La incurable adicci¨®n a la droga
Ni b¨ªpedo implume, ni animal racional, ni portador de valores eternos: la mejor definici¨®n de nuestra especie es la que afirma que el hombre es un bicho drogadicto por antonomasia. Algunos zo¨®logos se empe?an ¨²ltimamente en se?alar que tambi¨¦n otros animales llamados interesadamente por nosotros inferiores muestran patente afici¨®n a provocarse embriagueces: las hormigas soban cari?osamente a ciertos pulgones para beber el perturbador jugo que ¨¦stos exudan, algunos tiburones se emborrachan por hiperoxigenaci¨®n en las corrientes que atraviesan determinadas cuevas submarinas, los elefantes recurren a los frutos fermentados de tales o cuales ¨¢rboles para propinarse unas trompas de aqu¨ª te espero, etc¨¦tera. Sin pretender hacer de menos estos benem¨¦ritos y bestiales esfuerzos toxic¨®manos (cuyo inventario es m¨¢s curioso que concluyente, como los testimonios zool¨®gicos de Gide en Corydon para probar la naturalidad del deseo y el disfrute homosexual), hay que reconocer que los del hombre van mucho m¨¢s all¨¢ en cantidad y cualidad. La obra cl¨¢sica de Louis Lewin, Phantastica, aparecida en 1924, estudiaba decenas de productos (narc¨®ticos, euf¨®rizantes, alucin¨®genos, embriagadores, hipn¨®ticos, excitantes ... ) que iban desde el vino al peyote, del opio al t¨¦ y al caf¨¦. del ya familiar tabaco (tan perseguido hoy en los parlamentos) al ex¨®tico kawa-kawa... La edici¨®n de Phantastica que poseo es de 1970 y lleva una sustantiva adenda que incluye cerca de 20, productos nuevos (el m¨¢s significativo de todos es el ¨¢cido lis¨¦rgico) aparecidos tras la primera publicaci¨®n de la obra; no dudo que las posteriores reimpresiones hayan podido ser aumentadas de modo semejante, aun sin molestarse en ampliar el concepto restrictivamente qu¨ªmico de lo que Lewin entend¨ªa por droga. El esfuerzo concienzudo por alterar la conciencia atraviesa como un leitmotiv p¨²dicamente disimulado la historia de la humanidad. Para Beckett, todo lenguaje es un abuso de lenguaje; del mismo modo, dir¨ªamos que toda conciencia es anhelo de abusar y alterar la conciencia.Los hombres se han drogado por motivos religiosos y tambi¨¦n para compensar el declive de las grandes creencias, para animarse ante los riesgos de la guerra y ante los compromisos del amor, para poder soportar la soledad y para mejor disfrutar de la compa?¨ªa. Se han drogado los ricos por hast¨ªo decadente, y los pobres, de puro desesperados; los j¨®venes desorientados que quieren experimentarlo todo y los viejos resabiados que ya no pueden esperar nada; los activos que ambicionan multiplicar su energ¨ªa y los contemplativos que buscan el ensiraismamiento... En ¨²ltimo t¨¦rmino, los hombres se drogan para aprovechar / soportar / pasar el tiempo de su vida, tan breve y tan arduo. Condenar las drogas en general viene a ser como reprender a la condici¨®n humana por serlo: una tarea idiota e hip¨®crita, a partes iguales, que ciertos filisteos llaman, no s¨¦ por qu¨¦, moral. Tan rid¨ªculos son quienes ven en esta afici¨®n al trastorno del alma un eco de la fe perdida como quienes denuncian ah¨ª otro efecto de la insatisfacci¨®n ante la moderna sociedad capitalista. Simplezas puritanas, desmentidas por la verdad de un poeta: "Siempre hay que estar ebrios. Eso es todo: tal es la ¨²nica cuesti¨®n. Para no sentir el horrible fardo del Tiempo, que os quebranta los hombros y os doblega hacia el polvo, es menester que os embriagu¨¦is sin tregua. -?De qu¨¦? De vino, de poes¨ªa o de virtud, a vuestro antojo. Pero embriagaos" (Baudelaire, El spleen de Par¨ªs).
