Miguel Delibes
Juega, y juega muy bien, al provinciano en Madrid. La gata, Ada o el ardor, se le ha subido y la soporta. "Que te va a llenar de pelos". "Que no, que es cari?osa". Miguel Delibes, que, como mi anterior Otero Besteiro y como todo hombre de madurez cumplida, ha comprendido que el ¨²nico franciscanismo del mundo se hospeda en los animales aprendi¨® de m¨ª (yo que he aprendido tantas cosas de ¨¦l) a soportar los gatos, que antes le parec¨ªan diab¨®licos.-?Y el Rojito?
-Al Rojito a¨²n no te lo mereces, Miguel, y ¨¦l lo sabe. Juega de momento, con la gata.
Una vez me hablaba de un gato que se expresaba como su due?o muerto en la noche del velatorio. Impropio de un profesional de los bichos. Hace muchos a?os, venido yo a Madrid, le ped¨ª un cuento para una revista en la que trabajaba, y me mand¨® Los santos inocentes, primer cap¨ªtulo de una novela que ha dado lugar a una gran pel¨ªcula de Mario Camus. Oscar Estruga ilustr¨® el cuento. Miguel hab¨ªa viajado con Angeles por Extremadura e hizo el poema testimonial y sobrio, en prosa, de lo que all¨ª pasa. Cuando Lara le anticip¨® unos millones por una novela, Miguel, despu¨¦s de pens¨¢rselo mucho, desarroll¨® aquel cuento y le sali¨® una novela breve y genial, Los santos inocentes.
-Y la picadura, Miguel, ?por qu¨¦ has dejado la picadura?
-Porque en aquellos cigarrotes infames que yo me liaba y chupaba, hab¨ªa mucho m¨¢s veneno que en estos cigarrillos con filtro.
De todos modos, se me hace raro verle sacar la cajetilla y obtener un pitillo, como un ejecutivo. Los cigarros gordos, negros y precisos que liaba Miguel eran como la loseta de Venecia, en Proust, como los tres arbolillos algo que fij¨® el tiempo y perfum¨® la impaciencia de unos cuanto j¨®venes vallisoletanos con in quietudes.
-Qu¨¦ pas¨®, Paco, qu¨¦ pago el a?o sesenta, en Valladolid. Alonso de los R¨ªos, P¨¦rez Pell¨®n, Jim¨¦nez Lozano, Leguineche, Mart¨ªn Descalzo. T¨² te viniste a Madrid, casi todos os vin¨ªsteis a Madrid. Pero qu¨¦ momento aqu¨¦l, qu¨¦ momento de El Norte de Castilla.
-?Y qu¨¦ ha pasado con nosotros, Miguel? Que t¨² acaricias el recuerdo de una mujer impar, de la que yo mismo estaba enamorado. Que yo acaricio una gata enferma y dulc¨ªsima. Que todos somos Azar¨ªas, Miguel, in¨²tilmente, innecesariamente da?ados por la vida: "Milana bonita, milana bonita...".
-Me vas a hacer llorar, Paco.
-Poder decirle eso a un animal es toda la pureza y toda la ternura del mundo, Miguel, despu¨¦s de que t¨² y yo hemos vivido tanta vida. Azar¨ªas vive en el tiempo natural, no en el tiempo ficticio de la literatura y la pol¨ªtica. Desde ahora, Miguel, le dir¨¦ a mi gata: "Milana bonita, milana bonita...". Y no necesito otra cosa en la vida, Miguel.
-Aquel a?o sesenta, Paco, qu¨¦ pas¨® en Valladolid aquel a?o sesenta. Yo cre¨ªa que era un problema de generaciones, Paco, que luego vendr¨ªan otros, pero no ha salido nadie. Ahora hacemos el peri¨®dico con robots, y el otro d¨ªa se nos perdieron seis p¨¢ginas en la pantalla, "se han volado, dec¨ªan todos, se han volado" esto es cosa de brujas, y estuvimos toda la noche dando teclas, Paco, y no aparecieron las seis p¨¢ginas.
-?Sigues muy vinculado a El Norte, Miguel?
-Voy una vez por semana.
Y saca un ejemplar de hoy mismo, hecho ya con computadoras, y me lo deja como al descuido. El peri¨®dico es ahora m¨¢s peque?o y est¨¢ lleno de blancos est¨¦ticos.
