El seudoproblema de Gibraltar
Gibraltar no es uno de los graves problemas de los espa?oles de hoy, seg¨²n el autor de este trabajo.No es, dice, un problema hist¨®rico, ni geogr¨¢fico, ni militar, ni econ¨®mico, ni pol¨ªtico, por lo que es preciso "pinchar con el alfiler del an¨¢lisis los globos hinchados de la ret¨®rica irreflexiva y pretenciosa". Y concluye: "Gibraltar no nos molesta, ni nos amenaza, ni nos coarta, ni nos cuesta un duro".
Los espa?oles tenemos muchos y graves problemas, pero entre ellos no se encuentra el de Gibraltar. Durante muchos a?os se nos ha dicho que Gibraltar es una espina clavada en el coraz¨®n de Espa?a. Pero ni Gibraltar es una espina ni Espa?a posee un coraz¨®n. Por tanto, Gibraltar no constituye un problema cardiaco. ?Qu¨¦ tipo de problema constituye??Ser¨¢ un problema hist¨®rico? En 1462, los castellanos tomaron Gibraltar por la fuerza de las armas y lo conservaron durante 242 a?os. En 1704, los ingleses tomaron Gibraltar por la fuerza de las armas y lo han conservado durante 280 a?os, hasta hoy. Si la previa conquista y ocupaci¨®n castellana constitu¨ªa suficiente justificaci¨®n de la soberan¨ªa espa?ola, la posterior conquista y a¨²n m¨¢s larga ocupaci¨®n inglesa constituyen id¨¦ntica justificaci¨®n de la soberan¨ªa brit¨¢nica sobre el Pe?¨®n. ?Ser¨¢ un problema jur¨ªdico? ?Habr¨¢ que olvidarse de las armas para atenerse a los tratados? Como es bien sabido, el ¨²nico tratado entre los Estados espa?ol y brit¨¢nico referente a Gibraltar fue el Tratado de Utrecht, firmado en 1713, por el cual Felipe V ced¨ªa a Gran Breta?a la plaza de Gibraltar.
?Ser¨¢ un problema geogr¨¢fico? Desde luego, Gibraltar forma parte de la Pen¨ªnsula Ib¨¦rica. Pero tambi¨¦n Portugal y Andorra forman parte de ella. Si la est¨¦tica geogr¨¢fica es suficiente raz¨®n para reclamar Gibraltar, tambi¨¦n deber¨ªa serlo para reclamar Portugal y Andorra (y para renunciar a Ceuta, Melilla y las Canarias, que ellas no forman parte de la Pen¨ªnsula Ib¨¦rica).
?Ser¨¢ un problema estrat¨¦gico militar? En efecto, poseyendo Gibraltar y Ceuta, podr¨ªamos impedir el paso por el Estrecho de los buques que no nos gustasen. Pero -que yo sepa- no queremos cerrar el Estrecho a nadie, y, aunque quisi¨¦ramos, no es probable que los otros Estados nos lo permitiesen. Si, a la inversa, lo que nos asusta es que haya en nuestra Pen¨ªnsula una base de la OTAN, posible blanco de los misiles sovi¨¦ticos en caso de conflagraci¨®n nuclear, recordemos que toda Espa?a est¨¢, de momento, en la OTAN; que, aunque nos salgamos, Portugal entero seguir¨¢ estando en la OTAN, y, finalmente, que tenemos varias bases norteamericanas en Espa?a. Si lo que realmente nos preocupa es el peligro que corre nuestra poblaci¨®n civil en caso de una guerra mundial, mucho m¨¢s inquietos tendr¨ªamos que estar por la base de Torrej¨®n de Ardoz que por la de Gibraltar. Y, sin embargo, cedimos la base de Torrej¨®n a los norteamericanos precisamente en la ¨¦poca en que con m¨¢s histeria reclam¨¢bamos Gibraltar.
?Ser¨¢ un problema econ¨®mico o social? Ning¨²n beneficio obtendr¨ªamos con la incorporaci¨®n de la pelada roca al Estado espa?ol. Gibraltar s¨®lo tiene astilleros, que es precisamente lo que nos sobra. Al menos ahora, es el Estado brit¨¢nico el que apechuga con el coste de su reconversi¨®n industrial. De hecho, el Gibraltar brit¨¢nico no ha perjudicado econ¨®micamente a los espa?oles. Lo que s¨ª les ha perjudicado ha sido el cierre de la frontera hispano-gibraltare?a por el Gobierno del general Franco en 1969, que dej¨® en el paro a los 10.000 obreros de La L¨ªnea que trabajaban en Gibraltar.
