D¨¢maso Alonso
Don Ram¨®n Men¨¦ndez Pidal, D¨¢maso Alonso y otros hombres entre la Instituci¨®n y el 27, se fueron a vivir a los chalets poblanos de Chamart¨ªn de la Rosa, en su monacato laico, erudito y creador, y uno todav¨ªa los ha visitado, hace m¨¢s de veinte a?os, cuando entre la casa de D¨¢maso y la de don Ram¨®n no hab¨ªa m¨¢s que campo, barro, ovejas y erudiciones.-?Qu¨¦ has hecho hoy, D¨¢maso?
-Ir al dentista, hijo, no me ha hecho nada de da?o, era la ¨²ltima sesi¨®n, me encuentro muy a gusto.
Nos sentamos de rinconera, se agacha ¨¢gil a enchufar la luz de la l¨¢mpara, se levanta todo el tiempo a traerme libros. "Mira, este tomo lo don¨® don Juan de Austria, es decir, que dio el dinero para hacerlo. Pero veo que t¨² miras muy de cerca, Umbral". "Ver¨¢s, D¨¢maso, aqu¨ª tengo las gafas de leer, pero, por no sacarlas, prefiero quitarme las otras y aplicar el ojo miope, que ya sabes que el ojo miope, muy de cerca, hace de lupa, y qu¨¦ menos por don Juan de Austria".
La habitaci¨®n/despacho, cuadrada, forrada de libros hasta arriba, con una escalerita para subir a los estantes altos, al patio de vecindad de los libros. Un retrato de D¨¢maso, escribiendo, quiz¨¢ de V¨¢zquez D¨ªaz, o de un imitador, y un busto de G¨®ngora, afilado. "Es una pena, Paco, que vayas a escribir esto sin, haber le¨ªdo Vida y obra, que es el pr¨®logo a la cosa que va a salir ahora. Ah¨ª lo cuento todo". "?Es tu texto m¨¢s confesional, en prosa?" "Pues yo creo que s¨ª; ma?ana te dejo las pruebas en la porter¨ªa de tu casa: que te las den en seguida, tienes que leerlo". La calva como un mapa de Ocean¨ªa, viva, forrada como de piel de libro antiguo, no una de esas calvas duras, tensas y antip¨¢ticas. Los ojos casi claros y esa manchita blanca en el derecho, que no s¨¦ si significa algo, fisiol¨®gicamente, o no significa nada, las gafas ca¨ªdas, el labio inferior un poco ca¨ªdo (el hombre sensual que fue), las manos pobladas y esbeltas al mismo tiempo. Se levanta, se tercia la capita, va a por otro libro y vuelve.
-Por ejemplo, D¨¢maso, ?qu¨¦ hiciste ayer?
-Estuve en la Biblioteca Nacional copiando unos poemas del XVI y el XVII. Ahora trabajo en lo que, ya desde hace mucho tiempo, he llamado correlaciones y recolecciones. Hay correlaciones cuando el poeta repite en la segunda parte del poema -soneto, generalmente-, los elementos del primero -mar, cielo, aire, oro-, pero aplic¨¢ndolos ya al tema central, que suele ser su pasi¨®n amorosa o desastrosa. Hay recolecciones cuando el poeta se limita a repetir o mimetizar esos elementos, en la segunda parte del poema, sin mayor va riedad o intenci¨®n.
-Me parece un procedimiento mec¨¢nico, D¨¢maso.
-Y lo es. Bouso?o estudi¨® todo esto, conmigo, y luego ¨¦l lo aplic¨® a, los poetas modernos, por ejemplo, a Juan Ram¨®n, que utiliza much¨ªsimo la correlaci¨®n. Mira estes ejemplos.
-?Y no da el procedimiento muchos poemas malos?
-Much¨ªsimos. Incluso algunos poemas de la correlaci¨®n, que han quedado como grandes, yo no los puntuar¨ªa.
-?Qui¨¦n ha utilizado mejor la correlaci¨®n?
-Hombre, mejor, no s¨¦. Pero el que m¨¢s la ha utilizado es Lope.
-Lo que veo por estos cuadernos es que tienes una letra todav¨ªa muy clara, muy segura.
-Pues claro, hombre, pues claro. El que tiene una letra terrible eres t¨², Umbral. Cada vez que recibo una carta tuya, me vuelvo loco. Eso no hay quien lo entienda.
