peor fue la t¨®nica general, desdichada y triste, en medio de la cual al tenor Antonio Barasorda (en el papel del Duque de Mantua) se le quebraban los agudos por dos veces, y nada menos que en la archipopular donna ¨¦ mobile. T¨®nica a la que contribuy¨® el trabajo del director musical, quiz¨¢ desmoralizado, carente de aliento, energ¨ªa r¨ªtmica, elevaci¨®n mel¨®dica, brillantez sonora y sostenimiento de la continuidad. Todo ello bien inexplicable, pues de Lauret, como m¨²sico de buen criterio y seria formaci¨®n, hemos escrito m¨¢s de una vez y m¨¢s de dos.
Vitalidad
Sin vitalidad no hay ¨®pera, y la ¨®pera, lo que se dice ¨®pera -seg¨²n frase gr¨¢fica y exagerada de un c¨¦lebre director brit¨¢nico-, es Rigoletto. Uno de los fen¨®menos m¨¢s interesantes del melodrama italiano del ochocientos es, precisamente, su fort¨ªsima vitalidad, capaz de vencer al tiempo y a la mediocre calidad de tantos libretos. Pero la m¨²sica, hecha encarnadura dram¨¢tica por un hombre del genio dram¨¢tico y musical de Verdi, es capaz no s¨®lo de lucir su belleza, sino de sostener y asumir los m¨¢s sustanciales valores teatrales.
Mar¨ªa ?ngeles Peters prest¨® su voz y estilo tan atractivos, la belleza de la materia y la delicadeza de la l¨ªnea, a la enamorada Gilda, el ¨²nico personaje amoroso -como anota Massimo Mila- "en medio de tantos arrebatados, furiosos que maldicen, traicionan y vengan". Como en otros casos, Verdi acierta a presentarnos a Gilda de un trazo en el Caro nome, como retrata, "a carboncillo", de un solo golpe al canallita ducal en questa e quella. As¨ª, pronto supimos la categor¨ªa y las posibilidades de uno y otro int¨¦rprete. Sanz Remiro y Mabel Perelstein cantaron e hicieron bien los personajes de Sparafucile y Maddalena.
Ni la acertada preparaci¨®n del coro en sus breves intervenciones, ni la estimable concertaci¨®n de fragmentos como el dif¨ªcil cuarteto, ni otros factores positivos, si no demasiado brillantes, sirven para mucho cuando la t¨®nica general de la versi¨®n fracasa. El barco hac¨ªa aguas por todas partes y de poco serv¨ªa taponar esta o aquella tromba.
Y es que Rigoletto, una de las mejor diferenciadas consecuciones de Verdi, que la consideraba su capolavoro, es obra dif¨ªcil y peligrosa, con el riesgo a?adido de su inmensa popularidad. Se equivoca de plano Lauret, como habr¨¢ podido comprobar en su ¨²ltima y triste experiencia, cuando asegura en el programa: "El hecho de dirigir la m¨²sica de Rigoletto produce la tranquilidad de que el ¨¦xito es casi seguro...". Todos hemos asistido a muchos fracasos de Rigoletto, aun trat¨¢ndose de teatros y repartos de primera categor¨ªa. Hace unos a?os habr¨ªamos asistido a un formidable esc¨¢ndalo. No s¨¦ si fue peor lo de ahora: d¨¦biles los aplausos y protestas, pero aterradores los silencios.
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