Camilo Jos¨¦ Cela
Ciento quince kilos de escritor, ciento quince kilos de amigo, ciento quince kilos de. maestro, ciento quince kilos de tiempo, camarader¨ªa, vida y obra.. Multitud de hombre solo que el tiempo coge a peso, que pesa en nuestro tiempo. "Pues ahora he perdido quince kilos, pero tengo que quedarme en noventa". Cien kilos justos de Historia literaria bajan a mi lado hacia el comedor, casi como cien a?os de Historia de Espa?a. Cela con sus a?os / kilos y uno afiebrado de literatura, como entonces, buscando/esperando sus met¨¢foras atroces en redondilla, o en el contrabajo impertinente de su voz. Habr¨¢ que entrarle:-Camilo, llevas treinta a?os en Mallorca, eres ya un se?or de provincias. Cuando vienes solo a Madrid, como ahora, ?traes el complejo de cana-al-aire?
-En absoluto. Putas hay en todas partes. Y por aqu¨ª, en torno del hotel, veo travestistas. El travestista no es siempre el homosexual. Travestista es el aficionado a vestirse seg¨²n el sexo contrario. Napole¨®n lo era.
-?Por qu¨¦ dices travestista y no travest¨ª?
-Porque travest¨ª es franc¨¦s.
Al camarero le pide media docena de ostras. Yo pido una docena.
-Bueno, pues, entonces, a m¨ª p¨®ngame nueve, que me da envidia aqu¨ª del se?or- dice Camilo. Pero de lo que m¨¢s tira es de los esp¨¢rragos verdes.
-?Est¨¢s a r¨¦gimen, Camilo, en eso hemos parado?
-Perd¨®n, soy el ¨²nico ciudadano de este pa¨ªs que no tiene colesterol.
-Camilo, eras el nieto del 98, y ahora te vistes como un notario.
Sonr¨ªe con su media sonrisa partida por la vida, el toro o la Legi¨®n. Evita siempre re¨ªr.
-Como sabes, Paco, yo llev¨¦ la primera barba contestataria de Espa?a. Luego, cuando empezaron a dejarse barba los funcionarios de la Caja Postal de Ahorros, comprend¨ª que ya no val¨ªa la pena.
Cela, Camilo Jos¨¦ Cela, la letra gorda sobre el papel muy duro, nuestro abecedario de postguerra, nuestro colegio maldito, colegio de un solo hombre, de un solo libro que era aula y texto al mismo tiempo.
-Camilo, tienes las patillas blancas y largas, como yo, pero te las peinas hacia abajo, y quedan lacias. Hay que pein¨¢rselas para atr¨¢s.
-Ah, co?o, pues tienes raz¨®n.
Y se peina las patillas hacia la oreja, alborotadas, mejora su imagen con los dedos. El prosista cimarr¨®n y l¨ªrico de nuestra adolescencia impaciente como la sangre. El abuelo violento a quien ahora le explico la est¨¦tica de las patillas, toda la ¨¦tica de la madurez. La fulguraci¨®n de una escritura oscura y azul, clara y negra, n¨ªtida contra el blancoespa?a de nuestros toriles escolares. "Otro libro". "Estoy pensando en una novela de la Galicia exterior". "?poca". "Digamos que hace un siglo". Digamos que hace cien kilos de tiempo, cien a?os de Cela, que comienza a ser intemporal.
-Las colaboraciones.
-Ahora no mantengo m¨¢s que la de EL PAIS y una de la agencia Efe.
Pero no busc¨¢bamos nosotros, cuando entonces, el Cela articulista/ensayista, sin o el poeta en prosa chorreante de leguas, contenida del¨¢tigo y de flor.
-Adem¨¢s de la literatura, Camilo, yo dir¨ªa que te tienta la pol¨ªtica.
-Los gallegos somos un pueblo pol¨ªtico. Claro que no iba a ser uno consejero nacional del Movimiento. Fui senador con la Corona , me gust¨® serlo, y me y parece un error que quitasen aquello.Ya es bonito haber ayudado abacer una Constituci¨®n.
Hab¨ªan estallado la paz y el castellano en su prosa redonda y guerrillera, no sab¨ªamos que aquella caligraf¨ªa canalla, aquella tipograf¨ªa a traici¨®n, dura, alta y musical como un soneto de Shakespeare, iba a estilizarse hasta la letra inglesa de una Constituci¨®n. Pero as¨ª fue.
-Mira, Paco, Latinoam¨¦rica, como dlicen los cursis, nos ha dado una lecci¨®n nombrando siempre embajadores a sus grandes intelectuales, de Rub¨¦n a Neruda. Y por m¨¦ritos literarios y no pol¨ªticos. Tambi¨¦n Europa. De Gaulle le hace a Malraux ministro de Cultura. Aqu¨ª no nos han llarnado a ti ni a m¨ª ni a nadie para esas cosas.
