"Adem¨¢s de cargarse a Carrero, se me han cargado a m¨ª"
El pr¨®ximo d¨ªa 2 de marzo se cumplen 10 a?os de la ejecuci¨®n del militante anarquista Salvador Puig Antich en la c¨¢rcel Modelo de Barcelona. Fue la ¨²ltima ejecuci¨®n a garrote vil, en una jornada en la que otro verdugo intervino minutos antes en la prisi¨®n de Tarragona para dar muerte a un polaco al que nunca nadie reclam¨®. Periodistas, abogados y pol¨ªticos coinciden en se?alar que Puig Antich estaba poco menos que condenado antes de celebrarse el consejo de guerra, debido al clima irrespirable que se viv¨ªa en aquellos momentos, dos semanas despu¨¦s de que el autom¨®vil del presidente Carrero saltara por los aires en la calle de Claudio Coello de Madrid. La reconstrucci¨®n de la noche de la ejecuci¨®n es el eje de este primer reportaje, al que seguir¨¢n otros dos en los que se trata de establecer la entidad de aquel grupo conocido como MIL, que llev¨® en jaque a la polic¨ªa durante meses, as¨ª como las acciones que se sucedieron como respuesta a la pena de muerte. Es decir, el intento de secuestro de Ullastres en Bruselas, el secuestro del director del Banco de Bilbao en Par¨ªs o la voladura semifallida del monumento a los ca¨ªdos de Barcelona."El d¨ªa en que mataron a Carrero, Salvador me dijo: 'Nena, esto ahora s¨ª que est¨¢ jodido'", recuerda Inmaculada, la hermana mayor de Puig Antich. Aquel d¨ªa en que el comando Txiquia hac¨ªa saltar por los aires el coche del presidente del Gobierno, Salvador Puig Antich intuy¨® que el hecho iba a influir directamente en el estado de ¨¢nimo del tribunal militar que lo juzgar¨ªa dos semanas m¨¢s tarde. Un funcionario de la c¨¢rcel declarar¨ªa a?os despu¨¦s en la revista Por favor "El ¨²nico d¨ªa que lo vi intranquilo fue cuando volaron a Carrero Blanco. Recuerdo que al saberlo exclam¨®:'?Qu¨¦ putada! ?stos, adem¨¢s de cargarse a Carrero, lo que han hecho es carg¨¢rseme a m¨ª'.El clima pol¨ªtico estaba muy enrarecido aquel final de a?o de 1973. Al asesinato de un polic¨ªa por el FRAP en mayo, que origin¨® una manifestaci¨®n de polic¨ªas en la Puerta del Sol, se le hab¨ªa sumado el asesinato de Carrero Blanco, que motiv¨® concentraciones brazo en alto al grito de "Ej¨¦rcito al poder". El ambiente se carg¨® todav¨ªa m¨¢s con la homil¨ªa de monse?or Afloveros que fue leida en las iglesias vascas los d¨ªas 23 y 24 de febrero. Un ministro de Franco ha reconocido a este diario que el caso lleg¨® en un momento "muy dif¨ªcil", cuando se ve¨ªa que el "esp¨ªritu del 12 de febrero estaba condenado al fracaso". Y ha a?adido: "Algunos ministros hab¨ªamos hablado del tema antes de que llegara al tribunal, pero luego el asunto no se trat¨® en Consejo de Ministros. En la sesi¨®n del 1 de marzo Franco se limit¨® a decir 'enterado' cuando se le notific¨® la sentencia. El haber tenido que intervenir hubiera sido una papeleta.