He venido de tarde en tarde a esta casa, cercana de la m¨ªa, a visitar a D¨¢maso. La primera vez, hace corno m¨¢s de veinte a?os, me habl¨® de El siglo de las luces, de nuestro querido e inolvidable Carpentier. "Oiga usted, Umbral -entonces a¨²n me llamaba de usted-, eso del cubano est¨¢ muy bien". Otra vez recuerdo que era verano y estuvimos en el jard¨ªn tomando vodka con naranja. Esta noche parece que el maestro no va a samaritarme la sed con nada. O ¨¦l ha perdido memoria o yo, he perdido categor¨ªa. Una,peca grande en la sien izquierda. Pienso que la teor¨ªa de las correlaciones y las recolecciones, tan temprana en D¨¢maso, tiene mucho que ver con las simetr¨ªas y los paralelismos que encontraban los estructuralistas en Baudellaire. A lo mejor los estructuralistas no hicieron otra cosa que modernizar el lenguaje.
-Si quieres, Umbral, te regalo mis Obras Completas.
Son siete tomos ingentes, en rojo, de Gredos.
-Hombre, D¨¢maso.
-Claro que no te las vas a llevar ahora, en el bolsillo, pero un d¨ªa, si t¨² quieres, vienes a por ellas, o yo te las dejo en casa.
-Claro que vendr¨¦ a por ellas. Ser¨¢ como para estar toda la vida aprendiendo.
En toimo al chalet de D¨¢maso Alonso han crecido rascacielos, discotecas, pagodas dudosamente chinas, topIless, pizzer¨ªas italianas. Esta casa y su peripecia siempre me recuerdan la Muerte de un viajante, de Miller, donde el americano medio, que hab¨ªa levantado una casita en las afueras para su peque?a felicidad, se ve un d¨ªa rodeado de rascacielos, ahogado, asfixiado. No es el caso de D¨¢maso Alonso. ?l ha decidido instalarse, con su capita, en el XVII. Passa de Granmadrid.
-Dime una cosa, D¨¢maso: ?ya nunca coges un libro por el placer ingenuo de leer, para disfrutar, para sorprenderte?
Hace un gesto desalentado.
-La verdad es que no, Paco. Las nuevas cosas no me dicen nada, no me penetran.
-Como bien sabes, D¨¢maso, la vejez, seg¨²n Azor¨ªn, es la p¨¦rdida de la curiosidad.
-Exactamente. Eso es lo que me pasa a m¨ª. P¨¦rdida de la curiosidad. Del peri¨®dico, por ejemplo, s¨®lo leo lo tuyo y los titulares.
-T¨² escribiste, entre los cuarenta y los cincuenta (del siglo y tuyos, ya que sois casi coet¨¢neos) un bell¨ªsimo soneto titulado Oraci¨®n por la belleza de una muchacha.
-Espera que te lo traigo.
Se levanta con su capita. y se marcha y va a buscar el libro donde est¨¢ el soneto. Estos sabios y eruditos no dejan nada al azar necesario de la memoria. Releemos el soneto:
-Le reprochas a Dios que haya creado tanta belleza y no le d¨¦ perpetuidad. ?Qu¨¦ piensas hoy de eso?
-Yo creo que lo mismo.
Pero, en la lectura del soneto, como en la lectura de otros poemas -en ingl¨¦s, alem¨¢n, franc¨¦s, catal¨¢n, espa?ol-, D¨¢maso sigue siendo un profundo ejecutor de la poes¨ªa dicha. Recuerdo una lejana e irrecordable velada en que me leg¨® a los grandes poetas catalanes en catal¨¢n -Carner, Sagarra, Espri¨², etc¨¦tera-, y su voz madrile?a de Chamart¨ªn de la Rosa se llenaba de riquezas y sombrosidades mediterr¨¢neas y provenzales.
A D¨¢maso le gusta lucirse leyendo poes¨ªa.
Pasa el tiempo y aqu¨ª ni Dios trae un whisky. Ese Dios tan entredudoso en los versos de D¨¢maso. "Poernas escogidos. Antolog¨ªa hisp¨¢nica. Hombre y Dios, obra ya m¨¢s serena, impresa en 1955, donde el sistema formado por la conjunci¨®n de esos dos seres se centra en el primero como elemento indispensable para el segundo. Al final de Hombre y Dios, el hombre s¨®lo vuelve a sentir un terror de alima?a ante su destrucci¨®n". D¨¢maso me dedica el libro: "A Francisco Umbral, con mucho cari?o y gran entusiasmo". Y lo fecha el 17 de enero. Luego parece que tiene gusto en leerme su Adi¨®s al poeta Rafael Melero (muerto de c¨¢ncer a los 39 a?os). "?Qu¨¦ bestia gris burriciega / trota idiota, y te nos siega / al trompic¨®n? ( ... ) No lloro por ti, Melero / (mira mis ojos): yo quiero / protestar, / gritar que es un asco ea, / y maldecir -a quien sea-, / y no llorar".
