Luis Berlanga
La casa, los retratos, la estilizada Mar¨ªa Jes¨²s de aquel del fondo, los muebles, el whisky que no derrochan, precisamente, el day after en la tormenta de Somosaguas y Luis y yo aqu¨ª, como tantas veces a lo largo de nuestras vidas, con el alma de zapatillas, y las bolas de cristal, los huevos de m¨¢rmol, esos objetos present¨ªsimos e in¨²tiles que fascinaban a Truman Capote y a Colette (ella le regal¨® uno a ¨¦l). ?Por qu¨¦ Luis no ha visto nunca esas bolas de cristal, cinematogr¨¢ficamente, esas bolas que tienen una aventura de Salgari en su burbuja? Vemos lo que vemos, nuestra mirada selecciona. Unos s¨®lo ven bolas de cristal -Visconti- y otros s¨®lo ven isetas de hojalata, seg¨²n. Lo que pasa es que ven la iseta con tanta fascinaci¨®n l¨ªrica como una bola de cristal. En el fondo viene a ser lo mismo. "Las naranjas que te he enviado estas navidades, Paco, no son nuestras. Nosotros no tenemos naranjas. Nosotros somos del Levante interior, gentes que bajaron de Cuenca y Teruel; gentes que se sienten castellanas, levantinos del interior. Ahora, un hermano m¨ªo anda reivindicando ese Levante castellano, con esto de las autonom¨ªas, contra los levantinos de costa. Mi padre, que era diputado, llevaba los zapatos mejor lustrados de Valencia. Mi padre y mi abuelo, ya te digo, que eran pol¨ªticos, s¨®lo me dejaron unos pinares en el interior, y el mayor beneficio que me dieron esos pinares es que se quemaron en seguida. Hace treinta o cuarenta a?os. Est¨¢ muy bien, Paco, eso de que se le quemen a uno los pinares. Yo creo que hay dos razones para que ocurra: que el pino arde en seguida y que los madereros se hacen cargo de toda esa madera quemada y la venden o la utilizan. Pero naranjas, lo que se dice naranjas, yo no tengo naranjas, Paco, y esas que te mando todos los a?os se las compro a un naranjero, que me hace un buen precio, s¨ª, te lo confieso, para que t¨² puedas desayunar wodka con naranja. T¨² que tienes pinares en Valladolid..."-Yo no tengo pinares en Valladolid, Luis. Ni en ning¨²n sitio.
. -Bueno, t¨² que tienes pinares en Valladolid, sabes bien que el pino no da nada, salvo el pi?¨®n, que sirve para poco.
-Es que yo no tengo pinares en Valladolid. Paloma Segrelles me ha mandado por navidades una cesta de chirimoyas, y te aseguro que Paloma no cr¨ªa chirimoyas.
-O sea, que t¨² que tienes pinares, lo sabes como yo, que el pinar s¨®lo te da disgustos, que si se querna o no se quema, y luego lo que hay que pagar al Estado y todo eso. Un pinar sale car¨ªsimo y no sirve para nada, t¨² lo sabes bien, Paco.
El pelo de oveja, los zapatos todav¨ªa de cordones (las zapatillas son de cuadros), la rebeca de punto, que usan tantos hombres en casa, y que yo desecho, el ni?o peque?o que el domingo pasado gan¨® una quiniela de catorce, nada, ciricuenta mil pesetas, deb¨ªa ser facilita, la gata salvaje que ha riacido entre Somosaguas y la Casa, de Campo: la cojo, la acaricio, la rasco. "Te va a ara?ar". Pero uno conoce los resortes secretos de las gatas (los resortes secretos de las se?oritas, Luis, ya se le van olvidando a uno). La rasco en la cabeza, le tiro de la piel del cuello hacia atr¨¢s, por la nuca, y el bello bicho es cosa m¨ªa, tan esbelta y tan silvana, salvada de la selva y la lluvia por Mar¨ªa Jes¨²s, tan maternal.
-Bardem te defini¨® para siempre, Luis. T¨² eres, como dice ¨¦l, unfanfarr¨®n inverso.
Una vez, puestos a molar de enfermedades, Luis, como vio que leganaba en la lista zorrillesca, dijo, a la desesperada: "Pues te jodes, que yo soy heredosifil¨ªtico y por tanto puedo tenerlo todo". Con la cosa de la vista, igual. Me llev¨® a un gran oculista de Puerta de Hierro, pariente del desaparecido P¨¦rez Ferrero, y me dec:la por el camino: "Es el que me cuida el glaucoma". Luego, el m¨¦dico me lo aclar¨®: "Pero qu¨¦ co?os va a tener este t¨ªo glauconia". Berlanga ha pasado de un cine de pobres a un cine de ricos. Cuando se pasaba las tardes en el Gij¨®n, le sal¨ªan, claro, pel¨ªculas de cojos desamparados (el cojo sol¨ªa ser Manolito Alexandre). Ahora que vive la high/ highlhigh/society, le salen, naturalmente, pel¨ªculas de ricos, la burla de los ricos, el esperpento de la riqueza, a lo don Jos¨¦ Guti¨¦rrez.
