Teor¨ªa de la guerra y de la paz
Las teor¨ªas sobre la guerra han estado siempre relacionadas por una interdependencia entre las configuraciones pol¨ªticas que ha tomado la humanidad y los medios b¨¦licos utilizados para defender dichas configuraciones. As¨ª, cuando dichos instrumentos no pasaban del arma blanca y del caballo como medio de transporte terrestre, las formas pol¨ªticas habituales de organizaci¨®n eran la polis, el Estado-ciudad, la confederaci¨®n de ciudades, los peque?os reinos medievales, etc¨¦tera. Es verdad que hubo imperios en el mundo antiguo, pero su defensa no se depositaba en ninguna capacidad b¨¦lica adecuada a su enorme extensi¨®n, sino m¨¢s bien en una cierta habilidad de organizaci¨®n pol¨ªtica de determinados personajes y a la misma inabarcabilidad territorial de los mismos, lo que -unido a las dificultades de transporte de la ¨¦poca- permit¨ªa su supervivencia durante cierto tiempo.El descubrimiento de la p¨®lvora y su llegada a Europa permiti¨® el desarrollo de una nueva forma de organizaci¨®n pol¨ªtica: el Estado-naci¨®n, cuya configuraci¨®n administrativa y extensi¨®n territorial se adecuan al desarrollo armament¨ªstico de la artiller¨ªa, ciencia basada precisamente en la aplicaci¨®n de la p¨®lvora a las t¨¦cnicas militares de defensa. Es entonces, ciment¨¢ndose en el nuevo desarrollo de la tecnolog¨ªa b¨¦lica, cuando se pasa del concepto cl¨¢sico de la leg¨ªtima defensa a una nueva elaboraci¨®n ideol¨®gica: la teor¨ªa de la guerra justa. Seg¨²n ¨¦sta, la guerra -por naturaleza, injusta- admite ciertos casos en que puede declararse: defensa de las fronteras nacionales, agresiones sangrientas a una poblaci¨®n, rapi?as y apropiaciones de sus recursos, etc¨¦tera.
No es extra?o que, al ser Espa?a el primer Estado europeo moderno, fuesen los te¨®logos-juristas espa?oles quienes elaboraran las primeras doctrinas sobre la guerra justa, ¨ªntimamente relacionadas con las teor¨ªas que desarrollaron los principios filos¨®ficos de unas relaciones internacionales basadas en el derecho y en la justicia; es as¨ª como surge la fundamentaci¨®n filos¨®fico-jur¨ªdica del derecho internacional, magistralmente realizada por Francisco de Vitoria y, en cierto modo, por Bartolom¨¦ de las Casas.
A pesar de los nuevos avances de la tecnolog¨ªa militar del siglo XX , la situaci¨®n ideol¨®gica sobre los fundamentos filos¨®ficos de la guerra apenas han variado, a no ser para hacerse m¨¢s c¨ªnicos: el viejo "si quieres la paz, prepara la guerra" se ha interpretado de la forma m¨¢s burda y directa para justificar la carrera armament¨ªstica, hasta llegar a considerarse como una noble legitimaci¨®n de la actividad b¨¦lica en la expresi¨®n de Von Clausevitz: "La guerra es la continuaci¨®n de la pol¨ªtica por otros medios".
Sin embargo, la aplicaci¨®n de la tecnolog¨ªa nuclear a la guerra ha variado de tal modo la situaci¨®n que se impone de modo imperioso afrontarla de modo radicalmente nuevo, al introducir una posibilidad t¨¦cnica in¨¦dita hasta el presente: el holocausto nuclear como fin de la especie humana. Esta nueva situaci¨®n, imprevisible hace 40 a?os, es una realidad hoy; al mismo tiempo que esta realidad t¨¦cnica, nos encontramos con una situaci¨®n pol¨ªtica de enfrentamiento entre dos grandes bloques -el llamado socialista y el llamado capitalista- que afrontan la doble realidad con un instrumento ideol¨®gico extremadamente pobre frente al inmenso reto: la conocida teor¨ªa de la disuasi¨®n. Se supone que con un desarrollo suficientemente fuerte de la tecnolog¨ªa nuclear se disuade al enemigo de emplearla, sin caer en la cuenta de que ese desarrollo tecnol¨®gico inspira tal miedo al adversario que ¨¦ste se ve obligado a fortalecerse e incrementar su desarrollo nuclear para disuadir a su vez al contrario de la tentaci¨®n de emplearlo en alg¨²n momento.
El llamado equilibrio del miedo es una falacia, porque, en realidad, no existe tal equilibrio, sino una espiral creciente en la producci¨®n de armamento nuclear. La teor¨ªa de la disuasi¨®n resulta absolutamente disfuncional con la situaci¨®n del mundo; en primer lugar, porque es falsa, ya que no produce tal equilibrio, sino un incremento cada vez mayor del armamento y, en consecuencia, un incremento tambi¨¦n cada vez mayor de las posibilidades de guerra nuclear; en segundo lugar, porque la tal llamada disuasi¨®n no favorece la paz, como se dice, sino, en el mejor de los casos, la insatisfactoria supervivencia bajo un r¨¦gimen de terror. En cualquier caso, si nos situamos en una perspectiva que llamaremos optimista, la realidad que se nos impone es ¨¦sta: si la carrera nuclear no se detiene pronto, nos encontraremos dentro de 30, 50, 60, 100 a?os con impresionantes almacenes de artefactos nucleares cuya peligrosidad es por s¨ª misma inconmensurable; incluso si se decidiese su eliminaci¨®n pac¨ªfica y voluntaria, nos encontrar¨ªamos con un problema t¨¦cnico de dif¨ªcil soluci¨®n y con repercusiones imprevisibles en el orden de la ecolog¨ªa y de la salud humana.
