El cachorro iba desnudo
Serenidad emocional en la Bolsa y temor incontenido en los miembros m¨¢s destacados de la oposici¨®n. Muchos militantes de partidos de izquierda oscilaron entre el desconcierto inicial y la b¨²squeda de domicilios distintos a los suyos habituales para pasar la noche, ante el temor de una acci¨®n represiva o una actuaci¨®n incontrolada de la extrema derecha. En uno de esos domicilios, en la calle de Alonso de Heredia, n¨²mero 13, de Madrid, ser¨ªa detenido esa misma noche Sim¨®n S¨¢nchez Montero, dirigente del PCE. El veterano comunista hab¨ªa optado por esconderse en ese piso, propiedad de otro militante que resid¨ªa fuera de Espa?a, en el que ya se hab¨ªa refugiado en alguna ocasi¨®n, sin saber algo que resultar¨ªa sorprendente: la misma tarde del 20 de diciembre la polic¨ªa descubri¨® un piso en la calle del Mirlo, n¨²mero 1, donde hab¨ªan residido los terroristas de ETA durante los largos meses de la preparaci¨®n del atentado. All¨ª, en. una caja de Buscapina, analg¨¦sico de gran efecto, alguien hab¨ªa escrito a mano un n¨²mero de tel¨¦fono: justamente el del domicilio donde fue detenido S¨¢nchez Montero.Aquel hallazgo dio pie a la polic¨ªa para esbozar la teor¨ªa de una supuesta conexi¨®n entre ETA y el PCE. M¨¢xime cuando, nueve meses despu¨¦s, se produjo el atentado, de la calle del Correo, junto a la Direcci¨®n General de Seguridad, y fueron detenidos Alfonso Sastre, ex dirigente: del PCE, y su esposa Genoveva Forest.
Santiago Carrillo sostiene ahora la misma teor¨ªa que hace diez a?os: que el brazo ejecutor del atentado centra Carrero fue ETA, pero con la anuencia y probable colaboraci¨®n de los servicios secretos norteamericanos. "Es decir, niego absolutamente la m¨¢s m¨ªnima colaboraci¨®n. Es m¨¢s, para nosotros, las fuerzas de la oposici¨®n al R¨¦gimen, el atentado fue muy perjudicial, ya que ech¨® por tierra el trabajo de muchos a?os y que iba a cristalizar con el Proceso 1.001. Pienso incluso que se hizo coincidir. las fechas intencionadamente".
A las once de la noche del 20 de diciembre, dos funcionarios policiales de la Jefatura de Bilbao llegaron a Madrid, a la Direcci¨®n General de Seguridad, con los ¨¢lbumes de fotos de todos los etarras fichados. Ya era m¨¢s que fundada la sospecha de que la autor¨ªa del atentado correspond¨ªa a ETA. Pocos minutos despu¨¦s ser¨ªa confirmada por Radio Par¨ªs. A esa misma hora, los terroristas que participaron en el atentado se dispon¨ªan a descansar en un pueblo cercano a Madrid.
Atr¨¢s quedar¨ªa un atentado increblemente perfecto y algunos planes que hasta ahora hab¨ªan permanecido en secreto.
En efecto, en las Navidades de 1972 lleg¨® a la Direcci¨®n General de la Guardia Civil un mensaje en clave bajo la denominaci¨®n Turr¨®n negro. Era un mensaje breve. Una vez descifrado se supo que, seg¨²n hab¨ªan captado los servicios de informaci¨®n de la Guardia Civil en el sur de Francia, ETA estaba trabajando en la hip¨®tesis del secuestro de una personalidad del franquismo m¨¢s duro -en concreto se citaba al entonces vicepresidente del Gobierno- o a la esposa de alg¨²n alto cargo franquista.
El texto mencionaba a las esposas de tres importantes hombres del R¨¦gimen: la del propio almirante, la del presidente de las Cortes y del Consejo del Reino, Alejandro Rodr¨ªguez de Valc¨¢rcel, y la del mismo director general de la Guardia Civil, el general Carlos Iniesta Cano.