Pero los efectos de la droga son terribles, se me dir¨¢. J¨®venes destrozados, ni?os pervertidos a la puerta de sus colegios, asaltos, cr¨ªmenes: la n¨¦mesis actual, Do?a Inseguridad Ciudadana. Bueno, vayamos por partes. La cuesti¨®n de la droga como amenaza tiene dos aspectos, uno privado o individual y otro p¨²blico: el primero consiste en el riesgo de destrucci¨®n ps¨ªquica o risica que corre la persona que se entrega vertiginosamente a determinadas drogas; el segundo es el peligro social que constituyen los drogadictos y sus exigentes proveedores. Que la droga mata es cosa indudable: comparte este siniestro privilegio con determinadas ideolog¨ªas pol¨ªticas, algunas de las religiones m¨¢s populares del planeta, el boxeo, el alpinismo y el teatro de Calder¨®n. No creo que pueda ni deba evitarse que cada cual se destruya del modo que considere m¨¢s conveniente. Si alguien prefiere morir de una borrachera que de un tiro en la nuca, que atropellado o ro¨ªdo por la leucemia, no veo argumentos s¨®lidos para hacerle desistir de su determinaci¨®n. Quiz¨¢ la fascinaci¨®n por la muerte es la droga m¨¢s antigua y b¨¢sica de todas: quienes predican los riesgos fatales de los t¨®xicos para disuad¨ªr de su uso puede que est¨¦n haciendo inconscientemente su m¨¢s eficaz apolog¨ªa... Puesto que el papel b¨¢sico de la sociedad es conservar la vida de sus clientes (pero sin da?ar para ello su irrenunciable libertad), parece oportuno que se informe a los ciudadanos del peligro que entraftan la hero¨ªna y las competiciones de F¨®rmula 1, el abuso del vino de Carifiena y la frecuentaci¨®n de mujeres venales. Tambi¨¦n es de indudable inter¨¦s p¨²blico que haya instituciones m¨¦dicas o la suficiente flexibilidad social como para que quien quiera desengancharse (de la droga, del terrorismo o de un fastidioso matrimonio) pueda disfrutar de esa posibilidad renovadora. Pero no creo que sea misi¨®n de la autoridad salvar a nadie de s¨ª mismo ni normalizarle contra su voluntad.
?Y qu¨¦ hay de la droga como factor crimin¨®geno? Aqu¨ª est¨¢ el meollo del problema en cuanto cuesti¨®n pol¨ªtica, y lo primero que parece pertinente es preguntarse por qu¨¦ la droga induce al delito. ?Por la alteraci¨®n de la personalidad que causa? No parece probable. La droga m¨¢s agresiva y que provoca mayor n¨²mero de accidentes (laborales, de circulaci¨®n, etc¨¦tera) es el alcohol, y, sin embargo, no se la
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considera tan nociva como para prohibirla (?espero que jam¨¢s perdamos esta indudable superioridad sobre los pa¨ªses isl¨¢micos!). Por lo dem¨¢s, nunca el alcohol fue causa de tantos y tan graves delitos como cuando se le prohibi¨® en Estados Unidos all¨¢ por la era Capone... La mayor¨ªa de las drogas llamadas duras inhiben los deseos criminales en lugar de estimularlos; en todo caso, representan una amenaza para sus usuarios, pero no para el pr¨®jimo. Comparadas con las alteraciones del ¨¢nimo producidas por la avaricia o el amor, las perturbaciones a que induce la droga son parvulariamente inocuas... Pero entonces, ?qui¨¦nes son los drogadictos lanzados desesperadamente al delito? No quienes han tomado droga, sino qui¨¦nes no han podido tomarla. Y no han podido tomarla porque es muy cara y su comercio est¨¢ controlado por bandoleros que ganan fortunas fabulosas con su tr¨¢fico y adulteraci¨®n. Lo que en la droga se convierte en fuente de delitos no son sus efectos, sino su precio; no es un problema clinico ni una perversi¨®n moral, sino otro caso m¨¢s de explotaci¨®n econ¨®mica. La verdadera y m¨¢s grave, incurable dir¨ªa yo, adicci¨®n a la droga es la de los desaprensivos beneficiarios del negocio que representan. Cuando la coca¨ªna o la hero¨ªna se vend¨ªan libremente en las farmacias no eran causa de atracos ni asaltos; el ¨¢cido lis¨¦rgico, cuya intr¨ªnseca baratura ha impedido siempre que se convirtiera en aut¨¦ntico negocio, nunca lo ha sido. Y ning¨²n corruptor sin entra?as reparte ginebra o vodka a las puertas de las escuelas para hacer caer en el vicio a las criaturitas, ya que esas drogas se venden legalmente y a precio razonable en los establecimientos del ramo.
El peligro p¨²blico que determinadas drogas representan como factores de impulso a la delincuencia no se debe a los productos t¨®xicos en s¨ª mismos, sino a la prohibici¨®n que pesa sobre ellos y a la innoble mafia que se beneficia de tal situaci¨®n. La fascinaci¨®n que ciertas drogas duras (?ya el mismo calificativo es tentador!) ejercen sobre los j¨®venes se debe en buena medida al aura aventurera y rom¨¢nticamente desesperada que rodea su obtenci¨®n y consumo, la cual proviene tambi¨¦n de la prohibici¨®n citada. Las campa?as de prensa que en nombre de la seguridad ciudadana rodean de detalles novelescos a ciertos productos prohibidos colaboran a reforzar su prestigio: estamos leyendo tanto ¨²ltimamente sobre los l¨²gubres orgasmos de la hero¨ªna que van a terminar chut¨¢ndose hasta las sefloras del ropero de San Vicente de Pa¨²l... Si las drogas se vendieran libremente en las droguer¨ªas, que es lo suyo, s¨®lo recurrir¨ªan a ellas quienes no se atrevieran a perturbar su alma y sus sentidos con los venenos realmente potentes, como el pensamiento o la soledad.
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