Violencia y comunicaci¨®n
Quiz¨¢ una de las meditaciones m¨¢s l¨²cidas sobre la existencia de la violencia efectuadas por la modernidad sea la de Sartre en su obra p¨®stuma Cahiers pour une morale. En espera de la traducci¨®n del libro, el lector de lengua castellana cuenta ya con la impecable s¨ªntesis realizada por Celia Amor¨®s para la revista Tiempo de Paz, que ser¨¢ seguida por otro estudio sobre el tema de la guerra en los escritos p¨®stumos del pensador franc¨¦s. Para Sartre, quien elige la vida de la violencia como opci¨®n existencial afirma de este modo la inesencialidad de todo lo existente frente a la urgencia de su deseo concretado en determinado proyecto. El mundo -entendido como un orden de seres vivos, exigencias f¨ªsicas o biol¨®gicas, instituciones, etc¨¦tera- no tiene otra relevancia que el de pura resistencia frente a lo que a toda costa yo quiero que se cumpla. "La violencia es apropiaci¨®n del inundo por destrucci¨®n -se?ala Celia Amor¨®s, glosando a Sartre-: he de hacer que el objeto me pertenezca en su deslizamiento del ser a la nada, siempre que esa nada sea provocada por m¨ª. A falta de poder fundar el objeto en su ser a trav¨¦s de mi libertad -como hace el artista en la creaci¨®n de la obra de arte-, pongo mi libertad al servicio de fundarlo en su nada". El anhelo sin l¨ªmites, es decir, sin reconocimiento de lo otro, sin respeto, contrasta con lo limitado de mi capacidad creadora: la negaci¨®n violenta promete as¨ª el ¨²nico infinito al alcance de los seres finitos. La violencia es un delirio impotente de omnipotencia.Por supuesto, la violencia est¨¢ ya objetivamente establecida en el mundo sin esperar a que tal o cual individuo particular opte por ella. Residuos institucionalizados de infinitas coacciones y emancipaciones gravitan sobre cada uno de nosotros, en determinadas circunstancias hist¨®ricas con presi¨®n abrumadora. Y entonces cabe la tentaci¨®n de asegurarque la violencia es "ley de vida", que s¨®lo puede ser contrarrestada por otra m¨¢s fuerte de signo inverso (en realidad, esa otra no ser¨ªa otra m¨¢s que por su mayor grado, no cualitativamente). La verdad es que casi todas aquellas cosas contra las que el hombre lucha en su interminable despegue de la necesidad animal son leyes de la vida; el dominio del d¨¦bil por el fuerte, la cadena de las venganzas, la supervivencia s¨®lo de los m¨¢s aptos, la desigualdad en el reparto social de los bienes. La esclavitud, por ejemplo, fue una ley de la vida hasta anteayer, lo cual, a juicio de muchos, no la mejoraba en absoluto. Ahora se ha reconvertido en otras formas de servidumbre frecuentemente poco apetecibles, pero siempre mejores que ser esclavo: ?no ser¨ªa posible que con la violencia pudiese pasar algo parecido? Probablemente, el violento dir¨¢ que entre la esclavitud o el salario no hay diferencia alguna sustancial; todo da igual, llevar cadenas o pagar impuestos, que alg¨²n abuso del poderoso quede impune o que no haya forma alguna de control sobre el poderoso, tener gripe o c¨¢ncer, el adversario o el enemigo, ser rojo o estar muerto. El discurso de la violencia se establece sobre un principio de indiferencia universal: todo da igual, si no es lo que yo quiero. Cualquier gradualismo, cualquier distinci¨®n o preferencia relativa es una forma de complicidad con el mal absoluto. Esta aniquilaci¨®n por desprecio de los matices es exactamente lo opuesto a la tarea diferencialista del amor, que consiste en encontrar lo irrepetible all¨ª donde la objetividad no constata m¨¢s que rutina: los padres escuchando la primera palabra del hijo, el amanecer compartido de los amantes... As¨ª se enfrenta la estupidez del odio al estupor venturoso del amor. El juicio de Salom¨®n sigue siendo la mejor imagen de la crueldad clarividente a la que puede aspirar la instituci¨®n como mediadora en el conflicto: presentar la espada de la violencia para dar una oportunidad a la revelaci¨®n del amor y dejar al ni?o amenazado en manos de quien no est¨¢ dispuesto a inmolarlo a la indiferencia brutal de su obstinaci¨®n.
La ¨²nica alternativa activa pero no destructiva a la violencia es la comunicaci¨®n, centrada en tomo a ese instrumento privilegiado que es el lenguaje humano. Mi deseo reclama su gratificaci¨®n de los otros, del mundo: si no se me concede de inmediato -y nunca se me concede de inmediato, salvo en la primera infancia- puedo optar por la impotente omnipotencia destructiva o someterme a la angustia inhibidora de la frustraci¨®n (que en cualquier momento puede revertir en violencia). Pero hay una tercera v¨ªa, la propiamente humana, que consiste en actuar por medio del lenguaje. Puedo as¨ª influir en la conducta de los dem¨¢s y entrar en acuerdo con ellos para que favorezcan mi designio gratificador; si no lo consigo a las primeras de intercambio, doy al menos cauce a la urgencia de mi deseo de un modo no aniquilador ni suicidario, es decir, abierto a lo posible y su promesa. Lo dem¨¢s es. asumir la muerte como ¨²nico reverso a nuestro alcance del todo. El aumento de las posibilidades de comunicaci¨®n es un factor que favorece el aumento de conflictividad, pero disminuye en cambio la violencia. Frente a la doctrina establecida de que vivimos en una ¨¦poca inusitadamente violenta, ¨¦sta es la opini¨®n del bi¨®logo Henri Laborit: "Si la criminalidad interindividual ha disminuido notablemente a lo largo de estos ¨²ltimos siglos, como demuestran todas las estad¨ªsticas mundiales y contra lo que los medios de comunicaci¨®n intentan inculcarnos, lo debemos posiblemente a que la alfabetizaci¨®n y la utilizaci¨®n del lenguaje se han generalizado hasta tal punto que, seg¨²n demuestra J. M. Besette con toda la seriedad de las estad¨ªsticas, el crimen sigue siendo atributo de quienes no saben expresarse, de quienes, aun teniendo algo que decir, lo dicen mal".
