Juan Carlos Onetti
Un poco embarnecido por el tiempo, la cabeza de gran ofidio inteligente, la cabeza toda inteligencia, los ojos desbordados sin las gafas, la barba de dos d¨ªas, el maestro querido de quince o veinte a?os, este Onetti en quien aprendi¨® uno, cuando uno cre¨ªa que a¨²n serv¨ªa para algo eso de aprender cosas, el secreto y la clave de la narraci¨®n l¨ªrica, Juntacad¨¢veres, El astillero, no s¨¦, y ahora bebemos vino, que nos ha tra¨ªdo Verdes dos botellas.-Hay gentes que no te quieren a vos, Umbral, yo siempre defiendo a Umbral, digo me gusta este escritor, y el mayor argumento cr¨ªtico que me dan contra vos es que gan¨¢s plata, vos, que gan¨¢s mucha plata, eso es lo m¨¢s profundo que me dicen.
Camino de Barajas, sol confuso de coches, all¨¢ afuera, Onetti aqu¨ª en su octavo, de camino he comprado unas flores para Dolly, unas rosas para Dolly, la florista era joven y fea, pero ten¨ªa buen culo, y el libro que Onetti no quiere, porque ya lo ha le¨ªdo, y est¨¢ como reci¨¦n levantado, entre viejos grabados de Picasso, en una paz de hogar que suena a tiempo.
Yo me he echado a sus pies. Y juego con la perra, que ya me ama. La madurez es conseguir en unos minutos el amor de cualquier animal, pues que el poco amor del mundo anda disperso en bichos por la tierra. Juan Car los Onetti, el pelo que le va fal. tando, como a todos, los ojos como peces fuera de la pecera de las gafas, dulce embarnecimiento del maestro, la barba, el reci¨¦n levantado, en su sill¨®n de cuero, frente a la ma?ana, con un su¨¦ter frambuesa sobre la camisa, con calcetines cortos, muy cortos, y unas zapatillas de pana, raya atravesada.
-Tena Ybarra, vos sab¨¦s Juan Ignacio, nuestro amigo Tena Ybarra, yo le debo y le quiero, ¨¦l me lo dijo, cuando vine nom¨¢s, "Espa?a, amigo Onetti, se escribe con E de envidia", vos sab¨¦s. Pero me gusta Espa?a algo le debo, mucho, sobre todo a ese hombre, Juan Ignacio, aqu escribo, estoy bien, te leo a vos.
La amistad de la perra, los apuntes de Verdes, que nos r¨ªe cada frase, noblemente, y la sombra de Dolly, a contrasombra que est¨¢ poni¨¦ndole agua a las rosas. Le digo que Verdes es un latifundista y Onetti me explica c¨®mo era esto en su Uruguay perdido, en su Argentina sabida y pareda?a, lo que hacia all¨¢ se fue, lo que de all¨ª, luego, nos ha vuelto.
-Hay gente, vos sab¨¦s, que no te quiere, Umbral, que no te quieren, y es por la plata, Umbral, vos lo sab¨¦s.
Hace quince a?os me llamaron a Canarias para un curso sobre los novelistas del boom. Yo eleg¨ª a Onetti, hab¨ªa le¨ªdo todo lo publicado hasta entonces por ¨¦l, estaba onetizado, escrib¨ª mi conferencia sobre el maestro, la le¨ª en su d¨ªa, y al final se me acerc¨® un hombre maduro, con muletas:
-No s¨¦ si todo lo que usted ha dicho es verdad, pero es tan bello que yo amo a ese hombre, Onetti, si es que existe.
Por entonces, ni el canario de las muletas ni yo est¨¢bamos, muy seguros de que Onetti existiese.
