Juventud antirreglamentaria
CARMEN LAFORET
El 14 de noviembre di un grito de entusiasmo al enterarme de que Rafael Alberti hab¨ªa obtenido el Premio Cervantes. No es que la gloria de Alberti -poeta grande entre los grandes poetas de todos los tiempos de nuestra literatura- aumentase o disminuyese con el premio que se da a los autores vivientes ya consagrados con muchos a?os de trabajo valioso y de vida a las espaldas. En otro momento hubiera recibido yo esa noticia con alegr¨ªa mucho m¨¢s serena, incluso extra?ada de que ese premio no lo hubiera recibido Alberti muchos a?os antes. Pero... "el ¨¢ngel de los n¨²meros, pensativo, volando...", escogi¨® esa fecha, 14, para que mi gran despiste fuese sacudido, varias horas antes del fallo del jurado, con un c¨²mulo de noticias que recib¨ª durante una comida con algunos amigos de Rafael. As¨ª supe del oleaje de pasiones a favor y en contra del poeta, la campa?a anti-Alberti desde distintos sectores (entre ellos parte de la Prensa) y las presiones casi irresistibles que se estaban haciendo sobre el jurado, apoyadas en la palanca del error burocr¨¢tico de la Academia de Colombia, que presentaba al poeta como candidato, pero que envi¨® la documentaci¨®n primera a nombre de Borges (candidato nulo por haber obtenido ya el Cervantes). Un error, a mi juicio, disculpable si la confusi¨®n fue debida a que alguien, por l¨®gica, estaba convencido de que era Alberti quien ten¨ªa ya ese premio. La p¨¦rdida de tiempo en rectificaciones a trav¨¦s del Atl¨¢ntico que supuso ese error. La propuesta v¨¢lida, que lleg¨® tarde, aunque, por fortuna, antes del fallo del premio... Pero (me informaron) aunque Rafael sea el m¨¢s popular, le¨ªdo, cantado de !os grandes poetas vivientes de: la generaci¨®n del 27, tiene enernigos muy poderosos. Es un genio admirado y querido, pero tambi¨¦n se le aborrece con sa?a. Este, centauro -sagitario de diciembre- corre a galope por la vida disparando flechas que provecan el amor y el odio por donde pasa.Por lo general, los escritores no levantan tales pasiones, m¨¢s propias de los pol¨ªticos que de los literatos. Pero hay que descartar la pol¨ªtica en este caso. Otros escritores de no mayor categor¨ªa que Alberti, y pertenecientes al imismo partido pol¨ªtico al que Rafael est¨¢ unido desde su juventud, han sido ampliamente alabados y exaltados en los mismos sectores de la Prensa, de nuestro pa¨ªs que, dejando a salvo su grand¨ªsima categor¨ªa de poeta, arremeten contra la personalidad de Alberti.
Defectos y virtudes mezcladas forman todas las personalidades humanas. Y no se trata de comenzar un proceso de beatificaci¨®n, sino de dar un premio a una labor literaria que no tiene discusi¨®n p or su categor¨ªa m¨¢xima. ?Qu¨¦ nota distintiva levanta el esc¨¢ndalo en la personalidad de Alberti y las de otros personajes a?osos y notables que pueden concurrir al premio sin levantar esc¨¢ndalo? Busco y encuentro al fin la ra¨ªz secreta de entusiasmos y odios implacables que levanta Alberti. Lo que no tienen otros personajes notables, lo que no tenemos casi nadie, es su juventud. ?Ah¨ª es donde apuntan secretamente las flechas de la envidia! A esa juventud que salta, como un pura sangre, las barreras de sus cumplea?os de diciembre a diciembre.
Su juventud escandaliz¨® cuando a los 20 a?os obtuvo el Premio Nacional de Literatura.Pero, al fin y al cabo, es perdonable ser joven a los 20 a?os (aunque muchos veinteafieros no sean j¨®venes de esp¨ªritu). Pero esa misma juventud de inteligencia y de car¨¢cter a los 81 a?os irrita hasta la locura a sus detractores. Alberti sigue con sus mismos ideales, sin cambios de chaqueta. Y sigue sin disimular sus apasionamientos y sus enfados Gustos o ¨ªnjustos" o injust¨ªsimos). Pero lo peor que duele es su alegr¨ªa vital. En sus memorias no oculta los avatares dolorosos y a veces tr¨¢gicos de su vida, pero -cosa grave- ni pide compasi¨®n ni se recrea en ellos. La lectura de La arboleda perdida est¨¢ valorada -aun en la narraci¨®n de sus ¨¦pocas peores- por mil an¨¦cdotas contadas con sentido del humor y chispa andaluza.