-Recuerdo, Miguel, que yo le hablaba a Carlos Campoy de los blancos, y t¨² le dec¨ªas a Carlos "Dile a Umbral que un peri¨®dico es tinta y no blancos; Umbral es un esteta".
Rie, r¨ªe con su risa de lobo bueno. Era todo ¨¦l, tras una mampara que le separaba de la redacci¨®n (nunca quiso ocupar el despacho de director), una Facultad de Ciencias de la Informaci¨®n. La ¨²nica que he conocido y respeto. Un d¨ªa me lo dijo:
-Mira, Pacorris, lo tuyo est¨¢ muy bien, pero yo quisiera explicarte que hay un nivel literario, ensay¨ªstico, de libro, y un nivel period¨ªstico, que es el nuestro.
S¨®lo con esta lecci¨®n me hizo periodista. Pacorris se convirti¨® en Francisco Umbral. Miguel, en casa, esta tarde, toma cualquier bebida inocua. El gal¨¢n de un Hollywood montaraz se ha convertido en un elegante caballero que no aparenta los a?os y trae una chaqueta azul/sport de buen corte.
-La neurastenia, Paco. Tengo momentos de bloqueo, de angustia, en que me es imposible escribir nada, ni casi vivir. Antes se produc¨ªa con el avi¨®n. Ahora incluso con el autom¨®vil.
-El valium.
-Se pas¨® el valium. Ahora tomo otras cosas. Cosas que, como entonces, me deshacen el nudo del pecho y me permiten, cuando menos, dormir.
-Valladolid.
-No puedo salir a la calle, Paco, siempre hay veinte pesados que quieren sobarme. Claro que basta cruzar el puente sobre el Pisuerga para estar en el campo, en diez minutos, y eso es importante para m¨ª.
-Aquel Valladolid.
-Efectivamente, yo me par¨¦ en la infancia, como todo el mundo. Si un d¨ªa vuelvo a escribir la novela de la peque?a burgues¨ªa provinciana, ser¨¢n aquellos burgueses, los de entonces. A los de hoy es que ni siquiera los conozco ni s¨¦ por d¨®nde van.
-Pero t¨² prefieres escribir del campo.
-S¨ª, me libera m¨¢s.
-?Qu¨¦ escribes ahora?
-Una cosa de unos t¨ªos que descubren un tesoro en Castilla. Parto de un caso real, pero a¨²n no me he reconciliado con el tema. No s¨¦.
-?De qui¨¦n es hoy El Norte?
-De un grupo de accionistas. Se opusieron a las operaciones de compra pol¨ªtica. Lo ¨²nico que le falta hoy, al Norte, eres t¨², Paco.
-Sedano.
-El otro d¨ªa se present¨® un matrimonio muy culto, dispuesto a conocerme a fondo y tener conversaciones profundas sobre mi obra. Yo estaba fregando los platos y se lo dije: "Pasen a la cocina y vean que estoy fregando los platos para irme. Lo siento, pero no puedo atenderles".
La escena, aunque no se lo digo a Miguel, me ha recordado uno de los textos de Henry Miller, en Big Sur. A Miller se le presentan, cuando est¨¢ cambiando los pa?ales de su hija peque?a y tard¨ªa, unos cuantos hippies que le dicen: "Venimos aqu¨ª porque sabemos que en esta casa se practica la anarqu¨ªa y el sexo". Miller les cierra la puerta. "En esta casa no se practica la anarqu¨ªa ni el sexo. Esoy cambiando los pa?ales a mi ni?a peque?a. L¨¢rguense". De la org¨ªa an¨¢rquico/sexual se deviene enamorado de una ni?a en pa?ales, de una milana o de una gata con ojos entre Martha Toren y Charlotte Rampling, tristes y verdes.
-?Por qu¨¦ matas bichos, Miguel?
-Ya casi no mato bichos, Paco.
(Miguel siempre ha tenido frente a m¨ª una cierta mala conciencia de depredador.)
-Mira mi gata. Mira qu¨¦ guapa es. ?T¨² la matar¨ªas de un tiro?
-No, por Dios, qu¨¦ disparate. En Suecia me propusieron, muy ilusionados, una caza del gamo. 'No quiero matar un gamo, con esos grandes ojos que tiene, ni dejarle cojo para toda la vida", les dije, Paco, eso les dije.