Era la voz l¨ªrica, profunda y desolada de una Am¨¦rica inespacial, que se desertizaba en Santa Mar¨ªa. Era como si aquel chillido del viento (Dejemos hablar al viento, titular¨ªa ¨¦l una de sus ¨²ltimas novelas) se produjese solo y nos llegase, geol¨®gico, a sus lectores. Mi conferencia por ah¨ª anda, desde entonces, en separata de algo, que la di a los sitios m¨¢s id¨®neos y jam¨¢s la publicaron. Ni s¨¦ si Onetti la ha le¨ªdo ni hoy vamos de eso, sino del vino negro que ha tra¨ªdo Verdes, vi?ado entre sus vi?as y sus cerdos de su medio sur, y yo pruebo del vino, Onetti apenas bebe, y Dolly nos trae sus daditos de carne, de queso, de fritura, por acompa?ar el vaso.
-Hay gente que publica y publica -dice Onetti-, hay gente que confunde la prosa con la prosa, vos sab¨¦s, vos que hac¨¦s prosa.
El hogar deshogarado de un hombre fuera de su patria, con algo de repatriado en trayecto, de fugitivo de guerra, de todo lo que le ha pasado a Onetti, entre Espa?a y Am¨¦rica, y que ¨¦l jam¨¢s cuenta ni canta, sobriamente, porque ante todo es un caballero de las letras a quien a¨²n le asoman mucho los pu?os de la camisa del alma, aunque hoy no se haya afeitado, como algunos d¨ªas, en Charenton, no se afeitaba Donato Alfonso Francisco, marqu¨¦s de Sade. Fue periodista y sabe el periodismo. Puede meter el mundo en dos folios y se acab¨®. La mayor¨ªa de sus colegas de boom, o lo que fuera eso, nos aborchornan con perdidos art¨ªculos sin fin y sin fondo. Onetti quiere tabaco.
-?Ten¨¦s vos tabaco?
-Verdes tiene tabaco.
Y Verdes le da negro.
-Pero no quiero negro. Quiero rubio americano. Americano.
"Americano". Ha repetido la palabra con la amargura y la iron¨ªa sobrea?adida de su acento, pues que "americano" supone, por definici¨®n impl¨ªcita y poco definida, norteamericano.-Qu¨¦ duro aquello que vos le hiciste a un pintor que hab¨ªa.
-Que hab¨ªa y que hay. No se puede utilizar al Rey, ni a nadie, para vender m¨¢s cuadros o m¨¢s muebles.
-?Y tus memorias, Umbral, dime, son verdad?
-Todo verdad.
-Qu¨¦ verdad m¨¢s bien mentida.
-Dijo Machado que "tambi¨¦n la verdad se inventa".
-Literatura es eso: mentir bien la verdad.
El astillero y Cien a?os de soledad son para m¨ª los dos polos de la literatura hispanoamericana de hoy. Y no s¨®lo por un igualamiento de calidad y calidades, sino por un enfrenta miento de sistemas. La grandeza del libro de Garc¨ªa M¨¢rquez est¨¢ conseguida mediante la acumulaci¨®n ancilar y recurrente de elementos. La grandeza de El astillero est¨¢ conseguida por eliminaci¨®n, por simplificaci¨®n, por s¨ªntesis. Una solterona, un golfo, un viejo arruinado, un astillero que se astilla, y don de nada se construye. Libro fantasmal y l¨ªrico. No se puede conseguir m¨¢s con menos ele mentos. Cuando la narraci¨®n se estiliza hasta darnos s¨®lo la es tilizaci¨®n, es cuando uno llora un llanto est¨¦tico, tan duro como el "llanto militar" de Que vedo, que perplejiza a Borges.
-M¨¢s cositas para el vino, Dolly, amor.
Dos polos, ya digo. La m¨¢xima acumulaci¨®n y la m¨¢xima depuraci¨®n. Nunca Onetti se hab¨ªa adelgazado tanto, ni ha vuelto a hacerlo. Pero es el gran narrador l¨ªrico de Am¨¦rica, no porque escriba l¨ªrismos (que lo hace, y hace bien), sino porque, como dijera Sartre de otro, "le importa m¨¢s la preparaci¨®n y el recuerdo de la acci¨®n que la acci¨®n misma".
