Ed¨¦n
Tiene un nombre paradisiaco y buc¨®lico, pero es hijo del fragor de la batalla. Las revoluciones gestan a menudo criaturas semejantes: seres que dependen de la muerte para poder reconocerse como vivos. Cuando Ed¨¦n Pastora entr¨® en la guerrilla, la guerra entr¨® en ¨¦l. No hay intensidad mayor que la de sentirse superviviente. Ed¨¦n, el del nombre celestial, qued¨® atrapado en los placeres del infierno.La tradici¨®n ense?a que el demoniaco es un comercio caro. Fausto pag¨® su precio, Pastora lo est¨¢ pagando. Ah¨ª est¨¢, perseguido por los sangrientos fantasmas de la acci¨®n, que son esp¨ªritus rabiosos. Se le acab¨® la guerra en Nicaragua y tuvo que inventarse otra. Huy¨® Somoza y hubo que buscar otro adversario. No existe combate sin oponente; Pastora es esclavo de su enemigo, depende de ¨¦l para dar un sentido a su existencia. Esa es su humillaci¨®n y su condena.
Cuando se revolvi¨® contra sus compa?eros, los sandinistas dijeron que Ed¨¦n estaba pagado por la CIA. No lo creo: Pastora es un mercenario de la muerte, no del dinero. Se dice que los servicios de espionaje norteamericanos intentaron trabajar con ¨¦l, pero que despu¨¦s resolvieron mantenerle a una higi¨¦nica distancia: Pastora est¨¢ demasiado enfermo incluso para ellos. Es el delirio b¨¦lico, la hambruna de una gloria apocal¨ªptica. Ed¨¦n, el del nombre celestial, es un demente que cree ser arc¨¢ngel de castigo.
Ahora Pastora ha entrado en Nicaragua con sus 1.500 soldaditos, seguramente con el cauteloso apoyo norteamericano. Hace falta estar loco para utilizar, siquiera coyunturalmente, al loco comandante Ed¨¦n Pastora. Como lo est¨¢ ese Reagan que siembra los puertos nicarag¨¹enses de minas ilegales, ese Reagan que reclama millones de d¨®lares al Congreso para costear matanzas. Loco es, pero no imb¨¦cil: Reagan tiene prisa, y est¨¢ en lo cierto. No puede permitir que Nicaragua celebre elecciones, que establezca el. proceso democr¨¢tico anunciado, dej¨¢ndole sin argumentos y sin demag¨®gicos agravios. Por eso empolla minas y pide bombas, y, en su urgencia, acoge en su seno de hierro al hijo esp¨²reo, a ese Ed¨¦n Pastora cautivo de su obsesi¨®n, comandante de violencia, condenado.
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