Siete d¨ªas antes del asesinato de Carrero, Iniesta acudi¨® al despacho del teniente coronel Jos¨¦ Ignacio San Mart¨ªn. Era ya noche cerrada cuando el general lleg¨® a Alcal¨¢ Galiano 8, un edificio colindante con el de la Presidencia del Gobierno, donde estaba la sede del SECED. Le dijo sin rodeos a San Mart¨ªn que ETA se propon¨ªa secuestrar al presidente del Gobierno y a su esposa, aprovechan do cualquiera de las salidas en coche de ambos.
"El general me encareci¨® que le
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transmitiese la informaci¨®n al almirante", recuerda San Mart¨ªn, . y, en efecto, ese mismo d¨ªa, antes de que el almirante abandonara su despacho, le di cuenta del contenido de la visita del director de la Guardia Civil".
La reacci¨®n al informe Turr¨®n negro -de la que se inform¨® igualmente a Carrero- no fue otra que poner un coche de escolta a la esposa del almirante -"ten¨ªa verdadera obsesi¨®n con la seguridad de su mujer", se?ala un dirigente del Ministerio de la Gobernaci¨®n de entonces- y cambiar frecuentemente los itinerarios de las otras dos se?oras, a las cuales se les asign¨® un escolta, guardia civil en el caso de la esposa de Iniesta.
Por lo dem¨¢s, tras consultar a todos los servicios de inteligencia, se lleg¨® a la conclusi¨®n de que ETA no ten¨ªa infraestructura suficiente para montar una operaci¨®n de esa envergadura en Madrid.
Se desprende de los hechos que Arias no tom¨® ninguna medida distinta a la de cualquier otro d¨ªa de los 194 en que Carrero fue presidente. Esto es: ni un solo cambio de itinerario ni de horario, y la misma protecci¨®n, la de un inspector en el veh¨ªculo presidencial, junto al conductor, y otros dos polic¨ªas en el coche de escolta que conduc¨ªa un polic¨ªa armado.
Tres polic¨ªas de escolta para todo un presidente del Gobierno. Se dijo en alguna ocasi¨®n que ETA hab¨ªa barajado la posibilidad de atentar contra la cabeza misma del Sistema, contra Franco -lo cierto es que, despu¨¦s del atentado contra Carrero, los terroristas contrataron a un t¨¦cnico canadiense para hacer un estudio sobre el terreno. Pero aquel era un objetivo inalcanzable.
"El halc¨®n
[Franco] llevaba desnudo a su cachorro
[Carrero]", como dec¨ªa un alto miembro de los servicios de la polic¨ªa de aquella ¨¦poca. Arias, el responsable de la seguridad del almirante -que, incre¨ªblemente, le sucede en el cargo tras una rocambolesca intriga palaciega en El Pardo-, lo primero que hizo al sentarse en el sill¨®n de su antecesor fue crear el servicio de seguridad de la Presidencia del Gobierno. Del ¨²nico polic¨ªa armado que custodiaba el piso de Carrero -en ocasiones eran dos- se pas¨¦ a un destacamento de la Guardia Civil, compuesto por un sargento y cinco n¨²meros cada d¨ªa, que vigilaban el chal¨¦ La Chiripa del nuevo jefe del Gobierno, en la zona residencial de Casaquemada, en las afueras de Madrid. Los funcionarios de escolta directa pasaron, de los ocho que se turnaban para vigilar a Carrero, a doce; se cre¨® un sistema de transmisiones por radio -hasta entonces inexistente- conectado a la Direcci¨®n General de Seguridad, y otro de avanzadilla de unidades de la Polic¨ªa Armada que inspeccionaban los lugares por los que iba a pasar el presidente. Carlos Arias Navarro encargar¨ªa adem¨¢s que se blindase el coche presidencial para mayor seguridad.
