Del consenso a la crispaci¨®n
Se observa, seg¨²n el autor de este trabajo, una creciente aspereza y crispaci¨®n de la pol¨ªtica espa?ola. Termin¨® el consenso -que fue necesario en su momento- y ha empezado el enfrentamiento. Y, en su opini¨®n, la derecha deber¨ªa tener en cuenta que el PSOE no desaparecer¨¢ y la izquierda socialista har¨ªa muy bien en no considerar el voto recibido como una posesi¨®n.
A nadie se le ocultar¨¢ que en los ¨²ltimos meses, de una forma que no resultaba l¨®gicamente esperable hasta el momento, se ha producido una creciente aspereza y crispaci¨®n en la vida pol¨ªtica espa?ola. Puede incluso a?adirse que no s¨®lo se da en la vida pol¨ªtica, sino tambi¨¦n en la propia sociedad espa?ola (la misma lectura de la prensa diaria nos lo revela). No es un fen¨®meno que pueda ser calificado de preocupante por el momento, pero empieza a ser significativo y puede llevar consigo consecuencias no exentas de peligros.Frente a lo que pueda haberse pensado desde el exterior por la forma de realizarse la transici¨®n espa?ola a la democracia, la realidad es que las diferencias de concepci¨®n de vida en el seno de la sociedad espa?ola no son s¨®lo importantes, sino que probablemente superan a la media de los pa¨ªses europeos occidentales y democr¨¢ticos. A partir de esta realidad, en el momento de la redacci¨®n de la Constituci¨®n de 1978 se produjo un comportamiento de la clase pol¨ªtica que los historiadores no tendr¨¢n m¨¢s remedio que calificar de muy positivo cuando escriban sobre el particular en el futuro.
Apoyados en una voluntad de paz y concordia de los espa?oles, que era real, pero que tambi¨¦n pod¨ªa haber desembocado -conducida por la clase pol¨ªtica de otra manera- en un enfrentamiento muy duro, la clase pol¨ªtica hizo un esfuerzo de compromiso que se tradujo en el llamado consenso. El consenso fue necesario, pero con toda probabilidad se abus¨® tambi¨¦n de ¨¦l, y no s¨®lo por su reducci¨®n a la componenda. Hay que tener tambi¨¦n en cuenta que en cualquier pa¨ªs democr¨¢tico la pol¨ªtica se hace mediante un tejido, no f¨¢cil de delimitar, entre consenso y confrontaci¨®n; sin la segunda no es posible articular pol¨ªticamente las realidades sociales que exigen representaci¨®n.
Ya que hemos hablado de las virtudes del consenso, ser¨¢ necesario, en efecto, hacerlo tambi¨¦n de las que acompa?an a la confrontaci¨®n. Desde luego, sin ella no hubiera sido posible superar los modos de comportamiento de parte de la clase pol¨ªtica centrista que se hab¨ªa iniciado en la pr¨¢ctica pol¨ªtica durante el r¨¦gimen pasado, e incluso es posible que sin la confrontaci¨®n la Constituci¨®n espa?ola de 1978 no hubiera sido lo que fue. Pero, al tiempo, es posible a?adir que, de no haber existido confrontaci¨®n, ni hubiera habido un segundo per¨ªodo de gobierno centrista ni durante ¨¦l el partido socialista habr¨ªa sufrido la ducha fr¨ªa de realidad y la exigencia pr¨¢ctica de un cambio program¨¢tico como el que experiment¨® en esos a?os.
Lo que en estos momentos est¨¢ sucediendo en la pol¨ªtica y en la sociedad espa?olas es que, habiendo advenido ya claramente el tiempo de la confrontaci¨®n, da la sensaci¨®n, en muchos; casos, de que ¨¦sta no se lleva a cabo en cuestiones de principios, sino, a menudo, en cuestiones accesorias o no tan importantes y, ante todo, en los talantes m¨¢s que en los problemas de fondo. Hay, por tanto, que sumar a una confrontaci¨®n, depurada en los procedimientos y en las actitudes, una conciencia de complementariedad entre las fuerzas pol¨ªticas. Eso significa no s¨®lo que los dirigentes pol¨ªticos deben hablar entre s¨ª, sino que deben tener la sensaci¨®n de que el relevo entre ellos no s¨®lo es posible, sino tambi¨¦n necesario e incluso beneficioso.