Sentencia confirmada
El Consejo de Ministros del d¨ªa 1 de marzo de 1974 confirm¨® la sentencia de pena de muerte, dictada en un consejo de guerra celebrado en Barcelona el 8 de enero del mismo a?o en la Capitan¨ªa de la IV Regi¨®n Militar. Seg¨²n la sentencia, el condenado, miembro activo del Movimiento Ib¨¦rico de Liberaci¨®n (MIL), fue autor responsable de un delito de terrorismo, en su figura de atentado contra las personas, del que result¨® muerto el subinspector del Cuerpo General de Polic¨ªa Francisco Anguas Barrag¨¢n. El suceso ocurri¨® en una porter¨ªa del Ensanche barcelon¨¦s, al montar la polic¨ªa una celada para detener al militante anarquista del MIL Javier Garriga Paituv¨ª, con el que ten¨ªa cita Salvador Soler Amig¨® -detenido dos d¨ªas antes a la salida de su casa- y encontrarse que, junto a aqu¨¦l, estaba Salvador Puig Antich. All¨ª se produjo un intercambio de golpes con seis polic¨ªas y un posterior tiroteo, a resultas del cual fallecer¨ªa un subinspector y Puig Antich resultar¨ªa herido de balap en la cara y el hombro.
La noche de aquel d¨ªa 1 un grupo de periodistas se reun¨ªa a manteles puestos en un restaurante de la entonces plaza de Calvo Sotelo para festejar la presentaci¨®n de la revista Por Favor. Un periodista del desaparecido TelelExpr¨¦s, que lleg¨® con algunos minutos de retraso, trajo la noticia: P¨ªo Cabanillas, ministro de Informaci¨®n, hab¨ªa anunciado a las diez de la noche que Puig Antich ser¨ªa ejecutado al amanecer. La presentaci¨®n se dio por concluida, mientras unos y otros comentaban en corrillos la escasa actividad que hab¨ªan desarrollado los partidos en contra de la sentencia de muerte.
Poco antes de la notificaci¨®n a la Prensa del enterado de la sentencia, el abogado de Puig Antich, Oriol Arau, ten¨ªa conocimiento oficial de la condena a muerte. El juez instructor, Nemesio Alv¨¢rez, le hab¨ªa llamado a las 19,45 desde el Gobierno Militar: "Est¨¢te a las 20,30 en la c¨¢rcel", le dijo escuetamente, sin responder a la pregunta del letrado: "As¨ª que est¨¢ jodido, que han dado el enterado. ?Verdad?". Oriol Arau llam¨® al Colegio de Abogados, donde hab¨ªa varios miembros de la Comisi¨®n de Defensa del Colegio del Abogados; entre ellos Marc Palm¨¦s, Luis Salvadores, Josep Benet, Magda Oranich.... La noticia no por esperada caus¨® menos impacto. Desde hac¨ªa varios viernes un grupo de abogados progresistas se reun¨ªa en la sede colegial, pendientes de la sentencia. "Aquel d¨ªa en los pasillos de los juzgados circul¨® el rumor que hab¨ªa llegado el verdugo de Badajoz, con su macabro artilugio en una maleta, y que hab¨ªa cumplido el tr¨¢mite de presentarse ante el presidente de la Audiencia", recuerda Magda Oranich. Aquellas noche los tel¨¦fonos del decanato echaron humo. "Desde aquel d¨ªa no se pueden hacer llamadas al exterior", comenta el abogado Marc Palm¨¦s, quien recuerda las gestiones realizadas con diversos pol¨ªticos europeos. Una de las llamadas importantes fue la del abad de Montserrat, Cassi¨¢ Jusi, a Roma. Aparte de los intereses humanitarios por los que se realiz¨®, exist¨ªa un factor emocional: La madre de Puig Antich fue profesora suya en el Ateneo Igualadino. Federico Alessandrini, portavoz de la Santa Sede, reconocer¨ªa a Le Monde que cre¨ªa saber que el Vaticano hab¨ªa hecho gestiones en favor del joven anarquista catal¨¢n". Asimismo personalidades como el ur¨®logo Antoni Puigvert fueron avisadas aquella noche para que intercedieran por Puig Antich ante Franco.
