Una generaci¨®n, una fotograf¨ªa
Para demostrar que la Generaci¨®n del 27 existi¨®, alguien hizo una fotograf¨ªa al pie de una comida literaria. ?O tal vez la Generaci¨®n del 27 existi¨® por culpa de esa fotograf¨ªa? Lo cierto es que ah¨ª est¨¢n casi todos y en especial tres rostros, tres actitudes. Garc¨ªa Lorca seducido seductor pidiendo amor. Alberti en una pose de se?or¨ªo, de desplante al flash, Guill¨¦n con una leve sonrisa algo condescendiente, sonrisa de comensal de paso. Cernuda, cuya antipat¨ªa por Guill¨¦n es evidente, retrat¨® literariamente a un Guill¨¦n al que en su opini¨®n le falta la amplitud, vuelo humano "Yo no dir¨ªa, como dicen los cr¨ªticos de Guill¨¦n, que su poes¨ªa es la poes¨ªa del Ser". Cernuda discute la visi¨®n ¨®ntica de la poes¨ªa de Guill¨¦n porque para el poeta andaluz a la metaf¨ªsica le sobra el meta: se es cuando se siente y las palabras traducen la sensaci¨®n de existir. Pr¨®ximos en el rigor po¨¦tico, Cernuda y Guill¨¦n discrepan radical mente en su actitud moral ante el mundo y los otros. Con ser dos isle?os, el uno se tuesta al sol en las islas prohibidas y al otro le basta la isla real o imaginaria de un campus universitario, de un despacho lleno de libros para sentir y sentirse.Como reacci¨®n al monopolio lorquiano de la memoria de la llamada Generaci¨®n del 27, los poetas m¨¢s j¨®venes en los a?os cincuenta releyeron a Cernuda y Guill¨¦n y los relplantearon como demostraci¨®n del rigor po¨¦tico. A Jaime Gil de Biedma, por ejemplo, se le debe un complet¨ªsimo estudio sobre C¨¢ntico y varias iniciativas que permitieron la reinserci¨®n de Cernuda en la conciencia po¨¦tica espa?ola de la posguerra. Cernuda o el maldito diferenciado y Guill¨¦n o el esencialismo ling¨¹¨ªstico personal y s¨®lo transferible a trav¨¦s de un esfuerzo de investigaci¨®n por parte del lector. Una poes¨ªa sin prop¨®sito de comunicaci¨®n. Es la poes¨ªa de un burgu¨¦s ensimismado, dir¨¢ Cernuda, aunque aplica este an¨¢lisis al primer Guill¨¦n, al poeta de C¨¢ntico, que a¨²n no ha hecho poes¨ªa de sus desgracias personales e hist¨®ricas en Clamor. Para Ignacio Prat, en cambio, esa ambici¨®n de normalidad en el primer Guill¨¦n, ese gozo de aceptar el aqu¨ª y el ahora inevitables, no es consecuencia de la comodidad burguesa, sino del deseo de sentirse en contacto con lo externo. Incluso en la poes¨ªa de Guill¨¦n hay solidaridad, la solidaridad sentida por un distanciador poeta solitario.
Sus compa?eros de generaci¨®n, menos agrios que Cernuda, le recuerdan como un poeta profesor, siempre de paso por Espa?a y su literatura. Viv¨ªa la literatura espa?ola m¨¢s profesoral que vivencialmente y le deb¨ªa m¨¢s a Paul Val¨¨ry que a cualquier otro poeta espa?ol o universal. A sus compa?eros dedicaba sonrisas, conversaciones que nunca podr¨ªan prorrogarse y una curiosidad es posible que maliciosa en los casos extremos, malicia que alguna vez debi¨® advertir Cernuda, agraviado por alguna mirada acristalada y divertida de un pacto que siempre vivi¨® en una cierta extranjer¨ªa metaf¨ªsica que le permiti¨® escribir la poes¨ªa m¨¢s singular e irrepetible, al decir de Jos¨¦ Mar¨ªa Valverde.
Mientras la mayor parte de poetas de su promoci¨®n se dedicaban a liberar la masa verbal de la obligaci¨®n del tema y de la idea, Guill¨¦n, por el procedimiento de escultor de m¨¢rmoles, iba precisamente por el tema y la idea radical en la palabra. Poeta marm¨®reo, le llam¨® Cernuda para mal, y es en cambio un poeta marm¨®reo para bien que dudaba de la eficacia de las fotograf¨ªas, incluso de las fotograf¨ªas en las que ¨¦l sal¨ªa acompa?ado de tan curiosa y variopinta gente.
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