El PSOE no desaparecer¨¢
Al sector m¨¢s conservador de la sociedad y de la pol¨ªtica espa?olas habr¨ªa que recordarle, aunque pueda parecer ir¨®nico, que el PSOE no va a desaparecer. Desde luego, nada m¨¢s remoto que esta posibilidad en el momento presente, pero uno tiene la sensaci¨®n de que no se juzga al PSOE desde esta parte de la sociedad espa?ola con sensaci¨®n de alteridad. Por ejemplo, no est¨¢ claro hasta el momento qu¨¦ parte de las decisiones pol¨ªticas tomadas por el Gobierno socialista habr¨ªan de perdurar cuando se produjera su sustituci¨®n en el poder. No se hace m¨¢s oposici¨®n porque se emplee m¨¢s grueso calibre en ella, ni es buen arma para un Gobierno, que se merece infinita iron¨ªa, el empleo de un g¨¦nero de una especie de humor agrio, al estilo de los a?os treinta, de gracia y justicia que, a menudo, maldita la gracia que tiene. En fin, confrontarse no es s¨®lo oponerse, sino tambi¨¦n ofrecer: no se puede vencer una esperanza real, a pesar de todo lo poco fundamentada que pueda parecer, a base de ofrecer s¨®lo un desesperanzado futuro.
En cuanto a la izquierda espaflola en su versi¨®n socialista, bien har¨ªa en no considerar el voto recibido como una posesi¨®n. Debiera, por el contrario, ser consciente de que, como record¨® en 1933 Ortega a las derechas, hab¨ªa reba?ado en las elecciones pasadas hasta el fondo su capacidad de voto. Lo que se produjo en octubre de 1982 fue un verdadero e inesperado milagro: s¨®lo los suicidios respectivos de quienes se encontraban a la derecha e izquierda del PSOE explican la magnitud de su victoria.
Considerar que la sociedad espa?ola no puede engendrar una f¨®rmula alternativa como parece pensarse desde alturas del poder, es, en el fondo, descalificar a la propia sociedad espa?ola y, desde luego, a quien as¨ª piensa. En quienes, ante todo, mandan o ejercen la llamada voluntad pol¨ªtica, miembros de una generaci¨®n joven y satisfecha, con la sensaci¨®n de que hay por delante, casi con seguridad -seg¨²n piensan-, ocho a?os, conscientes de una misi¨®n cuasi mesi¨¢nica desde luego, la reacci¨®n natura no es tener en cuenta al otro. Y, sin embargo, eso es necesario, y o solamente en bien de la generidad de la sociedad espa?ola, sino de quienes ahora ejercen el poder.
No es f¨¢cilmente aceptable, por ejemplo, el tipo de descalificaci¨®n de sus adversarios que practica el ministro de Educaci¨®n con la gloriosa colaboraci¨®n de la televisi¨®n oficial.
Habr¨ªa que hacer una llamada a la necesaria complementariedad entre las fuerzas pol¨ªticas. En un borrador de discurso de Ortega y Gasset, que finalmente no fue pronunciado en 1931, se encuentran unas frases, que quiz¨¢ merecer¨ªa la pena citar en el momento presente: "Hacer obra pol¨ªtica es cosa muy distinta a proclamar a voz en cuello nuestras personales preferencias. Esto es faena l¨ªrica en que dejamos emanar nuestra intimidad. Pero la pol¨ªtica empieza cuando comenzamos a dudar e integrar nuestras opiniones con las ajenas. El lirismo es creerse solo en el mundo: pol¨ªtica es contar con los dem¨¢s, con todos los que en la polis conviven con nosotros.
Por eso no se es pol¨ªtico si no se posee una peculiar imaginaci¨®n: la capacidad de imaginarnos a los dem¨¢s, a los otros, precisamente a los que no son nuestros pr¨®ximos y afines". De eso se tratar¨ªa precisamente: de adquirir conciencia de complementariedad, de no ver de la naci¨®n sino el "inmediato tropel de los afines".
es catedr¨¢tico de Historia y fue director general de Bellas Artes en el Gobierno de UCD.
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