-Manuel Azcona y yo quisimos hacernos del partido del mudo, el hermano de Don Juan.
-Cu¨¢ntas cosas, Luis.
-Tambi¨¦n quisimos comprar el Casino de Madrid, ?te acuerdas, Paco?
Claro que me acuerdo. Se trataba de mandar al asilo a los cuatro ancianos que estaban en la calle Alcal¨¢, en verano, a la puerta det Casino, en sill¨®n de mimbre, viendo pasar el mujer¨ªo, o sea el material. El Casino lo daban barato, y all¨ª podr¨ªamos haber ido todas las tardes, a pensar pel¨ªculas o novelas o a hacer como que pens¨¢bamos. Pero vino el bingo, salv¨® el Casino y nos quedamos en mitad de la calle.
-No hemos tenido suerte en esta vida, Paco.
-No hemos tenido suerte.
-Lo que yo quiero, Paco, es un maniqu¨ª de Ram¨®n Areces, una se?orita.
-?Adolescente o entrada?
-Adolescente, Paco, ya lo sabes. ?C¨®mo est¨¢ la tuya?
-Le he cambiado la coleta de sitio.
-Yo es que quiero que me den la mu?eca con un juego de pelucas. Las pelucas de El Corte Ingl¨¦s son maravillosas.
-Yo le pido la mu?eca a don Ram¨®n, Luis, pero me parece que la cosa de las pelucas debe ser asunto tuyo. C¨®mprale pelucas de se?ora, en las peluquer¨ªas de verdad.
-No, porque entonces se convierte en mi esposa. A m¨ª me gustan las pelucas de escaparate, que tienen tanta fantas¨ªa.
Recuerdo una tarde, el pasado oto?o, que bajamos a los s¨®tanos a ver las mu?ecas de Tama?o natural, podridas en sus arcones, con un erotismo de polivinilo. Est¨¢bamos all¨ª, levantando un cad¨¢ver sint¨¦tico, dos locos de la mujer y sus met¨¢foras, y cuando la luz de la tarde se filtraba hasta la bodega, hasta unos ojos a salvo, nos emocion¨¢bamos como si la chica nos mirase. "Creo que hemos llegado demasiado lejos, Luis". "No. El que ha llegado al l¨ªmite en su vida, en esto, es Molin¨¦, que, como sabes, se pas¨® la vida recreando a la mujer, en solitario". "Qu¨¦ gran monacato, Luis". "Eso". Yo le hice un pr¨®logo al gui¨®n en libro de Tama?o natural:
-?Qu¨¦ te ha parecido, Luis?
-Yo es que no he entendido nada de lo que dices, pero debe estar muy bien.
De mutuos rechazos e incomprensiones est¨¢ hecha la amistad, como el amor.
-Veo por tus libros que practicas la penetraci¨®n, Paco. La penetraci¨®n es falocracia. A eso no se debe llegar nunca. El erotismo es otra cosa..?Por qu¨¦ practicas la penetraci¨®n?
Me re?¨ªa y me ri?e, dentro de su bonhom¨ªa. Pelo de oveja, ojos de un claro aburrido, ropa impersonal, toda la coartada de un genio que quiere pasar inadvertido. Estuve en el viejo caser¨®n madrile?o, donde se rod¨® parte de Tama?o natural. Descubr¨ª con espanto que en cada habitaci¨®n hab¨ªa una cama de hierro, y en cada cama una mujer de goma muerta. Aquello parec¨ªa un lenocinio fenecido. "Como comprender¨¢s, he hecho la pel¨ªcula con varias mu?ecas". Uno, que siempre hab¨ªa cre¨ªdo, con Marcel Aym¨¦, en la pluralidad er¨®tica de las mujeres, o en la mujer plural -tan comprobada- uno, digo, se fue de aquella casa, sin embargo, con la saeta de la traici¨®n en el pecho: aquella mujer de goma tambi¨¦n era varias mujeres. Ahora se pudre bajo nuestros pies, en los s¨®tanos del chalet. Como tiene que ser.