-Gracias, Miguel, en nombre de los gamos. Pero ya sabes, Miguel, porque te lo dije hace un a?o, que yo quiero un estornino. El estornino es negro, malvado y jaspeadito. Es el Baudelaire de los p¨¢jaros.
-Es de locos, Paco, que quieras tener un estornino en una jaula. Lo m¨¢s que puedes hacer es montar un palomar en tu pueblo. El estornino llega, echa a las palomas y se queda con todo. En Francia hay un proyecto para acabar con los estorninos y otros p¨¢jaros da?inos, lo cual me parece, asimismo, disparatado.
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- La perdiz.
-La perdiz es cauta, sabia huidiza. Se la mata sin sentir. Lo malo es la liebre, Paco, la liebre que queda malherida y gime y hay que rematarla. Eso es horrible, Paco.
-No me lo cuentes. Siempre te he dicho, Miguel, a ti que eres cristiano, que es m¨¢s pecado matar una perdiz roja que beneficiarse a una se?orita.
Los santos inocentes ha resultado una pel¨ªcula magistral. Lo mejor que daba en mucho tiempo el cine espa?ol. Mario Camus, de gran oficio artesano, est¨¢ potenciado aqu¨ª por una historia excepcional. Lo que no ha descubierto el cine, en un siglo de vida, es que las pel¨ªculas funcionan cuando hay un escritor detr¨¢s. Los argumentos escritos en una cafeter¨ªa, entre los cuatro amiguetes de la oficina de una productora, no funcionan nunca, por m¨¢s estrellas que se le metan al reparto. El cine no es m¨¢s que un heredero visual de la novela (de la novela cl¨¢sica, de acci¨®n), y, en cuanto se sale de eso, se pierde entre el esteticismo y el oportunismo. Nadie puede hoy en Espa?a construir un gui¨®n tan s¨®lido como Miguel Delibes, que no es guionista.
-Y tuve que ocuparme de los di¨¢logos, que eran un error.
En Los santos inocentes, los personajes hablan justo y preciso, perfumados de color local. Hablan como Miguel Delibes ha hecho hablar a todos los campesinos de Espa?a.
-?Cu¨¢ntas escopetas tienes, Miguel?
-Una, y ni siquiera s¨¦ la marca.
Se nota que le molesta el tema, hablando conmigo.
-Lo normal -dice- es que un gran cazador cace con secretarios, de manera que siempre le tienen las escopetas preparadas, y caza las becadas por delante y por detr¨¢s.
Siendo mucho m¨¢s que un realista, Delibes cubre y cumple los expedientes del realismo novelesco mediante la construcci¨®n de historias muy ajustadas, muy graduadas, muy eficaces y convincentes. Esto le hace especialmente. apto para el cine y las traducciones, ya que su f¨¢bula, cada una de sus f¨¢bulas, es un cristal tallado que pasa ¨ªntegro a las im¨¢genes o a otro idioma. M¨¢s que ser nuestro ¨²ltimo gran realista, yo dir¨ªa que Delibes hace de tal, pues si algo caracteriza esa convenci¨®n llamada realismo es la neutralidad/nulidad est¨¦tica de la prosa, y los libros de MD se sustentan en un juego de lenguajes acerad¨ªsimos- el del campesino, el de la vieja, el del peque?o burgu¨¦s, el del propio narrador- que posibilitan la credibilidad de la f¨¢bula y la enaltecen art¨ªsticamete. Se ha estudiado mucho, en el mundo, la severa construcci¨®n novel¨ªstica de MD (realismo). Se ha estudiado menos el juego, igualmente preciso y severo, de sus lenguajes (lirismo), estructura l¨¦xica en la cual se sustenta verdaderamente la narraci¨®n, ya que la narraci¨®n mal narrada, no narrada se borra sola (pues que nunca ha sido realmente escrita: se nos olvida), como tantas novelas incluso de Balzac.
-?Sigues con el rollo de los libros cortos, Miguel?
-S¨ª, me parece que es lo que ahora quiere la gente. Aunque a la vista de tu ¨²ltimo libro, tan largo y tan ameno, empiezo a dudar. Pero lo veo por mis hijos. Los mayores de 30 todav¨ªa leen, siempre est¨¢n leyendo algo. Los peque?os s¨®lo leen aquello que les pueda ser ¨²til para su trabajo o su carrera.