-Los duelos en Uruguay, de los que ha escrito Mart¨ªn Prieto.
-Bella cr¨®nica, pero Prieto ha escrito lo que le han contado. Aquello estaba todo combinado.
-Los realistas.
-Ya sab¨¦s vos que no me gustan algunos realistas, espa?oles.
La preparaci¨®n y el recuerdo de la acci¨®n son lirismo. La acci¨®n en s¨ª es ¨¦pica. El escritor que se da m¨¢s al recuerdo anterior yposterior (ah la maravilla del recuerdo anterior, en Onetti) es un l¨ªrico y no un ¨¦pico, por m¨¢s que pasen cosas en su libro.
Las rosas hacen su terrorismo alegre en la cocina. La perra se ha dormido de ternura. O cuando menos, se ha callado. Onetti est¨¢ hablador esta ma?ana. Ponemos a parir, como es mandado, a medio mundo literario. "A Juan Ignacio Tena lo queremos". "Claro que lo queremos, Juan Carlos". Y pasaron los a?os, y volv¨ª de Canarias (donde me hab¨ªa entrevistado un periodista audaz y para m¨ª desconocido, Juan Cruz, que me anunciaron como el genio de las islas), Y le¨ªamos a Onetti, esa locura de Juntacad¨¢veres, c¨®mo lleg¨® este hombre a tanta prosa. Se le ha dicho de influencia yanqui. No, ninguna. El yanqui (los yanquis que le citan, que tampoco son yanquis) escribe corto, seco, puntual. Y Onetti nos envuelve en su lirismo, en un derramamiento que es mentira, que est¨¢ muy contenido, que es s¨®lo el manadero l¨ªrico de quien a¨²n ve poes¨ªa en los actos de los hombres.
-Qu¨¦ verdad m¨¢s bien mentida, Onetti.
Y le devuelvo as¨ª lo que me ha dicho de mi libro, y que es el mejor diagn¨®stico.
Yo creo que este hombre no quiere volver a su pa¨ªs. No se lo pregunto por respeto, por amor, pero me parece que este hombre, ciudadano del mundo, no quiere volver a su pa¨ªs. Un d¨ªa presentamos su ¨²ltimo libro, unos cuantos, en el Casino de Madrid, y mi teor¨ªa era y es que cada novela de Onetti hay que leerla sobre el fondo de todas las anteriores, pues que son, un corpus/continuum que ganan espesor y profundidad, cada una, cuando se conoce el resto. Y es as¨ª, no por ninguna clase de nauseabunda continuidad argumental, sino porque Onetti insiste e insiste en un orbe peque?o y taraceado "como una moneda cartaginesa", que hubiera dicho Baudelaire.
Ha hecho, as¨ª (aislando sus libros fundamentales), un solo libro, una sola novela grandiosa que se completa por reiteraci¨®n y no -cielos- por ilaci¨®n. El retorno del personaje puede que est¨¦ en Balzac, pero en Orietti no es balzaquiano, porque no es argumental, sino po¨¦tico.
Y Verdes:
-Cuenta aquello, Onetti, de cuando te hicieron el homenaje en La Sorbona y t¨² te despediste con un "merci", y v¨¢monos, Doly, de golpe, anda, cu¨¦ntalo.
-No, mi amigo, no fue tan brut¨¢l, pero yo les habl¨¦ muy poco en La Sorbona. Generalmente hablo poco, y menos en p¨²blico. Me tra¨¦s las gafas, Dolly.
Y Dolly trae las gafas, que son las de siempre, que siempre le han quedado peque?as a sus ojos de pez inteligente y doble. Se sujeta con las gafas los ojos desvariantes, que todo quieren y pueden verlo, que parecen girarse hasta la espalda.
-Me molestan los ojos, Umbral, me duelen de leer y de mirar, yo ya no s¨¦ qu¨¦ hacer.
-Si t¨² quieres, te llevo a buenos oculistas, Onetti, aqu¨ª en Madrid, o nos vamos a Barcelona, como t¨² quieras. ?Tienes muchas dioptr¨ªas?