Todos los testimonios coinciden en afirmar que el almirante era bastante tozudo en cuanto a cambiar los h¨¢bitos de su seguridad personal, a pesar de las alertas. Y as¨ª sigui¨®. Un alto especialista en servicios de inteligencia integrado en el SECED dec¨ªa del almirante que era un "aut¨¦ntico ingenuo" para ser todo un presidente de Gobierno: "Cuando le inform¨¢bamos que la Organizaci¨®n Sindical no controlaba a la mayor¨ªa de los trabajadores no se lo cre¨ªa, y respond¨ªa: '?Pero, bueno, y entonces el informe de Jos¨¦ Sol¨ªs?'. En otra ocasi¨®n, cuando le elevamos un informe sobre la Universidad, ¨¦l pensaba que los estudiantes iban, por la patria y el Opus Dei, hacia Dios. No se daba cuenta de que la Universidad era absolutamente diferente de lo que ¨¦l pensaba. Era un providencialista, y estaba convencido de que lo que tuviese que pasar, pasar¨ªa. Se neg¨® sistem¨¢ticamente a que se tomaran medidas de seguridad. Me consta que Arias se las propuso en varias ocasiones, pero siempre las rechaz¨®, a pesar de saber que pesaban amenazas de secuestro sobre su persona".
El cachorro del halc¨®n iba pues pr¨¢cticamente desnudo, y ETA lo supo por casualidad a finales de 1971 o principios de 1972, cuando un militante de la organizaci¨®n y un simpatizante com¨ªan, en un domicilio particular de Madrid, una paella servida desde un restaurante cercano, con dos intelectuales de la oposici¨®n madrile?a de la ¨¦poca y un amigo de ambos, quienes les se?alan que Carrero iba todos los d¨ªas a misa, a la misma iglesia y a la misma hora. Informaci¨®n que ser¨ªa ratificada a dos miembros de la organizaci¨®n -cuyos nombres de guerra eran Argala y Wilson- en el curso de una entrevista celebrada a mediados de septiembre de 1972 en el hotel Mindanao, de Madrid, con una persona que luego no volvi¨® a tomar contacto con el comando.
Los dos militantes se preocuparon de comprobar la informaci¨®n. Se disfrazaron de curas y acudieron durante unos d¨ªas a la iglesia de San Francisco de Borja, de Madrid. Y no dieron cr¨¦dito a sus ojos: ten¨ªan a Carrero a s¨®lo a unos metros de las pistolas que escond¨ªan bajo las chaquetas.
Desde que la organizaci¨®n aprob¨® primero el secuestro y m¨¢s tarde la ejecuci¨®n pasaron alrededor de 14 meses, durante los cuales m¨¢s de 15 etarras, la mayor¨ªa de: ellos ilegales -es decir, fichados por la polic¨ªa-, se movieron tranquilamente por Madrid, alquilaron y compraron pisos y coches asaltaron tina comisar¨ªa, una armer¨ªa y a un soldado de guardia en la Capitan¨ªa General, viajaron frecuentemente a Euskadi, tomaron copas, hicieron amistades y, sobre todo, acondicionaron el local donde iba a permanecer secuestrado el vicepresidente -una tienda de prendas infantiles de la calle del Padre Dami¨¢n- y donde se esconder¨ªan una vez asesinado el presidente -un piso de la calle Hogar 68, en Alcorc¨®n-, adem¨¢s de perforar un t¨²nel en pleno centro de Madrid, tender cables, etc¨¦tera. Para hacerlo ya m¨¢s espectacular: a finales de mayo de 1973, incluso el Comit¨¦ Ejecutivo de ETA se reuni¨® en la capital de Espa?a.