-Llevas unos gemelos muy peque?os, Camilo. Parecen tachuelas sobredoradas.
-No entiendes nada. No son sobredorados. Son de oro.
-En. todo caso, peque?os para un hombre de cien kilos.
-Bueno, pues ahora que voy a Roma a dar una conferencia, al pasar por Palma coger¨¦ unos m¨¢s grandes.
Est¨¢ un poco serio, Cela, aunque no tenga colesterol. Le preocupa la cosa p¨²blica y, sobre todo, el que no se corrijan cosas que ser¨ªan f¨¢ciles de corregir. "Por ejemplo, la delincuencia callejera, que crea una alarma superior a su peligro real. Yo, no hace mucho, fui objeto de un atraco en Barcelona, cuando iba a pie, hacia el Ritz, a dormir. Uno tarda en darse cuenta de que le est¨¢n atracando. Y, de pronto, los dos individuos dijeron: "Perdone usted, don Camilo, no le hab¨ªamos reconocido". Y echaron a correr Yo iba a correr tambi¨¦n, tras ellos, para darles mil pesetas, pero no los alcanc¨¦.
Una prosa que ten¨ªa p¨®lvora y hoy se va salvando del colesterol. Empez¨® de campanillero ppr los pueblos de Espa?a y luego le ha metido lozan¨ªa a los m¨¢rmoles oficiales. Pascual Duarte no iba para ministro y el joven Camilo era algo puta?ero:
-Vuestra generaci¨®n, Camilo, fuisteis muy puta?eros.
-Es cierto, en el San Camilo queda claro. Pero la puta era nuestro Freud. ?bamos a ella a confesamos, a psicoanalizamos.
-?Y escuchaban de verdad?
-Claro, co?o, escuchaban mejor que nadie, para eso las pag¨¢bamos.
Se ha quitado kilos y se ha quitado a?os. O a la inversa. He aqu¨ª un cl¨¢sico p¨¢lido, en¨¦rgico y preocupado. Todos los Camilos de la biograf¨ªa/bibliograf¨ªa de Camilo acuden a su rostro de navajero bueno de la literatura, a su voz de beneficiado profundo de la gran catedral literaria. El tremendista, el vagabundo, el m¨ª tico, el l¨ªrico, el ¨¦pico. Cien kilos de escritor, cien kilos de amigo, cien kilos de maestro, cien kilos de tiempo, compa?¨ªa, vida y obra. Multitud de hombre solo que la hora coge a peso, cuando le aligera el vinillo suave que est¨¢ bebiendo. Cien kilos justos de historia literaria, como el ancho y profundo hospital humano de las izas, rabizas y colipoterras hurgamanderas y putarazanas, cien a?os de intrahistoria de Es pa?a con sus curas cabreados, sus guardias adormecidos, sus tontos meados y sus ciegos iluminados por la luz loca de Espa?a, que ve y ve¨ªa por ellos. "Claro, co?o, escuchaban mejor que nadie. Para eso las pag¨¢bamos". Despu¨¦s de los sesenta a?os, a lo mejor resulta que se ha dejado uno la vida en una puta y el talento en una p¨¢gina.
-Ver¨¢s, Paco, yo se lo dije a Arias Salgado cuando me prohibi¨® La colmena: "Nadie es capaz de recitar cinco ministros del XIX. En cambio, los escritores nos los sabemos a todos. Dentro de cien a?os, a usted le confundir¨¢n con Arias.Navarro, pero yo estar¨¦ en los sellos de correos.
-Qu¨¦ man¨ªa con los sellos de correos. Lo has dicho tambi¨¦n en la conferencia del otro d¨ªa.
-Es inevitable, Paco, acabaremos en los sellos de correos.
-?Y los billetes? A m¨ª tambi¨¦n me gustar¨ªa salir en los billetes del Banco de Espa?a, Camilo.
-Los billetes, naturalmente. Ahora hay uno de quinientas, con Rosal¨ªa. Yo, siempre que me toca, lo rompo. No me gusta que anden manoseando a la gente que quiero. En cuanto a. los sellos, ?te has fijado que s¨®lo sacan escritores pobres? Don Juan Valera, que era rico, no sale nunca. Yo estoy en un sello de Bulgaria. O sea, que la partida hist¨®rica la tengo ganada. La partida pol¨ªtica no la he jugado.
