Un asunto muy grave
Al recibir la trist¨ªsima noticia de la muerte de Julio, lo primero que vino a mi memoria fue la noche del 5 de enero del a?o 1983. Luego, a lo largo de unas horas son¨¢mbulas y absurdas, me llamaron desde las redacciones de peri¨®dicos y cadenas de radio. Como pude, improvis¨¦ algunas palabras sobre la obra literaria de quien fue muchos a?os mi amigo y en muchas cosas mi maestro; pero toda la tarde me llam¨®, desde la memoria, la velada de aquel 5 de enero. En la ma?ana de aquel d¨ªa, Cort¨¢zar hab¨ªa llamado por tel¨¦fono a casa, habl¨® con mi mujer y convinieron en que ¨¦l vendr¨ªa a pasar la tarde con nosotros. Dos meses antes se le hab¨ªa muerto Carol.Fueron aqu¨¦llas unas horas muy hondas y muy tristes. No hab¨ªamos estado con ¨¦l desde antes de la muerte de Carol y ahora lo vimos bastante m¨¢s delgado. Durante algunas horas hablamos solamente de Carol. No hab¨ªa en Cort¨¢zar autocompasi¨®n ni desesperaci¨®n. Hab¨ªa, sencillamente, una oquedad que ¨¦l ya sab¨ªa que no podr¨ªa llenar jam¨¢s. Nos cont¨® la historia de la redacci¨®n del libro Los autonautas de la cosmopista, un libro que hab¨ªan vivido y redactado juntos y en el cual ¨¦l trabajaba solo ahora. Nos dijo, con una apasionada sencillez, que, mientras durase ese trabajo, Carol estar¨ªa a su lado y ¨¦l al lado de ella. Atolondradamente le pregunt¨¦ qu¨¦ har¨ªa cuando terminase ese libro. En silencio, me sonri¨® con una pavorosa dulzura. Paca se alej¨® unos minutos para traer algo con que acompa?ar a unos vasos de vino, y Julio (ya lo sab¨¦is, era un hombre extraordinariamente pudoroso) aprovech¨® que nos quedamos solos para agradecerme la publicaci¨®n de una p¨¢gina que yo hab¨ªa escrito cerca de las l¨¢grimas tras la muerte de Carol. Me dijo que mientras viviera no olvidar¨ªa esa p¨¢gina. No supe qu¨¦ decirle, y ahora, esta noche, siento como si Carol estuviera muri¨¦ndose otra vez. Y recuerdo la sonrisa de Julio, como un zarpazo de misericordia. Muchos recuerdos son una forma del llanto. Y determinadas sonrisas duelen despu¨¦s toda la vida.
Unos meses m¨¢s tarde, Julio volvi¨® a Madrid. Nos llam¨® para que cen¨¢semos juntos. Paca y yo lo buscamos en el hotel y fuimos a un restaurante cercano que nos recomend¨® Antonio, un hermano de Paco de Luc¨ªa. Pasamos varias horas hablando, de una forma apaciblemente fant¨¢stica, solamente de Carol. Julio hablaba de ella en presente. Renunciaba a los tiempos verbales del pasado y a los tiempos verbales del futuro. Pronunci¨® muchas veces nosotros, al mencionarse junto a Carol. De un modo vago, irresta?able, enigm¨¢tico y natural, ¨¦ramos cuatro sentados a esa mesa donde hab¨ªa una silla vac¨ªa. La silla donde no estaba Carol, aquella Carol cuya ausente insistencia presid¨ªa suavemente nuestra conversaci¨®n y toda la vida de Cort¨¢zar.
Os ruego que no pens¨¦is que lo que sigue es una frivolidad o una locura. Al fin y al cabo no son escasas las parejas que mueren casi juntamente. Cuando dos seres se aman mucho y uno de los dos muere, a menudo el otro tarda poco en morir. El amor puede llegar a ser un asunto muy grave, misterioso y definitivo. Carol, la ¨²ltima compa?era de Cort¨¢zar, una criatura adorable a quien ya no podemos recordar sin sentirnos estafados y conmovidos, muri¨® de una rara leucemia en noviembre de 1982. A partir de ese instante, a Julio se le abri¨® una grieta, llena de musgo verde, un musgo parecido a la sonrisa y a la voz de Carol. Y empez¨® a recordarla, pero en tiempo presente, de manera que el vocablo nosotros, que antes hab¨ªa sido una cosa natural, de este mundo, se transform¨® en un vocablo sobrenatural, y tambi¨¦n de este mundo, puesto que en este mundo muchos seres mueren de amor. Y ¨¦se es uno de los acontecimientos por los que vale la pena vivir. Es tambi¨¦n uno de los acontecimientos, uno de los prodigios, por los que vale la pena morir.
Una historia fant¨¢stica
Julio sigui¨® viviendo, malherido y con entereza, aferrado a sus quehaceres, pero tambi¨¦n a Carol. La ¨²ltima vez que habl¨¦ con ¨¦l (por tel¨¦fono) me anunci¨® unos relatos que Carol hab¨ªa escrito y que ¨¦l iba a enviarme desde Par¨ªs para que yo los publicase en Cuadernos Hispanoamericanos. A todas horas Carol conversaba con ¨¦l. Y, a trav¨¦s de ¨¦l, nosotros charl¨¢bamos con Carol. Vuelvo a rogaros que no pens¨¦is que me he convertido en fr¨ªvolo o en loco. Ya imagino que la leucemia que ha derribado a Julio (uno de los m¨¢s grandes narradores de la historia de nuestro prodigioso idioma, m¨¢s prodigioso a¨²n tras los libros que Julio Cort¨¢zar escribi¨®) habr¨ªa iniciado su proceso silencioso e inexorable quiz¨¢ hace mucho tiempo. Pero hay siempre un instante en que un cuerpo resuelve consentir la entrada de la muerte. Y tal vez ese instante siempre habita en el coraz¨®n. Lo cierto es que Cort¨¢zar ha muerto de leucemia, como Carol, y que, desde que ella muri¨®, Julio nunca la dio por muerta. Quiz¨¢ lo que ha ocurrido es que, hace unos pocos d¨ªas, tal vez unas semanas, Julio ha sabido que Carol se est¨¢ muriendo de leucemia, se est¨¢ muriendo sin cesar. Quiz¨¢ lo que ha ocurrido es que Julio Cort¨¢zar acaba de escribir, literalmente con su sangre, una historia fant¨¢stica, cortazariana y abarrotada por el amor y la verdad. Quiz¨¢ lo que ha ocurrido es que, tras escribir el relato de amor m¨¢s hermoso, m¨¢s escalofriante de su vida, oscura y simult¨¢neamente ha decidido no sufrir m¨¢s delante de una silla vac¨ªa. El problema es que ahora somos nosotros los que tenemos que dialogar, ya para siempre, con dos sillas vac¨ªas.
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