La corneta son¨® antes
"La gente se movi¨® tarde y los partidos no dieron la cara por Salvador" acusa un abogado de los que m¨¢s activos estuvieron en su momento. Su propia familia ha llegado a la misma conclusi¨®n: "Quiz¨¢s fue as¨ª porque eran anarquistas, porque iban por libre". En cualquier caso, las iniciativas para pedir que se conmutara la pena no fueron excesivas. Lo m¨¢s destacable fue una carta enviada a Salvador Ba?uls, capit¨¢n general de la IV Regi¨®n militar, intercediendo en su favor y el de otros miembros del MIL (Jos¨¦ Luis Pons Llobet y Mar¨ªa Angustias Mateos) condenados a muchos a?os de c¨¢rcel. El general Bollardiere, lord Caradon -antiguo secretario de Estado en el Foreign Office-, Laurent Schwartz o Joan Baez eran algunos de los firmantes de la misiva. Tambi¨¦n fue importante la denuncia de irregularidades cometidas durante el proceso por parte de Serge Levy, observador jur¨ªdico de la Liga Belga para la Defensa de los Derechos del Hombre.
Aquel primero de marzo en la c¨¢rcel Modelo se respiraba distinto. Al caer la tarde se avis¨® a los funcionarios francos de servicio para que se uniformaran y entraran en el interior del recinto penitenciario. A las 20,30 un cometazo indic¨® el alto a la emisi¨®n televisiva. Alrededor de las nueve se doblaron las guardi as en las galer¨ªas y se encerraron a los presos en las celdas. Al tiempo, las fuerzas del orden se apostaron en las inmediaciones de la c¨¢rcel, as¨ª como en los patios interiores de la misma. Las nueve de la noche tuvieron un ta?ido dram¨¢tico en las campanas de la iglesia de Mar¨ªa Medianera, unos metros m¨¢s arriba de la calle de Entenza. Una iglesia en donde meses antes hab¨ªan detenido a 113 miembros de la Asamblea de Catalu?a.
Salvador Puig Antich estuvo desde el primer d¨ªa en la quinta galer¨ªa. Era la galer¨ªa de protecci¨®n y aislamiento, pero tambi¨¦n la de los condenados a muerte. Su compa?ero Jos¨¦ Luis Pons Llobet lo pudo ver el d¨ªa antes: "Fue un instante, mientras le daban un medicamento. Simplemente le dese¨¦ suerte. El siempre estuvo convencido de que el indulto acabar¨ªa llegando". Puig Antich se fue a dormir a las nueve de la noche, como todos, sin que aparentemente sospechara nada. "Minutos despu¨¦s fue despertado por un grupo de personas entre las que estaba el subdirector, el administrador y el jefe del centro", explica un funcionario. El condenado estaba tumbado en la cama. Sin dejarle reaccionar, le cogieron violentamente de los brazos y pr¨¢cticamente le pusieron de pie. Vest¨ªa un anorak marr¨®n, unos pantalones grises y unas botas de media ca?a. El menos nervioso era el militante anarquista. Escoltado por funcionarios se lo llevaron a la sala de jueces para leerle la sentencia. At¨®nito y so?oliento escuch¨® que iba a ser ejecutado 12 horas m¨¢s tarde.
Ni comi¨® ni bebi¨® nada
Posiblemente aquellos primeros minutos fueron los peores. Salvador Puig Antich debi¨® sentirse tremendamente solo en la sala de comunicaciones que hizo las veces de capilla. Un funcionario le acerc¨® un paquete de Ducados e intent¨® darle ¨¢nimos: "Al final llegar¨¢ el indulto". El condenado no quiso comer ni beber nada. A menudo iba al lavabo, con descomposici¨®n, posiblemente producto de los nervios.