Cela con sus a?os / kilos, y uno, afiebrado de literatura, como cuando entonces, qu¨¦ cosa el tiempo, buscando/esperando sus met¨¢foras atroces en redondilla o en el pozo elocuente de su voz, adonde parece que se ha ca¨ªdo un hombr¨®n. Herido de amor, herido. No. Herido de amor huido. No. Herido en el costado pol¨ªtico, el "anarquista de derechas", que dijo Alb¨¦r¨¦s. "?Por qu¨¦ llevas zapatos de cordones, todav¨ªa?". "Nunca he llevado mocasines. A m¨ª me son c¨®modos los cordones". El gallego que se anud¨® los cordones en La Coru?a y vino a Madrid para ense?ar a escribir a un r¨¦gimen ¨¢grafo. El gallego que se anud¨® los cordones en Palma de Mallorca y se vino a Madrid a jugar la partida pol¨ªtica, y ni la perdi¨® ni la gan¨®. Cordones provincianos de se?orito de Coru?a.
-Los cuarenta.
-Yo sal¨ª con aquello y se arm¨®. Hoy escribir¨ªa el Pascual Duarte con m¨¢s oficio, pero con menos lozan¨ªa. Luego, Delibes y Carmen Laforet. En esto hay que tener una voz propia, Paco, siempre te lo he dicho. T¨² tienes una voz propia. Hay que ser animal literario, y si no, es mejor no andar mareando. Animales literarios son Baroja, Azor¨ªn, Valle, Ruano. Luego est¨¢n los que suenan a lo que han le¨ªdo y nada m¨¢s.
-?Y esa escuela anglosajonizante, fr¨ªa, sosa, distante, que renuncia a las fuerzas del castellano (quiz¨¢ porque no las tiene), y quiere parecer inglesa o as¨ª y resulta como traducida?
-All¨¢ ellos. Hay que dejar que se descuemen solos.
-T¨² te echas la siesta, Camilo.
-Yo no me echo la siesta, co?o. Vamos al bar.
Uno piensa que alguien, algo, se est¨¢ olvidando / equivocando un poco con Cela. Pero Camilo es hombre que no se queja. "Nuestra venganza, Paco, es seguir escribiendo y ser nosotros. T¨² y yo somos mucho m¨¢s famosos que Baroja. Yo he ido con don P¨ªo por Madrid y apenas le saludaba una persona. A noso-
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Camilo Jos¨¦ Cela
Viene de la p¨¢gina 11tros no nos dejan andar por la calle. Todo son aut¨®grafos. Y esto se debe, naturalmente, a la propaganda, a la publicidad, a los medios de difusi¨®n que tenemos hoy".
-Las mujeres.
-Yo, Paco, procuro dejarlas bien colocadas. Y me parece que t¨² tambi¨¦n. Yo les pongo una loter¨ªa o un estanco.
-Te has confesado poco en tus libros.
-Quiz¨¢ no he hecho otra cosa que confesarme. En la Mazurca hay varios personajes que son mi contrafigura.
-?Por qu¨¦ no has seguido con las Memorias? El primer tomo, La rosa, era un libro que estaba muy bien.
-Ahora, a lo mejor, me voy a confesar m¨¢s.
-La verdad, Camilo: ?todav¨ªa lees?
-Cada vez menos. A medida que pasan los a?os, leo menos y escribo m¨¢s. En la juventud no hac¨ªa otra cosa que leer. Pero claro que leo. Leo a los cl¨¢sicos, el primero a Quevedo, y algo a Cervantes. A los modernos s¨®lo los leo si vienen recomendados.
-El 27.
-Me parece que el pa¨ªs empieza a estar hasta los cojones del 27. No creo en las generaciones. El 98 y el 27, que son las ortodoxas, me parecen dos inventos.
Cela, Camilo Jos¨¦ Cela, la letra dura y bella sobre la cal del parvulario rebelde, sobre el papel duro y moreno, sobre nuestra cartilla provinciana, adolescente y literaria. La que li¨®. "Juan Ram¨®n / Machado". "Juan Ram¨®n era un poco mezquino. Machado era otra cosa como hombre. Ah¨ª est¨¢n su vida y su muerte. Y el Platero es impresentable". "No te gustan los poetas en la prosa". "Los poetas en la prosa son un desastre. La prosa exige mucho m¨¢s o¨ªdo que la poes¨ªa. La prosa no tiene salvaci¨®n si no es muy buena". "Pero t¨² sigues haciendo poemas, Camilo". "S¨ª, de vez en cuando. Y los publico en revistitas que nadie lee". Tuvo una temporada en que parec¨ªa como obsesionado con eso de la edad. Incluso inici¨® una secci¨®n titulada P¨ªldoras desde la tercera edad.
-Era ir¨®nico, claro. Eso de la tercera edad es una pijada. Es mucho m¨¢s noble decir vejez. Aparte de que las cosas se nombran por una palabra y no por un concepto. "Tercera edad" ya es un concepto, y no vale.
?Te preocupa envejecer?