A los 20 a?os, Alberti padeci¨® de tuberculosis (entonces tan temible como hoy el c¨¢ncer), pero s¨®lo da cuenta de ese hecho cuando es imprescindible en su narraci¨®n. Cuenta, en cambio, que gast¨® el dinero de su primer premio (que le consagr¨® ya) en convidar a helados a conocidos y desconocidos. Tambi¨¦n se compr¨® un traje: "Un pantal¨®n rosado y chaqueta sport del mismo tono (que horrorizaba a su f¨¢milia), una corbata caramelo de ancho nudo y una gorrita inglesa gris claro. En su genial Autorretrato, escrito el 14 de noviembre de 1983, cuenta, en tercera persona, que "el poeta... ahora lleva los cabellos a¨²n m¨¢s largos y usa camisas (criticadas camisas) estent¨®reas". Confiesa que se siente feliz con la popularidad, "...y de fastidiar de cuando en cuando a muchos, y de pensar que el descanso es el trabajo, y el Yolar, su respiro, y el creerse un cometa, su mejor ilusi¨®n". Estas caracter¨ªsticas juveniles de Alberti hacen gritar a sus detractores que no es serio... Pero precisamente en la acepci¨®n espa?ola de la palabra serio como sin¨®nimo de aut¨¦ntico, valioso y profundo, Alberti, como escritor, es Serio, con la may¨²scula del genio. Y, por no variar, lo ha sido desde su adolescencia, cuando deja la pintura -su primera vocaci¨®n, hoy tambi¨¦n recuperada- para iniciar la gran lucha creadora a la que nunca renunciar¨ªa... "Quer¨ªa ser poeta, y lo quer¨ªa con furia, pues a los 20 a?os a¨²n no cumplidos me consideraba casi un viejo para iniciar tan nuevo como dificil¨ªsimo camino" (La arboleda perdida).
No encontramos en las memorias de La arboleda perdida ni autoalabanza ni autocompasi¨®n, pero s¨ª frases como ¨¦sta: "Mi tremenda, mi feroz y angustiosa lucha por ser poeta hab¨ªa comenzado.". La admiraci¨®n entusiasta, generosa, de Alberti por los grandes poetas es tan viva hoy, cuando vuela de pa¨ªs en pa¨ªs dando a conocer la gran poes¨ªa de todos los tiempos escrita en lengua espa?ola, como lo era el d¨ªa en que Juan Ram¨®n Jim¨¦ne¨ª, interesado por aquel joven genial, le recibe por primera vez en su casa... "Ya en la calle, me desped¨ª de Hinojosa. Y no volv¨ª a mi casa hasta las claras del d¨ªa. No s¨¦ por d¨®nde anduve esa noche de mayo. Lo hice a ciegas, sin rumbo, como borracho de dicha, como le hubiera sucedido a cualquier joven aspirante a poeta que saliese de visitar a G¨®ngora o Baudelaire...".
Juventud. "Si Garcilaso viviera, yo ser¨ªa su escudero. Qu¨¦ buen caballero era ... En la mano, mi sombrero ... ?Qu¨¦ buen caballero era". Ya entonces hab¨ªa escrito Rafael estos versos, que nunca ha traicionado. Juventud. "?De d¨®nde saca Rafael su eterna juventud?", dice Mar¨ªa Teresa Le¨®n en su Memoria de la melancol¨ªa... Y quienes le conocen s¨®lo en su capacidad de disfrute entre gentes de todos tipos (tanto amigos como nuevos conocidos que le ase.dian) aseguran que es hombre que no tiene tiempo de trabajar, ni pensar, ni hablar de nada serio.
En la Roma de los a?os setenta, en que a menudo su casa estaba invadida por turistas espa?oles que llegaban a verle por su fama y por distintos motivos, ocupando sus tardes, sus amigos y tambi¨¦n sus conocidos y vecinos del barrio del Trastevere sab¨ªamos que hacia mediod¨ªa sol¨ªa bajar al caf¨¦ de la Porta Settimiana y sol¨ªamos rodearle en una tertulia al aire libre, en la que le gustaba escuchar y re¨ªr cualquier an¨¦cdota divertida. Pero todos sab¨ªamos tambi¨¦n que aqu¨¦l era el primer descanso que se permit¨ªa despu¨¦s de seis o siete horas de trabajo. En la madrugadora Roma, la luz de la casa de Alberti era la primera encendida para el trabajo antes del alba... Y en el Madrid de los a?os treinta tambi¨¦n sab¨ªan sus amigos noct¨¢mbulos que Rafael y Mar¨ªa Teresa ya estaban levantados cuando ellos se iban a acostar... Y sub¨ªan a su casa a compartir la ¨²ltima tertulia y el ¨²ltimo caf¨¦ con el desayuno de ellos.
El Premio Cervantes lo obtuvo Alberti, re?idamente, por mayor¨ªa suficiente. No s¨¦ qu¨¦ razones daban sus oponentes para no querer conced¨¦rselo. En caso negativo, creo que la ¨²nica raz¨®n v¨¢lida -en un premio a la vejez gloriosa de un escritor- hubiera sido alegar lo que en tal premio pudiera ser antirreglamentario: la juventud inocultable del candidato.
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