Ilusi¨®n
En una acepci¨®n t¨¦cnica -psicopatol¨®gica, psiqui¨¢trica, no coloquial- ilusi¨®n es una "perversi¨®n subjetiva del dato actual del sentido" (Drever, J., Dict. of psicology). Dicho de otra forma: dado un objeto emp¨ªrico que los sentidos aprehenden, el sujeto (no que "ilusiona", que eso es otra cosa) sino que "tiene o padece ilusiones" superpone sobre ¨¦l la imagen de otro objeto, de manera que el primero es suplantado por esta ¨²ltima, y se opera con ¨¦sta como s¨ª fuera aqu¨¦l. El sujeto que "padece ilusiones" verifica entonces lo que los psiquiatras franceses denominan faux reconnaissance, es decir, una confusi¨®n (de un objeto por la imagen de otro), que la mayor¨ªa de las veces se corrige, se critica y se subsana -y entonces se trata de un error sin m¨¢s, derivado de una ilusi¨®n pasajera-, y otras no, y entonces se mantiene insistentemente, conduciendo a un ppsterior dislate o juicio equivocado, y constituy¨¦ndose como tal ilusi¨®n en sentido estricto, es decir, en la acepci¨®n t¨¦cnica que nos ocupa. Pero el vocabulario t¨¦cnico que define el fen¨®meno de la Ilusi¨®n carece de vocablos asimismo t¨¦cnicos para denominar al sujeto de la ilusi¨®n ("iluso" no se utiliza en ese sentido: es el "sujeto que se forja ilusiones" en tanto que deseos, no que padece ilusiones; "ilusionado" alude al que mantiene con un objeto el car¨¢cter de iluso); al objeto que suscita la ilusi¨®n y al proceso mediante el cual la ilusi¨®n tiene lugar ("ilusionarse" es el acto mediante el cual un sujeto se convierte en iluso respecto de un objeto que ans¨ªa).La primitiva acepci¨®n
Para la acepci¨®n t¨¦cnica de ilusi¨®n no existe toda esa familia de palabras que, sin embargo, poseemos en torno a "alucinaci¨®n" ("alucinaci¨®n", "alucinado", "alucinarse", "alucin¨®geno", alucinar", etc¨¦tera).
La acepci¨®n inicial de illusio (al parecer, en Cicer¨®n) es de burla, befa, chanza, mofa, escarnio, risa, irrisi¨®n; pero todo ello mediante enga?o en el sujeto que es objeto de todo ello, y deriva de illudere, enga?ar, burlarse, como en illud¨¦re in aliquem (Nuevo Valbuena o Dicc. latino espa?ol, corregido y mejorado por don Vicente Salv¨¢, Par¨ªs, 1834), que deriva, a su vez, de ludere, jugar. Parece veros¨ªmil suponer que la burla inherente al hecho de enga?ar provocando ilusiones en el burlado, forma de mofa cruel a¨²n usada en nuestros d¨ªas, responder¨ªa a la primitiva acepci¨®n de illusio como juego con enga?o que hace posible la burla. Esta acepci¨®rt aparece en Francia hacia 1120 (Robert, Dict. alphab. & anal. de la langue fran?aise), como sin¨®nima de moquerie, burla, tornadura de pelo, y entre nosotros a¨²n la ofrece, como inicial significaci¨®n, don Sebasti¨¢n de Cobarruvias (Tesoro de la lengua castellano, o espa?ola, 1610): "Ilusi¨®n. Vale tanto como burla". Pero evidentemente se trata de una acepci¨®n obsoleta, como, por otra parte, se afirma, por ejemplo, en el Dict. of the english language, de la Random House, en el que tambi¨¦n se recoge la primitiva de irony, mocking. Pero algo nos (queda a¨²n de esta significaci¨®n, pues, como se se?ala en el ¨²ltimo texto citado, un iluso es un burlado, un ridiculizado; y en castellano "iluso" se aplica "al que tiene una esperanza infundada o deniasiadas esperanzas. O al que tiende a forjarse ilusiones con demasiada facilidad" (M. Moliner , Dice. de uso del espa?ol), y se convierte as¨ª en sujeto risible.
Me importa especialmente se?alar que illusio, sustantivo derivado del supino de illudere, enga?ar, deriva en ¨²ltimo t¨¦rmino de ludere, jugar. Determinados juegos son, en efecto, enga?os. As¨ª, por ejemplo, se juega a ser A o B, y se cree, se imagina uno -en los ni?os, sobre todo- ser A o B mientras se juega.
