Boga, boga
Los pescadores de Ond¨¢rroa han declarado la guerra a Francia. No es la primera vez. En 1794, cuatro a?os despu¨¦s del asalto a la Bastilla, y uno m¨¢s tarde de la ejecuci¨®n de Danton a manos de Robespierre, los marineros de Ond¨¢rroa se apoderaron de dos buques anclados en el vecino puerto de Deva a la espera de ser descargados para el abastecimiento de las tropas francesas que ocupaban parte de la provincia de Guip¨²zcoa. El general Mencey orden¨®, en represalia, el incendio de Ond¨¢rroa. M¨¢s de un centenar de casas del puerto fueron pasto de las llamas.Ond¨¢rroa, que literalmente significa piedra de fondo, se ha carac terizado siempre por la audacia de sus gentes. Fundada como villa independiente, tras su segregaci¨®n de la anteiglesia de Berriatua, en 1327, le fue asignado el asiento n¨²mero 11 en las Juntas Generales de Guernica. Un cuarto de siglo despu¨¦s, en 1353, Ond¨¢rroa oblig¨® al rey de Inglaterra, Eduardo III, a firmar un tratado de paz tras dos a?os de enfrentamientos en aguas del golfo de Vizcaya entre buques de las Islas y embarcaciones de los puertos de Bilbao, Plencia, Le queitio y Ond¨¢rroa, agrupados en la "Liga contra Inglaterra".
"Sepa usted que si nos ametra llan otra vez, no s¨®lo quemaremo camiones, sino el consulado". Eso dijeron al vicec¨®nsul de Francia en Bilbao los miembros de la comisi¨®n que hace dos semanas se presentaron en la oficina diplom¨¢tica para hacer entrega de un escrito de protesta. El furor de los pescadores de Ond¨¢rroa no es ajeno a la situaci¨®n general que se vive hoy en Euskadi. El principio del ojo por ojo, que amenaza convertirse en norma esencial de todos los comportamientos, preside ese furor.
Los pescadores de Ond¨¢rroa no necesitan ser convencidos de que la violencia contra personas inocentes, marineros o camioneros, es odiosa. Precisamente porque est¨¢n convencidos de ello, se consideran obligados a vengarla. "Sabemos que los camioneros son inocentes en esta historia, que ellos no tienen ninguna culpa, pero vamos a seguir quem¨¢ndoles los camiones porque es la ¨²nica posibilidad que vemos de defender nuestros derechos hist¨®ricos sobre unas aguas en las que siempre estuvimos". As¨ª se expresaba el jueves por la noche, ante los micr¨®fonos de una emisora de radio, un pescador que anunciaba la vuelta a la acci¨®n de los piquetes.
Que esas acciones no est¨¢n inspiradas en principios de utilidad, ni siquiera de justicia, sino de venganza sacrificial, lo prueba el hecho de que r¨¢pidamente se pas¨® del incendio de camiones franceses que transportaban pescado de importaci¨®n, al incendio de camiones de cualquier nacionalidad que transportaban cualquier cosa. Si, como parece evidente, esas acciones son totalmente in¨²tiles, y aun contraproducentes para los objetivos perseguidos, su ¨²nico sentido posible es el de servir de cauce al deseo imperativo, a la necesidad, de la represalia. Frente a la injusticia del ametrallamiento de unos pescadores desarmados, la venganza se ejerce en su grado m¨¢ximo: el sacrificial. Las v¨ªctimas as¨ª ritualizadas no son elegidas pese a no ser culpables, sino, precisamente, porque son inocentes.
El conflicto, por lo dem¨¢s, no ha hecho sino comenzar. El documento de la CEE por el que se pide a Espa?a que renuncie a los derechos hist¨®ricos que pudieran corresponder a sus pescadores, viene a reconocer, retrospectivamente, la existencia de esos derechos. Y como han demostrado recientemente historiadores como Charles Tilly o James O'Connor -y entre nosotros Ludolfio Paramio-, "el entusiasmo es reactivo". Es decir, s¨®lo se defienden con m¨¦todos radicales y arriesgados los objetivos que tienden a apuntalar, frente a quien las desafia o viola, las reivindicaciones ya establecidas: los derechos hist¨®ricos. Desde las guerras carlistas hasta hoy mismo, la historia de Euskadi no es sino una permanente comprobaci¨®n de este principio.
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