Miguel, el hermano mayor que la vida no me dio. En el estreno de la pel¨ªcula, por la noche, me dice que no ve estrellas, y le presento a la m¨¢s luciente de todas, Mar¨ªa Luisa San Jos¨¦. En seguida se enrollan. Me cuenta Miguel que, en el rodaje de la peli, cuando los actores ten¨ªan que matar palomas, no alcazaban una: "Yo estaba detr¨¢s, ri¨¦ndome, pero no me atrev¨ª a pedir una escopeta". En los ojos tristes y magn¨ªficos de la milana, como un oro enfermo, he visto los ojos de mi gata, Ada o el ardor, ojos enamorados, tristes y verdes. Enfermos. El burro del Rojito apenas se entera. Dijo Ruano que los animales son siempre ni?os, y este es el secreto de la ternura que nos promueven. La milana picoteando en el pecho panificado y dormido de Paco Rabal. No hay otra verdad en la tierra. Y Miguel viene a casa, por la tarde, Miguel Delibes, y la gata se le sube, "que se te ha subido la gata, Miguel", y est¨¢ levemente embarnecido, rejuvenecido en una gloria segunda y como m¨¢s callejeada que la primera. Se ha puesto corbata y los fuma liados:
-El liarlos y chuparlos daba m¨¢s c¨¢ncer, Paco.
-El que fumaba en pipa era don Francisco de Coss¨ªo, Miguel.
-Gran articulista, don Paco. Ruano, Pem¨¢n, Cossio, t¨², ten¨¦is ese don del art¨ªculo, Paco, que pocos tienen, que yo no tengo.
-?Cu¨¢ntos art¨ªculos haces al mes, Miguel?
-Uno, y no me sale.
-Don Paco Coss¨ªo, Miguel; que era el hermano listo, viv¨ªa en un hotel modesto, por detr¨¢s de la Gran V¨ªa, y bajaba por las ma?anas a Chicote, que no hab¨ªa nadie, Miguel, a cubrir las pocas colaboraciones que le quedaban. Qu¨¦ ¨¦poca aquella del Madrid de los sesenta, Miguel, en que don Paco iba algunas tardes al Gij¨®n, a buscarme, para seguir charlando. Yo, en mi Trilog¨ªa, hago un retrato del otro Coss¨ªo, don Jos¨¦ Mar¨ªa, a quien trat¨¦ mucho, y que ten¨ªa en la risa una nota verde de ranita de cuento. Don Jos¨¦ Mar¨ªa ten¨ªa m¨¢s talento social, y brill¨® m¨¢s, pero, como me dec¨ªa una vez Marino G¨®mez-Santos, el escritor era don Paco. ?Y qu¨¦ ha pasado con nosotros, Miguel? ,
-?Y qu¨¦ ha pasado con nosotros, Paco?
-Pues ya lo ves, amor, que cubrimos todos nuestros objetivos, pero eso produce m¨¢s tristeza que euforia, y yo estoy melanc¨®lico de la pura pena de no saber por qu¨¦, y t¨² est¨¢s neurast¨¦nico, Miguel. ?Por qu¨¦ dices neurast¨¦nico y no neur¨®tico?
-Porque lo que estamos es neurast¨¦nicos, Paco. Tu madre dec¨ªa "neurastenia". Fern¨¢ndez Fl¨®rez escribi¨® Visiones de neurastenia. La neurosis es ya una cosa m¨¢s moderna, aunque crean que es la misma, Paco. La gente tiene neurosis, Pacorris. T¨² y yo tenemos neurastenia. Cuidemos nuestra neurastenia, que a lo mejor es nuestro talento. ?Qu¨¦ ha pasado con nosotros, Paco?
-Eso te lo preguntaba yo a ti, Miguel. Que hemos cubierto todos los objetivos que nos propon¨ªamos desde El Norte de Castilla, pero estamos neurast¨¦nicos. Que t¨² tienes una becada de hijas dulc¨ªsimas a las que acariciar, Miguel, amor, y yo s¨®lo tengo una gata enferma, con los ojos verdes y tristes de Martha Toren, ?te acuerdas de Martha Toren, Miguel?, y cuando estoy a solas con ella la beso y lloro y le digo milana bonita, milana b¨®nita.
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