-S¨ª, es lo ¨²nico que tengo.
-Eso se arregla f¨¢cilmente. Vamos a irnos de m¨¦dicos, Onetti.
No dice que s¨ª ni que no. Es ya un poco el hombre que ha decidido sentarse en su sill¨®n a ver venir todas las devastaciones, casi complacido en tan populoso y atroz espect¨¢culo. Pero por su cabeza ruedan astros de lucidez, y entonces hay que salvar el resto, los ojos que se cansan, la boca que se calla, la barba de dos d¨ªas (o de tres), el rostro embarnecido, el cuerpo reposado (le golpeo la tripa), los breves calcetines y las zapatillas de pana, sin tal¨®n (uno, a esto del tal¨®n en las zapatillas, le da mucha importancia: s¨®lo se puede andar en zapatillas destalonado; quienes se calzan zapatilla completa se hacen las viejecitas de s¨ª mismos. Aqu¨ª veo yo, pues, el dandismo pen¨²ltimo de Juan Carlos Onetti, cuando le dijo a alguien: "Yo soy un arist¨®crata").
-?Est¨¢s escribiendo una no vela?
-Estoy escribiendo una novela.
-T¨ªtulo.
-Lo he titulado con una frase de un tipo que anda por ah¨ª, un paria, un piernas, un tipo miserable, un tal Umbral.
-Despreciable personaje. ?C¨®mo se llama el libro?
-Cuando entonces.
Uno sabe, por los maestros ling¨¹istas, que el milagro de la literatura reside en lo m¨¢s humilde, como todos los milagros, o sea la gram¨¢ti.ca, en este caso. Y uno ha forzado siempre la gram¨¢tica, como el m¨²sico fuerza el pentagrama, para lograr mayores expresividades en machihembrados imposibles como .cuando entonces". Y no han faltado redichos que ignoraban este pulso con el idioma y me han reprochado el "cuando entonces", como otros voluntarismos antigramaticales: escribir es condenar la gram¨¢tica a la hoguera de la l¨ªrica.
Ahora, mi mayor, mejor y ¨²nica compensaci¨®n es que un maestro mundial, como Onetti, utilice el "cuando entonces" para titular un libro, para, aparte la generosidad personal, dar la dimensi¨®n de pasado, nostalgia y memoria adverbial qud ambas palabras acumulan.
Estoy, s¨ª, sentado en el suelo, a los pies de Onetti, el narrador m¨¢s profundamente l¨ªrico de la moderna literatura americana, y no cabr¨ªa decir esa cosa f¨¢cil de que es ya uno de sus propios personajes, porque lo que pasa, m¨¢s bien, me parece a m¨ª, es a la inversa: que se ha escrito a s¨ª mismo en sus novelas, que es un hombre muy escrito y, con los a?os, inevitablemente, su literatura hace nido en su cuerpo, se salva en ¨¦l. Si dejamos a un lado la literatura, lo m¨¢s literario de un escritor es ¨¦l mismo. Onetti puede ser ya cualquiera de sus personajes, incluso la solterona loca de El astillero. No -repito- por un f¨¢cil proceso de somatizaci¨®n de la autoescritura, sino porque, escribiendo y escribiendo, se hab¨ªa preparado este sill¨®n y este cuerpo y esta barba de tres d¨ªas (decididamente tres) para ser ¨¦l sin dejar de ser ¨¦l, tan literario y tan abandonado, que es palabra de tango.
-Adi¨®s, Onetti, amor, te amo/te amo. Una vez me hablaste de una novela sin argumento. ?Es ¨¦sta?
-Bueno, algo as¨ª, miamigo.
Verdes se queda haciendo apuntes. Dolly sale conmigo hasta el ascensor. Las rosas ponen su terrorismo alegre en la cocina. Las gentes me dec¨ªan: "No vayas a verle, que no habla". Conmigo, s¨ª. Y m¨¢s de lo debido, ?eh, maestro? Pero callo.
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