Imponer la soberan¨ªa
?Ser¨¢ un problema pol¨ªtico? En el refer¨¦ndum de 1967, los gibraltare?os manifestaron su abrumador deseo de seguir bajo la soberan¨ªa brit¨¢nica, no tanto por amor a Gran Breta?a como por miedo a Espa?a. Y en las elecciones libres que se celebran cada cuatro a?os (la ¨²ltima el mes pasado), ning¨²n partido de los que obtienen votos propone la incorporaci¨®n al Estado espa?ol. Para cualquiera que piense democr¨¢ticamente, lo ¨²nico que ser¨ªa un problema y un esc¨¢ndalo pol¨ªtico ser¨ªa que el Estado espa?ol tratase de imponer su soberan¨ªa sobre Gibraltar contra la voluntad de los gibraltare?os.
Al menos desde Kant sabemos que no hay racionalidad posible sin aplicaci¨®n de id¨¦nticos criterios a las situaciones del mismo tipo. Si la cercan¨ªa de las islas Malvinas (o Falkland) a Argentina es raz¨®n suficiente para declararlas argentinas, la cercan¨ªa de las islas Canarias a Marruecos debe bastar para considerarlas marroqu¨ªes. Si tiene sentido reclamar la revisi¨®n de la frontera entre Espa?a y Gibraltar establecida en Utrecht hace casi tres siglos, entonces tambi¨¦n resulta adecuado poner en cuesti¨®n la mayor¨ªa de las fronteras del mundo, que son mucho m¨¢s recientes y, desde luego, tambi¨¦n el resultado de guerras y actos de violencia. Tomarse en serio esa actitud convertir¨ªa a Europa en un polvor¨ªn. Afortunadamente, no parece que aqu¨ª la sangre vaya a llegar al r¨ªo por estas anacr¨®nicas cuestiones. En otras latitudes, como Oriente Pr¨®ximo y Latinoam¨¦rica, las aguas est¨¢n m¨¢s revueltas. Al menos, a nuestros amigos latinoamericanos los espa?oles podr¨ªamos darles un ejemplo de racionalidad pr¨¢ctica, renunciando p¨²blicamente a nuestro anacr¨®nico irredentismo respecto a Gibraltar.
En su discurso de investidura, Felipe Gonz¨¢lez se dej¨® arrastrar por la inercia ret¨®rica del pasado al aludir (sin excesivo ¨¦nfasis, es cierto) al presunto problema de Gibraltar y a nuestra cansina reivindicaci¨®n. Poco despu¨¦s entreabri¨® la famosa verja, pero s¨®lo para peatones. El progreso en las formas y actitudes es innegable, pero las ideas siguen sin estar claras. Algo parecido le ocurre a Alfons¨ªn en Argentina. Parece como si los propios l¨ªderes tuviesen miedo de romper con los t¨®picos de sus predecesores, de pensar por su cuenta y de hablar con claridad.
Ejercitemos la gozosa capacidad de pensar. Pinchemos con el alfiler del an¨¢lisis los globos hinchados de la ret¨®rica irreflexiva y pretenciosa. El pe?¨®n de Gibraltar no es m¨¢s problema que el pe?¨®n de Ifach. Son piedras demasiado grandes para meterse en nuestros zapatos y molestarnos. De hecho, Gibraltar no nos molesta, ni nos amenaza, ni nos coharta, ni nos cuesta un duro. Hay que despejar el campo de seudoproblemas para poder concentrar nuestra atenci¨®n en la soluci¨®n de los problemas reales. No se trata tanto de revisar las fronteras como de minimizarlas. En el caso de Gibraltar, minimizar la frontera significa abrir de par en par la triste verja (vergonzosa como el muro de Berl¨ªn) e ingresar en la Comunidad Econ¨®mica Europea, garantizando as¨ª la libre circulaci¨®n de personas y bienes entre el Pe?¨®n y el resto de la Pen¨ªnsula. En cuanto los espa?oles dejemos de amenazar a los gibraltare?os con la anexi¨®n, ellos perder¨¢n su inter¨¦s en seguir siendo brit¨¢nicos y ser¨¢n simplemente gibraltare?os, una min¨²scula aldea aut¨®noma (como Andorra o San Marino) en una Europa sin fronteras.
es catedr¨¢tico de L¨®gica en la Universidad de Barcelona.
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