Demasiada facilidad como para que desde algunos frentes se siga sosteniendo, diez a?os despu¨¦s que alguien m¨¢s colabor¨® con ETA. La mayor¨ªa de las hip¨®tesis -nunca demostradas- se centraron en los servicios de inteligencia del Gobierno de Estados Unidos (CIA), considerando que el lugar del atentado est¨¢ a unos cien metros de la puerta principal de la embajada de aquel pa¨ªs en Madrid y considerando tambi¨¦n que, 17 horas antes del atentado, el entonces secretario de Estado norteamericano, Henry Kissinger, hab¨ªa dado por concluida su primera visita oficial a Espa?a, que se hab¨ªa prolongado durante los d¨ªas 18 y 19 de diciembre de 1973.
Hubo otras hip¨®tesis. Como la de la propia viuda del almirante Carrero, que apunt¨® hacia un crimen de Estado. As¨ª lo dio a entender en la ¨²nica entrevista que concedi¨® con posterioridad.
La agencia sovi¨¦tica Tass, -haci¨¦ndose eco de una hip¨®tesis aparecida en un libro de Luis Gonz¨¢lez Mata, controvertido miembro de los servicios secretos espa?oles- en un despacho fechado el 9 de febrero de 1981, aseguraba que Carrero fue asesinado por la CIA-,"porque el almirante se opon¨ªa a la entrada de Espa?a en la OTAN". La. agencia desvinculaba del hecho a la organizaci¨®n ETA y en el mismo despacho informativo, aseguraba que el asesinato del l¨ªder de la Democracia Cristiana Aldo Moro -el 16 de marzo de 1978- tambi¨¦n hab¨ªa sido realizado por la CIA.
Uno de los altos responsables policiales de la ¨¦poca no tiene empacho en reconocer que el atentado "pill¨® absolutamente de improviso a la polic¨ªa". "Ni siquiera", a?ade, "se detect¨® a comando alguno durante los muchos meses que los terroristas estuvieron en Madrid. Diez a?os despu¨¦s puede parecer incre¨ªble, pero fue as¨ª. Hay que situarse en 1973 y ver los hechos con el prisma de entonces, lo cual tampoco les exonera de culpa. La polic¨ªa, dedicada a la prevenci¨®n de este tipo de delitos de entonces, era una polic¨ªa polarizada a la persecuci¨®n de personajes hostiles al r¨¦gimen, de rojos, para entendernos, y sus campos de trabajo eran fundamentalmente las f¨¢bricas y la Universidad. Sinceramente, se despreci¨® la capacidad operativa de ETA y, sobre todo, nunca se tom¨® en serio, porque la hip¨®tesis nos resultaba dif¨ªcilmente cre¨ªble: que salieran a actuar fuera del Pa¨ªs Vasco y en un trabajo de esta envergadura. Hab¨ªamos previsto la posibilidad de enfrentamientos, de esos que se resuelven con tiroteos, y por eso alertarnos a los escoltas. Pero nada m¨¢s. Por eso los etarras se movieron a su gusto. Hay que reconocer, insisto, que la polic¨ªa no estuvo a la altura que le correspond¨ªa".
El magnicidio fue una amarga lecci¨®n. A partir de entonces la polic¨ªa se enfrent¨® a la organizaci¨®n terrorista bajo otro prisma, con una mentalidad operacional diferente, que no descartaba incluso el env¨ªo de infiltrados a las filas etarras. Como el caso de Lobo, un joven con experiencia en c¨ªrculos de conflictividad laboral en el Pa¨ªs Vasco, que en los meses de julio y septiembre de 1975 hizo caer a un buen n¨²mero de etarras que preparaban acciones en Madrid y Barcelona. Casi nueve a?os despu¨¦s, Lobo sigue siendo una de las personas m¨¢s buscadas por ETA.
La historia del magnicidio se alarg¨® con otros atentados terroristas, pas¨® de puntillas durante la transici¨®n democr¨¢tica, volvi¨® a un primer plano con la amnist¨ªa de los encausados por el atentado y desemboc¨®, violentamente de nuevo, en Anglet, sur de Francia. Cinco a?os y un d¨ªa despu¨¦s de la muerte de Carrero, Argala pon¨ªa la llave de contacto a su coche y saltaba por los aires hecho pedazos.
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