-Han echado por la televisi¨®n un ciclo de Bu?uel, no s¨¦ si lo has visto, Paco. Se empe?an en que todo lo de Bu?uel es sagrado (su etapa mejicana), y dicen que ah¨ª est¨¢ la mano del maestro. Pero ¨¦l mismo, menos pedante, lo llamaba "cine afimentario", cine para alimentarse. Por cierto, Paco, t¨² que eres tan gramatiquero, ?se dice afimentario o alimenticio?
-Yo creo que las dos cosas valen, Luis, aunque sea m¨¢s usado alimenticio.
-Estoy leyendo literatura porno. Ya sabes que yo s¨®lo leo porno. Y me he encontrado una novela donde se cuenta la vida homosexual valenciana. Salen Joan Fuster y Gil-Albert. Una cosa terrible. Por cierto que una empresa le compra a "La sonrisa vertical" algunos de nuestros t¨ªtulos, y entre ellos va el tuyo, "La bestia rosa". Espero que no te parezca mal.
-Puede parecerle mal a la interesada. A m¨ª me encanta.
-Necesito una se?orita que me traduzca inmediatamente una pel¨ªcula del franc¨¦s.
-Brigitte Martha, que me est¨¢ traduciendo al franc¨¦s El hijo de Greta Garbo.
Coge papel y l¨¢piz, y anota. "Bukowski. ?Sabes que Bukowski ya no gusta nada en Estados Unidos? Lo hemos comprobado sobre el terreno. Un hijo m¨ªo traduc¨ªa Bukowski al castellano, como no ignoras. Preguntamos por ¨¦l y nadie lo conoc¨ªa. Eso ha sido un lanzamiento hacia el exterior. Incluso mi hijo, el traductor, no quer¨ªa saber ya nada de Bukowski, cuando est¨¢bamos all¨ª, con posibilidades de salu
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darle. A ti y a m¨ª nunca nos gust¨® su erotismo, Paco. Pero mis hijo nos llamaban carrozas".
Efectivamente, ha habido unos a?os de Bukowski, muy patrocinado en Espa?a por Jorge Herralde, tan inteligente y tan amplio de comprensi¨®n. Un hijo de Luis hizo algunas traducciones. Pero Luis y yo, educados en los libertinos del XVIII, pasados por el surrealismo (uno mismo, como escritor, no es sino un libertino del XVIII pasad por el surrealismo), encontr¨¢ba mos a Bukowski demasiado direc to, demasiado urgente, demasiado americano, demasiado gasolinera, demasiado motel por horas, demasiado viejo y borracho.
Y Bukowski -ay- se ha pasado.
No s¨®lo aqu¨ª, sino en Estados Unidos, donde parece que nunca tuvo gran presencia. Hoy, ni siquie ra es una ausencia. Me alegro. Bukowski no era Henry Miller (tan pasado, asimismo, por otros moti vos m¨¢s dentro del orden o desor den literario). Bukowski era un viejo verde que escrib¨ªa mal. E incluso la literatura llamada ereccio nal tiene que estar bien, escrita para cumplir su funci¨®n.
Luis vuelve a lo suyo:
-Pero mira que la penetraci¨®n Paco. Eres un fal¨®crata, Paco. Jam¨¢s la penetraci¨®n. El erotismo es otra cosa. Vuelve a Molin¨¦. Vuelve a Molin¨¦.
Los huevos de m¨¢rmol veteado Las bolas de cristal. Es lo primero que Colette, Truman Capote y yo habr¨ªamos visto en la casa. Es lo primero que veo yo. Luis no los ha visto nunca. No le interesa el mundo en una pompa de cristal. Y sin embargo somos amigos, tan amigos, y nos entendemos bien. Madrid es una de nuestras claves comunes:
-Aunque te advierto, Paco que del mismo modo que s¨®lo me considero valenciano del interior, o sea medio valenciano/medio castellano, tampoco me considero madrile?o. Madrid es un interland. Madrid ni lo gozo ni lo padezco. Es el sitio donde vivo y nada m¨¢s.
-Algunas de tus pel¨ªculas est¨¢n llenas de cojos madrile?os. Y los italianos te han encargado un gran reportaje sobre Madrid.
-Ese reportaje quiero hacerlo contigo, Paco, que t¨² me escribas la cosa.
Luis se lo calla, pero yo s¨¦ que, cuando se trataba del tema, Armi?¨¢n salt¨® muy tarasca: "Yo s¨¦ de Madrid mucho m¨¢s que Umbral; quien tiene que hacer eso soy yo". As¨ª es la selva virgen y dulce de la literatura.
-A m¨ª lo que me falta, Paco, en esta vida, es una buena juerga en Munich. ?Qu¨¦ tal est¨¢ eso de Munich, Paco?