Me ha le¨ªdo/rele¨ªdo estos versos con especial y oscuro deleite. Son unos versos blasfematorios, por decirlo de alguna forma. Lleva uno muchos a?os siguiendo la vida y la muerte de los escritores de todos los tiempos y latitudes, y raramente ha encontrado uno un caso tan tenaz como el de D¨¢maso Alonso en la rebeld¨ªa, en la protesta, en la negaci¨®n.
A sus 85 a?os, todav¨ªa se deleita especialmente en este poema, que increpa a Dios, neg¨¢ndole, o que le niega, increp¨¢ndolo. Es lo de la Oraci¨®n por la belleza de una muchacha, dicho entonces, hace casi cuarenta a?os, m¨¢s l¨ªricamente.
-Los cl¨¢sicos.
-Vuelvo a ellos y les encuentro estos recursos f¨¢ciles.
-Los modernos.
-Juan Ram¨®n, ya te digo, utiliza los mismos recursos de los cl¨¢sicos.
Como siempre que vengo a esta casa, me he metido por la puerta de la cocina. La cocinera me manda a la puerta principal. Toco el radiador.
-?Est¨¢ fr¨ªo?
-No, D¨¢maso, est¨¢ caliente.
-Pero aqu¨ª hace fr¨ªo, ?verdad?
-Un poco.
-?No te quitas el abrigo?
-Prefiero dej¨¢rmelo por los hombros. T¨² tienes tu capita, D¨¢maso.
-?Y por qu¨¦ ser¨¢ esto del fr¨ªo?
-Porque el chalet est¨¢ en un alto, solitario, y no lo protege ning¨²n edificia.
A uno le parece que, en poeta tan poderoso y rico de matices (de la iron¨ªa al lirismo), el erudito, el sabio ha secuestrado al creador.
Y ¨¦l mismo me lo dice:
-Lo que la gente no ha acabado de comprender es que yo sea A y B.
Eso no lo comprenden nunca, y no se lo digo a D¨¢maso por no marearle. El p¨²blico espa?ol, la cultura espa?ola no est¨¢n preparados para el hombre leonardesco, de m¨²ltiples y sabias dedicaciones. Si uno es un buen periodista, ya no puede ser un buen escritor. Si uno es un gran erudito, ya no puede ser un gran poeta. En D¨¢maso (por esto, quiz¨¢, le quiero tanto, intelectualmente), el sabio ha oscurecido al poeta. En la vida espa?ola hay que ser una sola cosa, colocar un solo paquete de gomad¨®s o de amapolas, como el ramo que Cernuda dej¨® a los pies de Larra. Ya le cuesta a la sociedad espa?ola, estrecha, estricta (es lo mismo), resentida y poco informada, aceptar a un gran hombre. Aceptar dos grandes hombres en uno es que les resulta ya como insoportable.
Pasa a la p¨¢gina 12
Viene de la p¨¢gina 11
No s¨¦ si D¨¢maso se ha parado a pensarlo, pero es sus tragedia de la vida vulgar/cultural.'
D¨¢maso, como ¨¦l bien me dice, es a A y B. La gente se queda con el d¨¢maso A o con el D¨¢maso B, o pasa de ambos, porque es mucho mogoll¨®n. La gente se apunta a la primera cadena o a la segunda. No se les puede obligar a que se enteren de las dos cadenas. Cuando D¨¢maso hace comentarios en prosa a sus poemas se convierte en el autoerudito, en el hombre que se eruditiza a s¨ª mismo, ir¨®nicamente, y no pat¨¦ticamente (que eso suena falso) como San Juan de la Cruz, por la cosa de la Inquisici¨®n.
La prosa de D¨¢maso, sabia e ir¨®nica al mismo tiempo (s¨®lo la de Bertrand Russell o Ezra Pound pueden compar¨¢rsele, a este respecto), es lo mejor de sus libros de poes¨ªa o erudici¨®n, para un prosista como yo.
-Yo publiqu¨¦ Hijos de la ira en 1944, Paco, que era un libro de protesta cuando nadie protestaba de nada.
-Y cu¨¢nto te hemos glosado en, las tertulias de provincias, D¨¢maso.
-Yo entonces consideraba ciega "la est¨²pida fuerza" que mueve el mundo.
-Eso era existencialismo antes de los existencialistas. ?Y hoy, D¨¢maso?
Sonr¨ªe con su sonrisa de sheriff sapient¨ªsimo de la cultura:
-Bueno, digamos que hoy he suavizado un poco la expresi¨®n.