El abogado Oriol Arau fue con su coche a recoger a las hermanas de Puig Antich: a Carmen, a Montse y a Inmaculada. Falt¨® Mer?ona, la peque?a, de 12 a?os de edad. Era la ni?a de sus ojos y tambi¨¦n su ahijada. En los meses de acciones del MIL, cuando nadie sab¨ªa d¨®nde estaba, de repente iba a la salida del colegio de su hermana, en el barrio de Gr¨¤cia, y se la llevaba a merendar chocolate o le compraba alg¨²n regalo. Mer?ona no ten¨ªa ojos m¨¢s que para Salvador. Inmaculada estaba cenando en casa de unos amigos: "Me arregl¨¦, igual que sol¨ªa hacer siempre que iba a verle a la c¨¢rcel. Les hab¨ªa dicho a mis hermanas que cuando fu¨¦ramos a ver a Salvador deb¨ªamos ir de veinti¨²n bot¨®n y sin que se nos viera un atisbo de des¨¢nimo. Es curioso, pero yo que no sol¨ªa ir a la peluquer¨ªa m¨¢s que de vez en cuando, iba entonces cada semana". A su padre no se le quiso dar la noticia, ya que estaba muy delicado de salud. Pep, el marido de Inmaculada, lo llev¨® a casa de sus cu?ados en Vilafranca.
A la misma hora que los periodistas se enteraban de la sentencia, que los abogados intentaban desesperadamente acciones para obtener el indulto, que los familiares se movilizaban para acompa?ar al reo, un individuo de piel curtida y cara de poker, sesent¨®n y con chaqueta de pana, cenaba bocadillos y cervezas en unas oficinas del centro penitenciario. Antonio, el verdugo de la Audiencia de Madrid, hab¨ªa llegado en un zeta de la polic¨ªa junto con funcionarios de la Brigada Pol¨ªtico Social. El verdugo de Badajoz a quien le correspond¨ªa la ejecuci¨®n estaba, al parecer, en la c¨¢rcel Modelo por pr¨¢cticas homosexuales, hecho que le acarrear¨ªa la p¨¦rdida del puesto. En alg¨²n momento de aquella larga noche habr¨ªa clavado el garrote vil en el suelo de la sala que sirve para almacenar los paquetes. Era un palo ancho, sujeto con cemento al piso y encajado a una silla donde deb¨ªa sentarse el reo de muerte. A la altura del cuello estaba colocado el mort¨ªfero artefacto met¨¢lico que, al darle vuelta el verdugo, produc¨ªa el desnucamiento del condenado.
Mientras, la ciudad, el pa¨ªs, estaba aquella noche viendo un combate de Urtain, aquel levantador de piedras de Cestona que alguien se empe?¨® en convertir en un experto del KO.
Tres ¨²ltimas cartas
El testimonio de Inmaculada Puig Antich es el mejor reflejo de lo que pas¨® aquella noche: "La c¨¢rcel estaba llena de polic¨ªa y Guardia Civil. Antes de entrar nos registraron de arriba a abajo. A Salvador se le ve¨ªa bien, esperanzado. Junto a ¨¦l hab¨ªa una decena de funcionarios y el director de la c¨¢rcel. Tambi¨¦n estaba el abogado Caminal, quien entonces compart¨ªa despacho con Oriol Arau, el defensor. En la hora y media anterior hab¨ªa escrito tres cartas: una, para sus t¨ªos; otra, para Margarita, su compa?era; y una tercera para Quim, hermano nuestro que es m¨¦dico y vive en Estados Unidos. Al vernos, se anim¨®. Nos abrazamos y recuerdo que le dije: 'Nano, este indulto nos lo har¨¢n sudar'. A partir de aqu¨ª los hermanos empezamos a accionar los mecanismos de autodefensa. Y la verdad es que nos lo montamos muy bien. Hab¨ªamos tra¨ªdo un mont¨®n de fotos de la familia y durante un buen rato estuvimos hablando sobre ellas.