Jugar, enga?ar(se), ilusionar(se)
La funci¨®n del juego es provocarse el placer que dep¨¢ra imaginar ser lo que no se es, o tener lo que no se tiene, o incluso que hay lo que no existe. Nuestras fantas¨ªas de adultos son formas de juego y vivimos pasajeramente la ilusi¨®n de ser lo que imaginamos. Los autoenga?os (a veces compartidos en algunos juegos) que se suscitan mientras jugamos, y tambi¨¦n durante nuestras enso?aciones de vigilia, son justamente los que nos provocan placer, gusto, satisfacci¨®n. Lo contrario del juego no es la seriedad, dec¨ªa Freud, sino la recalidad. Jugamos para evadirnos de la reafidad, nos ilusionamos para vivir nuestra fantas¨ªa como si fuera realidad. El t¨¦rmino "ilusionismo" parece recoger tanto la connotaci¨®n de juego como la de enga?o, y el "ilusionista", el prestidigitador, juega a provocar enga?os que, al no saberlo descubrir, deparan la burla.
Ahora bien, Tertuliano (150230 despu¨¦s de Cristo) cre¨® la palabra illudia, tambi¨¦n derivada de illudere, para denominar las "ilusiones, fantasmas que se figuran en suefl¨®s" (Nuevo Valbuena, cit.; literalmente recogen la cita Raimundo de Miguel y el marqu¨¦s de Morante en Dice. latino-espa?ol etimol¨®gico, 1889; no as¨ª Roque Barcia). Que yo sepa, este vocablo no ha tenido un posterior uso y desarrollo, y hubiera sido clarificador el que las ilusiones del sue?o (que en realidad no son tales, sino alucinaciones, puesto que no hay objeto extrior, condici¨®n indispensable para la ilusi¨®n) hubieran merecido su sustantivaci¨®n espec¨ªfica. J. Corominas sostiene (Dicc. etimol¨®gico, 1961) que el vocablo "ilusi¨®n" se introduce en Espa?a a mediados del siglo XVI directamente como enga?o, sin hablar de la burla o mofa que Cobarruvias advierte. Pero Cobarruvi¨¢s, aparte esta acepci¨®n de burla,de mofa por el enga?o, se?ala tambi¨¦n la de enga?o en s¨ª mismo y la desarrolla de modo sorprendentemente agudo desde todos los puntos de vista: "Quando nos representan una cosa en apariencia diferente de lo que es, o por causas secretas de la naturaleza, aplicando activa passivis, o por alteraci¨®n del medio o del ¨®rgano del sentido, o por vehemente aprehensi¨®n de la cosa imaginada, que parece tenerla presente". Y tras se?alar estas tres causas de ilusi¨®n, a?ade esta graciosa ej emplariz aci¨®n: "El demonio es gran maestro de ilusiones, por su gran sutileza y agilidad, junto con su malicia, y con ellas ha tentado a muchos santos, los cuales le han vencido con la gracia de Dios y le han embiado corrido y acovardado, como san Antonio, san Benito y otros muchos santos". Pero el demonio tienta ofreciendo naturalmente el placer que la tentaci¨®n procura de aceptarse, y vali¨¦ndose de enga?o, y ello a despecho de que sea considerada un acto malo, como lo es el acto obsceno, con el que sabemos que el perverso Sat¨¢n ilusionaba a estos santos padres.
Dinamismo de la ilusi¨®n
No hay tentaci¨®n posible si no moviliza un deseo que, de una u otra manera, se encuentra en nosotros, haci¨¦ndolo realidad mediante un objeto preciso, o mediante la provocaci¨®n de ilusiones, es decir, de falsas im¨¢genes de objetos.
Lo interesante de estas consideraciones etimol¨®gicas -no soy experto en etimolog¨ªas y es probable que haya deslizado alg¨²n error u omisi¨®n- es que, al mismo tiempo que describen el proceso que tiene lugar en el acto que denominamos ilusi¨®n, apuntan a la g¨¦nesis del mismo, como son las condiciones del objeto que nos ilusiona, la acci¨®n del sujeto al ilusionarse por un objeto, el car¨¢cter regresivo, pueril, del sujeto iluso, la ¨ªndole de juego (y ¨¦ste como realizaci¨®n ilusoria del deseo) a que se entrega el sujeto que se ilusiona. Nada de esto puede hacerse hoy desde el uso meramente t¨¦cnico del vocablo "ilusi¨®n".