-Pues mira, Luis, aparte los conciertos, que hay uno cada tarde, y muy anunciado, como si fuera f¨²tbol, o sea que te dan el co?azo cotidiano con Mahler y Beethoven, si te salvas de un concierto, como Cort¨¢zar se salva o no se salva en Par¨ªs, y Rayuela, Munich, o M¨¹nchen, c¨®mo dicen ellos, que son un poco raros, pero buenas personas, tiene las mejores discotecas de Europa, ni Londres ni nada, sali¨¦ndonos del continente, y all¨ª tienes que ir de madrugada (a lo mejor vuelvo y vamos juntos) y para nosotros, que nos lo hacemos de menoreros, es una maravilla c¨®mo las peque?itas descienden por una cuerda, desde la c¨²pula, en minifalda y braguita, y se disfruta cantidad. Y sin compromiso de penetraci¨®n, te lo prometo. Adem¨¢s, si all¨ª, en Alemania/Oeste, caemos en falocracia, nadie se va a enterar aqu¨ª en Espa?a, Luis, t¨² tranquilo. En mis repetidas visitas a M¨¹nchen, quiz¨¢ la ciudad que m¨¢s me ha reclamado de Europa, ignoro por qu¨¦, mi ¨²nico rollo lo tuve con Mari Luz, una asturiana pol¨ªglota con la que ya hab¨ªa habido tema en Madrid, y a la que de pronto descubr¨ª en bicicleta por la Leopoldestrassenn.
-Yo es que he estado en Hamburgo, Paco.
-No es lo mismo, Luis. En Hamburgo no hay m¨¢s que putas con espejo retrovisor, como los camiones pegasos. Yo lo escrib¨ª una vez y la Pegaso, o sea Jaime Borrell, por entonces, me regalaron un retrovisor de cami¨®n con peana de m¨¢rmol. Por casa debe andar, perdido, porque para afeitarse no sirve.
-Paco, t¨² dijiste aquello maravilloso de que el conferenciante debe ser cel¨¦rico en cobrar y desaparecer. Ahora comprendo la raz¨®n que ten¨ªas. Voy a los sitios, incluso a mi ciudad, Valencia, y me piden el n¨²mero de cuenta para abonarme el dinero por el Banco. Luego compruebo en mis Bancos y no abonan nada. Y lo malo es que la Televisi¨®n Espa?ola tambi¨¦n ha cogido ese vicio y te piden el n¨²mero de la cuenta y luego no hay n¨²mero ni cuenta ni dinero. No vuelven a pillarme, gracias a ti, Paco.
El pelo de oveja que antes fuera plata y ahora -ay, aquellas ropas chapadas, qu¨¦ se hicieron- es vell¨®n sin brillo, los a?os, Luis, los a?os, y algunos desenga?os, la rebeca de punto, que se ci?e al cuerpo para abrir la verja del chalet, la profunda, misteriosa afinidad con este hombre que no me es nada aflin. Una vez me pidi¨® un libro para una editorial que presid¨ªa. Lo hicimos casi a medias. Quiero decir que era una obra abierta, un libro/rueda, como los de algunos contables, adonde ¨ªbamos sacando y metiendo. Entre Beatriz de Moura, ¨¦l y yo, hicimos el libro, a gusto de los tres.
-Ando como un poco olvidado, Paco.
-?No ha triunfado tu ¨²ltima Escopeta?
-Mucho. Pero me danmenos premios que antes.
-Ya los tienes todos, Luis.
Que haga alg¨²n d¨ªa, si Alfredo Matas quiere arriesgar la pela, su gran idea, un empastre taurino que cruza la guerra civil sin saber de qu¨¦ va, meti¨¦ndose en todas las batallas. Es lo mejor que se les ha ocurrido nunca a Azcona y a ¨¦l. Pero reconstruir la guerra civil cuesta una partora. Ser¨ªa la gran pel¨ªcula de la guerra hecha por un ¨¢crata que los ama a todos y s¨®lo le duele el dolor del hombre. En la casa, totov¨ªa extensa y mojada, queda Mar¨ªa Jes¨²s, gripal y maternal. Quedan los papeles de Luis, quiz¨¢ el proyecto de un nuevo filme, para qu¨¦ preguntar. Queda el ni?o peque?o del matrimonio, que la semana pasada sac¨® una de catorce, cincuenta mil pesetas, deb¨ªa jer facilita. Decidimos vernos m¨¢s, como antes, querernos, re¨ªrnos juntos. Somosaguas es una plana de caligraf¨ªa que redacta trabajosamente la lluvia.
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