-No, en absoluto, eso da igual.
Y pone la voz de las grandes seguridades. Le conoc¨ª mediados los sesenta y me public¨® tres libros de un golpe. Me lo present¨® Jos¨¦ Garc¨ªa Nieto. Era el ¨²ltimo escritor con osatura de escritor. Andaba por casa en bolas, ya con panza, y as¨ª abr¨ªa la puerta a las monjitas de la caridad. "No s¨¦ por qu¨¦ hu¨ªan; yo iba a darles". Una amistad de visitas a su piso sombr¨ªo de R¨ªos Rosas, 54 (el inmueble, nada menos, de Gonz¨¢lez-Ruano, Manuel Viola y Lola Gaos), visitas a su apartamento cirpular de Torres Blancas, que es un museo de Millares, los mejores Millares que yo he visto nunca. Visitas a su casa de Mallorca y viajes vertiginosos y puntuales al mismo tiempo. "He tenido que comprar el chalet de al lado para meter los libros. All¨ª vas cuando quieras, Paco. Tienes cocina y ba?o. Y muchos libros. Lo dem¨¢s lo pones t¨²". Una vez me llev¨®, de madrugada, a velocidades de cat¨¢strofe, por toda la isla de Mallorca, cantando jotas pornogr¨¢ficas y jugando con mi miedo: "T¨² est¨¢s metida en la cama / con las teticas calientes, y yo aqu¨ª, muerto de fr¨ªo / con la chorra hasta los dientes". Otra vez nos llev¨® su hijo de conferencias por Castilla. Camilo lo llevaba todo anotado. "A las diez, salida de Madrid, a las once, caf¨¦ en ?vila, Casa Pepico". Y as¨ª.
-Mi hijo ya es decano de la Universidad de Palma y te manda recuerdos. Yo tengo una gran seguridad conduciendo. No comas . rung¨²n peligro, Paco, porque de otro modo tambi¨¦n lo hubiera corrido yo. Vend¨ª aquel viejo Jaguar, porque se encontraba en mal estado, y me arrepiento. Ahora no conduzco. Tengd mec¨¢nico. Y a veces helic¨®ptero.
De modo que he hecho algunas caminatas, de leguario en leguario, con este andar¨ªn ilustre, el m¨¢s ilustre y el m¨¢s andar¨ªn desde el 98. Hemos cantado aquellas jotas, rudas y aragonesas, con el malogrado V¨ªctor de la Serna, hijo, en el comedor m¨¢s exquisito de Zalaca¨ªn. Con toda su gloria y ventaja, es un escritor para escritores. Hace la novela estr¨®fica -estrofa es lo que vuelve- que desconcierta al personal, y cuya m¨²sica s¨®lo cogemos algunos o¨ªdos muy enviciados con la literatura., "Aunque la Mazurca va por la octava edici¨®n". Lo que se consume es su imagen: un Valle-Incl¨¢n aseado (lo que no quiere decir que Valle fuese desaseado).
-De joven dabas m¨¢s la estampa, Camilo.
-Pues te aseguro que tambi¨¦n iba muy limpito.
En mi reciente Trilog¨ªa de Madrid denuncio el esc¨¢ndalo de que, con medio siglo de literatura y cien kilos de peso, no haya en Espa?a ning¨²n libro solvente sobre su estilo irrepetible. ?ste es un pa¨ªs de muertos y nuestro consuelo son los sellos de correos. "Saltas de Quevedo al 98; el XIX?". "Ah¨ª tienes. B¨¦cquer es la ¨²nica voz. del XIX, un la¨²d de una sola cuerda, pero c¨®mo sonaba esa cuerda, Paco". Hay un silencio, hay una siesta no dormida: "?Por qu¨¦ se dan los premios en este pa¨ªs, Paco?". Ojos de pez dram¨¢tico, agrandados por las gafas. Ojos d¨¦ caballo inteligent¨ªsimo, apaciguados por las gafas. "Por pol¨ªtica, Camilo, nada m¨¢s que por pol¨ªtica". Se sube las gafas con un dedo anular que se le dobla mucho para atr¨¢s. Ya no fuma. "Claro". Vuelve a ser el provinciano que no sabe si viene a Madrid de putas o de premios. La letra gorda sobre el cuad¨¦rno antiescolar de blancoespa?a y cal, etc. "El escritor, en este pa¨ªs, es un hereje, Paco. Fidel Castro dice que Sartre, yo y alg¨²n otro hemos sido agentes de la CIA. No te jode. Somos de la raza de los herejes, Paco".
-Los enemigos, Camilo.
-Te dir¨¦ lo que Narv¨¢ez a su confesor, en la hora de la muerte. "No tengo enemigos, padre. Los fusil¨¦ a todos".
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