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Violencia y comunicaci¨®n
Viene de la p¨¢gina 9Dos objeciones fundamentales suelen hacerse a la propuesta de sustituir en la medida de lo posible la violencia por la comunicaci¨®n. Seg¨²n la primera, el lenguaje tambi¨¦n es violencia (y la violencia es un lenguaje); la segunda establece que la verdadera comunicaci¨®n es imposible en las atroces circunstancias hist¨®ricas en que vivimos. Veamos qu¨¦ puede responderse a estas dos descalificaciones.
Decir que todo es violencia es una vaciedad seudopresocr¨¢tica (como "todo es amor" o "todo es agua") o una decisi¨®n de esa visi¨®n indiferencialista t¨ªpica de la propia opci¨®n por la violencia. Pero el lenguaje en cualquier caso no es violencia, aunque tanto aqu¨¦l como ¨¦sta tengan su propio c¨®digo. En una reciente asamblea estudiantil en que se hablaba sobre la violencia hubo una llamada tel¨¦fonica previniendo de la pr¨®xima explosi¨®n de una bomba. Se trataba evidentemente de una falsa alarma y as¨ª lo entendi¨® todo el mundo, permaneciendo en la reuni¨®n; pero alguien llev¨® agua a su molino, se?alando que tambi¨¦n era violencia ese tipo de amenazas desmovilizadoras. Pues bien, incluso en ese tipo de comunicaci¨®n mixtificadora y malintencionada mantiene el lenguaje su pac¨ªfico privilegio: porque para ninguno de los all¨ª presentes era en modo alguno igual que se dijese que hab¨ªa una bomba o que efectivamente la hubiese y estuviese a punto de explosionar. Se trataba de un enga?o, pero no de un crimen: y ?qui¨¦n no prefiere ser enga?ado que asesinado? Por lo dem¨¢s, la violencia que pueda en cerrar decir "he puesto una bomba" viene de las bombas que efectivamente se ponen y no del lenguaje: la eficacia de la amenaza se extinguir¨ªa con la abolici¨®n del ¨²ltimo explosivo... El lenguaje necesita mantener al otro en la comprensi¨®n y la respuesta hasta cuando miente, hasta cuando asesta una orden inapelable. Tambi¨¦n el tirano y el estafador, en cuanto que hablan, admiten el principio igualitario y reconocen semejantes. En cuanto a la violencia misma, no dice nada porque no conserva al otro ni espera la reciprocidad de la respuesta. Los aut¨¦nticos lenguajes tienen siempre la complicidad de lo reversible, por agresivamente que funcionen: a quienes observan morosamente que tambi¨¦n en un partido de f¨²tbol o en una oposici¨®n a c¨¢tedra hay violencia "latente, sublimada, soterrada" es preciso responderles que estupendo y que ojal¨¢ todo fuera as¨ª.
Pero ?es acaso posible la aut¨¦ntica comunicaci¨®n en las presentes circunstancias? Evidentemente no, ni nunca lo ha sido, si por tal se entiende la "situaci¨®n ideal del di¨¢logo" que preconiza el maestro Habermas. Pero en la defensa de lo que hoy mantiene la veracidad y transparencia de la palabra est¨¢ la ¨²nica esperanza de revocaci¨®n de la injusticia dada. S¨®lo lo que se esfuerza por hablar es subversivo, en un mundo sometido a explotaci¨®n por lo no dicho, por la sombra opaca de lo que no espera, admite ni posibilita r¨¦plica. De ah¨ª que sean culpables de lesa comunicaci¨®n (y fomentadores por tanto de la violencia) los poderes p¨²blicos en cuanto secretean, se niegan a explicar o, ciegan los cauces de di¨¢logo que no logran manipular. Y tambi¨¦n quienes afirman con hostilidad satisfecha "hablamos lenguajes diferentes", como si todo lenguaje no coincidiera con los otros en su querer comunicar, es decir, ser traducido. Al caso pr¨¢ctico: nada fomenta m¨¢s realmente, m¨¢s hondamente la paz del Estado que la protecci¨®n y desarrollo del euskera, catal¨¢n, gallego, etc¨¦tera, porque cada palabra respetada es violencia evitada; pero nada m¨¢s miserable que quien utiliza una de esas lenguas como arma de combate e incomunicaci¨®n, como pura negaci¨®n de la disposici¨®n a entender y ser entendido, porque mata el lenguaje que emplea m¨¢s eficazmente que quien anta?o lo prohibi¨®. No es cierto que, si uno no quiere, dos no ri?en: basta con que uno opte por la destrucci¨®n arrogante de la violencia para que ¨¦sta despliegue su lepra e inicie la m¨ªmesis vengativa. Para hacer lo realmente dificil, en cambio, lo realmente precioso -hablar, amar- hacen falta al menos dos: ah¨ª est¨¢ la gracia.
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