Cuando los m¨¦dicos de locos no eran a¨²n psiquiatras, sino alienistas, como, por ejemplo, Boissie?de Sauvages, Pinel o Esquirol, es decir, a fines del siglo XVIII y comienzos del siglo XIX, era frecuente en ellos hallar referencias a los efectos de las desenfrenadas pasiones de los alienados y al origen de la locura en las desatadas instancias a la satisfacci¨®n de sus desmedidos deseos: "Por las ideas y pasiones que dominan la raz¨®n de los alienados, estos enfermos se equivocan sobre la naturaleza y la causa de sus sensaciones actuales" (Esquirol), y, en consecuencia, yerran ilusionando (am¨¦n de alucinando). Pero cualquiera sea la causa -tres se?ala Cobarruvias, seg¨²n hemos visto- de las ilusiones, que junto con las alucinaciones y delirios componen los errores caracter¨ªsticos del loco, es indudable que la imagen sustitutoria del objeto real y emp¨ªricamente presente pertenece al mundo interno del sujeto, el cual lo sit¨²a, cambi¨¢ndolo de lugar, es decir, dis-loc¨¢ndolo en el mundo exterior. Aun cuando estas ilusiones se deban en alg¨²n caso a una perturbaci¨®n del ¨®rgano del sentido, tal y como acontece en muchos sor-
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dos, que toman determinadal palabras que mal oyen por aquellas otras que imaginan, estas ¨²ltimas son, como no puede ser de otra manera, puestas por el sordo en cuesti¨®n en boca de los que hablan. No es, por tanto, la perturbaci¨®n del ¨®rgano del o¨ªdo la que ocasiona la ilusi¨®n (en este Paso ac¨²stica), sino la de la mente del sujeto cuyo sentido del o¨ªdo se halla, adem¨¢s, alterado. Un sordo suspicaz era suspicaz antes de sordo; y el sordo que no lo es prueba que tampoco lo era con anterioridad.
?Por qu¨¦ tiene lugar esta expulsi¨®n o proyecci¨®n del objeto interno? En cualquier caso, el sujeto que tiene ilusiones, el "iluso" (y perm¨ªtaseme por una vez denominar as¨ª no s¨®lo al que se "forja ilusiones", sino al que las "padece") se beneficia de esa falsa, pero para ¨¦l vivida absolutamente como real, externalizaci¨®n del objeto: si el objeto interno es malo, porque al hacerlo de otro ya no le pertenece a ¨¦l; y si el objeto interno es bueno, porque de esta forma le es factible establecer una relaci¨®n con ¨¦l que de otra manera no le satisfar¨ªa. El enfermo de delirium tremens expulsa sus ratas, sus ara?as, sus personajillos que desde un rinc¨®n de la habitaci¨®n le dicen maric¨®n o cabr¨®n; pero al megalomaniaco delirante le conviene o¨ªr c¨®mo los dem¨¢s le confirman en su identidad de Jes¨²s de Galilea, de extraterrestre, de rey de Inglaterra o de lo que sea. Han sido psiquiatras de este siglo los que advirtieron que el delirante juega con su delirio, por torturante que ¨¦ste parezca ser, siempre menos que la aceptaci¨®n de la realidad de s¨ª mismo. Porque padece ilusiones, el paciente delira; pero luego mantiene el delirio porque ¨¦ste le ilusiona.
De esta forma el concepto de ilusi¨®n, en su acepci¨®n t¨¦cnica y en la coloquial, se homologa con los illudia de Tertuliano, puesto que los fantasmas de la primera, que aparecen en la vigilia, son equivalentes a los fantasmas que nos figuramos en sue?os: ambos realizaciones imaginarias de deseos. Pero tambi¨¦n estos dos conceptos se a¨²n¨¢n al de uso coloquial, pero enormemente preciso, de ilusionar (no admitido en el Diccionario de la Real Academia Espa?ola), como el acto de "causar alegr¨ªa algo que se anuncia o espera" (M. Moliner, cit.) porque se desea; o el de ilusionarse, forma pasiva de ilusionar (admitida en el Diccionario de la Real Academia de la Lengua), como el acto mismo de desear (ambos introducidos en el castellano enlatard¨ªa fecha de 1923). En resumen, ilusionar es condici¨®n del objeto, capaz de movilizar el deseo en el sujeto; ilusionarse (con el objeto) condici¨®n del sujeto, que le capacita para desear al objeto de forma distorsionante, es decir, ilusoria; iluso, el sujeto que, habiendo sido provocado por el objeto, alcanza la posibilidad de ilusionarse con ¨¦l; ilusi¨®n, la relaci¨®n imaginaria con el objeto deseado... En este contexto, el habla coloquial no s¨®lo posee una riqueza que el habla t¨¦cnica est¨¢ muy lejos de ofrecernos, sino que incluso nada tiene que envidiar en lo que concierne a precisi¨®n. Condillac dec¨ªa que "una ciencia es un lenguaje bien hecho", pero en este respecto parece que el habla coloquial est¨¢ mucho m¨¢s cerca de cumplir este requisito que nuestra pobre jerga psicopatol¨®gica actual. Y no est¨¢ de m¨¢s hacer esta advertencia como profil¨¢ctica de pedanter¨ªas ling¨¹isticot¨¦cnicas y recordar el aforismo de Wittgenstein: "El lenguaje est¨¢ bien como est¨¢".
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