Una actitud nueva
Es necesario, por tanto, afrontar esta situaci¨®n mundial in¨¦dita con una actitud radicalmente nueva. Y empleo el adverbio radicalmente en su sentido original, porque hay que ir a las ra¨ªces mismas de la situaci¨®n que nos ha llevado al estado actual. Esas ra¨ªces no son otras que las de una filosof¨ªa basada en el af¨¢n de dominio y de poder caracter¨ªstico del homo faber occidental, cuyo esp¨ªritu prometeico no concibe m¨¢s relaci¨®n con la naturaleza y el medio humano en que vive que la de la explotaci¨®n, el sojuzgamiento, la subordinaci¨®n y el control. En la irracional y alienante carrera armament¨ªstica no percibimos sino las ¨²ltimas consecuencias desesperadas de un af¨¢n de dominar el mundo, aunque ese af¨¢n se justifique bajo palabras altisonantes como libertad, democracia, paz, justicia, igualdad, reparto, lucha contra la explotaci¨®n... Por eso creo que la teor¨ªa m¨¢s adecuada a la realidad de la pol¨ªtica mundial es la llamada del domin¨®, donde las piezas de uno y otro jugador se adelantan o se atrasan con el objetivo de obtener una mayor parcela en el reparto del mundo.
En vista de este an¨¢lisis, que nos conduce a la perspectiva m¨¢s macabra que puede imaginar el hombre -su desaparici¨®n del planeta-, s¨®lo cabe dar una respuesta: una ruptura radical, filos¨®fica y ¨¦tica con la citada situaci¨®n, basada en una actitud de solidaridad con la naturaleza, alejada de todo af¨¢n de dominio de la misma, donde se vuelvan a expresar el amor a la vida, al hombre y al mundo en general. Sin duda, la inspiraci¨®n de una filosof¨ªa oriental que nunca reneg¨® de tales principios nos ser¨¢ esencial para recuperar el sentido de una cultura basada en la fe en el hombre, en la vida y en su capacidad de realizaci¨®n humana, liberando as¨ª un conjunto de energ¨ªas paralizadas por el miedo, la angustia y la desconfianza.
En lo que respecta al tema de la guerra nuclear, esto supone afrontar el riesgo de un desarme nuclear y unilateral total. A los que piensan que tal cosa supondr¨ªa un suicidio, les recordaremos lo que dec¨ªamos antes: los riesgos de suicidio no son mayores que los que ofrece una carrera armament¨ªstica indefinida, mientras las perspectivas de esperanza son mayores con nuestra propuesta. De momento, supondr¨ªa que toda una parte de la Humanidad se ha puesto del lado de la vida, del amor, de la fe en el hombre, y ¨¦sa ser¨ªa la primera gran victoria de los que tomasen la gran decisi¨®n: se habr¨ªan convertido, por ese solo hecho, en los grandes representantes del lado bueno de la Humanidad, la de aquellos que creen en el hombre y en la capacidad de progreso y de autorrealizaci¨®n de la especie.
A los que piensan que estamos haciendo el juego a unos u otros, a todos ellos les dir¨ªamos que no pedimos un simple desarme nuclear como expresi¨®n de un derrotismo ,ante una situaci¨®n sin salida aparente. Al mismo tiempo que pedimos el desarme, pedimos el rearme moral y cultural; a los que creen que s¨®lo podemos defender nuestro modo de vida -libertad, dignidad, solidaridad- por la fuerza militar, les recordamos que eso es tener muy poca fe en nuestros ideales, en nuestras creencias y en nuestro modo de vida. En definitiva, tener muy poca fe en el hombre y en la capacidad humana de resoluci¨®n de sus propios conflictos; por eso, frente a la teor¨ªa de la disuasi¨®n, defendemos la doctrina de lapersuasi¨®n. Si la primera pone su ¨¦nfasis en la capacidad de intimidar e infundir miedo, la segunda se basa en la confianza en la capacidad racional del hombre para discutir y dialogar, eligiendo lo que es m¨¢s conveniente a sus intereses y a los de sus semejantes.
En este sentido, el mensaje con que queremos terminar, tras un an¨¢lisis que creemos imparcial y justo, y con el que nos dirigimos a los que tienen capacidad de decisi¨®n en el tema, es el de impulsar su coraje moral y humano para que rompan con la ascensi¨®n imparable de la espiral nuclear, deteniendo unilateralmente la carrera armamentista. ?Inmenso desaf¨ªo, que responder¨ªa a la inmensidad de la situaci¨®n que lo provoca!
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