"Adem¨¢s de cargarse a Carrero se me han cargado a m¨ª"
S¨®lo de vez en cuando Salvador se levantaba para ir al water: 'Nunca hab¨ªa cagado tanto', coment¨® en una ocasi¨®n. Cada vez que iba, movilizaba a un mont¨®n de funcionarios, que adem¨¢s le obligaban a realizar sus necesidades con la puerta abierta. Luego pasamos a hablar de las elecciones brit¨¢nicas. A explicar chistes de Jaimito... Hicimos planes para cuando le concedieran el indulto. Dijo que aprovechar¨ªa el tiempo en la c¨¢rcel para estudiar Medicina. Y a mi se me ocurri¨® que, tras la medida de gracia, lo trasladar¨ªan a otra c¨¢rcel y que organizar¨ªamos autocares que llenar¨ªamos de amigos. Sobre las tres de la madrugada hubo un momento muy especial. Nadie ten¨ªa ganas de hablar. Est¨¢bamos rotos. El indulto no llegaba y se nos hab¨ªan agotado los temas. El cerr¨® un momento los ojos por el cansancio y yo mir¨¦ a Mari Carmen, como dici¨¦ndole: ah¨ª hay un chaval lleno de vida y dentro de cuatro horas nos lo matar¨¢n. Entonces los hermanos nos dimos lamano como en una sardana. Fueron unos minutos muy bellos. Al clarear el d¨ªa vino Antonio Manero, un salesiano de Matar¨® que le hab¨ªa dado clases. Parece ser que le mand¨® llamar el capell¨¢n de la Modelo, un tal Pablo al que Salvador no quer¨ªa ver ni en pintura. Posiblemente, el salesiano hab¨ªa llamado alguna vez a la c¨¢rcel y, viendo la actitud hostil de mi hermano, le avis¨®, preocupado por su salvaci¨®n. Manero estuvo muy correcto y antes de verle quiso cerciorarse de si Salvador le quer¨ªa recibir. No tuvo inconveniente y fue muy bien. Hablaron del colegio, de conocidos comunes". Dos horas antes de la ejecuci¨®n, las hermanas fueron invitadas a abandonar la sala. Se fundieron todos en un abrazo. Inmaculada le dijo al o¨ªdo: "S¨¦ fuerte hasta el final". Y Puig Antich, le contest¨®. "Por esto no te preocupes". "Te esperamos fuera", a¨²n respondieron.Inmaculada recuerda tambi¨¦n aquellos momentos dram¨¢ticos durante la noche, cuando un miditar le llam¨® una, dos, tres veces para preguntar: "D¨®nde quieren que lo enterremos". Y cada vez la misma respuesta: "Ustedes lo matan, ustedes lo entierran". Hasta que los abogados Oriol Arau y Condomines -el hijo del que defendi¨® al condenado durante el juicio- le aconsejaron: "Di d¨®nde porque, si no, lo pondr¨¢n en la fosa com¨²n y luego ser¨¢s la primera en lamentarlo". No menos terrible fue escuchara un funcionario explicar a Mari Carmen c¨®mo funcionaba el garrote, lo que hizo salirse de sus casillas al abogado Arau.
Las ¨²ltimas horas fueron terribles. Cada vez que se abr¨ªa la puerta de la habitaci¨®n al condenado se le pon¨ªa el coraz¨®n en la boca. Pero el indulto no lleg¨®.
"Vamos a terminar r¨¢pido"
Poco antes de las 9,30 de la ma?ana sah¨® esposado hacia el almac¨¦n de paquetes. Un funcionario se le acerc¨® para decirle que era la carnaza que el Gobierno daba a la ultraderecha. "S¨ª, es una putada", coment¨®. Tuvo una frase para el juez: "Majo, lo has conseguido", que fulmin¨® al togado. Cuando vio el garrote lanz¨® una segunda frase: "?Hasta esto es una mierda!".
