El escritor Gerald Brenan se encuentra 'confuso' en una residencia inglesa y pregunta si puede regresar a Espa?a
"Quiero morirme. Soy demasiado viejo y no me gusta mi situaci¨®n. No quiero molestar a nadie. ?De verdad cree usted que puedo volver a Espa?a?". Gerald Brenan, el escritor ingl¨¦s que vivi¨® m¨¢s de 50 a?os en Andaluc¨ªa, est¨¢ terriblemente deprimido y "confuso" en su peque?a habitaci¨®n de una residencia de ancianos, al noroeste de Londres, y desea regresar a Espa?a. Llueve desde hace 72 horas y don Gerardo, como le conocen en las Alpujarras, no ha podido salir al jard¨ªn.
"No puedo andar ni moverme. En estos momentos s¨®lo querr¨ªa morirme, que alguien cogiera un fusil y me matara". "?Har¨ªa usted eso si fuera yo quien se lo pidiera?". "No. ?se es precisamente el problema. Lo comprendo muy bien, pero quisiera descansar; un descanso completo".Gerald Brenan no comprende muy bien por qu¨¦ est¨¢ en Londres. "Estoy algo confuso. Creo que all¨ª no me pod¨ªan cuidar bien y que los amigos ingleses que se han preocupado por m¨ª en los ¨²ltimos a?os creyeron que estar¨ªa mejor aqu¨ª".
Don Gerardo no recuerda cu¨¢ntos d¨ªas hace que sali¨® de Espa?a, "cinco, tal vez 10". Henrietta Garnett, sobrina nieta de Virginia Woolf, que le visitaba al mismo tiempo que EL PA?S, tiene las l¨¢grimas en los ojos. "Alguien le ha dicho que no pod¨ªa quedarse en Espa?a, que le echaban. Al parecer, fue a ver una horrible residencia para ancianos en Mijas, un aut¨¦ntico matadero, pero nadie le ense?¨® un lugar agradable para seguir viviendo en Espa?a". Los amigos ingleses de Brenan son demasiado viejos para poder visitarle. "En Espa?a tal vez se sentir¨ªa menos solo y estar¨ªa menos deprimido".
Don Gerardo est¨¢ triste, pero l¨²cido. "Cuando muri¨® mi hija Miranda estuve un a?o en que no sab¨ªa lo que hac¨ªa. Luego pas¨®, pero ahora no puedo valerme por m¨ª mismo". Le brillan los ojos cuando habla de Espa?a, de M¨¢laga y de Granada. Ha empezado a hablar tan de prisa en espa?ol que incluso se olvida de que est¨¢ en Londres y se dirige a la encargada de la residencia en nuestra lengua. "?D¨®nde se come?", le pregunta, algo irritado porque no le comprenden.
La residencia est¨¢ instalada en un edificio s¨®lido, con un hermoso jard¨ªn en la parte trasera. Los encargados son personas j¨®venes y eficientes, pero don Gerardo se siente prisionero, rodeado de personas de su misma edad, que nunca salieron del Reino Unido y con las que no puede comentar sobre sus amistades del grupo de Bloomsbury o sobre los a?os que vivi¨® en Granada.
"?Volver a Espa?a? S¨ª, claro que querr¨ªa volver a Andaluc¨ªa. Pero no quiero molestar a nadie. La gente que me cuida dice que estoy mejor aqu¨ª. Ni tan siquiera tengo mi pasaporte. Lo han guardado ellos".
Gerald Brenan tiene 90 a?os y un pudor muy brit¨¢nico: teme m¨¢s que nada importunar a la gente m¨¢s joven, molestar a quienes le quieren. "A mi edad", dice, "s¨®lo queda una cosa por hacer: morirse sin fastidiar". Los otros inquilinos parecen desconocer su personalidad. Don Gerardo tampoco hace nada para integrarse. Se aburre y opta por permanecer encerrado todo el tiempo en su habitaci¨®n, un peque?o cuarto en el que caben escuetamente una cama, el armario, la mesa, el lavabo y el sill¨®n, en el que se sienta a ver pasar las horas. Ni tan siquiera est¨¢ rodeado por los libros que tanto quiso. Quedaron en Espa?a.
'Quiero volver a Espa?a'
"?De verdad cree usted que puedo volver a Espa?a sin molestar por ello a nadie?". Don Gerardo confiesa con algo de temor que no tiene dinero, y mueve la cabeza incr¨¦dulo cuando se le dice que no lo necesita: siempre habr¨¢ alguien en Granada o en M¨¢laga dispuesto a sufragar sus gastos, a buscar una residencia soleada y amable en la que pueda descansar rodeado de amigos y de gente que le admira."Quiero volver a Espa?a, pero las cosas no son f¨¢ciles. No quiero importunar. Mis amigos ingleses creen que estoy bien aqu¨ª". En su peque?a habitaci¨®n, pulcra pero oscura, Brenan no puede leer ni escribir. "No tengo miedo a nadie. Simplemente no quiero molestar". La idea vuelve una y otra vez.
"Don Gerardo, pi¨¦nselo. Si quiere volver a Espa?a, no tiene m¨¢s que decirlo". Gerald Brenan retuerce con los dedos nudosos el pico de su camisa, manchada con caf¨¦ con leche, que sobresale bajo el jersey. "Es todo tan dif¨ªcil". Henrietta Garnett se queda todav¨ªa en su habitaci¨®n cuando nosotros nos vamos. Al reencontrarnos en el jard¨ªn nos dice: "Gerald me ha dicho que son ustedes algo m¨¢gico. Espa?oles que aparecen de repente en su residencia para recordarle que en Espa?a se le quiere. Dice que son como ¨¢ngeles que han bajado del cielo".
Ella, como nosotros, est¨¢ convencida de que Gerald Brenan preferir¨ªa acabar sus d¨ªas en alg¨²n lugar de Andaluc¨ªa. S¨®lo necesita que alguien le asegure cuidados y cari?o.
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