En el filo de la navaja
"La soluci¨®n, la revoluci¨®n". Era octubre de 1968. Los j¨®venes barceloneses no se resignaban a escarbar en las cenizas de mayo. No quer¨ªan tan s¨®lo terminar con el franquismo. El ejemplo del Che Guevara o de los Tupamaros, el espect¨¢culo carm¨ªn y caqui de la Revoluci¨®n Cultural china y, ahora, esa revuelta francesa que todav¨ªa humeaba lanzaba a los estudiantes al anticapitalismo. "La polic¨ªa con los banqueros, los estudiantes con los obreros". Entre esos muchachos alocados, informales, llenos de indignaci¨®n contra el conformismo de sus familias burguesas y peque?oburguesas, prendi¨® la tentaci¨®n de la violencia. Apedreaban a los grises, levantaban barricadas con coches y, para impedir la llegada de la polic¨ªa, desabrochaban en los cruces los trailers de los ¨²ltimos tranv¨ªas de nuestras vidas. Hoy, en el cristal esmerilado del tiempo, parecen envueltos en un aura rom¨¢ntica y dulce, como si la suya hubiera sido una impresionante travesura de una generaci¨®n perdida.Entre esos j¨®venes estaban los futuros y menguados miembros del MIL, procedentes en su mayor¨ªa de grupos y partidos convencionales: Comisiones Obreras, las juventudes del PSUC, el fusuf¨² (el Frente Socialista Federado, procedente de los felipes), y sus posteriores escisiones como el PCI. Les junt¨® en una misma aventura algo que compart¨ªan, en distinto grado, con buena par te de sus compa?eros de generaci¨®n: la cr¨ªtica del posibilismo de los pol¨ªticos, que se expresaba en su radical oposici¨®n al PCE PSUC, y en el desprecio de los peque?¨ªsimos partidos democr¨¢ticos, cuya presencia en el incordio diario contra la dictadura no era realmente gloriosa; la discordancia entre su mitolog¨ªa obrerista y revolucionaria y los comportamientos cada vez m¨¢s integrados y reformistas de los trabajadores de carne y hueso que poblaban las f¨¢bricas; la Provocaci¨®n cotidiana en sus formas de vida, comportamientos e incluso cultura, por parte de un r¨¦gimen anciano y escler¨®tico, aut¨¦nticamente marciano para aquellas gentes tan parecidas a los j¨®venes de su misma edad del resto de Europa.
En aquellas mentes despiertas y rebeldes pugnaban los viejos mitos revolucionarios, el antifascismo, los ecos del trauma civil de 1936, y la nueva sociedad que los ¨²ltimos a?os del desarrollo estaba engendrando. Las duras ballenas del cors¨¦ franquista envaraban sentimientos e ideas. Las pistolas regresaban as¨ª a las aulas, clandestinamente, sin la exhibici¨®n de los falangistas. Quienes las llevaban eran, seguramente, los m¨¢s locos y alocados. Tambi¨¦n los m¨¢s generosos e inteligentes, aunque no suficientemente como para ver la trampa que les estaba tendiendo la vida y la historia. Andaban en el filo de la navaja. Algunos salieron indemnes de la celada, bastantes con heridas m¨¢s o menos profundas -c¨¢rcel, dificultades para rehacer la vida...-, unos pocos no salieron.
Salvador Puig Antich y Oriol Sol¨¦ Sugra?es no eran distintos de los millares de muchachos desgarbados que inundaban las calles del Ensanche, en una teatralizaci¨®n de los asaltos de qui¨¦n sabe ya qu¨¦ palacios de invierno. Hace s¨®lo 10 a?os, pero parece que haya pasado un siglo.
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