Los cronopios nunca mueren
Hace casi 10 a?os, una ma?ana lluviosa, en un caf¨¦ de Notre D?me, me dijiste que la muerte no exist¨ªa. No era s¨®lo una de las elegantes paradojas de tu inteligencia irreverente: era la rebeld¨ªa de un argentino frente a la gram¨¢tica de destrucci¨®n que imperaba en su pa¨ªs. Era una afirmaci¨®n de vitalidad, de imaginaci¨®n y de ternura ante la desdicha. La vitalidad de un car¨¢cter melanc¨®lico, la imaginaci¨®n de un poeta que busc¨® siempre el otro lado de la realidad, la ternura de un hombre que se gan¨® el amor y la admiraci¨®n hasta de aquellos que nunca leyeron un libro.Ten¨ªas un secreto. Tus lectores; tus rubias admiradoras de Texas, que escrib¨ªan infinitas tesis sobre la Maga; los calvos profesores de Poitiers, que persegu¨ªan la etimolog¨ªa de la palabra cronopio en antiguos diccionarios griegos; tus vecinos de Saignon, que plantaban olorosas alhucemas sab¨ªan que ten¨ªas un secreto. Confundidos por tu apariencia de adolescente que ha crecido demasiado, que ning¨²n aniversario alcanzaba a desmentir, te preguntaban por la f¨®rmula de la eterna juventud, como si ¨¦se fuera el gran secreto. Sorteabas la banalidad de esa pregunta, incesantemente repetida, con respuestas ingeniosas y elegantes, que dejaban al interlocutor la ambigua sensaci¨®n de haber estado hablando con un ¨¢ngel. La sensaci¨®n se dilu¨ªa, mezclada con los requerimientos de lo cotidiano, hasta tu pr¨®xima aparici¨®n. Entonces, todos confirmaban que, en realidad, no ten¨ªas edad, no pod¨ªas morir, porque verdaderamente eras un ¨¢ngel. Como ellos, te desplazabas en el espacio y en el tiempo con levedad: hoy estabas en un barrio de Par¨ªs, contemplando fascinado los engranajes de un reloj en una vitrina; ma?ana estabas en Cuba, discutiendo con Fidel los errores de la campa?a contra los homosexuales; a la semana siguiente estabas en Nicaragua, porque hab¨ªa que ayudar a los muchachos y se necesitaba un testigo de la verdad, y siempre estabas en un pasaje de Buenos Aires, all¨¢ en tu infancia, que se convert¨ªa, de pronto, en un callej¨®n de Barcelona. Todos ¨¦ramos tus contempor¨¢neos: desde Homero y Virgilio hasta Poe, Rimbaud, y el general Videla fuimos tus contempor¨¢neos, porque nada -ni nadie- te fue ajeno.
El secreto de los ¨¢ngeles no es la longevidad, como los hombres banales suelen suponer, sino la fidelidad. Y el ¨¢ngel encarnado en Julio Cort¨¢zar cumpli¨® su sagrada misi¨®n con humildad y entrega. Ser fiel a la literatura es instaurar una ¨¦tica de lo sagrado, y lo sagrado es la libertad del hombre, la identidad entre el pensamiento y la vida, la ausencia de claudicaciones. "Todo en m¨ª est¨¢ preparado para la dicha" dec¨ªa el hombre que escuch¨® mil veces, desde su asiento en el Tribunal Russell, los horrores testimoniales de los m¨¢rtires de Vietnam, Chile, Uruguay o Argentina. Porque los ¨¢ngeles conocen la alegr¨ªa de la identidad y saben que la gracia es un don, un privilegio que se paga con una extraordinaria generosidad: la que tuvo para dedicar su tiempo a los oprimidos, a los perseguidos, a los que golpeaban su puerta y a los que no.
Ninguna desgracia alcanza para abatir el entusiasmo de los ¨¢ngeles. Porque su confianza es de ¨ªndole metaf¨ªsica. ?ste fue el secreto, tambi¨¦n, de tu extraordinario valor para afrontar la muerte de Carol, hace un a?o, simetr¨ªa que tu imaginaci¨®n habr¨¢ adivinado antes de que se produjera.
En tu ¨²ltimo vuelo, premonitorio (en los ¨¢ngeles nada es casual, y t¨² te encargaste de destruir cualquier hip¨®tesis acerca del azar), viniste a Barcelona, ciudad de tus dos a?os ("Recuerdo vagamente unas formas misteriosas y llenas de color, quiz¨¢ las del parque G¨¹ell"), y luego, en un viaje fugaz pero estimulante, al nuevo Buenos Aires: el de la recuperaci¨®n de la dignidad, el que saltaba a la luz luego de a?os de martirio y de silencio. Despu¨¦s, el regreso a Par¨ªs, con un cuerpo que ya empezaba a fallar y cuyos trastornos soportabas con dignidad, porque los ¨¢ngeles no se quejan. Tampoco mueren, vos lo sab¨ªas, con la certeza de quien siempre estuvo del otro lado del espejo.
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