Nunca he visitado a un hombre de 85 a?os que se mantuviese escatol¨®gicamente tan terne. Hasta don Ram¨®n Men¨¦ndez Pidal, a quien hice varias visitas en su huerto de los olivos laicos, acab¨® contradiciendo al padre Las Casas.
Y fue tambi¨¦n, Hijos de la ira, un grito de libertad literaria contra el verso tradicional que era muy cultivado en Espa?a desde el 1 de abril de 1939. Siempre ha pensado uno que, m¨¢s que del aseado don Antonio, la poes¨ªa social,(40 a?os de resistencia l¨ªrica, con nombres como Blas de Otero y Grabriel Celaya en la capitan¨ªa) viene de D¨¢maso Alonso, de Hijos de la ira. D¨¢maso, por sabio, ten¨ªa m¨¢s recursos que Machado para enfrentarse al poder poli¨¦drico. Ha venido uno a este viejo chalet, tan revisitado -y tan fr¨ªo, co?o- a hacer la cercioraci¨®n de que D¨¢maso sigue siendo, con un par, m¨¢s all¨¢ de la gloria y la desgloria, el hombre que se envuelve en su capita de andar por casa y dice que no a todo, y que No, con versal, a la trascendencia.
-Bueno, tambi¨¦n tengo un p¨¢rrafo donde me defiendo de las muchas veces que me he citado a m¨ª mismo, por m¨ª nombre, en los poemas. Pero sabr¨¢s, Umbral, que san Damasus, o sea mi patr¨®n, tambi¨¦n era poeta y siempre se citaba a s¨ª mismo en sus versos.
-Eres un santo, D¨¢maso.
Poemillas de la ciudad (1921) tiene algo del aseo por s¨ª mismo que luego expresar¨ªa Sartre en La N¨¢usea. De cu¨¢ntas cosas ha sido precursor D¨¢maso. "A m¨ª lo que me interesa es hablar al cerebro y al coraz¨®n del hombre, moverlo, conmoverlo". El gran te¨®rico de 1927 y el gongorismo, resulta as¨ª, un poeta que hace profesi¨®n de impureza y anti/1927.
No hay quien pueda con D¨¢maso y su capita. Este oto?o/verano me lo encontr¨¦ por el barrio, junto a la ferreter¨ªa, dando su paseo cotidiano, solo y raudo. Es como desconcertante saber que, mientras escribo en mi alto apartamento, todas las ma?anas, el primer escritor de Espa?a, el hombre m¨¢s grande de la literatura actual, le da vueltas a la manzana, all¨¢ abajo. Parece una cosa surrealista, como de Magritte o Delvaux. Este verano, desechando el sombrero duro, el cuello de porcelana y el traje de entierro (ha enterrado a tantos), hab¨ªa optado por una camisilla abierta, de manga corta, e iba mucho m¨¢s fresco y ligero.
Son las ventajas de no ser ya -por propia renuncia- director de la Academia.
Tambi¨¦n nos encontramos mucho en la banca del barrio y hablamos de nuestros cheques cruzados. Gozos de la vista nos da la plasticidad visual de DA. Siempre he cre¨ªdo que la literatura es una cuesti¨®n de mu?eca y retina. Casi como la pintura. Los pensamientos son mostrencos y del procom¨²n. Lo que hace el escritor es la mu?eca y la retina. Y eso lo tiene D¨¢maso como nadie. S¨®lo ¨¦l y Gerardo (Diego) le han metido humor a la poes¨ªa l¨ªrica. El humor l¨ªrico y la poes¨ªa se llevan muy bien. S¨®lo que este humor es m¨¢s dulce en Gerardo y m¨¢s amargo y rebelde en D¨¢maso.
-Bueno, Umbral, pues lo que yo siento es no haberte sacado un whisky.
-Se habr¨ªa agradecido, D¨¢maso, pero pens¨¦ que t¨² ya no beb¨ªas.
. -Un whiskicito de cuando en cuando, hombre.
-Pues otro d¨ªa vengo y me lo tomo.
-Que te dejo Vida y obra en la porter¨ªa.
-Que lo espero con pasi¨®n, D¨¢maso.
Refugiado en el siglo XVII y en la capita, cuando el presente comienza a no importar. A uno mismo comienza a no importarle. Me ilumina el jard¨ªn, para que no tropiece. "T¨² le diste esa ardiente simetr¨ªa / de los labios, con brasa de tu hondura, / y en dos enormes cauces de negrura, / simas de infinitud, luz de tu d¨ªa". O sea, una muchacha.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.