El verduigo se arremang¨® y dio prisas: "'Vamos a terminar r¨¢pido". Puig Antich se sent¨® en el sill¨®n sin gritos, ni voces. No quer¨ªa que lo ataran, ni que le cubrieran con una capucha. Una docena de personas se apretujaba en un rinc¨®n en una extra?a sensaci¨®n de inseguridad colectiva. La ejecuci¨®n fue muy r¨¢pida. Una, dos, tres vueltas. Y silenciosa, apenas un par de roces. El propio verdugo, junto con algunos funcionarios, lo coloc¨® en un ata¨²d que estaba al lado del sill¨®n de la muerte. El capit¨¢n m¨¦dico, hecho un manojo de nervios, tard¨® un cuarto en certificar la muerte. Al parecer, durante un par de minutos el cuerpo tuvo un h¨¢lito de vida. El director de la Modelo, Alvaro de Toca, no pudo aguantar las l¨¢grimas.
La tardanza del capit¨¢n m¨¦dico en certificar la muerte dio p¨¢bulo a un rumor en la Modelo acerca de la inacabable ejecuci¨®n del reo a manos de su verdugo. Meses m¨¢s tarde el rumor llegar¨ªa a o¨ªdos de otro condenado a muerte, en la Modelo: Paredes Manot, alias Tkiki. Sus abogados recuerdan el terror de Txiki por el garrote vil, hasta el extremo de forzar a sus defensores que pidieran formalmente por escrito que quer¨ªa ser fusilado. "Para nosotros era una petici¨®n muy extra?a, pues no pod¨ªamos solicitar que nos mataran a nuestro defendido. Pero era tal su obsesi¨®n que hicimos dos documentos: uno en contra de la pena de muerte y por el indulto y un segundo en el que se apreciaba la voluntad del condenado, en el caso que se desestimara el primero".
Apenas unos minutos despu¨¦s de que se consumara la sentencia, Oriol Sol¨¦ Sugra?es y Jos¨¦ Luis Pons Llobet, dos militantes del MIL que estaban en la misma c¨¢rcel, no pudieron tampoco reprimir las l¨¢grimas. Simult¨¢neamente, el padre Manero sal¨ªa por la puerta de la Modelo y se limitaba a decir:
"Ahora", a las hermanas y a un grupo de abogados que esperaban la noticia en el bar Modelo, enfrente del recinto penitenciario. Instantes despu¨¦s, un furg¨®n custodiado part¨ªa a gran velocidad hacia el cementerio.
Las botas como recuerdo
All¨ª, sin que se sepa demasiado c¨®mo, apareci¨® el padre de Salvador Puig Antich, quien pidi¨® poder dar un ¨²ltimo adi¨®s a su hijo. En el dep¨®sito, el enterrador intent¨® mantener derecha la cabeza del muerto con un bast¨®n anclado en el cuello. Inmaculada empez¨® a hablar bajito al o¨ªdo de su hermano. "Yo pens¨¦ que quiz¨¢s pod¨ªa oirme, pues hab¨ªa le¨ªdo que lo ¨²ltimo que pierde el ser humano es la facultad de oir. Y le dije que era un chaval muy majo, que le quer¨ªamos mucho, que siempre estar¨ªa a nuestro lado". Mari Carmen le quit¨® las botas, unas botas forradas que hab¨ªa pedido a sus hermanas para soportar mejor el fr¨ªo de la celda. Cuatro a?os despu¨¦s, sus seres queridos pudieron poner el nombre de Salvador Puig Antich en el nicho 2.737 del cementerio del Sudoeste.
El mismo d¨ªa 2, poco antes de las 9,30 de la ma?ana, Mer?ona, la hermana peque?a de Puig Antich, jugaba a baloncesto en el patio de su colegio de las Carmelitas de Gr¨¤cia. Hab¨ªa pasado la noche en casa de los suegros de Inmaculada, la mayor, para mantenerla al margen de los acontecimientos. Se le daba bien el baloncesto, pero aquel d¨ªa no consegu¨ªa hilvanar una jugada y pidi¨® a la entrenadora el cambio: "No puedo seguir en el campo, porque ahora est¨¢n matando a mi hermano".
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